Una agenda sobre el coronavirus
Ahora ya sabemos que la vida es comer con un amigo en una terraza, ir de librerías, tomar el sol, ver una película, perderte por una calle desconocida, coger un tren. Por eso, cuando la vida regrese, le pediremos menos cosas. Y tendrá sentido esto. Manuel Vilas (en Twitter, marzo 18 , 2020)
Las crisis hacen aflorar los conflictos y contradicciones que subyacen en el complejísimo entramado que sostiene a las sociedades contemporáneas, junto con sorprendentes reservas de solidaridad y resiliencia. En este siglo XXI que inició con el ataque a las Torres Gemelas en Estados Unidos, hemos presenciado diferentes acontecimientos, desde temblores e inundaciones hasta atentados terroristas y situaciones de guerra de diverso tipo. que impactaron directa o indirectamente esa normalidad aparente en la que todos vivimos y pusieron a prueba la supervivencia de ciudades, comunidades étnicas, países enteros.
Por muchas razones, el coronavirus rebasa a las anteriores. Lo hace por su carácter global, por su letalidad selectiva, por su avance implacable que sorprendió a países que hubiéramos creido preparados para una pandemia. Los numerosísimos artículos, ensayos, reflexiones, informes oficiales sobre el asunto, parecen piezas de un rompecabezas que cada vez resulta más aterrador y preocupante. Es claro en este momento que la plaga va a lastimar profundamente a nuestro país y que sus consecuencias se extenderán por un tiempo largo.
Las catástrofes son también, grandes laboratorios sociales. Más allá de las reflexiones coyunturales y de explicación inmediata, el coronavirus constituye un fértil terreno para la investigación social y más aun, para la investigación interdisciplinaria. En tiempos de reclusión forzada, tal vez sea oportuno señalar algunos caminos amplios de reflexión que, analizados desde diferentes ópticas pueden aportar mayor conocimiento sobre las consecuencias y respuestas a las crisis, alimentar políticas futuras y redireccionar los caminos de desarrollo del país y del mundo. Lo dicho abajo no constituye un catálogo de aciertos o errores gubernamentales, ni una propuesta de políticas públicas, sino una agenda de temas de análisis que se nutre principalmente de noticias y relatos de lo que ha ocurrido hasta este momento en México y en otras partes del mundo en donde ya causó estragos la epidemia.
1. El alto número de víctimas
Un primer rasgo en una pandemia de esta magnitud es el de la enorme cantidad de personas afectadas de muy diversas maneras. En primer lugar, quienes la contraen -con diferentes impactos de acuerdo con factores como edad, sexo y condición física- y quienes por cercanía familiar deben atender a los enfermos y cuidarse del contagio. Ello implica el desgaste físico y emocional de una población que paulatinamente se ve separada de sus actividades normales y obligada a convivir diariamente con la enfermedad y todo lo que esta implica en términos de perdida económica, cansancio, angustia y dolor. En el otro extremo, está la enorme responsabilidad de un sistema de salud público y privado que se sobrecarga de trabajo , máxime, cuando, como en este caso, los enfermos graves demandan equipo especializado para su atención. La existencia de ambulancias, instalaciones, camas, insumos, y personal bien preparado dependen de la capacidad hospitalaria y de un abastecimiento asegurado y constante que, sin desatender la demanda normal de atención médica, sea capaz de hacerle frente a la avalancha de casos que pueden sobrevenir en el pico de la epidemia. Médicos, enfermeras, camilleros, entran en una acción acelerada que puede prolongarse indefinidamente y que recuerda la de los hospitales en las grandes guerras que nuestra generación conoce sólo a través de las películas.
Pero los afectados por la plaga son muchos más. Están también todos aquellos que, por las estrategias de contención ven alterada su vida diaria, su rutina familiar y, más grave aún su economía, cuando la estrategia implica el cierre de su fuente de trabajo o, como empieza a suceder en nuestro país cuando el repliegue de la sociedad conduce a restaurantes, tiendas, hoteles, playas y calles vacíos. La pandemia golpea primero, a quienes dependen del público para su ingreso diario y, después, a quienes resentirán la contracción económica derivada de reducciones en la producción, cierre de empresas y caída de sectores económicos completos. A su vez, y esto lo han estado advirtiendo los economistas, ello reduce la capacidad de compra y lo que nos espera es una contracción de los mercados. Recesión, pues. No es sorprendente, por eso que empresarios connotados llamen a reducir el tiempo de confinamiento a partir de la premisa de que será más perjudicial que se suspenda la actividad económica que la muerte de varias decenas de mexicanos.
Con la distancia y el encierro sociales, hay otro tipo de afectaciones. Se abandona el trabajo, se posponen tareas que parecían urgentes, se cancelan los proyectos, el deporte, la diversión. Las familias deben convivir durante todo el día, en ocasiones en espacios reducidos que ponen a prueba las relaciones personales mientras que, al mismo tiempo, amistades o parientes cercanos se separan por largas temporadas. Las compras y trámites se suspenden. La vida cotidiana, en suma, se paraliza. Más allá de las consecuencias económicas, la nueva situación tiene un efecto en las relaciones humanas que hoy, gracias a las redes sociales encuentran una posibilidad alterna de entretenimiento y contacto que seguramente tendrá efectos inesperados . De entrada y solo como un ejemplo, en Europa hay un retorno hacia la palabra escrita, impulsado por la necesidad de información, de comunicación con familia, amigos, colegas y, hasta de desahogo emocional. Poemas, cuentos, pequeños ensayos, empiezan a invadir el espacio electrónico.
Si bien no pueden llamarse propiamente víctimas (o tal vez sí) , hay un amplísimo conjunto de actores que se vuelven fundamentales en estos casos y que merecen tratamiento aparte, porque de su acción depende que la sociedad sigue en funcionamiento. Va desde los jefes de Estado y sus cuerpos administrativos hasta los responsables de la salud y de la seguridad. De los capitanes de empresa hasta los repartidores de ventas a domicilio. Incluye a servidores públicos, periodistas, policías, militares y vigilantes en aduanas, fronteras y puertos. La lista puede ser inmensa y, cuando el problema tiene dimensiones globales, alcanza a otro enorme conjunto de personas; funcionarios internacionales que mantengan en funcionamiento embajadas y consulados, marinos, pilotos de avión -no sólo pasajeros sino mercancías y correo se siguen transportando regularmente – responsables de tráfico aéreo, a los que habría que añadir toda la actividad relacionada directamente con la fabricación y suministro de insumos, investigación y comunicación oportuna para lidiar con la pandemia. ¿Cómo enfrentan todos estos actores la presión cotidiana, la cercanía de la enfermedad, la responsabilidad adicional que pende sobre sus hombros? ¿Cómo toman decisiones quienes tienen que hacerlo? ¿Qué medidas se toman para proteger a unos y otros? ¿Qué corresponde hacer a otros actores internacionales – Naciones Unidas, el Vaticano, la OECD – que abarcan un horizonte amplio, además de la Organización Mundial de la Salud? Las noticias sobre como se han abordado estas cuestiones en distintos países afectados por la pandemia son contradictorias: los contagios en muchas ocasiones han sido más rápidos que las precauciones tomadas – congresistas, políticos importantes o sus esposas, familias reales en distintos países lo demuestran- no hay trabajos de planeación que consideren muchas de estas actividades y tareas -el desorden en diversas ciudades de los Estados Unidos tiene que ver con falta de información y separación de tareas- y no es fácil poner de acuerdo a actores internacionales en poco tiempo. Pese a las informaciones alarmistas e incluso conspirativas al respecto, es claro que no había estrategias nacionales y menos una estrategia internacional para enfrentar una pandemia de estas dimensiones. Hay por tanto, mucho de improvisación y de reacción a los problemas conforme se presentan y las respuestas de los distintos actores pueden ser altamente diferenciadas.
2. Pandemia y desigualdad social
Un segundo rasgo a tomar en cuenta es el de la diversificación del impacto de la pandemia de acuerdo con el ingreso, el tipo de localidad en que se viva y los recursos adicionales con que se cuente. No se trata solamente de que haya hospital o no, sino del estado de salud diferenciado de quien ha tenido acceso a alimentos sanos, medicinas y visitas al médico durante toda su vida y quien ha atravesado por una vida o largos periodos de penuria y abandono. La salud, dice un connotado científico mexicano, “es un privilegio de clase”. Poblaciones rurales, comunidades indígenas, cinturones de pobreza en torno a las grandes ciudades, pueden constituir escenarios favorables para un virus que se aprovecha del hacinamiento y la debilidad de las defensas físicas de los seres humanos. Circulan ya dos ominosas advertencias: una, que Latinoamérica, con una población pobre y mal alimentada, puede ser un escenario aún más terrible que Europa para el avance de la enfermedad. El otro, que en nuestro país el índice de mortalidad puede aumentar por encima del de otros países, debido al alto número de mexicanos con diabetes.
En el caso mexicano, la pandemia comenzó de arriba hacia abajo en más de un sentido, porque los primeros portadores llegaron en un vuelo internacional y descendieron del avión con el virus a cuestas. Por lo mismo, los primeros afectados han sido viajeros frecuentes -clase media alta en su mayoría – y la afectación no ha llegado aún a niveles de ingreso medio o bajo: de hecho algunos de los primeros enfermos se han atendido en hospitales de alto costo y solamente han dado aviso al sistema de salud del gobierno. No sabemos si habrá la preparación logística para cuando se presente masivamente en las ciudades y si se tendrá la capacidad para atender colonias populares o poblaciones lejanas en donde ni siquiera hay hospital. Deseablemente, por las características de dispersión del virus, es posible que se mantenga en las zonas urbanas y solo esporádicamente llegue a lugares más apartados y, es evidente que el gobierno mexicano confía en que el sistema de salud cuenta con recursos suficientes, No obstante, habría que preguntarse si, a la manera de los simulacros realizados en comunidades indígenas cercanas al volcán Popocatépetl para una posible erupción, hay algún protocolo previsto en caso de una epidemia, para cientos de grupos humanos que en nuestro país viven en zonas apartadas y empobrecidas. ¿Se va a aplicar el protocolo militar de desastres aunque en este caso implique trasladar a enfermos graves y contagiosos a largas distancias? ¿Los acompañará la familia? ¿Habrá personal médico civil o militar suficiente para llegar a tiempo a dónde se le llame, aplicar las pruebas, esperar resultados y establecer medidas de control epidemiológico?
Las preguntas anteriores que desde luego, pueden extenderse a situaciones similares en Centro y Sudamérica encierran no sólo el reconocimiento de posibles escenarios imprevistos en el diseño de políticas públicas, sino del riesgo en que se encuentra un país que ha dejado décadas sin atender debidamente el problema de la pobreza, la insalubridad y la desigualdad en todas sus manifestaciones y, aún más que, a pesar de programas destinados a abatir la pobreza, ha reducido considerablemente el gasto en salud y en atención a desastres.
3. Los adultos mayores.
El hecho comprobado de que la plaga del coronavirus ataca con mayor virulencia a los mayores de 65 años pone de manifiesto otro rasgo de las sociedades modernas, en las que se ha invertido la pirámide poblacional. La alta mortalidad en algunas ciudades europeas ha estado directamente relacionada con la edad promedio de la población: Italia, con una baja tasa de natalidad, es uno de los países del mundo con mayor proporción de adultos por encima de los 65 años y Bérgamo, en donde comenzó la epidemia, es un lugar de retiro de “senior citizens”. En Seattle, en los Estados Unidos, las cifras crecieron exponencialmente porque el virus se introdujo a una casa de retiro de ancianos .
En el caso mexicano, la población de adultos mayores es la que ha recibido mayor atención por parte del gobierno actual en términos de ingreso extra y atención ciudadana, pero ello no va a impedir que la mortandad sea grande en el sector. Los viejos en México son cada vez más y muchos de ellos viven en condiciones precarias. Las familias los ven con frecuencia como un estorbo y sus condiciones generales de higiene y salud pueden ser muy débiles. Aunque afortunadamente el tema se ha empezado a estudiar en círculos académicos, la consideración de los ancianos, como sector que requiere atención médica especializada, alternativas de entretenimiento y lugares amables para terminar su vida, es un aspecto que ha sido apenas recientemente abordado por el gobierno federal y algunos gobiernos locales. Y, de acuerdo con datos oficiales, hay tantos mayores de 60 años en el país como niños de 1 a 5 años.
4. Sociedad civil y resiliencia
Entender y analizar el impacto de la pandemia sobre los actores obliga a reflexionar sobre la capacidad de las sociedades para sobreponerse a las catástrofes. Quienes estudian el riesgo, estudian también la resiliencia social es decir, la capacidad de recuperación y reconstrucción de las comunidades después de una situación traumática. Elementos como la existencia de redes sociales sólidas, de asociaciones diversas que favorezcan la acción concertada, de experiencias de participación previa que preparen a los miembros de una sociedad para actuar sin necesidad de ser dirigidos desde la autoridad, favorecen la solidaridad espontánea y la eficacia de la reconstrucción social. Son esos elementos los que se manifiestan hoy en todo el mundo por parte de ciudadanos que se disciplinan para permanecer en sus casas y no extender el contagio, que cantan o aplauden al personal médico desde los balcones de las ciudades, que comunican información útil a través de sus redes electrónicas. Es la llamada sociedad civil que en México se ha manifestado ya en la respuesta a dos sismos, que adquirió fuerza y consistencia en las primeras décadas de este nuevo siglo pero que en los meses recientes había sido vista con desconfianza por parte de un gobierno que ha preferido descansar en el pueblo desorganizado. Hoy reaparece discretamente en ciudades de distintos puntos del país, reclamando atención y colaborando con el cierre de actividades y el apoyo a los primeros afectados. La recuperación social después de la pandemia requerirá de una sólida estrategia económica por parte de los gobiernos, pero también del concurso de esa vigorosa sociedad civil que surgió justamente del sismo de 1985 y ha rescatado dos veces a la Ciudad de México.
La resiliencia, por otra parte, implica actitudes emocionales y creación de solidaridades que difieren con las situaciones, los contextos previos y las condiciones posteriores a la catástrofe. El silencio de las víctimas que puede extenderse durante décadas, el remordimiento, el dolor, juegan un papel adverso al impulso de reconstrucción y retorno a la normalidad. Habrá una necesidad de líderes que, con una comprensión real de los cambios acaecidos y a partir de la empatía durante el periodo más álgido de la crisis, sepan aportar los recursos materiales y emocionales para la reconstrucción.
5. Investigación social , interdisciplina, ciencia
Si bien los temas señalados reclaman respuestas inmediatas por parte de autoridades y sociedad y es imposible referirse a ellos sin asociarlos a situaciones cercanas, su ennumeración apunta más bien a señalar caminos de investigación que deben y pueden ser abordados sociológicamente o mejor aún, interdisciplinariamente. La separación disciplinaria con frecuencia impide comprender la riqueza de los fenómenos y la complejidad de su comprensión.
El listado dista de ser exhaustivo. Otros temas más, como el nuevo papel de las redes en la construcción de nuevas formas de relación social así como en la diseminación de rumores o información útil; el impacto de la epidemia sobre la vida económica, las deficientes y contradictorias respuestas de muchos gobiernos, junto al ascenso de gobernantes que han sabido aprovechar la coyuntura para mostrar su temple y consolidar su liderazgo, han sido, entre muchos otros, puestos de relieve , junto con la gran cantidad de información sobre la pandemia. Cada uno de estos o aquellos puede ser abordado en sus dimensiones históricas, en sus implicaciones sociales, psicológicas, económicas y médicas; en su interrelación con elementos políticos, culturales, geográficos y ambientales. En su transformación en políticas públicas y en la evaluación de las mismas
Finalmente una reflexión más: la pandemia ha puesto de relieve la importancia de la ciencia, como actividad que los gobiernos deben impulsar, proteger y financiar. La investigación científica que es hoy la esperanza para solucionar la pandemia, a partir de trabajo que se ha hecho en muy distintas partes del mundo, incluido México , es también una actividad que con frecuencia se relega a un segundo plano ante necesidades más apremiantes.
El científico, en cualquier área del conocimiento tiene siempre dos vertientes: la producción de conocimiento nuevo en las universidades, los laboratorios, los centros especializados de un lado y el conocimiento aplicado a partir de la vinculación con el sector privado o con el trabajo gubernamental del otro. Ninguna de las dos vertientes es más importante que otra. Quien se ocupa del conocimiento aplicado lo hace a partir de un conocimiento sólido generado por él mismo en algún momento de su carrera o por maestros o colegas en sus centros de investigación. A su vez, quien hace investigación básica la nutre en parte de la experiencia y los resultados obtenidos por aquellos que utilizan el conocimiento en la vida pública. Todos son científicos: médicos, bacteriólogos, economistas, químicos moleculares, ingenieros, juristas o sociólogos y su relevancia no radica en el cargo que ocupan coyunturalmente sino en el conocimiento que producen y comparten. Hemos constatado en estas semanas como la epidemiología que se basa en nuevas ramas de la biología, requiere de las matemáticas y de la estadística para la previsión de las curvas de expansión de las enfermedades y como la historia de plagas anteriores vividas por la humanidad es fundamental para comprender el desarrollo y las consecuencias de la nueva pandemia. Tal vez uno de los cambios en el futuro posterior al coronavirus en el mundo, será el del reconocimiento de la importancia de la ciencia en cualquiera de sus manifestaciones como factor de fortaleza y supervivencia de las sociedades.
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