Los extremos en una línea
Samantha Aurora Acosta Cornu
Es muy interesante como las circunstancias cambian y revolucionan algunas áreas de la vida. Nos rompemos, sufrimos, aprendemos, nos reconstruimos y nos adaptamos. Pero también es interesante lo poco que cambian otras áreas, no importa lo extrañas que sean las circunstancias.
La pandemia por SARS-Cov 2 ha dejado muy en claro que la mayoría de los seres humanos tienen la capacidad de adaptarse a su entorno y que los sistemas económicos, políticos y sociales del mundo encontrarán la manera de ajustarse a la realidad que se esté viviendo.
Gracias a esta enfermedad y el prolongado encierro al que nos vimos forzados se desarrollaron capacidades que parecían lejanas, al menos que no estaban contempladas en un horizonte próximo. Se pensó que el encierro duraría semanas o un mes, cuando mucho, por lo que supuso un golpe fuerte a la economía y finanzas de corto plazo, pero, puesto que muy pocos tenían contemplado más de un año de la misma situación, sonaba más a una manera de tomarse unas vacaciones obligadas. Las empresas, cadenas medianas y grandes se permitieron unas semanas sin operación, absorbieron esos costos –sospecho que más por imagen que por convicción – y adoptaron las medidas de cierre.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que se dieran cuenta de que era una situación anormal con un horizonte de, al menos, mediano plazo. Con ello vinieron recortes de personal no esencial, despidos (justificados económicamente, más no socialmente) y recortes salariales de los empleados más afortunados.
En ese sentido, la pandemia ha puesto sobre la mesa la realidad en cuanto a lo fácil que resulta despedir a los trabajadores, lo inestable de la vida laboral en México y lo ridículo de pensar que porque “te pones la camiseta” no van a prescindir de ti en los peores escenarios.
Pero la pandemia ha sido un catalizador de importantes avances en la forma de hacer negocios, teletrabajo, y que ha mostrado que no siempre es necesaria una oficina para cumplir con las metas de un negocio. Esto nos hace ser optimistas y pensar que es una nueva era en cuanto al trabajo y el desempeño profesional. ¿Quién lo sabe? Tal vez se pase a una modalidad semipresencial para trabajadores de medianos puestos, es decir, que ya no sería necesario ser el dueño del negocio o la empresa para trabajar de manera virtual, atendiendo un poco a la flexibilidad de espacios y movilidad. Esto podría hacernos más llevadera la jornada, podríamos trabajar desde un parque, un café o la playa.
Imaginen que, como mujeres que sufren de endometriosis, síndrome de ovario poliquístico u otra afección que durante la menstruación ocasiona cólicos tan espantosos que hacen que un desmayo por dolor no parezca lejano, pudiéramos decir: esta semana trabajo desde casa, y no pasa a mayores, no es una falta, no es un problema para nadie. ¿No sería excelente que no tuvieras que perder el día de trabajo por una contingencia ambiental, un accidente automovilístico que te impidió llegar, o porque alguno de tus hijos enfermó? Tal vez es un horizonte muy optimista, pero se vale soñar.
Aún así, con puntos rescatables de esta nueva organización del trabajo, también hay sectores en los que nada cambió. En cierto sentido, porque no había forma. La gente, por más que lo quisiera, no pudo y no puede parar.
Por ejemplo, que es el más cercano a mi por los proyectos sociales que tengo en curso, es el de las ladrilleras artesanales. Este sector productivo, al menos en San Luis Potosí, México, esta a cargo de personas mayores, generalmente de 50 años en adelante. Muchas de estas personas dependen completamente de esa actividad para solventar sus gastos y los de sus familias; viven al día por lo que un día perdido de trabajo tiene un impacto fuerte. Además, suelen vivir en condiciones precarias, sin servicios básicos; en condiciones no pandémicas, su día a día ya es complicado, en pandemia, más.
Como ellos, muchos otros sectores sociales tuvieron que parar actividades y obedecer las instrucciones nacionales, o bien, desobedecer y continuar con su vida, con los riesgos que implicaba.
Para esos sectores nada cambió, aunque entrada la pandemia podríamos si bien se arriesgaban a contagiarse, se vieron beneficiados en otros sentidos. Las ladrilleras artesanales de la zona se encontraban en un momento muy tenso por el problema ambiental que representan. Las autoridades y la sociedad civil estaban ejerciendo mucha presión para clausurarlas. La pandemia y el encierro vino a darles un respiro al cerrar oficinas de gobierno y enfocar la atención en otros aspectos prioritarios del momento. La clausura de las ladrilleras pasó a uno de los últimos lugares de la lista de pendientes, tanto así que no se han retomado.
Este es un ejemplo de la polarización que se vive en el país, de lo distantes que parecen los sectores productivos y económicos, no hablamos de dos mundos distintos, es el mismo mundo, el mismo país, el mismo municipio, y aún así, son realidades que se encuentran en extremos opuestos de una misma línea.
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