CONSEJO MEXICANO DE CIENCIAS SOCIALES

Violencias de Género: miradas diversas, resistencias múltiples

Ichan Tecolotl, año 32, edición 346, marzo 2021.

Publicación mensual editada por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS).

Violencias de Género: miradas diversas, resistencias múltiples

Natalia De Marinis
CIESAS Golfo

R. Aída Hernández Castillo
CIESAS-CDMX

En este número especial de Ichan quisimos reunir las perspectivas y reflexiones de colegas de CIESAS y de otras instituciones que, desde distintas aproximaciones disciplinarias, han analizado el impacto de las violencias de género en diferentes sectores sociales. Como hemos venido documentando en otros espacios, la crisis sanitaria del Covid-19 ha profundizado las vulnerabilidades estructurales de las mujeres pobres y racializadas y de otros sectores cuyas identidades no heteronormadas los convierten en centro de diversas violencias.

Este dossier es una invitación a ampliar nuestras perspectivas de las violencias de género, incluyendo las violencias estructurales, el racismo y las violencias simbólicas, acercándonos no sólo a las vidas de las mujeres, sino a los distintos sectores de la sociedad que se ven afectados por las violencias patriarcales, en sus múltiples manifestaciones.

Consideramos fundamental hacer de este espacio de divulgación un portal digital a los diálogos intergeneracionales que se dan en la academia, incluyendo a colegas que tienen una larga trayectoria en el análisis de las violencias de género, con las reflexiones de jóvenes académicas, que están poniendo el cuerpo y el corazón en la lucha en contra de dichas violencias. Esperamos que este dossier sirva como una invitación para acercarnos al trabajo académico y político de las autoras y los autores que aquí confluyen.

Ampliar la mirada ante las violencias de género

Es evidente que en los últimos años ha habido un proceso de reconocimiento cada vez mayor de la problemática de la violencia por motivos de género, proceso que supuso sacarla del ámbito de lo privado y el honor, para convertirla en un problema público. Aunque desde los sesenta las demandas de las mujeres y el movimiento feminista viraron hacia una preocupación sobre la violencia de género contra las mujeres, inicialmente más enfocada en la violencia sexual y luego en la doméstica, fue a partir de los años noventa del siglo pasado que se inició un proceso de construcción de instrumentos legales e institucionales para atender esta problemática, definida como una violación a los derechos humanos. Producto de décadas de movilizaciones y, sobre todo, de la influencia de un sector del feminismo en las instancias legislativas, se engendraron importantes reformas para atender la violencia de género contra las mujeres en múltiples escalas. Plataformas internacionales, como la Convención para la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés), incorporaron cada vez más discusiones alrededor de la problemática de la violencia. En nuestro continente, la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (conocida como la Convención Belem do Pará) definió, en 1994, la violencia contra la mujer como una violación a los derechos humanos, y estableció deberes a los Estados miembros para su atención. Si bien en México, desde la década de los noventa se impulsaron reformas para el reconocimiento de la violencia de género, fue recién con la creación, en 2007, de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, que se propuso una tipificación más amplia de los tipos y modalidades de las violencias, incluido el feminicidio. Paralelamente a estas demandas legislativas, desde la comunidad LGBTI, también se ha dado una lucha por rechazar perspectivas biologicistas en torno a las identidades femeninas e incluir las violencias contra las mujeres trans y otros colectivos no binarios, como parte de los sectores que sufren y resisten las violencias de género.

Es incuestionable que los reconocimientos legislativos han significado un avance muy importante en la construcción de una arena jurídica y política que ha permitido articular e impulsar demandas y movilizaciones de amplios sectores por el derecho a una vida libre de violencia. Sin embargo, estos procesos no se han dado sin problematizaciones, ni críticas. Una de las principales preguntas que surgen gira alrededor de si es posible garantizar justicia de género sin una transformación radical del sistema de justicia que profundiza y reproduce las violencias patriarcales. La crítica avanza hacia cierta lógica punitivista que ha cobrado cada vez mayor protagonismo, y que va de la mano de concepciones de la violencia que la reducen a un fenómeno aislado, repentino y situado en el plano individual, interpersonal, alejado de otras desigualdades y opresiones. Los estudios feministas anti-carcelarios, como el que desarrolla Daniela Mondragón, han venido también a plantear nuevas interrogantes ante las estrategias punitivistas contra las violencias de género, que terminan por fortalecer las estructuras del Estado penal patriarcal.

Desde los márgenes, sectores diversos han sido enfáticos al plantear que estos instrumentos dejan fuera otras violencias que se articulan con la violencia de género, como lo son la violencia estructural, política, institucional, racista y otras que, articuladas con la condición de género, se profundizan en los ámbitos doméstico, comunitario, institucionales y de justicia. Estas voces disidentes, muchas de las cuales se encuentran en los artículos que aquí se presentan, nos advierten sobre los riesgos de conceptualizar la violencia de género desde una única mirada. Pensar las violencias en plural no sólo nos permite reconocer la diversidad de experiencias alrededor de las violencias de género, sino también romper con la idea de violencia de género como sinónimo de mujer, concepción que no sólo deja afuera otras identidades no heteronormadas, sino que vuelve la violencia de género un problema en esencia femenino, del que solamente las mujeres deben ocuparse. El objetivo de este número es ampliar las miradas de las violencias de género, cuestionando el carácter individual e interpersonal en el que es ubicada legal e institucionalmente, para posicionarla como un problema de orden estructural y colectivo.

En cada una de las experiencias que se narran y analizan en este número, la mirada hacia las violencias de género se enfoca también en otras, no siempre visibles y evidentes, que develan las matrices de dominación que la hacen posible y desde donde diversos colectivos intentan enfrentarla y desarticularla. Estas miradas, que expanden y problematizan la propia conceptualización de la violencia y del género, proponen un entrecruzamiento de las condiciones de opresión que afectan y agravan las violencias, instalando la pregunta acerca de cómo se experimenta, significa y resiste contra las violencias de género en contextos de pobreza estructural, racismo, discriminación étnica, despojo, migración forzada, encarcelamiento, entre otros.

Proponer esta mirada plural de las violencias de género también implica analizar las múltiples escalas de afectación, donde las violencias que se ejercen sobre los cuerpos se interrelacionan con afectaciones de mayor escala sobre territorios y colectivos. En este número, por ejemplo, algunos textos expanden nociones jurídicas, como el feminicidio, para incorporar análisis de los contextos que desafían las miradas individualizadas a las que la categoría legal reduce los casos y procedimientos jurídicos. Estas apuestas nos muestran cómo el análisis de los contextos en los que se ejerce la violencia de género es vital no sólo para aportar elementos en los procedimientos judiciales, sino para pensar en herramientas de prevención y transformación. La invisibilización de los contextos también se vuelve un común denominador en la construcción de datos sobre las violencias de género en el país. Tal como apuntan varias autoras, en los informes institucionales se borran los contextos e incluso las identidades de las víctimas, lo que no permite comprender las particularidades de los feminicidios, de las desapariciones y de agresiones diversas contra las mujeres y niñas racializadas en entornos de violencia y despojo, sean rurales o urbanos. Las mujeres indígenas, por ejemplo, han encarado diversas luchas para crear otras categorías que puedan dar cuenta de esa diversidad de experiencias y de los agravios acumulados que viven. Sus voces señalan críticamente que la falta de reconocimiento de sus experiencias de violencia se debe a los procesos de etnización y racialización que se encuentran en el corazón mismo de las políticas y acciones para la atención y eliminación de la violencia de género.

Como demuestran los artículos que componen este dossier, ampliar las miradas no se reduce a una sumatoria de opresiones, sino a una búsqueda por comprender sus imbricaciones y mutuas constituciones y para esto resulta vital una diversidad de lentes y enfoques que nos permitan comprender las intersecciones sistémicas que sostienen y reproducen la dominación masculina y el patriarcado.

Diálogos interdisciplinarios en torno a las violencias

Haciendo eco de la vocación interdisciplinaria del CIESAS, que, si bien en su nombre enfatiza la vocación metodológica de la antropología social, siempre ha incluido entre sus investigadores y docentes a especialistas de la historia, las ciencias políticas, la lingüística, la sociología y otras subespecialidades de las ciencias sociales, en este dossier hemos invitado a especialistas que se acercan a la problemática de las violencias de género, desde distintas perspectivas disciplinarias. Las múltiples manifestaciones de las violencias de género y la complejidad de los contextos en las que estas se expresan vuelven urgentes los diálogos interdisciplinarios y la construcción de equipos de investigación que permitan abordar la problemática desde distintos prismas epistémicos.

La profundización de las violencias en el contexto de la pandemia de Covid-19 es abordada en los análisis feministas de Lucía Melgar y Martha Patricia Castañeda, quienes documentan cómo las desigualdades de género y étnico-raciales, en el caso de las mujeres indígenas, han creado contextos de vulnerabilidad que profundizan las afectaciones en la salud, tanto del virus, como del confinamiento y la precarización de sus vidas.

Tenemos también, aproximaciones etnográficas que se valen de experiencias multisituadas para analizar las violencias estructurales, extremas y cotidianas que viven mujeres cis y trans en el marco de las caravanas migrantes, a través de las investigaciones de Margarita Núñez y Vanessa Maldonado. A partir de una investigación activista en movimiento, en la que ambas antropólogas acompañaron el proceso de las caravanas, etnografiando la ruta migratoria en distintas regiones, las autoras nos acercan no sólo al continuum de violencias que viven estas mujeres, sino también a sus estrategias de resistencia.

Desde la geografía crítica feminista y antirracista, Giulia Marchese nos propone realizar contracartografías que partan del análisis de los contextos locales en los que se manifiestan las violencias, poniendo en el centro lo que conceptualiza como el cuerpo-territorio de las mujeres, para dar cuenta de las distintas escalas geográficas en las que se manifiesta la violencia de género.

Emanuela Borzacchiello nos invita a analizar desde una perspectiva crítica los registros de personas extraviadas y personas localizadas, y así tratar de entender los cambios que se han dado en las violencias hacia mujeres y niñas en las últimas cuatro décadas. Su investigación apunta hacia un silenciamiento en torno a lo que ella denomina “desapariciones intermitentes”, que hace referencia a la desaparición de niñas y adolescentes entre 12 y 17 años que permanecieron sin ser localizadas entre un mínimo de 72 horas y un máximo de una semana. Estos casos generalmente no son investigados, y se cierran con su localización, por lo que la autora señala las posibles violencias que oculta esta falta de investigación. Desde la antropología jurídica, Héctor Ortiz se aproxima también a la información del Registro Nacional de Personas Desaparecidas, para analizar de qué manera una perspectiva de género brindaría mayores elementos para comprender las desigualdades que marcaron la vida y la muerte de las personas que aparecen en dicho registro.

A partir de sus experiencias realizando peritajes de género, para casos de feminicidio, en distintos contextos sociales, Erika Liliana López, Mónica Luna Blanco y Perla O. Fragoso nos comparten sus perspectivas analíticas de las violencias estructurales que posibilitaron el feminicidio en espacios universitarios, rurales y urbanos. Se trata de investigaciones colaborativas que usan los peritajes antropológicos no sólo como herramientas analíticas, sino como aportes concretos a las luchas por la justicia para las mujeres.

Desde el análisis del discurso y los estudios culturales feministas, Ana Lilia Hernández Rodríguez nos acerca a la producción ficcional del cine y la literatura, para mostrar cómo la lesbofobia que se pone de manifiesto en esas producciones culturales crea condiciones de vulnerabilidad que posibilitan o justifican las violencias extremas contra las mujeres lesbianas. Su análisis de la heteronormatividad, hace eco del trabajo de Óscar González y Javier Flores quienes, desde los estudios latinoamericanos de las masculinidades y la antropología, analizan la violencia homofóbica y las masculinidades hegemónicas, a partir de una reflexión crítica y una perspectiva histórico-estructural de los sistemas patriarcales.

Desde una lectura feminista crítica e interseccional de los datos sociodemográficos de la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (Conavim), la politóloga Marisol Alcocer analiza, por su parte, los datos de los informes presentados entre 1985 y 2019, para mostrar los vacíos que esta información ha dejado en torno a las formas específicas que toman las violencias en contextos indígenas y afrodescendientes. Este mismo cuestionamiento a las perspectivas generalizadoras en torno a las violencias hacia las mujeres, así como la reivindicación de perspectivas feministas que consideren los racismos estructurales y las desigualdades de clase, los encontramos en los trabajos de Daniela Mondragón con mujeres presas, Martha Patricia Castañeda con mujeres indígenas, Laura Saavedra con defensoras de derechos humanos y en el de Verónica Velázquez con jornaleras agrícolas en Michoacán. Lucía Melgar analiza, desde una perspectiva comparada, cómo este contexto, definido por una ineficiente respuesta institucional a la violencia de género y por la violencia generalizada que enfrenta el país desde hace décadas, genera condiciones de desprotección específicas para las mujeres frente al crecimiento de la violencia de género durante la pandemia.

Cada una de estas apuestas epistémicas y metodológicas nos permiten ver distintas aristas de la violencia de género y confrontar las perspectivas simplistas de la misma, que se han popularizado durante la administración actual. El discurso “familista” del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, ha responsabilizado a las madres por la violencia que ejercen sus hijos, y ha señalado que la “desintegración familiar” es la causa de las violencias extremas que están afectando a distintas regiones del país.[1] Estos discursos han ido de la mano de importantes limitaciones presupuestarias de instancias, organizaciones de la sociedad civil y programas destinados a la atención y prevención de la violencia de género. Los y las especialistas que participan en este dossier apuntan hacia un análisis multifactorial de las violencias de género, que va más allá del “acontecimiento”, para mostrar las violencias estructurales que la hacen posible.

Cuerpos diversos, violencias y resistencias múltiples

Así como este dossier reúne una diversidad disciplinaria en el análisis de las violencias de género, de igual forma cada texto es una ventana a un contexto sociohistórico distinto, en el que las violencias patriarcales se encuentran intersectadas por racismos estructurales, desigualdades económicas, violencias heteronormadas y legados coloniales, que ubican ciertos cuerpos en determinadas geografías, en las que se concentran desigualdades y agravios.

Varios de los textos nos hablan de la manera en que la crisis de Covid-19 vino a profundizar las desigualdades estructurales que viven mujeres pobres y racializadas en contextos urbanos y rurales. Los trabajos de Lucía Melgar y Martha Patricia Castañeda, nos acercan a las múltiples violencias y silenciamientos que viven las mujeres en general frente a la ineficiente respuesta institucional en el contexto de pandemia y, de manera específica mujeres indígenas. Este mismo racismo estructural es documentado por Daniela Mondragón al acercarnos a las experiencias de las mujeres en reclusión, en donde sus cuerpos han sido secuestrados por un Estado punitivo que profundiza las violencias patriarcales.

Las defensoras de derechos humanos, que han puesto el cuerpo y la vida en la defensa de otras mujeres, también sufren la profundización de estas violencias en el contexto de la crisis sanitaria de Covid-19. Laura Saavedra nos acerca a estas experiencias y a las metodologías digitales que ha tenido que utilizar ante las limitaciones del trabajo de campo que se enfrentan por la crisis sanitaria.

Si bien las violencias se profundizan en contextos de extrema pobreza y racismo estructural, el espacio universitario no está libre de violencias patriarcales, como lo demuestra el feminicidio de Lesvy Berlín Rivera, documentado y acompañado legalmente por Erika Liliana López López. Este caso de violencia extrema, más que una excepción, es un ejemplo de la violencia constitutiva de los sistemas patriarcales o de dominación masculina, que analiza el trabajo de Javier Flores.

No son únicamente los cuerpos de las mujeres cis los que sufren las violencias de género, sino todos aquellos cuerpos que rechazan la heteronormatividad o que confrontan el binarismo sexual desde formas disidentes de ejercer la sexualidad o de ser en el mundo, como lo documentan los trabajos sobre mujeres trans, hombres homosexuales o mujeres lesbianas, que nos presentan Vanessa Maldonado, Oscar González y Ana Lilia Hernández.

En este número partimos de la idea que descifrar las experiencias interrelacionadas de dominación entraña una apuesta política, donde el foco no está puesto sólo en las múltiples victimizaciones sino también en las resistencias. En varios de los artículos de este número se apunta a las posibilidades de transformación desde otras formas de cuidado y de tejer relaciones y a la importancia que esto adquiere en la recomposición de los tejidos comunitarios fracturados por la violencia. Lejos de describir a víctimas pasivas frente a las violencias, las experiencias revelan la movilización de agenciamientos en contextos adversos y en los cuales las y los autores se involucran de varias maneras. Las nociones de comunidades político-afectivas, de cuidado y autocuidado sugieren prácticas de resistencias que contestan tanto las miradas simplistas de las violencias, como las miradas reduccionistas de la acción política. Nos muestran cómo la lucha contra las violencias de género es también una lucha contra la estructura patriarcal, de pobreza, racismo y despojo.

Poner en diálogo estos distintos enfoques en torno a las violencias de género y reconocer cómo ésta se complejiza cuando se manifiesta en contextos de racismos estructurales, pobreza extrema, reclusión o migración forzada, nos permite crear puentes analíticos para entender la complejidad del reto que tenemos ante nosotras, si nos interesa que nuestras investigaciones contribuyan, aunque sea mínimamente, a confrontar las violencias patriarcales que ha destruido los tejidos sociales de nuestras comunidades.

Esta introducción la terminamos de revisar precisamente el 8 de marzo, cuando las mujeres de todo el país tomamos de nuevo las calles mediante marchas, plantones, performance, perifoneos, usando toda la creatividad y la ternura radical, para denunciar la continuidad de las múltiples violencias que nos están matando. El muro construido alrededor del Palacio Nacional, fue un símbolo de la distancia que se ha creado entre el gobierno federal y los movimientos de mujeres. Sin embargo, este símbolo del autoritarismo fue reapropiado, para convertirlo en un memorial a las desaparecidas y asesinadas por la violencia patriarcal. Esperamos que este dossier contribuya a hacer eco a las justas demandas de todas las que hemos acordado, desde distintos espacios, seguir viviendo…. Es decir resistiendo.

1 Ver https://www.rompeviento.tv/la-criminalizacion-de-las-victimas-y-la-complicidad-de-la-impunidad/

Consulta el número completo aquí

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