Vivir el gaming en pandemia
Mariana Elizabeth Zúñiga Flores
Llegó marzo de 2020 y las cosas más simples parecían inciertas. Dirigirme al trabajo en un autobús repleto de gente hasta las puertas ya no era sólo un riesgo por la probabilidad de caer en movimiento, sino porque las aglomeraciones propiciaban la propagación del nuevo virus. Caminar por las tardes con mis compañeros y salir a charlar con mis amigos no era viable. Teníamos que estar resguardados. La empresa nos envío a casa, la facultad seguía en paro y además de ordenar todo en la casa y hacer ejercicio con las rutinas de moda en YouTube no encontraba otra actividad.
En esta nueva normalidad donde la socialización cara a cara es complicada, la virtualidad es parte de nuestra convivencia. Reuniones para ver películas vía streaming, citas virtuales y videojuegos en línea.
Toda mi vida he jugado videojuegos. Las tardes después de la primaria consistían en terminar un juego en la PlayStation 1 o acompañar a mis primos mayores a la tienda para que me dejaran fingir jugar en el arcade de Street Fighter. La vida de adulto en los medios veintes trajo consigo dejar de lado algunos pasatiempos para terminar una carrera y un empleo que me permitiera cubrir el transporte y los materiales. Los videojuegos se habían quedado como algo ocasional, una vez cada quince días, una hora tal vez.
El tiempo libre que ocasionó la pandemia y el inesperado desempleo me permitieron encender la consola y contactar por ese medio con mis amigos que en su mayoría se encontraban en la misma situación. Personas que conocí en enero de ese año, amigos de la universidad, de la preparatoria y de la secundaria se convirtieron en el equipo que todas las noches ganaba partida tras partida en diferentes juegos en línea mientras platicábamos del día a día, lo que haríamos cuando esto pasara, y conociéndonos más por medio de las anécdotas de vida que aleatoriamente alguien contaba. Sin duda, esta red que construimos ha sido un soporte y un necesario escape de la enfermedad, la muerte y la crisis que rodea hoy nuestra cotidianidad.
Aún con ello, no siempre coincidía con mis amigos a la hora de jugar, por lo que decidí entrar a las partidas en línea yo sola y se presentó un nuevo reto que no tenía que ver con superar niveles o hacer misiones: ser percibida como mujer en un ambiente tradicionalmente masculino y que ello significara un problema.
A mis ojos, esto realmente no pasaba, siempre había jugado con hombres, pero hombres que me conocían, que eran mis amigos. El género que se me asignó al nacer no representaba una amenaza para su comunidad. En cierto modo, el machismo interiorizado y las frases que me resonaban a diario como “las mujeres no juegan videojuegos” me hacía creer también que encontrar amigas era una fantasía. Pero las mujeres existen en la virtualidad, juegan y compiten. Sin embargo, los comentarios misóginos, el acoso y la discriminación hacen que cuando somos identificadas como mujeres apaguemos los micrófonos y usemos nombres de usuario ambiguos.
En las redes sociales, la historia se replicaba. Al pedir consejos o buscar con quién jugar en los grupos dedicados a ciertos juegos, diferentes personajes aparecían: los que querían explicarme el juego, los que cuestionaban mis conocimientos, quienes querían regalarme cosas o demeritaban mi participación porque las mujeres en los videojuegos sólo debían ser decoración, verse bonitas o esperar a ser rescatadas. Todos ellos igual de molestos.
Para mi sorpresa, los mensajes directos le dieron luz a mi experiencia. Varias mujeres que no querían hablar en público en los grupos, pero querían jugar con otras mujeres me contactaban. Así iniciamos un grupo no-mixto para encontrar con quién jugar, platicar, pedir consejos, ser amigas, todas con vidas diferentes habitando los videojuegos y el mundo pandémico, acompañándonos en estos días difíciles.
Las muertes y enfermedades pasaban ante mis ojos, las complicaciones y la crisis económica que el COVID-19 provocó en el país también, pero sentirme acompañada por mis amigos y ahora amigas hacían más llevadero el encierro que en ocasiones se ve más lejos que cerca de terminar.
A pesar de que la solución al problema de la integración de las mujeres responde a medidas estructurales desde los productos ofrecidos y consumidos, hasta los machismos cotidianos y su erradicación, formamos comunidad, un espacio seguro en tiempos donde pertenecer a la comunidad gamer. No solo significa compartir un gusto y un pasatiempo, porque la virtualidad es el modo de habitar y convivir en muchas de nuestras vidas. Formar parte de una comunidad de mujeres que juegan, compiten de manera sana y se apoyan en todo es algo maravilloso que me trajo la pandemia, un rayo de luz entre las tinieblas y la incertidumbre de este futuro que, seguramente, no transitaré sola.
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Lamento que te hayas encontrado con esa realidad, hay gente que parece que no aprende. Sin embargo, que hayas podido encontrar encontrar un grupo para jugar es espectacular.
Mas allá de eso, muy buen artículo, me encantó leerlo