Esteban Krotz | Después de la indignación: ¿la hora de las ciencias sociales?
La indignación ha venido creciendo, lenta pero continuamente, y ahora ya es bastante visible en el país y en el extranjero. Pero parece que su concentración en el caso de los 43 normalistas «desaparecidos» de Ayotzinapa ha oscurecido y hasta hecho olvidar los demás «daños colaterales», como algunos funcionarios los suelen llamar, o sea, entre otros, las víctimas del tiroteo del 26 de septiembre en Iguala, las historias desconocidas de las docenas de cadáveres encontrados por casualidad en diferentes lugares del mismo municipio (¿y si se empezara a excavar en otros lugares, cercanos y lejanos?), los 22 ejecutados sumariamente en Tlatlaya por fuerzas de seguridad, la señora Margarita Santizo velada en plena calle Bucarelli y quien había dedicado los últimos cinco años de su vida a la infructuosa búsqueda de su hijo «desaparecido» en Michoacán, la médica twittera María Elizabeth Macías primero amenazada, luego secuestrada e impunemente asesinada, la hija de la activista Nestora Salgado recientemente exiliada, los sustos, las angustias y la rabia de los extorsionados por teléfono desde las cárceles controladas por el estado…
La indignación limitada
Pero la indignación, con todo y todo, no fue tanta. En demasiadas universidades públicas y privadas, incluso en departamentos y centros de ciencias sociales y humanas, reinan la indiferencia y la evitación del tema, algo difícil de entender. Y en demasiados foros electrónicos ha habido expresiones realmente escalofriantes –casi siempre anónimas y en algunos casos, al parecer, orquestadas, en otros casos, también al parecer, impulsadas por la frustración causada por la impunidad–, en las que se mezcla el desprecio por la opinión diferente y por la vida de cualquier disidente, con la exaltación de «héroes» que acaban por su cuenta con la vida de delincuentes supuestos o probados. Y, como siempre, es obvia la presencia también de comentarios y estrategias que utilizan la situación para desahogarse, hacerse notar o promover intereses de partido.
Aunque recientemente hayan llegado especialistas graduados en ciencias políticas al primer círculo del poder gubernamental, parece que las ciencias sociales se hallan en una situación semejante a la de sus inicios como disciplinas científicas hace siglo y medio: por una parte, se enfrentan al problema cognitivo de comprender el fenómeno llamado «estado» como un fenómenos social central, por otra parte, descubren la necesidad de emanciparse de otras formas de conocimiento acerca de la realidad sociocultural.
Los retos antiguos y nuevos de las ciencias sociales
Con respecto a lo último, sigue la necesidad de evidenciar lo erróneo de abordar la esfera sociocultural mediante las categorías propias de la biología (contradiciendo la pretendida existencia de criminales «natos» y delincuentes «incorregibles»), de la psicología individual (contradiciendo el análisis de la acción humana limitado a las estructuras de personalidad), de cierto tipo de ética individual (contradiciendo la legitimidad de reconocer de manera abstracta valores y de formular obligaciones) y, desde luego, del sentido común o habla cotidiana (en el cual se amalgaman residuos de los tres abordajes mencionados con estereotipos racistas, machistas y clasistas).
Sin embargo, y como lo mostraron entonces Durkheim y Marx, Weber y McLennan, Tylor y Spencer y otros más, el rechazo de los abordajes cognitivos improcedentes por desconocer la propiedad de la esfera sociocultural, no sirve sino como punto de partida para construir la perspectiva propia de las ciencias sociales y humanas, para escudriñar la ontología de lo sociocultural, para generar la metodología (en el sentido amplio) pertinente para el estudio de los fenómenos sociales y culturales, entre ellos, el estado.
Las costumbres de confundir el estado con el gobierno, de escribir –como Dios, el Rey y la Iglesia– la palabra «estado» con mayúscula, y de eclipsar el tema a causa de la atención a la llamada «globalización», muestran qué tan lejos estamos todavía de una comprensión adecuada del fenómeno del estado, no solamente del Estado Mexicano y de los estados latinoamericanos, sino del estado como una forma de organización social (con un determinado tipo fundamental de división del trabajo, estructura de poder, instancias de reproducción), independientemente de sus posibles adjetivos capitalista, de derecho, nacional, democrático, etcétera.
¿Un grupo de trabajo nacional para el estudio del estado?
¿No sería conveniente y posible retomar la tradición de Comecso de patrocinar el trabajo de grupos nacionales de investigación sobre ciertos temas candentes? El surgimiento y el mantenimiento de la desigualdad socioeconómica, la violencia en la vida individual y colectiva, la generación de hegemonía y el refinamiento de sus mecanismos, la dinámica de las relaciones interétnicas e interculturales son otros temas más de este tipo – temas, que nacen de problemas sociales sentidos, pero cuyo abordaje necesita de la investigación de tipo «básico» y de largo alcance, sin la cual la propuesta práctica y la estrategia «aplicable» se quedan sin fundamento.
En el caso concreto del tema del estado, ¿no se podría impulsar la formación de una red nacional de estudiosos competentes en sociología política, psicología política, antropología política, y buscar apoyo financiero especial (especial quiere decir: al margen de las presiones tan acostumbradas como contraproducentes de producir a corto plazo papers y publicaciones indizadas a diestra y siniestra para justificar la existencia del proyecto y de sus participantes)? Estudios tan disímbolos como los de David Graeber sobre la deuda y de Thomas Piketty sobre la desigualdad muestran el posible aporte de la economía al tema. Podrían contribuir colegas de los campos del derecho, la geografía humana, el trabajo social, la comunicación y la pedagogía, al margen de la habitual reducción de sus disciplinas a la «técnica» profesional o a la «competencia» práctica. Los estudios de género, de relaciones interculturales y de ecología humana podrían colaborar; un poco de historia no sobraría y la filosofía política también debería tener su lugar.
Al pensar en los aportes de la investigación científica para la resolución de los problemas del país, se suele privilegiar indebidamente la consideración de las ciencias llamadas exactas o naturales y las ingenierías de tal forma que en los catálogos de los retos nacionales escasean notablemente las referencias a la dimensión social y cultural. Es más, como ha sido puesto de relieve en diversas ocasiones, a las ciencias sociales y humanas se les están imponiendo los modos de generar y difundir el conocimiento calcados de aquellas disciplinas. Pero sin un mejor y más profundo conocimiento de los fenómenos sociales –en este caso específico, del estado y sus aparatos e instancias, entre las cuales el mismo sistema educativo y universitario ocupa un lugar importante– ninguna estrategia de cambio tendrá perspectivas de éxito.
¿No sería la formación de un grupo de trabajo del tipo mencionado una manera de concebir la labor científico-social como puente entre la siempre pasajera indignación personal, que ya no sabe cómo enfrentarse a tanta situación indigna e indignante, y las propuestas concretas para cambiar de raíz tal situación? ¿No sería una forma de tomar en serio el informe de Amnistía Internacional «sobre tortura y otros malos tratos en México» publicado ominosamente el 4 de septiembre con el título «Fuera de control»? ¿No correspondería incluso a la intuición de quienes dibujaron «Fue el estado» en el piso del zócalo capitalino, insisten en que los hechos arriba enlistados son «crímenes de estado» o ya hablan del «terrorismo del estado», todos con el afán de neutralizar la idea difundida desde el poder estatal de que se está ante hechos «aislados», acaso provocados por criminales solitarios, mentes enfermas, individuos dementes?
Asumir esta tarea así, podría ser una manera de responder al llamado con el que termina el poema publicado por Marcela Ibarra Mateos con el título «Mamá, si desaparezco, ¿adónde voy?» el 22 de este octubre de 2014 en La Jornada de Oriente, y donde dice:
«Escribiría sus nombres en los muros.
Abrazaría en la distancia y en la cercanía a todos aquellos padres y madres, hermanas y hermanos que buscan a sus desaparecidos.
Caminaría del brazo de ellos por las calles.
Y no permitiría que sus nombres fueran olvidados.
Y querría, hijo, que todos ellos no tuvieran miedo, porque todos los buscamos.»
Esteban Krotz
*****
Te puede interesar
Publicaciones del COMECSO
comecso - Dic 04, 2024Este espacio reúne la gran mayoría de la producción editorial de nuestra asociación. A lo largo de casi cinco décadas,…
IX Encuentro Latinoamericano de Metodología de las Ciencias Sociales
Laura Gutiérrez - Dic 11, 2024IX Encuentro Latinoamericano de Metodología de las Ciencias Sociales Indisciplinar las ciencias sociales. Transformaciones y resistencias en las fronteras metodológicas…
Primer Congreso de Literatura Queer y Perspectivas de Género: “Decir el cuerpo situado”
Laura Gutiérrez - Dic 11, 2024La Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica a través de…
Postdoctoral Research Fellowships
Laura Gutiérrez - Dic 11, 2024University of California Alianza MX Postdoctoral Research Fellowships 2025 Pilot Program Deadline: March 31, 2025 The University of California Alianza…
Sintomático resulta que toda una Institución de referencia nacional como el COMECSO haya tardado más de un mes en publicar en su blog las primeras opiniones sobre los hechos trágicos de los normalistas asesinados y desaparecidos en Iguala, de la misma manera que resulta sintomático que los primeros análisis sean de dos veteranos antropólogos que observan la vida nacional y el mundo desde el sur del país; además de la tribuna publicada en El País por Bailey y Garzón.
Dicho esto, ojalá no caiga en saco roto la propuesta del Dr. Krotz y el COMECSO impulse otra lógica de investigación, tanto en la temporalidad como en la integración de los grupos de investigación, ya que ciertamente sin la necesaria reflexión sin presiones cortoplacistas como sin transdisciplinariedad, los resultados van a ser anecdóticos.
Aunque mucho me temo que esto acabe siendo llamarada de petate y que los doctos profesores de la Academia mexicana sigan con el mismo temario y con las mismas líneas de investigación consagradas, perdón, sancionadas por el Conacyt del Dr. Enrique Cabrero et alii, que jamás van a tener la valentía que tuvo -como sabiamente nos recuerda el Dr. Krotz- la médica twittera María Elizabeth Macías; mientras desde el Conacyt no se apoyen líneas de investigación sobre violencia y corrupción que puedan trabajar a lo largo de décadas sin tener que publicar 100 papers, la Ciencia Social y las Humanidades incómodas serán irrelevantes en los asuntos de gobierno.
Ahora bien, sin irnos a los extremos, la violencia del Estado-y-República mexicanos es tal, que ya nadie se acuerda de la potosina Doña Esperanza Reyes Aguillón, que fue condenada a más de cinco años de cárcel por pagar con un billete falso de 100 pesos una libreta para que su hija hiciera la tarea. La detuvieron, encarcelaron, el abogado de oficio era un canalla que no hizo nada y estuvo en las islas Marías hasta que fue indultada.
En un país donde normalistas de Guerrero son masacrados (lo de Iguala no es la primera vez que ocurre)y secuestrados o donde una madre de familia va a la cárcel por pagar un cuaderno de tarea con un billete falso que le habían dado de cambio en otra tienda, es fácil suponer que tanto el Estado-estado como las Ciencias Sociales no funcionan bien desde hace décadas.
Estimado Esteban
La poesía estremece y señala, gracias. Coincido en conjuntarnos desde diferentes perspectivas mirada y disciplinas a conocer lo más críticamente y objetivamente posible lo que nos sucede. Dudo que los señores del dinero busquen y quieran una solución diferente a su repetición como señores, (incluida la burocracia jerárquica designada por ellos, que administra el presupuesto y subvenciones para las indagaciones sobre los «problemas» nacionales. Pueda ser y ojalá exista y perviva algo humano en esas instituciones que dejaron de serlo y se imponen, se nos imponen a los hombres y seres humanos que las creamos. Hagamos el esfuerzo por hacer posible que la «ciencia» se subordine a la realidad, al hombre concreto y específico con el que convivimos y que somos. Que esa ciencia contribuya a crear y conformar un futuro más humano y más digno para nosotros y los que vienen detrás de nosotros. Intentémoslo pues como científicos que somos.
Un abrazo
Javier