Por mí, por ellos, por mi familia
Anónimo
La salud física y emocional de las personas contagiadas y de sus familiares es desgastante. Hubo quienes dudaban de la existencia de la enfermedad hasta que la padecieron. Otros sufrieron al saber que sus familiares tenían el virus ante el temor de que no pudieran recuperarse. Afortunadamente existen sobrevivientes de este mal. Pero por desgracia hay quienes no lograron vencer el Covid-19.
Los medicamentos son difíciles de encontrar. A veces es necesario ir a farmacias lejanas para encontrar una solución. ¡Y los costos ni se digan, son elevados! A estas alturas es complicado saber si se padece de una gripe o principios de neumonía. La desesperación se acumula en los cuerpos de los que viven en carne propia tener un familiar enfermo o de aquellos a los que los síntomas les son insoportables.
¿Cómo sé de esas sensaciones? Porque me ha tocado tener un acercamiento a este virus. Dos perdidas insuperables han invadido mi existencia. La primera, tan inesperada, inimaginable e imborrable. Mi hermano, un joven de 25 años tras tener complicaciones renales. No hubo hospital que lo quisiese atender. En algunos nos decían qué bajo nuestra responsabilidad podrían atenderlo con el riesgo a que se contagiara de coronavirus. Un debate surgía entre los familiares. ¿Debíamos exponerlo a que de un momento a otro su cuerpo fuera entregado en una caja repleta de cenizas?
Tuvimos que resignarnos a atenderlo en casa. Sin embargo todos nuestros esfuerzos fueron en vano. Su cuerpo no resistió más. Su vientre y piernas hinchadas reflejaban el dolor que sentía por dentro. Cada mínimo movimiento era un suplicio para él. Hasta que, de un momento a otro, dejó de respirar. Sus sentidos quedaron inertes y su corazón dejó de latir.
Un mes más tarde mi abuelo, padre de mi padre, murió a causa de una neumonía. Los médicos que lo atendieron dijeron que posiblemente tenía Covid, lo curioso es que nadie más se contagió. Esto fue una pérdida irreparable más. Durante su padecimiento intentamos hacer hasta lo imposible por conseguir sus medicamentos. Recorrimos hasta 20 farmacias para encontrarlos, aunque su cuerpo ya estaba cansado de luchar.
Si me preguntaran cómo me siento, diría que frágil por dentro pero que he intentado sacar una fuerza que ni yo misma conocía. Todavía miro sus fotografías y recuerdo los buenos y malos momentos que viví con mi abuelo y mi hermano. Sé que a ellos les hubiera gustado verme seguir con mi vida y cumplir mis metas. En ellos vi muchas cosas admirables. Y por mí, por ellos, por mis padres y el resto de mi familia seguiré en una lucha constante por salir adelante a pesar de todo. Se nos ha impuesto la gran labor de aprender a sobrevivir ante un panorama desalentador y doloroso.
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