Abril Angulo Rodas
La pesadez del día me tiene tumbada en la cama desde hace más de media hora, mirando hacia el techo, los pies colgando; un día más, un día menos: realmente poco importa, todos se parecen, ya no sé distinguir ni cuando es fin de semana. Las cuatro paredes que me rodean pasaron a convertirse, por imposición, en mi aula de clases, mi comedor, mi área para hacer tareas, pero es también mi lugar de recreación, de entretenimiento, el espacio propio para “distraerme” de las diligencias. La habitación en la que -por momentos- siento mi cuerpo agigantarse, extenderse, disolverse hasta convertirse en una especie de líquido asfixiante que inunda cada rincón, que lo envuelve todo y lo torna lejano, es multiforme, soy yo y, sin embargo, no me encuentro. No, no soy yo. O bueno sí, en parte. Es más bien mi mente divagando, son mis pensamientos materializándose, bailando frente a mí, para mí; es el influjo de la pandemia sobre el discurrir de mis ideas. Son los vestigios latentes que la falta de afecto, producto de la lejanía, dejan sobre mi ser corpóreo; la piel que habito ha sido despojada de la proximidad, de la calidez del otro, del magnetismo de la sociabilidad en físico, esa que se siente y que te embriaga de una sensación revitalizante. Lo volátiles que son los lazos, lo quebradizas que son las relaciones. Poco a poco, me fui recluyendo en mí misma. Me alejé de todxs. No porque quisiera, sino porque no sé cómo estar sin estar. Me terminé perdiendo a mí también; luego me encontré, me apropié de mí con un nivel de conciencia al que nunca había llegado. Seguí tirando del hilo del autodescubrimiento, ¿qué más quedaba si ahora sólo me tenía a mí? Mi mente me lo pedía a gritos y nunca escuché, lo inmersa que estaba en la rutina no me lo permitió. De repente, ¡ZAZ! Llega como un golpe, un frenón en seco, un cubetazo de agua fría. Y ya no te deja. El saberse ajena en territorio propio es causa de una agitación que no te deja en paz, entonces ahora son las circunstancias las que te lo exigen. Y no te encuentras si no te buscas. Debes expresarte; desenredar la maraña que hay en tu cabeza. Probar por todos los medios posibles porque no vaya a ser que pases por alto algún fragmento de ti.
Son las once y quince, hora de dormir. Sigo con los pies colgando sobre la cama, ahora el viento entra más fuerte por la ventana y las cortinas zigzaguean incesantes. No me di cuenta de que pasó la tarde, pasó el día, pasó la vida. Y yo sigo recluida en mí; sólo mis pensamientos me acompañan. Ponte la pijama: enseguida acuéstate donde estuviste sentada todo el día. Lo único que queda esperar es que los sueños sean más emocionantes que la realidad.
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GRACIAS por compartir del modo como lo hacen y quienes lo hacen, las reflexiones de sus experiencias en estos tiempos del Covid. Por duras que sean, me doy cuenta de que aún en la soledad del aislamiento tenemos mucho que compartir y descubrirnos como personas. Mucho de esto nos permitirá reencontrarnos con otra manera de enfocar las relaciones sociales y la comprensión de otro tipo de «nosotros». Lo mejor para tod@s.
Jonas, desde el interior de la ballena Korunda
Muchas gracias Jonas. Estamos agradecidos con todos los que nos han compartido sus testimonios. El espacio esta abierto por si gustas sumar tu voz, la convocatoria esta abierta y la puedes consultar en este enlace https://www.comecso.com/convocatorias/comunidad-y-la-pandemia
Saludos