¿Resetear o reinventar las escuelas? Seis preguntas de un no-experto
Perspectivas
Esteban Krotz
Los motivos para pedir el regreso de las actividades presenciales en todos los niveles escolares van desde un genuino interés en la compleja situación de la:os alumna:os (su educación formal, su crecimiento en relaciones de cooperación con otra:os, las consecuencias negativas del prolongado encierro, el incremento de la violencia doméstica y de género) hasta la preocupación por las dificultades económicas de las empresas privadas dedicadas a la educación formal, pasando por la duda creciente sobre la efectividad de las clases televisadas y la incidencia real de la docencia virtual del último año y medio. Sin más fuentes de información que prensa nacional y regional, ocasionales noticieros televisados y algunas lecturas más bien casuales de trabajos especializados, se formulan en lo que sigue seis preguntas, acerca de las cuales no se conocen respuestas.
¿Han estado realmente cerradas las escuelas?
Parece que la petición o exigencia de la reapertura se refiere principalmente a los niveles de preescolar a preparatoria, pues al menos en muchas universidades públicas y privadas ha habido continuidad en ciertas actividades administrativas y labores de mantenimiento y, en algunos casos, también actividades docentes presenciales en laboratorios y bibliotecas. Pero, ¿en qué condiciones se encuentran las instalaciones que se pretenden reabrir en todo el país dentro de unas pocas semanas? ¿Será cierto que las secretarías de educación federal y estatales, algunas de las cuales cambiaron de titular en plena pandemia, habrán dispuesto o permitido el cierre físico completo y abandono total durante más de año y medio?
Se entiende que durante los primeros meses de la pandemia, cuando no se sabía casi nada sobre las características del nuevo coronavirus y sus modalidades de transmisión, el cierre inmediato fue una medida sin alternativas. Pero, ¿no era la ausencia previsible de más de un año de estudiantes una condición perfecta para dar mantenimiento a fondo a todas las instalaciones y para mejorarlas? Habrá quien pensará aquí en lo académico: biblioteca, archivos y colecciones, instalaciones y aparatos para las actividades deportivas, musicales y de artes plásticas, conectividad electrónica. Pero parece que en muchos casos estaban –¿y siguen?– pendientes de impermeabilización de techos y pintura de paredes, reparación y ampliación de instalaciones sanitarias y eléctricas, miriñaques y mesabancos.
Particularmente crítica se antoja –al igual que en otras partes del mundo– la situación del agua disponible para lavarse con jabón las manos frecuentemente, para atender los sanitarios, para regar las plantas generadoras de oxígeno en el predio escolar –y para beber–. O sea, no de agua genéricamente adjetivada “potable”, sino realmente saludable, no sustituible por gel de dudosa procedencia y con desconocidos ingredientes. En no pocas escuelas, al parecer, el tinaco en el techo sólo para la burocracia administrativa cuenta como indicador de “conexión al sistema de agua entubada”, pero incluso en la Ciudad de México ha habido señalamientos de la insuficiencia de la cantidad de agua diaria disponible en la antigua normalidad. ¿Y en la nueva, con limpieza y aseo personal más frecuentemente necesarios? O sea, algo que, así se pregunta uno:a, ¿no se podrá haber realizado ya durante un año transcurrido y al menos medio más en condiciones especiales? ¿No merecería este tipo de actividades un auténtico megaproyecto nacional?
¿Para qué sirven finalmente los semáforos?
¿A quién se le habrá ocurrido esto de los semáforos? ¿Habrá sido una buena idea expresar la supuesta síntesis de datos, cifras, argumentos y normas por una imagen que finalmente la sustituyó, si no es que la eliminó?
Por una parte, el semáforo epidemiológico se sobrepuso a otros semáforos de advertencia regionales (por ejemplo, movimientos volcánicos, huracanes). Por otra parte, el semáforo de tránsito no constituye en el país un artefacto que inspira respeto, pues es frecuente observar cómo peatones y manejadores de vehículos lo ningunean. También circulan muchas anécdotas sobre su manipulación inexperta por parte de “la autoridad” y sobre su uso como parte de estrategias de extorsión.
A esto se agrega que, por ejemplo, en el Estado de Yucatán un semáforo epidemiológico local ha competido con el federal. Y a pesar de que el actualmente más difundido por los medios sigue en naranja (mientras que el Estado lleva una semana completa con el doble de muertos diarios por COVID-19 que hace un mes) y de que durante mucho tiempo abundaban las declaraciones de que solamente con semáforo verde se regresaría a la presencialidad escolar, se anuncia ahora la próxima reapertura en todo el país. Se entiende que las situaciones cambian y que, por tanto, también tienen que cambiar las medidas para enfrentarlas, pero no se necesita recurrir a la teoría habermasiana de la democracia para entender la razón por la cual no poco:as ciudadano:as identifican la arbitrariedad como el primer rasgo característico de toda instancia de la administración pública.
¿Y los que ya antes de la pandemia quedaban fuera del sistema escolar?
Esta pregunta no se refiere solamente a quienes tienen que vivir en áreas asoladas por el crimen organizado o cuya triste vida ha sido documentada muchas veces en los miserables campamentos de las grandes empresas hortícolas del Norte y Noroeste del país, ni a la situación de la:os mucha:os transmigrantes en el país. Se refiere en primer lugar a los más de tres millones de niños y jóvenes que no asisten a la escuela y entre los cuales se encuentran mucha:os afectada:os por una discapacidad.
En un sentido más amplio habrá que considerar aquí también a quienes no cuentan en sus casas con libros ni revistas ni con guía para encontrar materiales idóneos en la internet. Abruma el atribulado lamento de una madre que no puede ayudar a sus hijos a avanzar en su formación escolar en las condiciones actuales de clases transmitidas por televisión, porque ella misma no ha podido terminar la primaria. ¿Cuántos padres de familia, incluso cuando quisieran hacerlo, podrían apoyar a sus hijos en la primaria, secundaria o preparatoria durante y después de este tiempo perdido?
¿Cómo dar el brinco sobre año y medio sin escuela o casi sin actividades escolares formales?
Aquí habría que considerar que posiblemente vendrán todavía muchos meses, acaso otro año escolar completo perdido o medio perdido, ya que se acaba de explicar que el regreso a clases presenciales será voluntario ¿Qué hará/qué se hará para la:os niña:os de los primeros grados de primaria, quienes en los ambientes de analfabetismo funcional de sus domicilios ya han olvidado lo que habían empezado a aprender para leer y escribir? La enorme cantidad de escuelas, facultades, departamentos, licenciaturas, maestrías, doctorados, universidades y centros académicos especializados en “educación” en el país, algunos de los cuales hasta cuentan con revistas y líneas editoriales, ¿ha servido para aportar a las secretarías “de educación” para inventariar, sistematizar y analizar lo sucedido durante el año y medio pasado? ¿Para proponer estrategias? ¿Con base en qué teorías y qué “modelos educativos” tomados de dónde?
Fue llamativa una de las primeras declaraciones de la nueva secretaria federal de educación en el sentido de que no se debería reprobar alumna:os (se supone que en el presente ciclo escolar, porque, como propuesta general, esta idea acabaría con un pilar de la educación escolar formal actual), “porque no todos tuvieron las mismas oportunidades para el aprendizaje”. En algunas universidades parecen existir indicaciones informales semejantes (reportadas, por cierto, ya anteriormente en algunas para no reducir el ingreso de colegiaturas, en otras para no poner en peligro la siguiente “evaluación” externa).
Pero lo que en términos humanos es entendible y hasta motivo de celebración, ¿qué efectos tendrá en el futuro, especialmente si la situación durará al menos medio año más? ¿Quién querrá contratar a un:a arquitecta:o, física:o, enfermera:o, ingeniera:o o veterinaria:o, quién querrá consultar con un:a médica:o, abogada:o u odontóloga:o a alguien titulada:o quien ha pasado la mitad de su carrera frente a una pantalla y recibido calificaciones aprobatorias tal vez solamente para “no perjudicar la imagen de la institución”? ¿Qué haremos en las universidades con generaciones de estudiantes que durante dos tercios de su secundaria o su preparatoria han tenido que pelearse la pantalla de televisión con otra:os integrantes de la familia y cuya:os padres no cuentan con los medios para pagar instructores particulares?
¿Por qué no iniciar procesos de reflexión colectiva antes de seguir?
En algunas declaraciones gubernamentales se ha convocado a los padres de familia para limpiar pisos y mesabancos, para chapear maleza y pintar rejas y sillas oxidadas, tal vez hasta para colocar miriñaques (ya que la frecuente ventilación es otra de las sugerencias médicas para aglomeraciones de personas) –actividades todas que se supone se podrían haber hecho/habrían hecho durante al menos un año de inactividad docente en las escuelas–.
¿No habría que empezar de otro modo?
¿Por qué no son convocados los padres de familia para testimoniar, poner en común, reflexionar sobre experiencias personales, domésticas y educativas durante el tiempo pandémico transcurrido? ¿Por qué no se inicia el año escolar con amplias y bien preparadas sesiones sobre estos temas con la:os estudiantes?
Desde luego, esto vale también para las universidades: ¿en vez de hacer como si nada hubiera pasado, con calendarios y cuentas de “créditos” como antes, llevar a cabo congresos por facultades, divisiones, departamentos, programas de estudio, con docentes y estudiantes de grado y posgrado para compartir experiencias personales y académicas y buscar caminos en esta situación pandémica inaudita?
Y ¿no tendría que ser un punto importante por discutir el uso de plataformas electrónicas, que implica obligar a la:os estudiantes a entregar datos de identificación personal, sus retratos fotográficos e imágenes de sus domicilios, y sus ideas, preguntas y puntos de vista a empresas cuyo modelo de negocio es precisamente la recopilación masiva de este tipo de información?
¿Qué idea de la educación, de la ciudadanía, de la persona se asoma en el procedimiento decretado?
Finalmente, ¿no sería conveniente repensar radicalmente la escuela antes de abrirla de nuevo?
Actualmente, noticias y opiniones rebosan tanto de verbos que inician con el prefijo “re” que una:o puede dudar de si la cacareada “nueva normalidad” no pretende ser exactamente la reanudación y continuación de la antigua. Pero esta pandemia, que no ha terminado aún, no solamente ha generado empobrecimiento de mucha gente, especialmente de gente ya de por sí pobre, y otros problemas individuales y sociales, sino que también ha visibilizado muchos problemas más bien ocultos (entre ellos, evidentemente, los del sistema de atención a la salud y a la:os adulta:os mayores y los de la producción de medicamentos e instrumental sanitario, orientados todos por la “lógica” mercantil). ¿No sería el momento propicio para re-pensar radicalmente la escuela?
Radicalmente, o sea, no como problema técnico, administrativo, “pedagógico”, de “requisitos” formales, de “indicadores” cuantitativos, sino desde sus raíces.
Claro, una pregunta es quién podría impulsar, incentivar, acompañar, nutrir tales procesos. ¿Habrá capacidad en nuestras universidades, cuyos “modelos educativos” y “sistemas de evaluación” parecen haber encarrilado desde hace tiempo a académicos y estudiantes en la reproducción de ideas y trayectorias avaladas por instituciones “norteñas” más que por atender las condiciones locales concretas, entregado cada vez más poder académico a instancias y funcionarios administrativos, cargado cada vez más al personal académicos de labores administrativas y secretariales?
Empero, parece que si hay un lugar en el mundo donde se ha adelantado desde hace décadas trabajo en este sentido para el Sur y desde el Sur, es América Latina. Un mundo sin escuelas sigue siendo un manifiesto contra la educación domesticadora. De hecho siguió el camino abierto por ideas sintetizadas en La educación como práctica de la libertad, que a su vez se basó en la clásica denuncia de la educación “bancaria” domesticadora, contraponiéndola a la pedagogía emancipadora. Su autor, Paulo Freire, se ubica entre los autores latinoamericanos más citados, pero, al igual que Iván Illich, el autor del primer texto mencionado no suele estar presente en los “modelos educativos” universitarios vigentes. ¿Será que éstos ambicionan consolidar “la nueva universidad” puesta en evidencia hace ya dos décadas por el sociólogo y antiguo rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Pablo González Casanova, como instancia profundamente marcada por el neoliberalismo, cuya reproducción se dedica a promover? [1]
*
Reabrir las escuelas, ¿será sinónimo de re-setear las instituciones y los procesos y modelos pedagógicos establecidos? ¿Sinónimo de repetir y acaso perfeccionar los criterios burocráticos y evaluativos destinados a reproducir la desigualdad, atrofiar la libertad, minar la solidaridad mediante “competencias” en competencia, reforzar el colonialismo interno? ¿O una oportunidad para repensar y replantear instituciones y modelos y procesos y objetivos educativos en aras de una nueva normalidad por construir?
[1] Lamentablemente, las versiones gallegas y mexicanas del importante estudio de Pablo González Casanova, La nueva universidad, han sido retiradas de la internet. Sin embargo, el texto forma parte de su libro, La universidad necesaria en el siglo XXI, pp. 101-114 (Era, México, 2007, 2ª reimpr.). Una visión semejante desde la antropología ofrece Esteban Krotz, «Las ciencias sociales frente al ‘Triángulo de las Bermudas’: una hipótesis sobre las transformaciones recientes de la investigación científica y la educación superior en México» (en: Revista de El Colegio de San Luis, Nueva época, año I, enero-junio de 2011, pp. 19-46). También vale la pena estudiar al respecto al trabajo del filósofo mexicano Gabriel Vargas Lozano, Educación por competencias, ¿lo idóneo? (Torres, México, 2010).
Esteban Krotz
¿Resetear o reinventar las escuelas? Seis preguntas de un no-experto.
En: Revista Común, Cd. de México, 22-07-2021.
<https://revistacomun.com/blog/resetear-o-reinventar-las-escuelas-seis-preguntas-de-un-no-experto/>
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