Repercusiones de la pandemia en la salud mental
José Pablo Hernández Lomán
Hoy, gracias a la pandemia por el Covid-19, nos hemos percatado de que por mucho tiempo descuidamos la salud mental llenándola de tabús o estigmas que poco a poco se van rompiendo. Hemos escuchado que alguien cercano a nosotros padece de ansiedad o depresión y, en nuestra ignorancia, muchas veces decimos cosas como “¡Ánimo! No estés triste”, “Échale ganas”, frases similares creemos que son de ayuda, pero que con el confinamiento hemos aprendido a mirar de manera mas profunda. No habíamos enfrentado de esta manera las enfermedades o trastornos mentales.
En una plática entre amigos caímos en cuenta de que los problemas de las enfermedades mentales, a diferencia de las físicas, es que las físicas las podemos percibir a simple vista, pero las mentales no, por lo cual es difícil saber cuándo uno está atravesando por una situación delicada, más con el distanciamiento social, el miedo de contagio, y la ansiedad por desinfectar todo lo que tocamos más de una vez al día. Esto provoca cambios en nosotros en tanto que seres sociables que necesitamos de los otros para sentirnos en contacto con quien nos rodea.
Cuando tus pensamientos no pueden pasar de las cuatro paredes de tu casa, le tienes que hablar a una pantalla y no puedes desahogarte como quisieras, además que la interacción es y se siente distinta y corremos el riesgo de escribir o decir algo incorrecto, solo porque también nuestra falta de atención se vuelve evidente debido al cansancio y hartazgo de tener el teléfono o computadora, todo el día, todos los días, podemos caer en depresión, ansiedad o tendencias sucidas. En una situación regular, podríamos salir con amigos, platicar lo que nos pasa y tal vez encontrar alguna solución, pero así no se puede.
En los inicios de la pandemia, se nos dijo que podíamos trabajar desde casa, estudiar y muchas otras actividades, lo cual nos pareció una buena idea porque podíamos estar más cómodos, evitar estar corriendo por llegar a tiempo, pero al intentar adaptarnos a esta nueva forma de hacer las cosas uno no toma en cuenta los espacios para despejar la mente o las necesidades alimenticias que ayudan a que nos sintamos bien realizando alguna actividad. Con esta situación, hasta la nutrición se ve afectada y por consiguiente, nuestro humor cambia, la tolerancia a la frustración, las horas de descanso se reducen y nuestra mente termina siendo una olla exprés que cuando explota se va al extremo de sentirse desanimada, con ganas de llorar sin razón, con enojo, con violencia, con pánico por andar caminando a ciegas con una enfermedad que en cualquier momento nos puede alcanzar. Enfrentarse a este tipo de enfermedades no es cosa fácil, menos si le sumamos que todo lo que conocías y te hacía sentir útil en la vida cotidiana, desaparece. En lugar de subir te hundes cada vez como si fueran arenas movedizas.
El 2020 lo podría resumir en un año de pérdidas: me despidieron de mi trabajo, mi pareja me dejó, la situación económica no era la mejor y en menos de un año perdí a tres personas muy importantes. También me estaba recuperando de una intervención quirúrgica, por lo que anímicamente no estaba muy bien. Aunque mi diagnóstico no fue depresión, mi motivación para hacer las cosas era mínima, y a pesar de estar acostumbrado a estar en casa, ya me sentía asfixiado y sin tener la confianza de contar lo que me pasaba por temor al que dirán o por no querer sonar como disco rayado al contar lo mismo una y otra vez. Estaba estancado en sentimientos que regularmente llegan de uno en uno, pero que, esta vez, llegaban todos de golpe, acumulando su peso y sobrepasando el límite.
Afortunadamente, poco a poco, empecé a reactivarme, haciendo las cosas que me gustan y aunque los sentimientos seguían ahí, ya no conseguían tumbarme en cama gracias personas que, sin saberlo, me estaban ayudando a mantenerme activo y motivado. Pude salir de esta situación y ver las cosas más claras, lo cual me dejó una lección importante: al igual que el cuerpo, la mente debe estar y sentirse fuerte, sana y en equilibrio. Así como hay días que vamos al gimnasio y nos sentimos bien y otros en los que estamos adoloridos, así nos ocurre también con nuestra mente y, ¿saben qué?, eso es totalmente normal.
Con unos amigos, tuve la oportunidad de participar en un concurso de cine documental y nuestro tema fue justo los trastornos mentales. Creímos que era buen momento de hablar de esto porque todos nos sentimos deprimidos, ansiosos y preocupados, entre otras cosas. En ese proyecto, los expertos en estos temas coincidieron en que la salud mental se ha puesto en la lupa gracias a la pandemia, mas con esa sensación común de que el mundo se nos viene encima. Sin embargo, mencionan esos sentimientos son pasajeros si decidimos que lo sean, y ayuda mucho tener a gente que nos apoye, nos escuche y que, sin necesidad de aconsejarte, nos separa de aquello que nos aqueja y mantiene nuestra mente nublada.
Después de realizar el documental y de todo lo que paso en el 2020, no me despedí de ese año con recelo, al contrario, le agradecí por enseñarme cosas como la empatía, la paciencia y que todo lo que vivimos es parte de un proceso como personas; que no estamos solos aunque a así nos sintamos a veces, y que la salud mental va más allá de un “échale ganas”, “tú puedes”, pues merece atención y tratamiento.
No temas expresar cómo te sientes, hablar de eso ayuda más de lo que creemos.
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