La respuesta de México al COVID-19
Institute for Global Health Science
La respuesta de México al COVID-19: estudio de caso
Prefacio
Al momento de escribir este texto se cumple un año de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaraba oficialmente al COVID-19 como una pandemia, apenas unas semanas después de haberlo considerado emergencia de salud pública de importancia internacional.
El año 2020 seguramente pasará a la historia como el más calamitoso en términos de salud desde la pandemia de gripe de 1918. También será recordado por la peor crisis económica desde la Gran Depresión. Sin duda resentiremos las consecuencias sociales durante mucho tiempo.
La pandemia ha afectado, directa o indirectamente, a todos los habitantes del planeta. Se estima que, hasta ahora, más del 10% de la población mundial ha sido infectada por el nuevo coronavirus. Este promedio esconde el hecho de que en muchos lugares de Europa, Estados Unidos, Brasil y México esta proporción podría ser mucho mayor. Con más de 10 000 muertes por semana, COVID-19 es por ahora la tercera causa de muerte a nivel mundial; en México es la principal causa. Las proyecciones estiman que en julio de este año habrán muerto cuatro millones de personas por COVID-19 en todo el mundo.
Esta cifra no tiene en cuenta el exceso de mortalidad relacionado con los decesos que la pandemia ha causado indirectamente. Sin embargo, no todas las regiones del mundo se han visto afectadas de igual manera. Algunos países se han desempeñado mejor que otros. El objeto de nuestro estudio de caso es comprender qué elementos marcaron la diferencia y qué lecciones se pueden aprender de ello.
A principios de diciembre de 2020, el Panel Independiente de la OMS solicitó al Instituto de Ciencias de la Salud Global de la Universidad de California en San Francisco (UCSF) que realizara este informe. La misión del Panel Independiente es “proporcionar un camino para el futuro basado en la evidencia, cimentado en lecciones del presente y el pasado para garantizar que los países y las instituciones mundiales, incluida específicamente la OMS, aborden eficazmente las amenazas para la salud”. Varios miembros de la facultad de nuestro Instituto e instituciones asociadas en México habían estado trabajando activamente en COVID-19 desde los primeros días de la pandemia, gracias a lo cual fue posible aportar su experiencia multidisciplinaria a esta evaluación. La pandemia de COVID-19 presenta una situación que se mueve rápidamente, por lo que éste y otros documentos se volverán rápidamente obsoletos en cuanto a cifras. Sin embargo, con suerte continuarán siendo válidos en términos de lecciones aprendidas y recomendaciones a corto y largo plazo.
Una buena gobernanza implica la formulación y aplicación de políticas en beneficio del público. Necesita de fortaleza institucional y liderazgo eficaz. Los países que gozan de ambas condiciones, como Nueva Zelanda y Noruega, han tenido un buen desempeño durante la pandemia. A la inversa, un liderazgo deficiente e instituciones debilitadas son, obviamente, una mala combinación; desafortunadamente, México es un ejemplo de ello. Pero incluso en lugares con instituciones sólidas, como Estados Unidos, un mal liderazgo tuvo consecuencias desastrosas en 2020.
La buena comunicación también es un componente de la buena gobernanza, y resulta esencial en una crisis. Las personas sólo responderán a las ordenanzas de salud pública si éstas les generan confianza y brindan información sólida basada en evidencia científica. Además, los ciudadanos tienen derecho a ser informados verazmente por las autoridades sobre la magnitud de la amenaza y las mejores formas de protegerse de ella. Actitudes frente al uso de mascarillas o la vacilación ante las vacunas, por ejemplo, dependen en gran medida de la calidad del liderazgo y ejecución políticos, así como de la claridad y coherencia de las comunicaciones.
La ciencia ha vuelto al rescate, desarrollando diagnósticos y vacunas en un tiempo récord. Las pruebas han permitido medir la extensión de la pandemia y, en algunos países, rastrear contactos y aislar y cuidar de manera efectiva a las personas infectadas. La magia de las vacunas eventualmente controlará la pandemia, asumiendo que se apliquen también el uso de mascarillas y otras intervenciones no farmacéuticas.
La noción de que “ningún país estará seguro hasta que todos los países lo estén” debe inculcarse a los políticos y a los responsables de la toma de decisiones de todo el mundo. El nacionalismo de las vacunas no sólo es egoísta, sino miope. Las variantes del virus aumentarán en número y virulencia potencial en las poblaciones que no estén protegidas. La equidad inmunológica no sólo debe convertirse en un deseo humanitario, sino en una preocupación de seguridad nacional.
La OMS no tiene instrumentos legales para hacer cumplir sus recomendaciones, y no cuenta con fondos suficientes. Se necesita una reforma profunda para empoderarla y dotarla de recursos para que pueda cumplir sus promesas de manera efectiva. Del mismo modo, los sistemas de salud pública de todo el mundo carecen de financiación suficiente. Un sistema mundial de vigilancia epidemiológica eficaz debe estar respaldado por una red más sólida de laboratorios equipados y epidemiólogos capacitados a nivel nacional y local.
No es una coincidencia que los países con el peor desempeño en su respuesta a la pandemia de COVID-19 tengan líderes populistas. Tienen rasgos en común, como minimizar la gravedad de la afección, desalentar el uso de mascarillas, priorizar la economía sobre salvar vidas y negarse a unir fuerzas con oponentes políticos para desplegar una respuesta coherente. También han interferido activamente en la implementación de políticas sanitarias sólidas, por razones políticas. Las consecuencias en términos de vidas humanas han sido devastadoras. Por lo tanto, es necesario instituir algún nivel de responsabilidad política por un liderazgo y un desempeño deficientes.
Muchas lecciones aprendidas de esta respuesta pandémica deben incorporarse en la preparación para una futura pandemia. Se requiere más que un plan. Se requiere la infraestructura de salud pública, el personal capacitado, los recursos financieros y el liderazgo competente que tan dolorosamente faltaron en el terrible año 2020.
Jaime Sepúlveda
Texto completo disponible aquí
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