CONSEJO MEXICANO DE CIENCIAS SOCIALES

Gilberto Fregoso Peralta

Para empezar

Difícilmente podría estar en duda la necesidad de hacer frente, en el plano de la educación formal, a la contingencia sanitaria que hoy aqueja a la humanidad, muy marcadamente a la mexicana. El receso de la actividad presencial mediante el cierre de los planteles escolares ha favorecido la educación a distancia en su versión más contemporánea, esto es, la amparada en las plataformas digitales de enseñanza-aprendizaje. Sabemos que antes de haber irrumpido la pandemia generada por el COVID-19 algunos académicos ya manejaban de manera parcial sus cursos con el apoyo en dicho instrumental, práctica que hoy se ha tornado indispensable y masificado en aras de la necesidad. Así, tanto los mentores de avanzada como los tradicionalistas deben recurrir -con mayor o menor dominio- a los implementos tecnológicos hoy en boga, con novedades cada vez más sofisticadas.

A tenor de la emergencia, el magisterio del nivel básico ha debido cargar su agenda cotidiana lo mismo con los cursos y talleres para el dominio de las herramientas, como con aquellas actividades para entender los cursos (todavía) diseñados por la Secretaría de Educación Pública (SEP), a fin de apoyar a sus alumnos. Mientras, los de enseñanza media superior y superior también se capacitan en la tecnología educativa y diseñan sus asignaturas con los contenidos y procedimientos pedagógico-didácticos. Actividad tan absorbente no ha impedido, empero, que afloren entre los colegas profesores algunas reflexiones e inquietudes que se comentan en las reuniones también virtualizadas, algunas de la cuales -dada su relevancia- se exponen a la consideración del lector.

Edu-bussiness, similares y conexos

La coyuntura ha favorecido a los oligopolios que han encontrado en los procesos de la educación formal una mina de oro más que añadir a su cartera de negocios. Contra lo que suele creerse, la tecnología está lejos de ser neutra: forma parte de las estructuras de poder, riqueza y control a escala global. Amazon, Apple, Facebook, Google, Microsoft y Twitter constituyen un lobby del complejo digital-financiero, lo suficientemente poderoso para influir de manera importante en las elecciones estadounidenses. Los emporios digitales, con su poder y dominio de la posverdad, disponen de un cuantioso arsenal de tecnologías de información y comunicación (TIC’s), lo mismo para espiar (el Big Data mundial), que para educar. 

Tras el uso cotidiano del Zoom, una de las joyas de Silicon Valley-California, trasciende que con la pandemia dicha empresa ha incrementado en 260 por ciento su cobertura y doce veces sus ganancias durante el calamitoso 2020. Sin marcos legales regulatorios para el uso educativo de estas tecnologías, los países periféricos son un mercado suculento. Preocupa al magisterio que dichas corporaciones estén elaborando las estrategias para preservar su nicho de mercado más allá de la coyuntura presente, con el riesgo de que en el corto plazo los emporios tomen la iniciativa del qué y cómo del proceso de enseñanza y aprendizaje, merced a las cada vez más novedosas plataformas y aplicaciones, hasta lograr el control de los contenidos, permeados con la visión del mundo que favorezca sus intereses. Un sueño que desde hace mucho han acariciado sus dueños.

Educación pública imprescindible

Se comenta, previo al inicio de la reunión virtual de Academia, en espera de que más colegas se enlacen, un artículo de Sebastián Plá sobre la influencia y relevancia de la educación pública en la sociedad. Ha llamado particularmente la atención de quienes lo leyeron, cómo repercute en la vida cotidiana la funcionalidad física de las escuelas, por ejemplo, la adecuación del calendario social al escolar, el que padres y madres de familia dispongan de tiempo para laborar, el cobijo y protección que brinda a los chicos durante su estancia intramuros, ser fuente de empleo para el personal docente y administrativo, más aún, permitir a los críos socializar, interactuar constructivamente, aprender, debatir, respetar el pensamiento de cada quien, jugar, vivir experiencias lúdicas planificadas, insertarse en la vida colectiva, diversificar el contacto humano, disponer de un espacio más amplio que el de una casa. La conclusión de Plá, derivada de las premisas antes dichas, la comparte el corrillo virtual: la escuela pública es una institución irreemplazable para la solidaridad democrática.

Y sí, la visión prescrita por la OCDE y el Banco Mundial para la educación en los países en desarrollo (algunos profes prefieren llamarlos “periféricos” o “marginales”) ha decidido bajo la denominación de reformas educativas, formar sujetos individualistas y consumistas idóneos para un globalismo disimétrico, y no personas altruistas, generosas y fraternales preocupadas por el bienestar colectivo. La crisis generada por la pandemia, aquí y ahora, debiera ofrecer a la sociedad –en lo que aprendimos al comentar el aporte de Sebastián Plá– una pedagogía de emergencia, pública, fincada en la necesidad de que todos comprendamos la pandemia, enfrentemos nuestros temores y posible congoja, así como prohijar el cuidado personal y el de los demás.

A manera de colofón, nos queda clara la responsabilidad que como profesores tenemos en contribuir a consolidar una educación en cuya base sobresalgan el bien común y la democracia.

Pensamiento crítico: problemática social y agenda curricular

Otro asunto emerge en la conversación, el de la búsqueda de relacionar al pensamiento crítico con su aplicación social para insertarlo en las asignaturas que conforman el mapa curricular de carreras diversas. Se opina que es menester identificar cuáles son los problemas más graves que aquejan a la colectividad y cuál la disciplina o grupo de ellas que los explican y apuntan soluciones. Dicho con otras palabras, pensar y poner la ciencia al servicio de solventar los dilemas vinculados con la equidad y la paz entre los humanos, así como con el cuidado de la naturaleza, causas más elocuentes del malestar social en el orbe. Algunos integrantes del magisterio consideran urgente dejar atrás los criterios educativos transidos de individualismo, consumismo y despreocupación con respecto al medio ambiente, caldo de cultivo para las pandemias, al decir de varios expertos.

La reacción pedagógica ante el COVID-19, apuntan tres compañeros, debiera apuntalar –acorde con la propuesta de Mauro Jarquín–, el diseño de un programa nacional de fomento al pensamiento crítico en temas como: la posverdad; la inteligencia artificial; la biodiversidad; la descolonización intelectual; el clima; la manipulación genética; el uso social de la ciencia al servicio de la humanidad; el big pharma; la era digital; el nexo entre ideología y credulidad; la educación formal e informal en México; la ciencia occidental; la salud; la alimentación; la distribución del ingreso; la fuga de capitales; la contaminación ambiental… entre otras graves problemáticas.

Tal ejercicio cognitivo vinculado con el pensamiento crítico podría contribuir a la formación de ciudadanos atentos a las problemáticas públicas, en la perspectiva de una sociedad más democrática y justa.

Pedagogía comercial

Se plantea, siguiendo a Hugo Aboites, que a pesar de las ventajas anunciadas vía la modernización de los sistemas educativos con sustento digital y el uso de Big Data, no deben soslayarse algunos riesgos posibles, entre otros: el provecho lucrativo de la información obtenida por las plataformas, que se ha evidenciado con las denuncias contra Google por hacer uso indebido de los datos de usuarios; el obstáculo a los procesos de interacción educativa de los educados entre sí y con el profesorado; la tendencia al desplazamiento en la toma de decisiones de las comunidades educativas a las megaempresas contratistas del gobierno, lo que apuntaría a una agenda y gestión corporativa y empresarial de la educación, orientada ahora por criterios sólo técnicos y mercantiles; un control rígido sobre la labor magisterial; la transferencia de recursos cuantiosos del sector público al privado por la contratación del instrumental de software y hardware; el prescindir paulatinamente del quehacer docente, a partir del hecho -ya palpable- de que los expertos en la educación son los que la observan y valoran desde fuera, con la óptica de los grandes consorcios digitales, como señala Lev Velázquez. Se concluye que nos encontramos en camino de una relación directa entre empresas y educandos, ya sin la mediación de los mentores; y en donde la calidad educativa se reducirá a la capacidad para digitalizar la enseñanza.

Lo anterior merece reflexionarse, pues, como afirman algunos académicos, entre ellos Mauro Jarquín, la información generada sobre el sistema educativo –-requerida para la gestión y desarrollo en materia de políticas públicas-– se producirá en la infraestructura privada, lo que equivaldría a empoderar fuera de toda proporción al oligopolio extranjero, en un rubro clave de seguridad nacional.

Colofón

En el diálogo con los pares se hace evidente la necesidad de contrarrestar en lo posible todo barrunto de verticalidad y unidireccionalidad en la educación formal, así como de atomizar la toma de decisiones en los organismos colegiados, para que en cada entidad escolar asuman ellos su responsabilidad pedagógica-didáctica. En otras palabras, como sugiere Marcos Roitman, que cada escuela, con base en sus condiciones objetivas, requerimientos estudiantiles y necesidades colectivas, seleccione los contenidos, diseñe didácticas específicas y luche por preservar una función básica de la educación pública, hacer comunidad. Esto no excluye a la televisión ni a las plataformas digitales, pero les quita protagonismo.

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