Muchas gracias por tanto Don Pablo
Por Jorge Cadena Roa*
Publicado el 8 de enero de 2024 en «Resonancias. Blog del Instituto de Investigaciones Sociales»
Me disculpo por hablar de mí en este homenaje al Dr. Pablo González Casanova con motivo de la inauguración del auditorio del Instituto de Investigaciones Sociales (IISUNAM) que llevará su nombre. Verán que hablar de mí es sólo un recurso para mostrar algunos aspectos de la personalidad de don Pablo.
Conocí a Don Pablo en 1983, hace ya 40 años. Para entonces, él ya había sido todo en la UNAM (director de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales [FCPyS], del IISUNAM y Rector) y publicado sus obras más conocidas.
Yo había estudiado la licenciatura en la Facultad de Economía (FEc) de la UNAM y había decidido no continuar con el posgrado en esa materia. La economía no era lo mío. Un día que visitaba a un amigo en la FCPyS, llegó María Marván y nos dijo a los que estábamos ahí que en el IISUNAM estaban ofreciendo becas. Enseguida pensé, “¡yo necesito una!” Fui al Instituto a pedir informes y me entrevistó su hermano Nacho. Vio mis papeles que decían que había obtenido el grado de Licenciado en Economía en 1982 con una tesis titulada El concepto de productividad en el primer tomo de El Capital y que estaba entre los tres con más alto promedio de mi generación. Mis hazañas académicas no merecieron más que un lacónico, “nunca has hecho algo sobre México, ¿verdad?” Pues no. Todo lo que sabía era lo que enseñaban por entonces en la Facultad de Economía: marxismo. Él también era egresado de la FEc, así que yo creo que pensó que tenía remedio y merecía una oportunidad. Así me convertí en becario del IISUNAM con Don Pablo como mi tutor.
Un buen dia, Carlos Sirvent, entonces director de la FCPyS, le ofreció a Nacho la coordinación del Centro de Estudios Sociológicos. Después de varios años de trabajar con Don Pablo, Nacho aceptó la invitación y yo me quedé en el IISUNAM. Nacho ya me había presentado con mi tutor quien me dio la bienvenida al equipo. Hasta ese momento yo no lo había tratado, todo lo veía con Nacho. Por entonces ya se habían publicado los primeros volúmenes de La clase obrera en la historia de México (1980-1988) y de El obrero mexicano (1984-1985).
Yo creo que, para mi fortuna, Nacho no le dijo a Don Pablo que yo solamente sabía marxismo, porque entre las primeras cosas que Don Pablo me encargó directamente fue un cuadro que resumiera las iniciativas de reforma a la Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LFOPPE) que proponían los partidos políticos. Supongo que le gustó ese cuadro porque se publicó en Las elecciones en México (1985) y posteriormente me encargó la actualización del artículo titulado “El partido del Estado y el sistema político” que se publicó en la 5ª edición ampliada de El Estado y los partidos políticos en México (1986). Yo, desde luego, estaba muy contento porque descubría que el mundo era más amplio y plural de lo que decían mis profesores de la FEc y porque mis colaboraciones se publicaban y recibía el crédito. Al cabo de un año, terminó la beca que recibía del Instituto y pedí cita con Don Pablo para despedirme de él. Sin embargo, luego de que me escuchó, Don Pablo me pidió que continuara trabajando con él y me ofreció una beca de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU) para que le ayudara a coordinar las actividades sobre México del proyecto Perspectivas de América Latina (PAL), un proyecto muy ambicioso que tenía su sede en el IISUNAM y contaba con el apoyo de la UNU. Yo acepté con mucho gusto. Ya para ese momento me quedaba claro que mi jefe había sentado las bases de la sociología empírica en México, que impulsaba el desarrollo del pensamiento propio, que era crítico de la aplicación de esquemas teóricos desarrollados en otros tiempos, para situaciones ajenas a las nuestras.
En eso estaba, cuando un buen día Don Pablo nos anunció a sus colaboradores en el proyecto PAL (Concepción Mandujano, Conchita, Elke Koppen, Mary Reyna y yo) que el 20 de enero de 1986 se había publicado en la Gaceta UNAM el Acuerdo de creación de Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Humanidades (CIIH) con la fusión de los recursos académicos del Programa Justo Sierra y del Centro de Estudios sobre Estados Unidos de Norteamérica que tenían su sede en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, en el primer cuadro de la Ciudad de México. La creación del CIIH no representó cambios inmediatos para nosotros porque Don Pablo siguió trabajando en su cubículo del 8º piso de la Torre 2 de Humanidades. Sin embargo, unas semanas después, me empezó a pedir que viera asuntos relacionados con los recursos que habían sido asignados al CIIH, para lo que tenía que ir de vez en cuando a San Ildefonso. Desde la primera vez que fui a ver al Secretario Administrativo, quien tenía la información que Don Pablo quería que yo viera, fue evidente que le costaba trabajo creer que el Director me enviara a mí, un “muchachito” (así me decía Conchita), de cabello largo, pantalón de mezclilla, y tenis a revisar información que, según me decía, “solo puede ser del conocimiento del Director.” Como se negaba a mostrarme lo que le pedía, le dije que si tenía alguna duda de que Don Pablo me había enviado le preguntara. Y sí, lo hizo. Tomó el teléfono, preguntó y Don Pablo le contestó, “muéstrele lo que le pida.” Efectivamente, Don Pablo no se fijaba en mi apariencia. Había depositado su confianza en mí y no había más que decir.
Poco después Don Pablo me invitó a que ocupara la jefatura del Departamento de Apoyo al Personal Académico del CIIH. Le agradecí la invitación, pero no la acepté. Le dije que mi proyecto en la UNAM era desarrollar una carrera como investigador, no una dedicada a apoyar a otros investigadores. Supongo que a Don Pablo no le gustó mi respuesta, le habré parecido engreído o soberbio tal vez, y dejó de necesitarme por varias semanas hasta que me pidió que fuera nuevamente a San Ildefonso.
Unos meses más tarde, don Pablo me llamó a su oficina y me ofreció un contrato por artículo 51 como investigador asociado A del Centro y me invitó a ocupar la Secretaria Académica del CIIH. Enseguida cruzó por mi cabeza que Don Pablo podría dejar de necesitarme por una temporada más larga que la anterior si le volvía a decir que no, y acepté sin pensarlo más. Recuerdo que le dio mucho gusto, se levantó de su sillón, me dio la mano y me pidió que le hablara de tú. Nunca pude hacerlo. Salí de su oficina mirando al piso con los ojos bien abiertos porque no sabía bien a bien en qué me había metido. No tenía idea de qué era eso del artículo 51 ni de cuáles eran las tareas de un secretario académico. ¡Pero tendría un contrato como investigador en el nuevo Centro de la UNAM que dirigía don Pablo! Eso más que compensó mi incertidumbre. En nuestro primer acuerdo de trabajo me pidió que en adelante usara saco y corbata, que dejara de usar tenis, porque los funcionarios de la Coordinación de Humanidades, con quienes tendría que tratar, eran muy formales. Afortunadamente no hizo mención a mi cabello largo. Ni modo, pensé, a comprar saco y corbata.
En los años siguientes colaboré con Don Pablo en la coordinación del Seminario Permanente Las entidades federativas: sociedad, economía, política y cultura y viajamos con regularidad al interior del país para participar en los seminarios organizados por los grupos de investigación que formamos en los estados. En las salas de espera de los aeropuertos, en los vuelos y traslados, Don Pablo me contaba acerca de diferentes momentos de su vida: de que no había sido buen estudiante y su papá lo llevó con una persona para que le enseñara carpintería, así por lo menos contaría con un oficio para ganarse la vida; de que en diferentes momentos había tratado con Vicente Lombardo Toledano y Manuel Gómez Morín; de cómo la izquierda y la derecha universitarias, así como el gobierno federal, lo habían presionado sin tregua durante su rectorado; de que Castro Bustos y Falcón habían sido enviados por el gobierno y que el presidente no hacía nada para ayudarle, entre muchas otras cosas. Lamentablemente, no había nada en mi formación de economista marxista que me ayudara a darme cuenta de la importancia de esas conversaciones y ahora lamento no haber tomado nota de ellas. Me habría venido muy bien contar con un cuaderno de campo, como los antropólogos.
Don Pablo tenía una enorme vitalidad y energía, también una gran imaginación para convertir problemas en proyectos de investigación, un liderazgo académico sin parangón, y una capacidad organizativa y operativa que le permitía animar y retroalimentar a varios equipos de trabajo a la vez distribuidos en todos los estados de la República y en América Latina, y seguir investigando y publicando los resultados de sus propias investigaciones.
En ese ambiente trabajé con Don Pablo como becario de posgrado, becario de la UNU, técnico académico del IISUNAM (yo ocupé la plaza que ocupa Raúl Romero Gallardo desde hace algunos años), como investigador asociado A y Secretario académico del CIIH. Uno de mis mayores orgullos de esos años fue que Don Pablo me invitó a que coordináramos el Primer informe sobre la democracia: México 1988 (1988) y a escribir para ese libro un capítulo sobre “Las demandas de la sociedad civil, los partidos políticos y las respuestas del sistema” (1988). Escribieron para ese libro, además de Don Pablo, Adolfo Aguilar Zinser, Sergio de la Peña, Miguel Concha, José Woldenberg y Silvia Gómez Tagle. El libro fue publicado por Siglo XXI Editores, la casa que había publicado muchos de los libros que leí durante mis estudios de economía.
En 1992, apenas recibí la confirmación, le dije a Don Pablo que había ganado una beca Fulbright-García Robles para estudiar un posgrado en sociología en la Universidad de Wisconsin-Madison, universidad a la que me había postulado la Comisión Fulbright y que fue la primera en aceptarme. Le dio mucho gusto la noticia. Me preguntó que dónde quedaba eso; le dije lo averiguaría porque tampoco sabía. Sin dudarlo me dijo que me deseaba mucho éxito y que contaba con todo su apoyo. Así fue.
Mi último día en el Centro, justo antes de salir de vacaciones de verano de 1993, don Pablo me ofreció una despedida en el Auditorio a la que fue invitado todo el personal. Don Pablo llevó algunas botellas de champagne de su propia cava. Yo estaba muy contento y agradecido por el gesto. Recuerdo que, con el primer brindis, Don Pablo levantó su copa y dijo: “le deseamos a Jorge que le vaya muy bien en sus estudios. Nada más recuerden que ya era imperialista desde antes de irse, no se va a hacer imperialista allá.” Yo no supe bien cómo interpretar el brindis más que como una broma afectuosa y que tal vez durante los siete años en los que ocupé la Secretaría académica del CIIH había invadido materias de trabajo que no eran de mi competencia. Pero ya les dije que no sabía cuáles eran las tareas del cargo, así que, si realicé actividades que no me correspondían, ni me enteré. En fin. Nos reímos y brindamos hasta que no quedó gota en las botellas.
Los principales resultados del proyecto PAL, los llamados “trabajos de síntesis,” se publicaron en la Biblioteca América Latina: actualidad y perspectivas, coeditada por la UNU, el IISUNAM y Siglo XXI. En el Prólogo de esa Biblioteca Don Pablo dice que en ella se publicarán las obras realizadas en el marco del proyecto PAL, el “más amplio y complejo proyecto que en materia de ciencias sociales se haya llevado a cabo en América Latina” y que en él participaron “investigadores de aproximadamente treinta países de Sur y Centroamérica, el Caribe y México.” Entre las obras que se publicaron en la Biblioteca se encuentran Los movimientos populares en América Latina (Camacho and Menjívar 1985), Los sistemas políticos en América Latina (Meyer and Reyna 1989), De la historia a la política (Zemelman 1989), El Estado en América Latina. Teoría y práctica (González Casanova 1990a), América Latina, hoy (Vuskovic et al. 1990), La crisis en América Latina (Vuskovic 1990), Cultura y política en América Latina (Zemelman 1990) y Movimientos sociales y política (Calderón 1995).
Por su parte, los resultados del proyecto PAL correspondientes a México se publicaron en la Biblioteca México: actualidad y perspectivas coeditada por el IISUNAM y Siglo XXI. De esa Biblioteca destacan los dedicados a movimientos sociales: el movimiento urbano popular (Ramírez Saiz 1986), el papel de los cristianos en la formación de organizaciones de los movimientos sociales (Concha Malo, Gary and Salas 1986), la lucha por los ayuntamientos (López Monjardín 1986), el movimiento indígena (Mejía Piñeros and Sarmiento Silva 1987), el movimiento campesino (Flores Lúa, Paré and Sarmiento 1988), el movimiento estudiantil (Guevara Niebla 1988), la formación de organizaciones empresariales autónomas (Millán 1988) y el movimiento sindical (Trejo 1990).
En el CIIH se creó la Biblioteca de las Entidades Federativas. Los primeros 15 volúmenes, publicados entre 1988 y 1995, fueron coordinados por Pablo González Casanova y Jorge Cadena-Roa y correspondieron a los estados de Michoacán (Zepeda Patterson 1988), Colima (Rivas Mira 1988), Aguascalientes (Herrera Nuño 1989), Estado de México (Morales 1989), Quintana Roo (Dachary and Arnaiz 1990), Veracruz (Amezcua 1990), Baja California Sur (Guillén Vicente 1990), Nayarit (Pacheco 1990), Chihuahua (Orozco 1991), Hidalgo (Gutiérrez 1991), Sonora (Vázquez 1991), Zacatecas (Delgado, Figueroa and Hoffner 1991), Tlaxcala (Ramírez Rancaño 1992), Guerrero (Estrada Castañón 1994) y Tabasco (Curzio 1995). Francisco Paoli Bolio fue editor de los primeros seis volúmenes de la Biblioteca (1988-1990) y Guadalupe Valencia García (1990-1995) de los nueve siguientes. El corolario de ese proyecto fue La república mexicana: modernización y democracia de Aguascalientes a Zacatecas (González Casanova and Cadena-Roa 1995), en tres volúmenes.
Estos proyectos editoriales denotan la medida de las iniciativas y el liderazgo de Don Pablo. Él no pensaba en formar grupos de investigación, tener seminarios y publicar libros, pensaba en que esos libros debían formar parte de bibliotecas temáticas: Biblioteca América Latina: actualidad y perspectivas, Biblioteca México: actualidad y perspectivas, Biblioteca de las entidades federativas. También expresan la medida en la que Don Pablo invitaba a colaborar en ellos a reconocidos especialistas al lado de jóvenes que daban los primeros pasos en la investigación social. Todos eran convocados, todos eran bienvenidos. Con los jóvenes era sumamente respetuoso, no intentaba formar clones que repitieran sus ideas.
Paralelamente a las actividades desarrolladas en el marco de proyecto PAL y a las que impulsó desde la dirección del CIIH, Don Pablo coordinó varios volúmenes colectivos más, entre ellos México ante la crisis (1985) y México hacia el 2000 (1989), sin mencionar sus artículos publicados en revistas académicas, no académicas y en diarios de circulación nacional.
En palabras de Don Pablo, el proyecto PAL logró articular análisis y hechos que hasta ese momento se habían tratado por separado y con ello impulsó una perspectiva de análisis relacional y contextual, que consideraba atentamente las variaciones de tiempo y lugar. En el marco de ese proyecto se produjeron 1,028 estudios que abarcan análisis históricos, políticos, sociales. De ellos, se publicaron 300 sobre movimientos sociales, 169 sobre fenómenos de democracia emergente, 43 sobre teoría del Estado y partidos políticos, 43 sobre las crisis económicas, 34 sobre la cultura política y el poder y 32 sobre luchas y conflictos recientes (González Casanova 1990b).
Desde luego, la influencia intelectual de don Pablo, esos años de colaboración en el proyecto PAL y en el CIIH, dejaron en mí una huella imborrable. Pero sentí que ya era tiempo de que me pusiera estudiar. Don Pablo estuvo de acuerdo desde la primera vez que le dije que esas eran mis intenciones y no hizo absolutamente nada para retenerme, por el contrario, me animó y me apoyó para que lo hiciera.
Unos cuantos meses después de que yo iniciara mis estudios de doctorado en sociología de la Universidad de Wisconsin Madison, estalló en Chiapas el levantamiento zapatista. En enero de 1994 vi a don Pablo y le dije que, ante tal acontecimiento, me preguntaba si debía continuar mis estudios o sería mejor que me regresara el país. Me dijo que en ese momento mi tarea era volver a Madison, continuar mis estudios y que no había nada que pudiera yo hacer en relación con los zapatistas. Claro y preciso. Despejó mis dudas y volví a los estudios. Mi interés en las protestas y los movimientos sociales se inició con Don Pablo y en esos temas me especialicé durante mis estudios en el Departamento de Sociología de la Universidad de Wisconsin-Madison.
Don Pablo era una persona que cuando te ganabas su confianza te involucraba en sus proyectos y te invitaba a colaborar en algo. Para eso no importaban tu edad (tendría veintitantos años), tu experiencia previa (era un estudiante recién egresado), tu formación académica (era un licenciado en economía que solo sabía de Marx), tu linaje académico (al Instituto llegué sin recomendaciones, Nacho me consiguió las que hacían falta para la solicitud de beca). Pese a que no tenía nada de eso, don Pablo me dio su confianza y con ella la seguridad indispensable para hacer lo que me encargaba. Pensaba que, si él creía que yo podía hacerlo, seguramente tenía razón. Y lo hacía.
Mi relación con don Pablo siempre fue de respeto, admiración, cariño y agradecimiento.
Muchas gracias por tanto Don Pablo.
Referencias
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* Investigador del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM. Investigador Nacional III. Miembro de la Academia Mexicana de Ciencias. Miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM.
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