Las Terrazas de Los Altos | Óscar J. Barrera Aguilera
Las Terrazas de Los Altos: lengua, tierra y población en la Depresión Central de Chiapas, 1775-1930
Óscar Javier Barrera Aguilera
Editorial: CIMSUR
Entidad editora: UNAM-Coordinación de Humanidades
ISBN: 978-607-30-2703-8
Año: 2019
Palabras clave: Lenguas, tierras y reconfiguración territorial
Páginas: 554
Resumen: El texto recoge, ordena y relaciona datos y cifras del ritmo demográfico, por un lado, y del desplazamiento sostenido de grupos humanos que se integran y desintegran y que al moverse alteran las proporciones de hablantes de lenguas mesoamericanas con respecto a los hispanohablantes. Más allá de un registro cuantitativo, el libro entrega información puntual sobre la creación y transformación de villas, pueblos y ciudades de la región; la tenencia de la tierra y los conflictos derivados de su reparto, todo ello a la luz de las lenguas y desplazamiento.
Prefacio
El tema del abandono o de la conservación de las lenguas mesoamericanas en México ha sido estudiado desde hace tiempo por lingüistas y antropólogos. Sin embargo, los historiadores lo han ignorado casi por completo.[1] Ello a pesar de su importancia en la formación de nuestra nación.
En efecto, a finales del periodo virreinal a lo menos 60% de sus pobladores eran clasificados como indios y prácticamente todos hablaban alguna lengua mesoamericana —lo que equivalía a unas 3 700 000 personas—. En cambio, de acuerdo con el censo de 1900, en el conjunto de la República mexicana sólo quedaban un poco menos de 1800 000 hablantes de alguna lengua mesoamericana, lo que representaba tan solo 13% del total de la población. Ese porcentaje siguió disminuyendo hasta mediados del siglo xx, momento en que se estabilizó en torno a 7%. Se trata, entonces, de un cambio histórico de enorme importancia que, en menos de siglo y medio, alteró radicalmente la faz de México.
Óscar Barrera decidió estudiar este fenómeno en la región de las Terrazas de Los Altos, que tiene como principal centro de población la ciudad de Venustiano Carranza, antes San Bartolomé de Los Llanos. Se trata de una región muy particular en el contexto de Chiapas. En efecto, en este estado los hablantes de lenguas mesoamericanas se concentran principalmente en ciertas grandes regiones en las que representan la in- mensa mayoría de la población, como es el caso de las Montañas Mayas (que incluyen la ciudad de San Cristóbal de Las Casas) en donde, según el último censo nacional, alcanzan 80% o la Selva Lacandona en donde son 65% del total. En cambio, en otras regiones, como las Llanuras del Golfo, la Región Sierra, Los Llanos de Comitán o la Depresión Central, son muy pocos (menos de 6%) los que hablan alguna lengua vernácula. Sin embargo, la región de las Terrazas de Los Altos (que forma parte de la gran región de la Depresión Central) constituye una notable excepción a esta polarización espacial que caracteriza a Chiapas. En esta, todavía 15% de sus habitantes hablan el tzotzil o, en menor medida, el tzeltal. Además, la disminución del porcentaje de hablantes de estas dos lenguas se ha producido en forma lenta y continua desde la Independencia.
La región de las Terrazas de Los Altos resulta, así, un mirador privilegiado para comprender cómo se produce el desplazamiento de las lenguas mesoamericanas y las formas en que parte de sus pobladores resisten a este cambio lingüístico y logran conservar en uso su lengua materna. A pesar de ello, la región ha recibido poco interés por parte de historiadores y antropólogos, con excepción del proyecto de la Universidad de Chicago en las décadas de 1950-1960 y de algunos estudiosos interesados en la compleja y conflictiva historia agraria de los bienes comunales de Venustiano Carranza.
En las páginas que siguen, el lector podrá percatarse de los grandes aciertos de Óscar Barrera al narrar la historia de la región desde finales del periodo colonial hasta 1930. Uno de ellos ha sido incluir los Valles de Teopisca (que normalmente se han considerado parte de Los Altos de Chiapas) en su estudio. Ello le permite contraponer estos valles, en donde la conservación del tzeltal ha sido notable (sin contar con la llegada de migrantes tzotziles en las últimas décadas), al resto de su región de estudio, en donde las lenguas mesoamericanas no tuvieron tanto éxito en mantenerse en uso.
Otro notable acierto fue relacionar el problema lingüístico estudiado con la situación agraria de los pueblos de la región. Aunque se han escrito miles de páginas sobre la expansión de las fincas y sobre los conflictos agrarios en Chiapas, en realidad son escasos los estudios regionales que reconstruyen en detalle la historia de la propiedad rural con base en una abundante información de archivo. De hecho, lo que muestra claramente este libro es que las grandes generalizaciones que se han manejado sobre este tópico en Chiapas no resisten su confrontación con las historias locales. En las Terrazas de Los Altos, como nos explica el autor, la situación agraria de cada pueblo fue distinta e irreductible a un patrón único.
Por otra parte, Óscar Barrera, formado originalmente como antropólogo social, se percató rápidamente de que el trabajo de archivo que hiciese para documentar esa historia, aun recurriendo a un enorme número de expedientes, sería siempre insuficiente si no llegaba a conocer de primera mano y en profundidad la región de estudio. Así que recorrió pueblo tras pueblo, entrevistó a las personas de más edad (propietarios y campesinos), se familiarizó con sus paisajes humanos, participó en sus fiestas y entabló relaciones de amistad con muchos de sus pobladores. El cariño que le despierta la región y sus habitantes se trasluce página tras página del libro. No cuesta trabajo comprenderlo. Se trata de una región fascinante en su diversidad, en parte por la convivencia de rasgos del México rural moderno con tradiciones de origen mesoamericano, como son el culto a las cuevas y la elaboración de medallones tejidos de flores y hojas (conocidos localmente como ramilletes o como joyonaqués en zoque).
Pero también porque, como bien lo muestra el autor, la población actual de las Terrazas de Los Altos es el resultado de constantes, diversas y contradictorias migraciones. Los indios congregados a finales del siglo xvi por los dominicos en el fondo del valle del Río Grande de Chiapa (ahora Grijalva) se refugiaron en las cercanas Terrazas de Los Altos huyendo de las epidemias y plagas que asolaron sus insalubres asentamientos. Más adelante, a partir sobre todo del siglo xviii fueron llegando ladinos a la región en busca de tierras fértiles de las cuales adueñarse. Al mismo tiempo, muchos indios partían a trabajar —a menudo, definitivamente— a las haciendas que colonizaban las tierras allende el Río Grande, en la región de Cuxtepeques. A su vez, décadas después, llegarán indígenas de Los Altos a trabajar en las plantaciones de caña de azúcar, complicando todavía más el panorama demográfico de la región.
Con todos estos hilos conductores —lenguas, tierras, cultivos, migraciones e identidades colectivas cambiantes—, Óscar Barrera nos ofrece esta fascinante historia regional de larga duración que aborda nuevas problemáticas y que por su profundidad y rigor ha de servir de ejemplo para investigaciones futuras.
Juan Pedro Viqueira
Centro de Estudios Históricos
El Colegio de México
[1] Una feliz excepción es el libro de María del Rocío Ortiz Herrera, Lengua e historia entre los zoques de Chiapas. castellanización, desplazamiento y permanencia de la lengua zoque en la Vertiente del Mezcalapa y el Corazón Zoque de Chiapas (1870-1940), México, El Colegio de Michoacán / Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, 2012.
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