Denarius. Revista de economía y administración, núm. 41
Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa
Denarius núm. 41. El debate sobre teoría económica y economía aplicada
Prólogo
El reconocimiento de la economía como ciencia ha dado lugar a múltiples debates desde su nacimiento formal en 1776, año en que se publicó La Riqueza de las Naciones de Adam Smith, hasta nuestros días. La corriente clásica, que conforman fundamentalmente Smith, Malthus, Ricardo, Mill y Marx, no ha estado exenta de controversias. Pero su amplio sentido social, imbricado en el campo de la economía política, se debe a su preocupación tanto por el crecimiento económico como por los problemas de distribución del ingreso. Esto le ha garantizado, sin ninguna ambigüedad, una posición privilegiada en el campo de las ciencias sociales.
El desarrollo posterior de la disciplina, más orientado a lo que ahora se cono- ce como ciencia económica, estuvo a cargo de dos corrientes de pensamiento, la marginalista y la neoclásica, encabezadas por Jevons, Walras y Menger, la primera, y Marshall, la segunda. Su intención expresa fue dotarla de la formalidad necesaria (geometría, álgebra, cálculo, estadística y otras herramientas cuantitativas) para, por una parte, trabajar con el más alto grado de precisión posible y, por otra, acercarla más que ninguna de sus compañeras en el ámbito de las ciencias sociales al campo de las ciencias exactas, particularmente la física.
Esta nueva perspectiva generó al principio suspicacias entre los cientistas de ambos campos, mismas que con el paso del tiempo se convirtieron en controversias. Incluso Keynes, formado en esa misma corriente, estuvo en desacuerdo con muchos de sus planteamientos, y fue capaz de inaugurar en los años treinta del siglo XX un replanteamiento de la visión neoclásica apoyado en la demanda efectiva, en el principio del equilibrio con desempleo y en el papel del dinero, que definitivamente “sí importa”. Su obra cumbre, La Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero, se convirtió en el libro de economía más célebre del siglo XX y su énfasis macroeconómico eclipsaría al microeconómico, a pesar del disgusto de los marginalistas y la escuela austriaca.
Friedman retomaría con bríos el debate 20 años más tarde para abrir el camino hacia la instauración de la corriente monetarista, identificada por muchos como Escuela de Chicago. Ésta se basa en el principio de la autorregulación, un objetivo que, aun reconociendo que cuenta con reminiscencias smithianas, va mucho más allá: manifiesta su plena confianza en el mercado; busca que se elimine completamente la intervención del Estado, incluso en aspectos regulatorios clave, y promueve el control absoluto de la inflación a partir del papel central de la política monetaria. En el centro de toda su argumentación, impulsa la sustitución del enfoque de demanda (tan determinante que crea su propia oferta) por el de oferta (en última instancia, la Ley de Say); es decir, la puesta en operación de un paradigma basado en el capital físico y financiero, los recursos humanos, la tecnología, el ahorro, la infraestructura y otros elementos.
Dicha línea de pensamiento pavimentó el camino para la instauración de una corriente ultraconservadora, que se acuñó en los años treinta, eufemísticamente conocida como neoliberalismo, que no es en sí misma una teoría, sino que se fragua a propósito del así llamado Consenso de Washington: una reunión de los dos organismos financieros internacionales de carácter global de la posguerra, el Fondo Monetario Internacional y el Banco de Mundial, junto con el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, que se celebró en la capital estadounidense en 1989 y devino en 10 puntos atribuidos a John Williamson. Estos proponían corregir los errores de la mala aplicación de la macroeconomía keynesiana: disciplina fiscal, reordenación de las prioridades del gasto público, reforma tributaria, liberalización de las tasas de interés, tipo de cambio de mercado, liberalización del comercio, liberalización de la inversión extranjera directa, privatización de la actividad económica, desregulación económica y respeto a los derechos de propiedad. La ausencia de componentes sociales en el decálogo dejó a la disciplina un vacío que a partir de fines del siglo XX se ha ido llenando, y que a partir del XXI ha avanzado de manera prolífica, gracias a los trabajos de Sen, Atkinson, Pikkety, Deaton, Saez, Zucman, Benarjee y Duflo.
Así, el neoliberalismo se edificó a partir de los fracasos predictivos y de gestión de la economía pública de los países capitalistas antes y durante la crisis de los años setenta que, por las reminiscencias del endeudamiento externo, se extendió en los países en desarrollo hasta los ochenta. Fracasos que fueron causados, en principio, por un mal manejo de la demanda agregada, en particular altos niveles de gasto público financiados de manera no sostenible debido en parte a la alta volatilidad de las tasas de interés. Al mismo tiempo, se enfrentaron desequilibrios financieros internacionales provocados por la desconfianza en el dólar estadounidense como unidad de cuenta, y el alza de precios de los commodities, especialmente productos agrícolas y petróleo. El corolario de todo esto fue un problema sin precedentes de estancamiento con inflación (stagflación), que resultaba inexplicable para las principales corrientes en disputa, la neoclásica y la keynesiana, y que planteó retos que hasta la fecha siguen insolubles, ya que las recesiones del siglo XXI (2001, 2008-2009, 2020-2021) se han enfrentado con el mismo arsenal que en el pasado, las políticas fiscal y monetaria, dos hojas de una tijera que siempre deja insatisfechos, y por supuesto desarreglados, a los mercados.
Frente al malestar evidente por los desaciertos de predicción y por la insuficiente capacidad de solución de los desequilibrios macroeconómicos atribuible al mainstream, se ha desarrollado en Europa, y notablemente en Francia, una línea de análisis y revaloración del pensamiento económico compuesta por historiadores y analistas de la disciplina abocados a hurgar en las raíces epistemológicas de la teoría, hasta llegar al cuestionamiento mismo de su carácter científico. En el proceso, como sucede con otros campos, dicha línea ha contribuido a la difusión del conocimiento y a la revisión de sus instrumentos de medición.
Expresado lo anterior, el presente número de Denarius busca repasar, no con la profundidad que quisiera ni pretendiendo analizar todas las corrientes, las ideas centrales de los economistas clásicos, que son sus pilares y la posicionan como ciencia. En ellas se incluye a Keynes, en virtud de que es responsable de una corriente que, al cuestionar al mainstream, retoma muchas de las ideas de los clásicos (no olvidemos que, como muchos de ellos, se formó e impartió cátedra en la Universidad de Cambridge, Inglaterra). De ahí se pasa al debate sobre el carácter científico de la economía, a partir de los trabajos de tres autores de la escuela francesa. El contenido de la revista se presenta a continuación.
El primer capítulo, elaborado por Alejandro Toledo Patiño, se intitula “Metafísica, razón y mercado. Filosofía y economía política en Adam Smith”, y tiene como fin contribuir a repensar el lugar trascendental que ocupa Adam Smith, autor del primer libro de economía moderna, La Riqueza de las Naciones, en la historia del pensamiento económico. Para ello, se embarca en la polémica sobre si hubo “padres” previos de la disciplina y, si ese fue el caso, por qué no alcanzaron la talla de Smith. En aquella época, el pensamiento económico había logrado una creciente autonomía frente a la autoridad eclesiástica y había roto con la lógica escolástica. La corriente mercantilista había analizado las principales variables del comercio exterior y el flujo internacional de dinero y capitales, así como los temas del dinero, su circulación y la emisión de moneda. Con los fisiócratas franceses la noción de orden económico alcanzó estatuto teórico, al tiempo que quedó establecido el objeto de análisis de la economía política: la riqueza de la nación.
De acuerdo con el autor, la importancia y originalidad de la obra de Smith radica en haber logrado una conjunción analítica entre la filosofía y el concepto de mercado, haciendo de éste la piedra de toque sobre la que reposa su visión holística y armónica del sistema económico. Así, se revisa su idea de mercado, fundamentada en la filosofía de la cosificación y la alienación, y la postura que significa una continuidad con la tradición liberal basada en la teoría de las organizaciones sociales espontáneas y complejas.
Esto no quiere decir que la obra de Smith esté excenta de críticas, entre ellas las de autores de origen austriaco y de la escuela austriaca, empezando por Schumpeter, quien afirma que, en cuanto a economía se refiere, la obra de Smith carece de originalidad analítica y consistencia metodológica, mientras Rothbard manifiesta que con su teoría del valor abrió un camino falso –un callejón sin salida– en la evolución de la teoría económica, del cual sólo fue posible salir con la reorientación paradigmática de corte microeconómico llevada a cabo por los marginalistas.
Siguiendo una línea cronológica, en el segundo artículo Juan Tugores Ques y María del Rocío Bonilla Quijada en “Ricardo y algunos problemas actuales de la economía global”, retoman los planteamientos que este autor formuló en las primeras décadas del siglo XIX, mismos que trascienden el campo de análisis de la economía nacional, en particular el crecimiento económico, la distribución del ingreso y el progreso técnico, para situartse en una novedosa teoría del comercio internacional, basada en el principio de las ventajas comparativas, un avance sustancial respecto a las ventajas absolutas de Smith. Al traer esta teoría a nuestros días, los autores rescatan su significación para el diseño de políticas públicas más allá de una perspectiva técnica, en la medida que Ricardo comprende dicho proceso como un crisol en que convergen cuestiones geopolíticas y tecnológicas, las cuales generan tensiones que reclaman un debate multidimensional.
Si bien la obra de Ricardo fue escrita hace más de 200 años, en particular el “Ensayo sobre el bajo precio del grano” y los Principios de Economía Política y Tributación, Tugores y Bonilla equiparan dos eventos disruptivos que hacen que dichos planteamientos aún se mantengan vigentes: la primera Revolución Industrial y la pandemia provocada por el virus SARS-CoV-2. Ambos han regresado a la discusión de los economistas algunos aspectos que se consideraban poco técnicos y por ello obviables para este campo del conocimiento. Así, a la luz de las aportaciones de Ricardo en materia de economía internacional, ellos plantean que aun en un mundo globalizado como el de hoy, la economía política internacional retoma la forma compleja en que interactúan las dimensiones internas o nacionales con las supranacionales o globales.
El tercer ensayo, de Fahd Boundi Chraki, “Actualidad y relevancia de Marx en el pensamiento económico”, toma como eje de desarrollo un pilar del pensamiento económico previo a este autor, la teoría del valor trabajo, la cual Boundi considera fundamental para superar las incongruencias de la noción marginalista del capital. Por tanto, plantea que la teoría marxiana del dinero anticipa la crítica a la Ley de Say de Keynes e incluye una teoría del dinero endógeno, haciendo que la teoría de la competencia de Marx represente la base de la crítica a la teoría convencional del comercio internacional. No obstante, reconoce que la teoría del valor de Marx no goza de las mismas simpatías por parte de la heterodoxia económica, que la considera una reliquia arcaica, producto de un pasado marcado por las brutales condiciones de la clase trabajadora en la Inglaterra de la época victoriana.
Sin embargo, los trabajos de este siglo sobre desigualdad de Piketty y Milanovic, la crisis de 2007, la recesión de 2008-2014, y las crecientes asimetrías de la economía mundial, han propiciado un renovado interés en la obra de Marx. Tanto es así que algunas de sus categorías como la pauperización relativa, el desarrollo desigual, el ejército industrial de reserva o de desempleados, el capital ficticio o la sobreproducción del capital han cobrado una importancia particular para los economistas que se sienten insatisfechos con las doctrinas de la economía tradicional.
En el cuarto ensayo, “Keynes, el de hoy”, Federico Novelo Urdanivia manifiesta que prácticamente desde la aparición de La Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero, evocar a un Keynes intervencionista, armado de argumentos y aficiones colectivistas, constituye una suerte de lugar común que tiende a ignorar la amplitud y sobre todo la profundidad del legado keynesiano. Esta ignorancia se apoya en el olvido recurrente de las preocupaciones de Keynes, enderezadas con el propósito de salvar –justo en el momento estelar de las grandes ofertas, fascistas y socialistas, para colectivizar mucho más que la organización económica mundial– al individualismo, a la democracia, al liberalismo y al capitalismo, primero británicos y, después, internacionales. La viabilidad de tal propósito descansó, en los años de la Gran Depresión, en la declaración textual de Keynes “El Estado debe hacer lo que los demás no hacen”.
Sobre esa base, su trabajo busca arrojar un poco de luz respecto a las razones por las que los apuros cíclicos del capitalismo, desde la Gran Depresión hasta la pandemia en curso, reiteradamente llevan a buena parte de la porción pensante de la sufrida especie a buscar algo en la vida y obra de aquel extraordinario intelectual. Los supuestos (realistas), en los que descansa el aparato teórico keynesiano y desde los que proyecta la práctica (política económica), son las razones que mejor explican su notable utilidad y eso es lo que más debe motivar al lector a adentrarse en el capítulo completo.
El quinto artículo, “¿Es la Economía una Ciencia?”, de Andri Stahel, da cuenta de la pérdida de hegemonía del paradigma neoclásico en el terreno de la academia, en gran parte debido a las voces críticas y disidentes que han cuestionado diversos aspectos de la teoría y los modelos, cuya pretensión ha sido asemejarse a la física newtoniana en su búsqueda de objetividad y neutralidad, al tiempo que han pretendido desmarcarse de otras ciencias sociales, en que las ideologías o preferencias políticas personales tienen un enorme peso.
Los economistas, dice el autor, se siguen presentando como científicos. El No- bel y otros premios internacionales de economía se han otorgado consecutiva- mente desde 1970; miles de artículos sobre teoría y problemas económicos se publican en “revistas científicas”, y cientos de miles de estudiantes se preparan en el mundo para convertirse profesionales de la economía; todos, siguiendo currícula y planes de estudios notablemente similares. Sin embargo, se formula la pregunta, no sin dudar debido a la gravedad de la respuesta negativa que propone, sobre si la economía como la practican hoy los expertos y la presentan al público en general puede considerarse en absoluto una ciencia. Más que la pregunta, lo que preocupa y da lugar a tantos cuestionamientos es todo el edificio y la forma en que la economía moderna ha llegado a la posición en que se encuentra.
En el sexto artículo, “La teoría económica: ¿un monumento en peligro?”, Jean Cartelier cuestiona el descrédito del que es parte la economía, principalmente por la reducción del área de investigación, como consecuencia de una necesidad cada vez mayor de coherencia y de la voluntad de probar empíricamente algunos supuestos fundamentales, lo que hace que se borre la frontera tradicional entre las disciplinas. No basta, dice el autor, con el desarrollo de técnicas de procesamiento de datos cuantitativos para dar a la economía estatura científica, puesto que enfrenta un declive como disciplina. Éste se lo atribuye principalmente al paradigma dominante, enfocado en la resolución de problemas de existencia y optimalidad de los equilibrios mediante el desarrollo de modelos matemáticos que asocian comportamientos racionales y condiciones de equilibrio.
Para Cartelier, la pluralidad de las ciencias sociales es un hecho que se considera característico de las sociedades modernas. Definir la economía de manera sustancial (producción, distribución y circulación de bienes y servicios) o de manera formal (conjunto de comportamientos racionales) conduce a dos fallas: i) falta la especificidad del discurso económico que propone conceptos cuantitativos (moneda o valor), y ii) las fronteras con otras disciplinas se vuelven inciertas, y al tratarse de un asunto de multidisciplinariedad, puede dar lugar a enunciados vagos y mal definidos.
Finalmente, Gael Giraud en “¿Es la ciencia económica una farsa?”, prólogo del libro La Economía Desenmascarada, de Steve Keen, se pregunta tajantemente a qué se debe que tan pocos economistas hayan sido capaces de anticipar, incluso confusamente, una catástrofe tan importante como la crisis financiera de 2008 y, a partir de esa circunstancia, cuánto ha cambiado su concepción del mundo. Es decir, se centra en la capacidad predictiva de la economía, sobre la que incluso manifestó excepticismo la Reina Isabel II de Inglaterra en una visita a la London School of Economics. Posteriormente, hace ver que algunos economistas responderán con gusto: la crisis subprime fue una “sorpresa absoluta”, un “cisne negro”, un evento de “cola de distribución”. Por supuesto, puede que nos haya faltado vigilancia, nostra culpa; pero al final, era imposible anticipar lo in- sólito. Y es precisamente por eso que no hemos cambiado casi nada a nuestros modelos económicos. Aparte de algunas minucias aquí y allá, se pregunta ¿de qué serviría modificar profundamente representaciones teóricas respecto a las cuales tenemos todas las razones para pensar que son las menos malas posibles?
Adicionalmente, se presentan tres reseñas. La primera corresponde al libro de Jean Tirole, La Economía del Bien Común, escrita por Laura Lisset Montiel Orozco. La segunda al de Joseph Stiglitz, La Gran Brecha. Qué hacer con las Sociedades Desiguales, elaborada por Karla Yareth Torres Busqueño y Luis Alberto Islas Ochoa, y la tercera al libro de Rosa Silvia Arciniega, Reestructuración productiva de la industria automotriz en el Estado de México, 1994-2016, escrita por Sergio Guadalupe Sánchez Díaz. Los tres trabajos son referencias en su campo respecto a los temas que abordan, y ofrecen puntos de vista muy interesantes. El primero, del premio Nobel de Economía 2014, sobre la importancia de que la economía, lejos de verse como una “ciencia lúgubre”, se vea como una ciencia positiva, a favor del bien común. El segundo, del premio Nobel de Economía 2001, sobre la desigualdad y los mitos que la rodean, especialmente en Estados Unidos, a partir de fallas de gobierno y de negligencia regularoria, por lo menos desde el gobierno de Reagan. El tercero, sobre la expansión y consolidación de la industria automotriz en el Estado de México y sus implicaciones sociológicas, derivadas particularmente de su impacto en materia laboral.
A partir de la lectura de los siete primeros trabajos, se hace evidente que la economía continúa en la misma encrucijada en que ha estado desde los años setenta del siglo XX, tanto en su esfera teórica como en la empírica, misma que se agravó con la Gran Recesión de 2008. Ésta no sólo no sirvió para prevenir nuevas depresiones, sino que pareció sentirse satisfecha con ofrecer soluciones de corto y mediano plazo, sustentadas en el dinero barato y el endeudamiento a todos los niveles, público, empresarial y familiar, sin poner en operación medidas regulatorias suficientemente severas, a pesar de que, como dice Stiglitz, eran plenamente conocidas por los economistas, medidas a las que sí les reconoce avances importantes, pertrechadas en lo que se conoce como economía social.
Prácticamente ninguna economía industrializada, desde las más pequeñas, como Grecia y Portugal, hasta las más grandes, como Estados Unidos, se abstuvieron de aplicar los expedientes macroeconómicos anteriores. La falta de soluciones de largo plazo es responsable de que esas mismas economías, y por tanto las menos industrializadas, se mostraran excesivamente vulnerables frente a la crisis de 2020-21, provocada por el virus SARS-CoV-2. Este patrón de dinero barato, excesivo gasto público y alto endeudamiento de todos los agentes económicos se repite, crisis tras crisis, desde hace 50 años. La revista Denarius espera que esto no lleve al mundo, como entonces, al preocupante problema del estancamiento con inflación (stagflación), para el que se cae en vacios teóricos muy difíciles de superar, y se torna mucho más complicado calibrar los instrumentos de política económica.
Roberto Gutiérrez Rodríguez
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