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Rocío de la Canal
El 2019 comenzaba a traer satisfacciones tras un año previo conflictivo y violento para mi familia de tres hijos y una madre, yo. Me había separado del padre de mis hijos en las peores condiciones y tuvimos que salir de casa. Con mucho esfuerzo, rentamos un nuevo lugar para vivir, con ayuda de amigos amueblamos el nuevo hogar y empezamos a respirar de nuevo. Conseguí algunos empleos como docente y todo el 2019 fue de lucha y superación psíquica y económica para los cuatro. Por momentos mis hijos se quedaban solos en casa porque no tenía quien los cuidara. El dinero no alcanzaba. A veces comíamos pan pintado con salsa de tomate y queso, otras no comíamos. Mi hijo mayor, quien ayudó con la organización del hogar, fue mi gran sostén. Hacia fines del 2019 ya estábamos en mejores condiciones y nos mudamos a un condominio. Si bien las dificultades económicas seguían presentes, había logrado insertarme en el sistema, trabajaba para cinco instituciones como docente de secundaria y tenía que contar los billetes para cargar la tarjeta y trasladarme de un empleo al otro. El COVID-19 ya se hacía oír en Europa y en marzo de 2020 vimos nuestras vidas transformadas por un virus desconocido que nos llevó a otra realidad. Nuestro gobierno cerró las escuelas, las instituciones públicas gubernamentales y todos los locales comerciales bajo un decreto que daba lugar al ASPO: Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio. Con mucho temor nos quedamos en casa. Yo salía los sábados a realizar las compras de la semana con todos los cuidados necesarios. Estudiábamos en casa, nuestros horarios de comida y sueño se vieron transformados y nuestras rutinas modificadas en su totalidad. Los vínculos se remitieron a mensajes o mails, y algunas pocas llamadas con la familia de origen. Mis hijos pasaron cerca de tres meses en casa sin salir, sin hablar ni verse con sus compañeros de escuela, viviendo como en una cueva solitaria, pero siendo cuatro. Aprendimos la convivencia de 24 horas, a compartir los pequeños espacios de nuestra casa, pero también a entender quienes éramos cada uno, respetar nuestros tiempos, comprendernos y conocernos en una situación atípica. Lo más difícil fue organizar los tiempos de estudio para los niños, pues no solo cumplía mi rol de ama de casa y mamá, sino también mis obligaciones laborales de forma remota. Debí ser la maestra de mis hijos y asistirlos en actividades y temas que desconocía o no entendía bien. Fue todo un desafío. Al mes siguiente me enteré que la Universidad me había otorgado una beca para realizar el doctorado en Antropología y ahí me sentí iluminada. Los tiempos cercanos de comer como palomas, los tiempos de soledad y de altibajos emocionales veían la luz al final del túnel. Nuestras vidas cambiaban casi de un soplido, pude renunciar a empleos y cambiar de estatus socio económico. De repente dejamos de ser una familia pobre. Pero mientras nuestra vida se transformaba en una “fiesta” y un recomenzar, millones de personas morían en el mundo afectadas por el COVID, cerraban las fronteras y afuera era el mismo infierno. En nuestra ciudad los hospitales y clínicas estaban colapsados, todo era desconocido y comenzaban a aparecer conocidos infectados. Trascurrió todo el 2020 sin clases presenciales y nosotros nos fuimos acomodando a eso. El 2021 traía esperanzas con la vacuna, pero la irresponsabilidad veraniega de los ciudadanos y el relajo de quienes gobiernan empeoraron las cosas. Comenzamos con la presencialidad y rápidamente hubo que cerrar nuevamente las puertas. Mis padres, que habían pasado 8 meses dentro de casa, tomaron el coche y salieron de vacaciones. En abril de 2021 ambos me avisaron que tenían COVID y que no sabían si iban a sobrevivir. No pude llegar a la ciudad donde viven, cada día fue mensajearnos para saber que seguían con vida. Los dos transitaron sin pasar por la internación, tuvieron pocas secuelas y siguen aquí.
Hoy retornamos a clases, sigo trabajando sin parar, investigando, siendo madre, maestra, pero, sobre todo, viviendo cada día, agradeciendo a los cielos estar sanos, tener trabajo y sobretodo amor.
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