Tecnología y sociedad: el viejo tema y los encantamientos de hoy
El paradigma tecnológico que acompañó a la transformación de la economía en el último tercio del siglo XX fue el de las tecnologías de digitalización de información y comunicación. Hoy sigue siendo fuente de innovaciones y de reacomodos de poder en el ámbito de las empresas y las naciones. Este paradigma impregnó a la economía y los comportamientos sociales.
La reacción inicial de las ciencias sociales (básicamente economía y sociología) se concentró en el ámbito de la producción material y la reorganización laboral. Se trataba de una continuación de las preocupaciones por analizar los modos de producción y el papel de la fuerza de trabajo: el ser humano frente a la máquina dentro de un sistema de consumo en masa. Sin embargo, la naturaleza expansiva del nuevo paradigma llevó a entender seguidamente que no sólo era en la esfera de la producción material y en la estructura organizativa de las empresas en donde habría que fijar los esfuerzos analíticos, sino en un abanico amplio de fenómenos de la vida social y económica.
Así, en un recorrido que inicia en los años ochenta y desemboca a fines de los noventa e inicios de este siglo, la impregnación de las tecnologías de manipulación digital en la totalidad de la vida económica misma, condujo a una importante definición de una nueva era calificada como sociedad del conocimiento, con su correlato funcional: sociedad de la información. Conocimiento como esencia del valor humano, organizacional y social que rige la competencia, la definición de ganancias y pérdidas y, en última instancia, las jerarquías y un nuevo orden entre actores. Información como flujo manipulable y organizado bajo el patrón tecnológico digital que ordena y define los territorios de la nueva posesión clave: el conocimiento.
Las ciencias sociales aplicadas se esmeraron en construir las métricas que mostraban los avances y las comparaciones entre actores, fueran grupos sociales, empresas, regiones o países, que vivían en esta nueva era de conocimiento e información: ¿Quién tiene, quién no tiene, cuánto tiene, cuánto le falta? La brecha digital es quizá el mayor logro conceptual a que ha dado lugar esta vertiente de observación. En el ámbito del análisis del fenómeno de lo urbano, la sociedad red, el espacio de flujos o la sociedad hipertexto, son buenos ejemplos de la aportación conceptual de las ciencias sociales dentro de la idea “madre” de la sociedad del conocimiento/información.
Observo, pues, que hubo un recorrido desde la intensa preocupación por el tema trabajo-tecnologías digitales, hasta el tema de la totalidad social y económica impregnada por las tecnologías digitales. Este primer tramo de aprehensión de la relación tecnologías-sociedad ha sido ya superado, indudablemente. Las preguntas han abandonado la comodidad de los conceptos generales y su métrica. La panoplia de innovaciones empresariales, políticas, urbanas, de comportamientos individuales, etcétera, que se anudan en el uso masivo, instantáneo de información entre actores hipermóviles, sujetos o no a la disciplinas de lo laboral, productivos o no, legales o no, es un rico nutriente de búsquedas de científicos sociales.
Lo cierto es que los celulares son imprescindibles, los equipos de televisión o de cómputo son incesantemente rediseñados, la educación en línea transforma modelos educativos, los servicios públicos y privados son ejecutados crecientemente en línea, los call centers y la videovigilancia son partes de la infraestructura urbana básica, Internet es la autopista más vigilada porque por ella circula la vida social del mundo y Google y Facebook son dueños de una parte importante de nuestra identidad. El trabajo científico ha sido revolucionado con este paradigma digital, y desde luego las nuevas tecnologías, en cualquier campo, difícilmente son concebidas sin aditamentos de control, registro y localización que no sean digitales. En los software y hardwares que se producen, están contenidos conceptos claves de la economía de la innovación: obsolescencia programada, innovación por el usuario, licenciamiento. La frontera parece no existir, y es indudable que la naturaleza de lo urbano y del ser humano empieza a sufrir transformaciones importantes.
La diversidad nutre a las ciencias sociales. Contradicciones y conflictos son de nueva cuenta la matriz para entender la relación tecnología-sociedad y las mediaciones necesarias para generar modos de observación de tal relación. Sugiero que las tareas analíticas están en el campo de tales mediaciones. Y la pregunta es una, simple: ¿las tecnologías digitales han condicionado desde su propia lógica de desarrollo a lo social?, o bien ¿las tecnologías digitales están formando parte de lo social y son condicionadas por éste?
Creo que, hasta el momento, la respuesta favorita es la primera. No es de extrañar: la innovación desde los actores tecnológico-empresariales es abrumadora, ¿pareciera fuera de nuestra escala humana? Pero entonces ¿las preguntas de las ciencias sociales deberían cambiar? Y tal vez sea urgente no quedar “fuera de esta pelea”: se viene el encantamiento futuro de las nanotecnologías y su capacidad de intervenir en lo viviente sin reglas, sin ética y con mercados vírgenes.
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Felicitaciones al Dr. Jordi Michelli, por sus agudos y siempre bien informados análisis. Sig su producción desde que fui su alumna en el CIDE, en la MEPI. Espero recibir todas sus publicaciones.
En la medida en que el objeto tecnológico es compuesto como una externalidad, entramos al mundo cartesiano donde la materialidad, y por supuesto la intangibilidad son un misterio. Son las mesas que bailan en El Capital. En realidad, somos los objetos que manipulamos, aun ignorando su funcionamiento intrínseco, son una extensión de nuestras posibilidades sociales (o de sociabilidad, en este caso), como un martillo es una extensión de nuestra mano. Lo interesante desde el punto de vista de las ciencias sociales es que en sí mismas no se reconocen como parte de ese objeto externo, nunca como parte de la materialidad (intangibilidad) que construyen a su alrededor como un misterio. ¿Qué es un objeto de investigación sino una oscuridad aparente y necesaria? ¿No son las ciencias sociales una tecnología (de segunda mano, dirían algunos) para el estudio de la tecnología? ¿Son las ciencias sociales un lenguaje para oscurecer la luminosidad de la vida cotidiana donde la tecnología es un recurso transparente, o es esa transparencia un dispositivo más de una gran estrategia de domesticación que sólo puede transparentarse críticamente mediante las ciencias sociales? El juego de la separación construye las preguntas; el lenguaje esquizofrénico produce la oscuridad y el misterio.
En el bestseller de Kevin Kelley (What Technology Wants, Viking, 2010), la tecnología es vista como un proceso orgánico en la evolución (¿cósmica?), en realidad, una extensión orgánica con vida propia. Los seres humanos, como parte de ese proceso son sólo un vehículo de un proceso vital mayor, y la tecnología es solo la expresión material e inmaterial de ese proceso, sujeta a las reglas evolutivas propias del desarrollo orgánico. Es quizá un juego de palabras más, pero es interesante como perspectiva donde lo social es parte de un proceso evolutivo (visible incluso en formas primitivas de la vida orgánica), donde la materialidad humana, la sociabilidad y la tecnología son sinonímicos, expresiones contingentes de un momento en la evolución que nos definen como especie y dentro de la especie (considerando la suerte de nuestros desaparecidos primos Neanderthals y Erectus). En otro lenguaje unitario, Bruno Latour (Reassembling the social, Oxford, 2005) nos invita a reconocer a los objetos materiales como elementos activos, donde lo social es asumido como un gran plano de horizontalidad relacional y material. En resumen: en estas perspectivas, la tecnología no cambia a la humanidad; la tecnología es la humanidad cambiando, el lenguaje del cambio, su evolución discernible.
Las preguntas no se han ido, y desgraciadamente, siguen siendo las mismas. Son parte del gran horizonte ético de esta mal entendida modernidad (¿cristianidad?) que ve al dolor, a la pobreza y a precariedad humana como una inmoralidad. Quizá esta moralidad e inmoralidad es parte de un imperativo evolutivo, como quiere creer Kelley, a partir de la antropología teórica de Sahlins, o la tecnología es un juego de vida propia como en la optimista economía institucional de W. Brian Arthur (http://www.edge.org/3rd_culture/arthur09/arthur09_index.html), un proceso ajeno a nuestras deliberaciones morales. Para el caso, el resultado es el mismo: esta perplejidad artificiosamente construida como gran dilema humano.
Creemos ingenuamente que la tecnología crea nuestros males, y peor aún, que podría liberarnos de los mismos. Pensamos que nada humano nos debe ser ajeno, y vemos con profunda indignación (sentida o imaginada, no importa) a la historia material pasar de los swetshops manchesterianos a los call-centers de Bangalore, de las minas de carbón a las fábricas de iPhones; de la cornucopia de los almacenes victorianos a la blanca placidez de las iStores. No obstante, las preguntas siguen siendo las mismas, y no encontramos la manera de preguntarles de forma distinta. ¿Nos equivocamos por preguntar? ¿Nos traiciona el lenguaje disponible para preguntar? Pasamos de las certezas marxistas a las controversias posmodernas convencidos de nuestra alta moralidad, nuestra inobjetable superioridad de entendimiento (validada por la ausencia de aplausos) que llamamos ciencias sociales. ¿Es un error de enfoque, o un enfoque necesario para resolver, aunque sea imaginariamente, un dilema moral mal disfrazado de objetividad científica? Nos planteamos problemas y el mismo planteamiento los hace irresolubles. Quizás la pobreza y el dolor humano son un productos de nuestra pobreza para imaginar, y las ciencias sociales el principal síntoma de nuestra imaginación fallida.
Hola Jorge, gracias por comentar.
Agrego una cuestión, en la línea de tu argumentación. La cuestión es un tanto similar al principio de incertidumbre de la Física: nunca podemos conocer sin incertidumbre la posición de una partícula porque cuando la “medimos”, alteramos su estado. Así que, ¿qué pasa si cuando nos enfrentamos a la tecnología , ya somos “otros” por la acción misma de la tecnología en nosotros?
Esa pregunta (¡!) me la he hecho a partir de dos lecturas:
Dohuei ( La gran conversión digital, 2010 ) y Simone( La tercera fase,2001) han definido un cambio de era a partir de la relación cognición humana- tecnologías digitales: nuevas fases del modo de conocer basado en desarrollos mentales integrados a lo digital. Para ambos están en juego nuevas funciones del cerebro, y otras que han prevalecido durante siglos, están siendo desplazadas a un estado de reposo. La nueva expresión de la nueva civilización orientada por lo digital es el “post –humano”, definido por la posibilidad de la intersección dentro del cuerpo humano, del cerebro y la computadora.