Humus Academicus
Oscar Misael Hernández-Hernández
El Colegio de la Frontera Norte
Cuando falleció el Dr. Jorge Bustamante, fundador de El Colegio de la Frontera Norte, una colega expresó que si algo había aprendido de él era la humildad en el quehacer académico. Yo coincidí y la rememoración me llevó a pensar en el tema de la humildad académica, no sólo como concepto, sino también como práctica, incluso como performance. Después de todo, como Pierre Bourdieu mostró hace casi cuatro décadas en Homo academicus, si algo caracteriza a las universidades y, en particular, al profesorado, no es precisamente la humildad. Aunque hay excepciones, claro está.
En su momento y contexto, el sociólogo francés descubrió que la universidad era un campo donde el poder académico y el prestigio intelectual, funcionaban como armas que servían para la lucha entre personas situadas en diferentes disciplinas y distintas posiciones. Para Bourdieu, se trataba de una pugna caracterizada por la competencia, pero también por la desigualdad de capital y, por supuesto, por la dominación de unos (a través de la violencia simbólica) hacia otros.
La humildad, según el Diccionario de la Lengua Española, es una “virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento”. Por otro lado, etimológicamente la palabra humildad “viene del latín humilitas y esta deriva (el sufijo –itas indica “cualidad de ser”) de la palabra humus que significa tierra. En otras palabras: ser humilde significa reconocer, ante sí mismos y ante otros, que no todo sabemos ni podemos. Incluso, como me sugirió un colega, reconocer que lo que sabemos proviene de otros, que nos precedieron, pero también de quienes nos rodean. Hay que pisar tierra (humus), como se dice.
Desafortunadamente, el Humus academicus o académicos que pisan tierra en el sentido etimológico de humildad, son entidades raras. Las armas del campo universitario o académico, parafraseando a Bourdieu, las conoció un colega hace algunos años, según me confió, cuando en una reunión otro colega expresó mirándole de frente: “Hay algunos investigadores jóvenes que ya se creen migrólogos, pero no es así”. Las variables generación y campo de expertise fueron usadas para demeritarlo. Tiempo después se disculpó con él, lo que en parte mostró humildad al reconocer su agravio, pero no duró mucho.
Tampoco olvido al profesor que, ante la propuesta de otros dos de una nueva materia en la currícula de un programa de posgrado, no sólo cuestionó el contenido de la misma arguyendo que “era confusa y carecía de una buena justificación”, sino también escribió un correo electrónico kilométrico en el que “les daba” una cátedra sobre determinado concepto, haciendo una historia enciclopédica del mismo. Cabe destacar que los proponentes eran especialistas en el tema, mientras que el otro, bueno, él respondía cuanto correo le llegaba y escribía de todo.
Sin embargo, el Humus academicus se ha puesto a prueba mayormente en su relación con las y los estudiantes. Se trata de un tema preocupante. En 1992, por ejemplo, Andoni Garritz, un destacado físico-químico mexicano, al escribir la editorial de una revista cuyo tema fue La virtud de la humildad académica, señaló: “No celebro la prepotencia docente”, pues en su opinión ésta reflejaba dos vicios: por un lado el “alarde de una actitud irracional de vasallaje sobre los alumnos”, lo que limitaba el aprendizaje, suscitaba el odio hacia el profesor y reproducía el vasallaje; y por otro, una “vaga idea de la naturaleza del conocimiento científico y técnico”.
Claramente, Garritz se refería a la prepotencia docente como una de tantas expresiones de falta de humildad académica o, lo que es lo mismo, a su contraparte: la soberbia, ese sentimiento de superioridad ante otros, que resulta en un trato distante o despreciativo. Por supuesto, la soberbia no es exclusiva de los académicos, pero el tema no es para menos, pues es muy común. Hace algunos años, por ejemplo, durante la presentación de proyectos de tesis de estudiantes universitarios, una colega invitada como comentarista les dijo que eran una vergüenza tanto para ellos como para sus familias, debido a las limitaciones analíticas.
Recientemente, un estudiante de doctorado se vio obligado a cambiar de director porque éste le refutó que no hacía todos los cambios que le pedía en su tesis. Las justificaciones académicas del estudiante, ante cada observación o sugerencia, de nada sirvieron; incluso tuvo que buscar un nuevo comité porque el anterior era leal al director y renunció. Otro caso es el de una estudiante, también de doctorado, quien fue cuestionada por sus codirectoras porque “se atrevió” a escribir utilizando el estilo de un reconocido antropólogo. La respuesta que recibió fue que el antropólogo era el antropólogo y ella apenas era una estudiante en formación.
Como ante se señaló, el tema de la prepotencia docente como expresión de la falta de humildad académica, es común, pero también es grave. En 2013, por ejemplo, un estudio realizado en una universidad del noreste de México, encontró que: “los estudiantes perciben agresiones por parte del maestro y más frecuentemente como testigos que como víctimas”. Las respuestas más altas de los estudiantes como testigos fueron: “te ignora” (40.6%), “te menosprecia como estudiante” (36.6%), “te excluye” (33.8%) y “es injusto a la hora de evaluarte” (31.2%). Los datos quizás son viejos, pero la depresión y ansiedad, en especial entre estudiantes de doctorado, son un fenómeno muy actual.
En 2018, un estudio realizado en Bélgica afirmó que la salud mental de los doctorantes tiene mucho que ver con “el tipo de director, el cual puede influir de forma positiva o negativa”. Incluso, se encontró que “Cuando el director de tesis era inspirador para sus doctorandos su salud mental era mejor”. Lo contrario es obvio. Algunos especialistas señalan que el problema de fondo son las prácticas pedagógicas tradicionales, tales como las relaciones de poder-sumisión, pensar al profesor o académico como la única fuente de saber, el o la representante de la autoridad.
La advertencia no es menor, pues la frontera entre la humildad académica y la humillación académica, es muy delgada. El humilis, después de todo, puede recibir la acción del humiliare, es decir, “hacer que [alguien] se postre en el suelo ante otro en reconocimiento de su bajeza y la total superioridad o dominio del otro sobre él”. La paradoja de dicha frontera es que, en ocasiones, se humilla disfrazándose de humilde. Una académica, insistente en dirigir la tesis de un estudiante, expresó: “Yo sólo quiero ayudar”. La práctica mostró lo contrario cada vez que no reconocía sus limitaciones en el tema.
La ausencia de la humildad académica, como se observa, se traduce en expresiones de soberbia entre pares, pero, sobre todo, entre académicos y estudiantes a través de la prepotencia docente, de prácticas pedagógicas tradicionales o, en suma, de la violencia (no tan) simbólica. Ante esto, hoy más que nunca, es necesario transitar del Homo academicus al Humus academicus. No significa, como me diría un colega, que tengamos que hacer despliegues de humildad cada vez que respiramos, pero sí recordarlo. Bourdieu sabía eso, al menos así lo afirmó Loïc Wacquant cuando dijo que: “Él interpretó la teoría no como el soberbio maestro, sino como el humilde servidor de la investigación empírica”.
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