¡Viene una pandemia!, ya lo dijo la OMS
Gerardo Alberto Gonzalez Figueroa
En los albores del año nuevo de 1994, la guerra nos estalló no solo a Chiapas sino a toda la sociedad mexicana. Nunca en la historia moderna de la entidad y del país vivimos como aquellas primeras semanas de enero y febrero. Lo importante fue la respuesta de la sociedad, llevando alimentos, ropa y medicina a los lugares que quedaron entre el fuego y sus impactos. La presión de la sociedad detuvo la guerra.
Pero en el año 2020, la realidad es que la sociedad se paralizó, quizá por el miedo, quizá por la incertidumbre. En Chiapas la situación no fue muy diferente, y en ese “muy” hay actores que no dejan de luchar, de organizarse. Vaya paradoja, en la entidad lo que hace falta es salud, porque si bien se ha incrementado la infraestructura en salud, como clínicas y hospitales, en lo que se refiere a personal de salud en medicina, incluyendo especialistas, enfermería, así como insumos y medicamentos, es parte de la geografía de la precariedad, y no se reconocen las prácticas en salud ancestrales.
Cuando el virus llegó a Europa, las noticias se difundieron a gran velocidad. Lo escrito en redes, entre personas, es que moría tanta gente que en los hospitales se decidía quién vivía, según se mirara el asunto. Esta noticia que leí en un correo electrónico de mi institución me hizo reflexionar sobre cómo nos llega información sobre un asunto de tanta trascendencia. Sobre cómo se maneja la situación me preguntaba, ¿y el sistema de salud europeo no es capaz de responder a una crisis sanitaria? ¿Las personas solo esperan morir?
La crisis ya se manifestaba en el país. Desde que comenzó el año, las noticias de la pandemia fueron tomadas a la ligera, no solo por el gobierno sino también por la sociedad. En marzo de 2020, las cosas se fueron presentando lentamente.
Además de trabajar en una institución académica, he colaborado casi toda mi vida con organizaciones. En una de ellas, la situación era vista como inexistente. “¿Qué piensan de lo que está pasando en otras partes del mundo? ¿Qué se puede hacer para no enfermar?, pregunté. “Aquí no sabemos nada”, respondían. Pero el EZLN publicaba un comunicado (16 de marzo, 2020) anunciando en Chiapas el cierre de sus centros políticos de resistencia, que se conocen como Caracoles, y lo hicieron porque reciben a personas de Europa y otros lugares del mundo. Fue una acertada decisión cerrar sus territorios, porque si la infección les “daba” en los territorios indígenas, en donde hay pobreza y desigualdad, podrían ser demasiados enfermos y muertos. ¿Cuánto puede ser eso?, pensaba.
En abril y mayo, ya con la pandemia a todo lo que daba, las personas compraban medicamentos, como dióxido de cloro, azitromicina, ivermectina, vitaminas, sobre todo la C, provocando que se agotaran o encarecieran. Personal de salud prefirió meterse en casa, con excepciones de todo tipo. La llamada Atención Primaria se volvió fundamental, pues los sintomáticos que tienen que estar bajo cuidados específicos dependiendo de las complicaciones. Por otro lado, entre las noticias del gobierno y de las “benditas” redes, nuestro lenguaje cotidiano incluía tecnicismos, el uso de curvas, pruebas, tratamientos, dejando de lado las conversaciones relacionadas con organizarnos.
En Chiapas se cerraron las fronteras con Guatemala y se paralizaron actividades, a excepción de organizaciones y pueblos, personal de las iglesia, e incluso instituciones académicas que fueron haciendo lo que podían. El miedo, nos dicen, se enfrenta haciendo.
En la región Norte, en el municipio de Chilón, un grupo de jóvenes, académicos, personas de la iglesia (jesuitas y la orden del Divino Pastor), me invitaron a capacitar promotores para atender el Covid-19, y así inició mi experiencia. Tres cursos, más uno de herbolaria, nos abrió la puerta para tener dinero apoyados por CONACYT, y volvimos a la carga con talleres de formación, una encuesta, y lo mejor: programas de radio y audiovisuales para una región que aspira a una autonomía política, y a la autogestión como forma de gobierno.
Durante el inicio de la pandemia, las radios comunitarias, que abundan cada vez más, se dieron a la tarea de informar en idiomas mayenses, y dejar claro que la Covid-19 iba en serio, y algunas de ellas me invitaron a hablar sobre el problema y cómo enfrentarlo.
La pandemia nos enseña la importancia del mundo de abajo, en donde lo principal es aprender a colaborar, compartir, reflexionar. Enseñar se piensa como un acto de transmisión de conocimientos, pero aprender siginifica un plural: aprendemos. No se trata de enseñar, o no solo, se trata de que las personas diversas en lengua, en estudios, en experiencias de vida como campesinos, academicas y académicos, medicas y médicos indígenas, compartamos lo que hemos aprendido, y cómo ponerlo para el bien común o de forma colectiva. No hay mejor enseñanza que la de colaborar para ello.
La experiencia de esta pandemia es saberme en un mundo colectivo, en donde estas crisis puedan afrontarse desde la pluriversidad indìgena y digamos, “científica”, en un mundo donde la autonomía es ya parte de la arena política de un Chiapas profundo y muchas veces barbárico, pero en donde encontramos diversas utopías.
De las cosas que se hicieron y se hacen destacan la idea de un Gobierno Comunitario Autónomo, la importancia no está en quién se elige, sino en cómo y quiénes lo hacen. En el gobierno prevalece la representación colectiva, no quién dirige. Las decisiones no son un acto “iluminado”, sino una necesidad para avanzar, hacer y seguir produciendo.
Así como en las ciudades vimos cómo la gente buscaba afanosamente medicinas, oxígeno, un lugar en alguna clínica, una médica, en los territorios que intentan ser autónomos están los llamados “recursos”, que son saberes (no cosas) que forman parte de la madre tierra, como las plantas, para curar y comer.
Así las cosas. Como siempre, caminando se aprende.
Sí, lo dijo la OMS: ¡viene una pandemia!
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