Encartes. Revista digital multimedia, vol. IV, núm. 7
Promesas del mañana. Los cálculos del futuro en las prácticas financieras de hoy
Presentación
Los augurios del mañana forjan el presente. El futuro se visualiza bajo el filtro de promesas y sueños, pero también de miedos y amenazas producto de interpretaciones de experiencias propias y ajenas, y las expectativas de lo que deparará el mañana se pueden leer en las prácticas financieras de hoy.
Causa, pues, extrañeza la escasa atención que se ha prestado al ejercicio de escudriñar las expectativas económicas desde una perspectiva antropológica. Como muestra claramente Jens Beckert (2016), quienes ignoran el papel de la verdadera incertidumbre y las expectativas ficticias en las dinámicas de mercado no entienden la naturaleza del capitalismo. Y es que, como dice el autor, los pronósticos económicos son importantes no porque producen los futuros que vaticinan, sino porque crean las expectativas que a su vez generan la actividad económica.
Nada más atinado para describir el momento actual, en el que la pandemia ha puesto a rechinar los frenos del sistema económico mundial. Difícil para el mundo imaginar que esto fuera siquiera posible, como bien lo dice Latour (2020). Las expectativas para este futuro críticamente incierto albergan confusión, temor y desesperanza, que, a su vez, llegan a movilizar, en no pocos casos, avaricia y oportunismo, pero también acciones colectivas y resistencias. Los autores que participan en esta sección exploran tales imaginarios. Ponen sobre la mesa las visiones de futuro, las expectativas y las resistencias de distintos actores en torno a su economía, resaltando las formas en que ello impacta sus prácticas financieras.
La problemática de los cálculos del futuro en las prácticas financieras ha sido un tema recurrente en el Seminario de Antropología del Dinero y la Economía que organizamos en el ciesas Occidente. Los artículos de esta sección han sido objeto de discusión y diálogo en ese seminario; en ellos se exploran los imaginarios del futuro desde distintos sectores de la sociedad en México, Ecuador, Chile y el País Vasco.
Los trabajos no sólo dejan ver las maneras en que han ido instalándose procesos de financiarización con la preponderancia de vidas económicas casi totalmente dependientes de dineros virtuales producto de endeudamiento, sino que vemos a gente construyendo sus vidas en torno a ello, extremando sus esfuerzos en la procuración de una vida mejor, o cuando menos estable. En ese proceso, la economía se moviliza en gran medida con base en deudas, es decir, dineros que aún no existen pueden activarse en el presente con la expectativa de que se materialicen en el futuro.
Sayuri Gallardo, por ejemplo, discute la vida económica cotidiana de familias de clase media en la ciudad de México, familias que dependen en gran medida de un salario, una pensión, una minúscula venta de gelatinas o algún pastelito, pero invariablemente, deudas. Deudas que estiman poder pagar en el futuro cercano con base en su trabajo. Sus expectativas se fincan en la creencia en un sistema que premia a quienes trabajan con responsabilidad y persistencia. La interpretación de sus infortunios se tiende a asociar a la mala suerte, una equivocación o alguna mala jugada, aunque algunos de los actores involucrados en el estudio sí reniegan del sistema que los asfixia. La autora parte de una etnografía de largo plazo de cinco hogares para analizar la financiarización del ahorro y el impacto que esto ha tenido en los sueños e imaginarios para el futuro de los hogares. Destaca la imposición de un modelo de capitalización individual con la reforma al régimen pensionario del imss en 1997 y la creación de la figura del Ahorro Voluntario. Los hogares en cuestión se enfrentan, dice la autora, a un conflicto entre gastar y hacer frente a las necesidades del presente, o ahorrar y prepararse para las peripecias del futuro. Explica que ante este panorama va ganando terreno una subjetividad neoliberal ejemplificada en la figura del empresario de sí mismo, donde el sujeto asume como propia la responsabilidad de prever su vejez, enfermedad, desempleo y muerte a través del ahorro, asumiendo así derechos laborales como metas individuales. Al proporcionar la visión de conjunto de las distintas familias estudiadas, la autora logra dar cuenta de patrones viciados en la formulación de expectativas un tanto engañosas, pero abrumadoramente prevalecientes en la sociedad mexicana.
En cambio, los chilenos que nos presenta Lorena Pérez Roa se sienten profundamente engañados por las expectativas generadas de que con una educación superior lograrán trabajos estables y bien remunerados. La educación superior se consideraba como una palanca segura para la movilidad social. Pero la magnitud de las deudas impagables que tales expectativas han generado son objeto de indignación y protesta. Marchas masivas y estallidos sociales han sido reprimidos violentamente.
El artículo explora las negociaciones que realizan las parejas de adultos jóvenes y profesionales en un contexto de alta presión económica provocada por el endeudamiento. Parte de que en las relaciones de pareja se construyen, discuten y negocian la adquisición, los usos y estrategias de pago de deudas. Para ello, a partir del análisis de 34 entrevistas semiestructuradas a parejas jóvenes y deudoras, explora tres tipos de negociaciones, incluyendo los ajustes a los proyectos futuros que las parejas realizan en función de la proyección de pago de sus compromisos asumidos. Al igual que las familias que estudia Gallardo y los vascos que analiza Aboitiz, para muchos chilenos el acceso a crédito ha venido a funcionar como una extensión del salario. En Chile en el 2020 la deuda de los hogares constituía casi 75% del ingreso. Los informantes afirman “bicicletear” las deudas para llegar a fin de mes. Y como dice uno de los manifestantes: “violento es endeudarse para seguir sobreviviendo”.
Aquí entran en juego los marcos de calculabilidad, los límites socialmente construidos dentro de los cuales es posible conjeturar, forjar expectativas y hacer planes (Callon, 1998; Villarreal, 2008, 2010) con base en la información asequible, en los que se implican consideraciones de valor y conjeturas sobre los posibles costos –tanto sociales como monetarios– además de la probabilidad de éxito o fracaso.1 Dichos marcos delimitan las opciones posibles para la forja de previsiones económicas y financieras, desde la estimación del salario al que se es merecedor hasta el destino de los ingresos, pasando por justificaciones de desigualdades en la distribución. También contribuyen a estructurar factores de accesibilidad y vulnerabilidad.
No es que se esté en posibilidades de escoger libremente entre una gama de opciones, como pareciera proponerse desde una perspectiva de elección racional (rational choice perspective). Las decisiones están sujetas al constreñimiento impuesto por las relaciones económicas, sociales, culturales y emocionales en las que interactúan.
La gente recurre a cálculos o “tanteos” del futuro cercano y mediato, y en la delimitación de coordenadas para la acción se toman en cuenta también cuestiones emocionales tales como vergüenza, miedo y resistencia a “mostrar necesidad”, en conjunción con el acceso a información, la existencia de vínculos de confianza y nociones de seguridad. La humillación de pedir prestado influye en la configuración de sus prácticas financieras. Esto puede incrementar los costos de sus transacciones, en tanto que restringe sus opciones y sus horizontes.
Esto se explica certeramente en el texto de Uzuri Aboitiz, quien analiza los procesos sociales que se generan tras la desindustrialización en la sociedad vasca. Muestra que la gente no calcula únicamente en función de ganancias y pérdidas monetarias: en ocasiones se responde a una necesidad inmediata, en otras a una emoción (alegría, miedo, inseguridad, por ejemplo), o simplemente se actúa por impulso.
La autora toma el caso de una ciudad que fue conocida como “la pequeña Manchester” en el País Vasco, donde el progreso material constituía uno de los ejes centrales de los cálculos de los padres. La sociedad que probó las mieles de la industrialización y apostó a que esto continuaría trayéndoles bienestar y riqueza, cae de un pasado próspero a un presente precario y un futuro incierto a raíz de la desindustrialización. La autora explica cómo se van reconfigurando las esperanzas de cara a un futuro de incertidumbre e imprevisibilidad.
Las aspiraciones ascendentes de los padres se van evaporando en las expectativas de sus hijos, quienes se limitan a apostarle a un lugar seguro y estable, y se resignan a un futuro sin pensiones.
Diferente escenario presenta Maria Fernanda Solórzano, quien penetra las realidades de quienes habitan en lo profundo de la selva amazónica y viven en gran medida en una economía de recolección sin afán de acumulación. Más bien, sus expectativas del futuro se ven influidas por la necesidad de mantener la vida espiritual del airo, la naturaleza que los rodea y de la cual dependen en gran medida sus posibilidades de sobrevivencia. Para ellos es importante resguardar su territorio, porque aquí cristaliza la manifestación del ser, el pensamiento, las prácticas, memoria, espiritualidades y economía de los sionas.
Los sionas empezaron a vivir el proceso de monetarización a partir de los 50. Aún hacen trueque de pescados por ollas, de carne por casquillos de escopeta. En la historia siona aparece de manera prominente el Instituto Linguístico de Verano, que empezó a recompensarles el trabajo con dinero. Luego la empresa china Andes Petroleum hace pequeños regalos a cambio de que la dejen extraer el petróleo en su territorio. Les proporciona algo de dinero para la gasolina de sus lanchas, para la compra de material para que se fabriquen sus ropones, y promete unos dos o tres puestos de trabajo asalariado para los sionas, quienes prefieren trabajar por periodos cortos, sólo para cubrir alguna necesidad importante, o en su caso, comprarse una motocicleta para transportarse al pueblo más cercano. De igual manera, rechazan el empleo en la palmicultura porque es un trabajo diario que les impide realizar los más importantes, que son cazar, pescar y sembrar algún pedacito de tierra.
Es interesante ver otra versión de resistencia al trabajo asalariado, ahora en Guadalajara, presentado por Ducange Médor. En ambos casos se trata de una perspectiva distinta al empleo formal. Los informantes de Médor, que son, como él dice, de una clase social hija de la industrialización, se oponen en particular al imperativo de hacer del trabajo el eje de la vida. Consideran un sinsentido entregar la vida al trabajo y ocuparse en actividades de interés y utilidad social. La mayoría tiende además a rechazar las lógicas del capitalismo. Esto marca fuertemente su manera de percibir el futuro y de afrontar las incertidumbres. Plantean que la certidumbre que otorga el trabajo es una debilidad en tanto que coarta la creatividad y aleja de los problemas y los retos. Planear para un futuro de estabilidad es incierto, suele marginar muchas cosas a las que uno quiere darle prioridad. Uno de los informantes afirma que le espanta la posibilidad de perder el contacto con el mundo exterior. Al fin y al cabo, dice, algo va a salir.
La crítica a las lógicas capitalistas del trabajo es compartida en los casos que estudia Elizabeth Chaparro, pero éstos son críticos también hacia el tipo de comercio y consumo, la especulación, la fetichización del dinero, la desigualdad social y la degradación medioambiental fruto del mundo capitalista. La apuesta es que otro mundo es posible.
La autora nos introduce al mundo cotidiano de quienes impulsan y consumen de huertos comunitarios y domésticos, ferias de productores agroecológicos, mercados locales, cooperativas de consumo y de vivienda, bancos de tiempo, redes de trueque y monedas alternativas. Nos presenta un mapa interactivo donde el lector puede dimensionar el fenómeno en Guadalajara, identificando las distintas iniciativas en su localización geográfica e identificando su especificidad.
La reciente proliferación de una gama de iniciativas de economías alternativas en Guadalajara ante la fragilidad que vivimos en estos tiempos proporciona un atisbo de esperanza. Se construyen nuevas expectativas, formas de organización social orientadas a gestionar la satisfacción de necesidades al margen de los mercados convencionales, en los cuales se busca la construcción de comunidad, la posibilidad de autonomía y la recuperación del medio ambiente.
Ello no solamente abre el panorama a nuevos mundos, sino a nuevas economías y nuevas expectativas.
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