Entre la investigación y la profesionalización
Ciencias Sociales.
Entre la investigación y la profesionalización[1]
Para iniciar una plática con este nombre, tendríamos que empezar por preguntarnos si existe un conjunto teórico, metodológico, conceptual que podamos reconocer como “las Ciencias Sociales.” Se trata de una pregunta capciosa, porque implica discusiones largas tanto sobre el carácter científico de nuestro quehacer, como sobre si éste puede ser comprendido como un conjunto. Por lo mismo me adelanto a decir -digamos provisionalmente- que me refiero a las Ciencias Sociales como un conglomerado de formas de pensar que se orientan básicamente por una necesidad de sistematizar, ordenar e interpretar la vida colectiva (a partir de grandes teorías explicativas, de cadenas de sucesos significativos, de situaciones que se repiten, de análisis coyunturales) y , de otra parte, que se orientan por lo que Mills llamaba la “imaginación sociológica”: la capacidad de explicar a los demás aquello de la vida diaria que les es común y que deriva, justamente, de su existencia colectiva.
La Antropología, la Sociología, la Ciencia Política, la Ciencia Jurídica, la Administración Pública, la Geografía Social, la Economía, la Historia y las llamadas Ciencias de la Comunicación comparten el objetivo fundamental de un mayor y más preciso conocimiento de la vida social que es y ha sido al mismo tiempo un compromiso con las sociedades de cada época. En la medida, dice Elster[2] (y estoy parafraseando) en que cada decisión individual tiene una infinita variedad de posibilidades explicativas (conductuales, psicológicas, emocionales) lo que cuenta (para nosotros) son las acciones colectivas y si éstas pueden ser explicadas.
Se trata de una hermandad teórica y de propósitos que, sin embargo, difiere en el punto de partida y en las conclusiones de llegada, en la preferencia o disgusto por ciertas interpretaciones, en el aspecto preciso de la sociedad que interesa a cada disciplina y en la metodología elegida para descifrar su objeto particular de estudio. Así, al mismo tiempo que compartimos una comunidad de intereses y de coincidencias, defendemos a capa y espada nuestro territorio disciplinario y con frecuencia rechazamos cortés y obstinadamente los llamados a la interdisciplina.
Y sin embargo, distintos estudios han mostrado que el abordaje interdisciplinario de distintos aspectos de la vida social es enormemente rico y sugerente; pensemos en temas como el agua, la pobreza, el riesgo, las migraciones, la violencia o el cambio climático: cuando el análisis de cualquiera de esos temas se aborda desde diferentes perspectivas (antropológicas, históricas, geográficas, politológicas) el fenómeno se vuelve más complejo, pero al mismo tiempo más rico en implicaciones, obstáculos, actores, consecuencias y caminos de solución. De igual manera, la interdisciplina enriquece las opciones metodológicas: hay posibilidades aumentadas en el cruce de métodos cualitativos con cuantitativos; en el uso de estadísticas junto con historias de vida; de experimentos controlados con interpretaciones históricas; de la elaboración de tipologías e hipótesis de mediano alcance para explicar fenómenos similares que se presentan en distintos contextos o distintas épocas, pero que son modificados por su propia realidad circundante.
Como tendencia, la interdisciplina, está dando respuesta a la doble vertiente en la que se debaten actualmente las Ciencias Sociales: la de la investigación orientada por la búsqueda de nuevo conocimiento fundado en los principios teóricos de las disciplinas y la de la profesionalización, orientada simultáneamente por la práctica docente y por el mercado de trabajo.
Hablar de una doble vertiente obliga a recuperar el origen mismo de nuestras ciencias Sociales que, desde el inicio tienen una intención explicativa e inquisitiva: sabemos que para acercarnos a la vida social se requiere un análisis profundo de contextos y situaciones, relaciones económicas, patrones culturales, toma de decisiones, actores sociales de diversos tipos. Hay que investigar. Quienes nos dedicamos a la investigación, la entendemos como fuente inagotable de ideas y, principalmente, de nuevas preguntas. La disfrutamos y la padecemos. La investigación nos mantiene en continua observancia de una sociedad que nos sorprende a cada paso.
Del otro lado, nuestras disciplinas, en la medida en que se han institucionalizado, han tendido crecientemente a la profesionalización. Profesionalizar implica en primer lugar, el establecer una serie de reglas que limitan el ejercicio de una disciplina y la monopolizan para aquellos que dominan esas reglas. Pensemos como ejemplo en los médicos o los ingenieros. Para construir un puente o sacar un apéndice, es preferible que quien lo haga cuente con un papel que lo acredita como miembro de una profesión. El papelito implica que, si son médicos, han aprendido anatomía y fisiología, que han hecho práctica quirúrgica y hospitalaria, que conocen el efecto de un gran número de sustancias químicas sobre el cuerpo humano; si son ingenieros, sabemos que saben hacer cálculos, que tienen conocimientos avanzados de física de los cuerpos, que conocen de resistencia de materiales y, por supuesto, del efecto de los sismos sobre las estructuras. Por lo mismo, implica también la existencia de programas de estudio reconocidos, cuerpos de profesores y nuevos integrantes de la profesión con cada nueva generación que aprueba los requisitos establecidos por los miembros de la misma.
A partir de los años cuarenta del siglo XX en México -y entiendo que ello ocurrió también en otros países- se produce un doble proceso de institucionalización y profesionalización: escuelas, institutos, editoriales, revistas, crean el marco adecuado para un ejercicio de la investigación social -en aquel momento muy comprometida con la construcción del estado nacional- y para el diseño de contenidos curriculares que garantizaran la formación de profesionistas dentro de ciertos requerimientos y limites disciplinarios. Estos últimos diferían en la exigencia de corrientes teóricas, autores y conocimientos básicos, problema que, como sabemos, sigue existiendo (¿Debe el estudiante de Ciencias Sociales saber matemáticas? ¿Inglés, francés o maya? ¿Resolver problemas prácticos? ¿Leer a Marx o a Weber? ¿A Durkheim, a Levi-Strauss, a Hobsbawn o a Foucault?
En donde siempre ha habido acuerdo, es en que el estudiante debe ser preparado rigurosamente para la investigación. Le dotamos de elementos metodológicos (qué es una hipótesis, qué es una pregunta de investigación, cómo se define un tema), de recursos técnicos (cómo hacer entrevistas, cómo diseñar encuestas, cómo llevar un diario de campo, cómo revisar documentos y cómo citarlos). Exigimos de él -o ella- compromiso con la verdad y, dentro de lo posible, originalidad y, nuevamente, imaginación sociológica. Al igual que las ciencias naturales, consideramos a la investigación como la base de nuestras disciplinas.
Sabemos, al mismo tiempo, que los espacios para la investigación son limitados, que, aunque deseablemente debería haber mayor presupuesto invertido en las universidades para que éstas contraten académicos que piensen, analicen, propongan, para que, en una palabra, investiguen, no es posible asegurar un lugar a nuestros egresados -ni siquiera a los de doctorado-, ni todos los egresados desean seguir investigando el resto de sus vidas: la profesionalización implica que muchos de ellos están volcados hacia objetivos más prácticos y prosaicos. O más románticos, porque la promesa de las Ciencias Sociales es, a fin de cuentas, la de una sociedad mejor.
En el marco de esa manifiesta tensión, las Ciencias Sociales han expandido notablemente su universo. En el caso mexicano es una expansión que se inicia a partir de 1970. Un aumento considerable de la inversión estatal en la educación superior –que algunos autores han visto como consecuencia del movimiento estudiantil de 1968–, durante las décadas 70-90 se suma a una mejor comprensión de la utilidad misma de las Ciencias Sociales. En ese periodo se fundan, además de la Universidad Autónoma Metropolitana y de numerosas carreras de Ciencias Sociales en universidades de todo el país, los Colegios de Michoacán, Sonora, Frontera Norte y Jalisco; llega a México la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y se crea el Consejo Mexicano de Ciencias Sociales (COMECSO). En la última década del siglo la Academia Mexicana de Ciencias se abre a las Ciencias Sociales.
Permítanme dar algunas cifras. Existen en el país (los datos son de 2013) alrededor de 1,500 entidades (en 831 instituciones de educación superior) que ofrecen un número similar de programas de licenciatura relacionados con las Ciencias Sociales a cerca de 250, 000 estudiantes. Hay 862 programas de maestría y casi 300 de doctorado de Ciencias Sociales en el país con un total aproximado de 27 mil estudiantes. (Advierto que mis cifras no incluyen a las escuelas de Derecho, las de Comercio y Administración que desequilibran toda la interpretación y, por problemas de la investigación de donde proceden, no son conclusivas, aunque sí bastante exactas en las tendencias que registran).[3] Datos conjuntos, usando la clasificación de CONACYT, apuntan a un 67% de egresados de doctorado en los campos de las Ciencias Sociales y las humanidades. Rosalba Casas, con datos de ANUIES y CONACYT da una cifra de 7, 573 graduados entre 2000 y 2013.[4]
Para esa expansión de la formación profesional (y de grado) se requieren profesores: las cifras nos dan un aproximado de 42 mil académicos de Ciencias Sociales en el país, de los cuales 14, 470 (el 35.1%) son de tiempo completo y el resto son de medio tiempo (7.2%) o están contratados por horas de clase (el 57.1%), lo cual apunta a un problema serio que no dará tiempo de tratar aquí. De esos 14, 470 en el SNI hay solamente alrededor de 4,500 investigadores (el 31%) (Las cifras son aproximadas porque el SNI tiene separadas las áreas 4 y 5, así que descanso en un cálculo manual y tentativo hecho por el Alfredo Hualde y Miguel Ángel Ramírez[5]). Aunque se introduce nuevamente la distorsión del Derecho y la Contaduría, la participación relativa en el SNI no difiere gran cosa de las otras áreas, por lo menos en los niveles 1 y 2.
Los Centros Públicos de Investigación tienen un papel relevante en relación con las capacidades de investigación en Ciencias Sociales del país: con solo 762 investigadores (5% del personal académico de tiempo completo en Ciencias Sociales en el país), cuentan con 570 investigadores en el SNI (el 16% del total de investigadores SNI en el área 5) (OC, 2017).
De lo dicho aquí se desprenden algunas tendencias importantes que se repiten en varios países de América Latina (en una mesa reciente con colegas de Argentina y Brasil encontramos grandes coincidencias):
- En primer lugar, la concentración de carreras, centros de investigación y posgrados, primero en la región metropolitana y luego, en la región noroeste, en donde la UBC, Unison, UAS y el Colegio de la Frontera Norte han creado un interesante polo de desarrollo para las Ciencias Sociales. Hace 7 años un informe de la UNESCO sobre la situación de las Ciencias Sociales en el mundo, señalaba las numerosas brechas que dividen a países del norte y del sur (ya nadie habla de primer y tercer mundo porque se perdió el segundo), y también a las Ciencias Sociales de las naturales: brechas en la asignación de fondos de investigación; disminución en todos los casos de los mismos fondos (Jeffrey Hall, premio nobel de medicina 2017 anunció recientemente su retiro de la investigación por falta de financiamiento adecuado); brechas entre las políticas de publicación y entre el inglés y el resto de los idiomas del mundo; brechas en el uso que los gobiernos dan al conocimiento generado en los ámbitos académicos; entre la disponibilidad de recursos -bibliotecas, internet, espacios adecuados, reconocimientos, congresos, premios de unos países frente a otros.[6] Cuando lo publicamos en español, un año más tarde, yo subrayé que esas mismas brechas entre países se encontraban con frecuencia entre universidades en nuestro propio país. Ello obedece en primer lugar a un problema histórico de centralización política, pero también a otros factores como tradición académica, prioridades locales, recursos de distinto tipo que inciden sobre la calidad y el prestigio de las formaciones profesionales y la vida universitaria. La agudización de las diferencias impulsa una tendencia a buscar no responsables, sino culpables de la situación: el gobierno federal, el local, el neoliberalismo, la privatización, el CONACYT, los mecanismos de evaluación y las políticas estatales de ciencia y tecnología. En cada uno, en efecto, hay una parte de responsabilidad, magnificada por razones de desarrollo económico regional y por recortes presupuestales de coyuntura (ahora nos viene el de la reconstrucción después del sismo) pero que no se puede separar de los elementos antes mencionados (historia, prestigio, recursos, tradición académica) que también explican con frecuencia orientaciones, temas y abordajes.
- Destaca el crecimiento de las instituciones privadas, lo cual no es necesariamente grave si se considera que universidades como el ITESM, el ITAM o la Universidad Iberoamericana ya crearon una seria tradición académica en las Ciencias Sociales. Sin embargo, al lado de ellas, prolifera una multitud de universidades patito y semipatito que aumentan enormemente la oferta de carreras de Comunicación, Psicología Social (manejo de personal, relaciones humanas) y Educación, incluso a nivel de maestría y doctorado (me referiré a este último fenómeno más adelante). Universidades pequeñas (de garaje, las llaman algunos) para las cuales es relativamente poco costoso organizar estudios de Ciencias Sociales y que encuentran un mercado diverso encabezado por estudiantes a quienes dan miedo las matemáticas y que prefieren lo que consideran una carrera “fácil.” Operan con un número relativamente reducido de alumnos a los que les cobran lo suficiente para sostener el local y para la paga exigua de profesores de asignatura que complementan su también exiguo salario como profesores (generalmente de medio tiempo o por horas de clase) en las universidades más grandes. Finalmente, a pesar del gran número de entidades y programas, el mayor número de estudiantes, al menos en la licenciatura, siguen estando en las universidades públicas, aunque las privadas empiezan a acercarse al 50 % en los posgrados, de los cuales solamente 16% tiene el reconocimiento en el PNPC.
- El relativo descenso de las carreras “madre” en favor de las carreras profesionalizantes que ofrecen perspectivas interdisciplinarias y que han ganado terreno a las viejas disciplinas que, aunque prestan sus conocimientos y sus teorías explicativas a todas las anteriores, en tanto disciplinas fundadoras solamente se enseñan en las universidades públicas y en unas cuantas privadas. Hablo de carreras como Trabajo Social, Políticas Públicas, Relaciones Internacionales, Turismo, Psicología Social, Relaciones Industriales y Educación en sus diversas modalidades (política educativa, diseño curricular, educación y sociedad) que sin duda utilizan a la Sociología, la Ciencia Política, las Relaciones Internacionales, la Geografía, la Economía y la Historia como materias del curriculum, pero no como disciplinas de investigación que requieran ampliar su acervo de conocimientos. Un ejemplo son los programas de licenciatura en Turismo, que incorporan a la Antropología, la Arqueología, la Historia y la Sociología, como elementos formativos en una carrera eminentemente aplicada. Algo semejante ocurre con los numerosísimos posgrados en educación que dan a muchos profesores universitarios la posibilidad de redondear su carrera académica (y acceder a diversos estímulos) con una formación ecléctica que ya no hace investigación disciplinaria sino interdisciplinaria. Finalmente, la parte positiva de la profesionalización es que aprovecha la interdisciplina para brindar mejores instrumentos de intervención en la vida social.
Lo cual me devuelve a esa tensión de la que hablaba al inicio, entre investigación y profesionalización o como la ha llamado Oscar Contreras desde otro ángulo, “entre la pertinencia científica y la relevancia pública del conocimiento.”[7] Este autor encuentra en nuestro conjunto (el área 5, el área 6) de un lado grupos de investigación y formación identificados por la búsqueda de nuevo conocimiento y, del otro, Ciencias Sociales “con una participación creciente en la elaboración de diagnósticos y propuestas para el país.” Sigo citando a Oscar Contreras que añade dos orientaciones más: la del discurso militante y la que se propone el fortalecimiento de grupos, movimientos y sectores sociales, muy ligada al viejo enfoque de la investigación-acción. A estos dos acercamientos a las Ciencias Sociales que ya han ido quedando obsoletos, no me voy a referir. Sí, en cambio, a los otros dos porque son manifestaciones de esa tensión entre investigación y profesionalización. Es decir, entre la vocación investigadora -o investigativa- de las Ciencias Sociales y la doble necesidad de aplicar sus descubrimientos y saberes en beneficio de la sociedad y de dar respuesta a sus propios egresados que reclaman un mercado de trabajo y conocimientos prácticos para incorporarse al mismo. En la medida en que nos constituimos como campos profesionales, adquirimos una responsabilidad que ya no es exclusivamente con la búsqueda del conocimiento nuevo, sino con la utilización, por parte de la sociedad, de aquellos especialistas que estamos preparando y de los cuales, sobra decirlo, solo una pequeña porción se dedicará a la investigación. Estamos preparando dos tipos de profesionistas: unos orientados a la resolución de problemas prácticos, los otros a la investigación académica. Y estamos haciendo dos tipos de investigación con dos temporalidades. Una que aporte nueva luz sobre problemas y otra que aporte soluciones de corto y mediano plazo que la propia sociedad demanda. Diversos trabajos recientes señalan la creciente interacción entre gobierno y centros de investigación -algunos más que otros y algunas veces exitosa y otras no- que sin duda estimula esta doble vertiente de la ciencia social, teórica y aplicada.
No me voy a referir, porque es tedioso, a las contradicciones y posiciones antagónicas que derivan de esta tensión y que incluyen el rechazo a las llamadas “competencias” en la formación profesional a las que se achaca servir al vilipendiado “mercado de trabajo”; el excesivo énfasis en la pureza teórica, la desconfianza de unos respecto de los otros o la defensa gremial a ultranza que rechaza o desconoce las nuevas posibilidades heurísticas y explicativas de la interdisciplina. Recuerdo un excelente artículo de Claudio Lomnitz sobre el relativo declive de la Antropología en el país y en el cual, después de un brillante diagnóstico, sus propuesta final era revitalizarla a partir de la Etnografía (metodología propia de la misma Antropología) y no de la Ciencia Política, la Sociología, la Geografía o la Psicología, a las que consideraba más como ciencias rivales que como colaboradoras.[8]
No obstante, se empieza a manifestar una sana tendencia a la interacción entre todas las Ciencias Sociales, que incluye no sólo la flexibilización curricular y la multiplicación de carreras profesionales y posgrados interdisciplinarios, sino también la reflexión conjunta y múltiple de investigadores sobre problemas cruciales como el agua, la violencia, el crecimiento urbano, la crisis de las democracias o las relaciones de género. La Asociación Internacional de Ciencias Sociales (ISSC) de la UNESCO, la misma que promovió el informe de 2010, recién acordó en Taipei su fusión con el Consejo Internacional para la Ciencia en una sola organización que aborde conjuntamente los que se ven actualmente como los problemas urgentes del planeta: el cambio climático, la escasez de agua, las grandes migraciones, la atención a los desastres.[9] En el caso mexicano, de nuevo, es el posgrado el terreno más vanguardista. Los estudiantes de posgrado hoy enfrentan con audacia y eclecticismo una gran diversidad de temas interesantes que empiezan a conformar un acervo para el conocimiento del país mucho más sólido y sugerente que el que hicimos las generaciones anteriores. Teorías de redes sociales, políticas públicas, movimientos sociales, discurso, gobernanza, organización, junto a conceptos como confianza, reciprocidad, sociedad civil, trauma social, calidad democrática, agregan profundidad a las anteriores explicaciones basadas en el conflicto social, la cultura, los límites del sistema o el predominio de las élites. En tres días asistiré al examen de doctorado de un viejo luchador social de filiación maoísta que, con un conocimiento sólido de la historia y la teoría de la democracia, ha estudiado sus propios proyectos de organización popular de los años setentas, a la luz de la psicología cognitiva y los límites de la racionalidad.
Además de los prejuicios o reservas de los propios académicos, los escollos más grandes para el avance de la Ciencia Social, en las dos direcciones, son institucionales: la aprobación por parte de gobiernos locales de nuevas universidades y programas sin supervisión autorizada de programas y planes de estudio; la definición arbitraria o equivocada de las áreas académicas por parte de CONACYT, la SEP o a veces por la organización de cada universidad; la evaluación diferenciada de trabajo individual frente a trabajo colectivo aunada a las dificultades y obstáculos burocráticos impuestos a los proyectos colectivos de investigación; la asignación de académicos mal calificados para la evaluación de programas de posgrado; la asignación presupuestal de abril a octubre que deja descubierta una tercera parte del año, se suman a los problemas generales de la educación superior y la investigación en el país y conforman una agenda colectiva que deberíamos compartir al igual que empezamos a compartir el estudio de algunos temas o la hechura de artículos y libros. Confío en que quienes participamos en esta reunión podamos dar un ejemplo de colaboración de estilos académicos, información y abordajes en un diagnóstico compartido de nuestras disciplinas.
[1] Conferencia en Encuentro “El desarrollo institucional de las Ciencias Sociales en Centroamérica y México”, El Colegio de Michoacán, noviembre 23, 2017
[2] En La explicación del comportamiento social, Gedisa, 2010
[3] Cf. Oscar Contreras y Cristina Puga, Las Ciencias Sociales en México, COMECSO/Foro Consultivo/Conacyt/2015. (http://www.foroconsultivo.org.mx/libros_editados/Ciencias_sociales_mexico_COMECSO-2016.pdf). Las disciplinas y formaciones profesionales considerados fueron: Administración Pública, Antropología, Ciencia Política, Ciencias Jurídicas (sólo posgrados y centros de investigación; excluye escuelas y facultades de Derecho), Comunicación (o Periodismo), Demografía (o Estudios de Población), Desarrollo Regional, Desarrollo Intercultural (y otras semejantes, relacionadas con cuestiones étnicas y comunitarias), Educación, Economía, Geografía, Historia, Psicología Social (excluye Psicología clínica), Salud Pública (excluye Medicina), Sociología, (excluye Pedagogía), Relaciones Internacionales, Trabajo Social y Turismo.
[4] Rosalba Casas “Ciencias Sociales en México: producción de conocimiento, formas de organización y relación con la sociedad” en Puga, C. (coord.), Panorama de las Ciencias Sociales en México, FCPyS, UNAM (en prensa)
[5] “Ciencias sociales y desarrollo económico: un ejercicio de interpretación en perspectiva regional” en Ibid.
[6] Informe sobre las ciencias sociales en el mundo. Las brechas del conocimiento. UNESCO, IISC, Foro Consultivo científico y Tecnológico, 2011. 425 pp. (http://www.foroconsultivo.org.mx/libros_editados/informe_sobre_las_ciencias_sociales_en_el_mundo.pdf).
[7] “Ciencias sociales y políticas públicas: la alianza inestable”, en Contreras y Puga (coords) Las Ciencias Sociales y el Estado Nacional en México, FCE (en prensa)
[8] “La etnografía y el futuro de la antropología en México”, Nexos, noviembre 14,2014
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