Reflexiones en tiempos de COVID
Por Guille Ramirez L.
Cada día desde que la epidemia comenzó, escuchamos o leemos intentos de describir los cambios posibles en la humanidad como consecuencia de esta grave situación mundial. Hemos escuchado hasta el cansancio que ya nada será igual en ningún aspecto de nuestras vidas… y eso es seguro.
Porque los que estamos confinados -o medio confinados según sea el caso- sabemos que la epidemia se llevó parte de nuestra libertad, de nuestra identidad, de nuestras más básicas expresiones de afecto, nuestras sonrisas, nuestras certezas, nuestros proyectos, la convivencia con familia y amigos, el trabajo de mucha gente, gran parte de nuestra tranquilidad y seguridad personal, nuestra confianza y hasta un pedacito de nuestra cordura.
Pero por supuesto lo más impactante es la irreparable pérdida de seres humanos que se nos están yendo, porque todo lo demás puede volver en algún momento, en algún punto esto será totalmente pasado, pero ellos los que partieron antes de tiempo, no volverán… y dejan en su lugar tristeza y huecos en el corazón de cada familia que ha sufrido la pérdida de un ser querido, pérdida que por inesperada, por cruel y por trágica, hay quienes con todo esto hasta han perdido la fe.
En el recuento de los daños, hay por supuesto muchas otras pérdidas de tipo material y espiritual. Hemos escuchado que esto es una lección por el daño que le propinamos al planeta, y se compartieron bastantes videos en los que se fantaseaba con los mejores seres humanos que surgirían de esta lección, que valoraríamos -ahora sí- todas las cosas que antes dábamos por sentadas en el día a día, hasta el simple hecho de apretar un botón y encender la luz. Aunque claro, esto va un poco en contra de nuestra naturaleza humana, en realidad si esta epidemia fuera un tipo de lección a la humanidad, ya hubiéramos aprendido algo desde hace muchísimo tiempo pues no es la primera calamidad en nuestra historia; y no digo que las expresiones de valoración por lo que teníamos antes no sean auténticas, lo son, pero así como vamos perdiendo nuestra capacidad de asombro, así nos vamos acostumbrando y adaptando a lo que sigue, y qué bueno porque si no tal vez algunos estaríamos aún en la etapa de negación.
Los retos a los que nos hemos enfrentado este tiempo de confinamiento nos ha llevado también a obtener nuevas habilidades de comunicación e interacción. Habría mucho que escribir, es cierto, sobre las cosas positivas de lo que hemos aprendido en lo particular y en lo social. Hemos tenido que lidiar un poco más con nosotros mismos, con nuestros miedos, nuestros apegos, hábitos y costumbres y, respecto a los demás, hemos tenido que poner en práctica nuestra tolerancia, paciencia y creatividad.
Pero más allá de una gran lección, nos conformamos con que nos deje un simple recordatorio: lo que le pasa al otro sí que es de nuestra incumbencia, incluso si vive en China o en Tombuctú. Aunque pretendamos no ver la desgracia de otros, para que no nos amargue el rato, tarde o temprano nos damos cuenta de que esa desgracia nos puede alcanzar aunque cerremos los ojos, los oídos, el corazón o el pensamiento. Así como no hay fronteras para los virus, para los terremotos, tsunamis y tormentas, tampoco las hay para el daño al medio ambiente, para la pobreza, para las ideologías que dan pie a los movimientos sociales. Lo vimos con el movimiento del 9 de marzo del 2020, replicado a nivel mundial, y con el contagioso movimiento originado por la muerte de George Floyd en Estados Unidos, el Black Lives Matter, sólo por poner dos ejemplos.
Ojalá que podamos intuir por fin, después de siglos de existir, de vivir por “ensayo y error”, que realmente estamos conectados con todos y con todo, que lo que le pasa a los demás y al planeta, es también asunto nuestro, así es que nos conviene que los otros estén bien, independientemente de donde vivan, de su raza, su posición social o sus creencias políticas y religiosas. Nos conviene velar porque todos estén bien, que todos tengan oportunidades de salir adelante y nos conviene cuidar el medio ambiente porque si no es así, tarde o temprano la realidad se presentará ante nosotros no como una lección, sino simplemente por la indiferencia con la que hemos apartado la mirada.
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