Andrés Fábregas Puig | Ayotzinapa: Un país al filo de la navaja
El núcleo de la configuración del poder en México es el grupo clientelar. Las bases de estos grupos, que se mueven alrededor de una “cabeza”, están en el control para acceder a los recursos básicos de la sociedad mexicana, desde los niveles locales, pasando por los regionales, hasta llegar a los nacionales y el Estado. Es compleja la configuración de esta constelación de grupos y de sus alianzas, pero son los componentes de un control que articula los procesos económicos con los procesos políticos, para, desde esta articulación, acceder a lo que configura un proceso de dominación sobre la sociedad.
Estos grupos iniciaron su re-configuración al triunfo de la Revolución Mexicana, y en su contexto, dirimieron sus conflictos de intereses hasta imponerse los que tuvieron mayor capacidad de maniobra y de control. A partir de allí, después del régimen encabezado por Lázaro Cárdenas, los grupos clientelares apoderados del Estado, construyeron a lo largo del tiempo una configuración del poder en la que es básico el control del Estado para acceder a las riquezas creadas por la sociedad en su conjunto. El formato funcional de estas configuraciones incluye la perversión de los fundamentos de la democracia, en cuyo ámbito han jugado un papel protagónico los medios masivos de comunicación en México, con algunas excepciones. De esta manera, en un aparente medio democrático opera una cerrada estructura de poder, que incluye a los partidos políticos y a los sectores en lucha directa por el control del Estado y el acceso a los recursos básicos de la sociedad mexicana. El modo de operar de estas configuraciones se ha mostrado constantemente a lo largo de la historia del país. Quizá el referente más cercano es el movimiento estudiantil de 1968. Y eso se mostró de nuevo en los terribles sucesos de Ayotzinapa. Como si observáramos a través de una lente, Ayotzinapa muestra la articulación de los grupos clientelares de las configuraciones del poder en México, ahora reforzados por la delincuencia organizada y los jugosos negocios con los que operan. Quizá ello tiene una larga data. Quizá no es nueva la articulación entre delincuencia y círculos políticos en México. Pero los extremos a los que están dispuestos a llegar, lo mostró Ayotzinapa, que quedará como un punto de referencia para aquilatar el horror de una configuración de dominio dispuesta a todo, a lo más extremo, como es asesinar a jóvenes o desaparecerlos en medio de la mayor impunidad. No es una casualidad que en México el derecho se negocie y que todo el marco jurídico del país sea sólo una referencia para establecer las bases de la negociación. El crimen de Ayotzinapa lo revela con meridiana claridad al descubrir a una configuración local de poder en donde es imposible distinguir al empresario con el político, el delincuente, el sector jurídico y el policial. Son, dirían los sociólogos clásicos, “instituciones totales” y aún más, “instituciones voraces”, dispuestas a los extremos a los que llegó el crimen de Ayotzinapa. La complejidad aumenta porque en el transcurso del tiempo estas configuraciones del poder en México se transforman, se transmutan, hasta llegar a la actual composición de estos grupos clientelares, quizá los más vacíos de un oficio de estadistas que el país haya conocido, alejados de una formación humanista sólida, admitida como guía para la acción, y más bien substituida por una visión pragmática de la vida, en la que las nociones de país y de servicio a la sociedad, son desechadas para entronizar el negocio, el afán por hacerse de dinero. Esta es la clave de Ayotzinapa. No podemos pedir sensibilidad a quien la repudia y la concibe como un obstáculo para dedicarse al control, el enriquecimiento y el dominio. Si no, véase el caso del Alcalde de Iguala, un empresario-político-delincuente que arriba al poder por esos vericuetos tejidos por las alianzas de los grupos clientelares, no importando el partido político que los postula. Esperar que un personaje de esas características se conmueva ante las necesidades reales de la sociedad y piense en la gente, es un acto de ingenuidad. Por eso es capaz de ordenar un crimen como el de Ayotzinapa y pensar para sus adentros, “por qué me persiguen si de esto se trata la política”. La pregunta que intriga en este caso es ¿llegarán este tipo de personajes al control del Estado Nacional? ¿Se localizan ya en las configuraciones intermedias de los grupos de poder? Sabemos de hijos de gobernadores o de gobernadores mismos que llenan los requisitos de este tipo de personajes. Aterroriza saber que ya están en la escalera del poder y que tienen la oportunidad para alcanzar el control del Estado Nacional. En un ámbito de estas características la indefensión de la sociedad es evidente: los tres poderes son uno sólo. En México, la sociedad no cuenta con mecanismos de control sobre las configuraciones del poder y sobre quienes finalmente controlan al Estado. Por eso es un país al filo de la navaja. Los terribles sucesos de Ayotzinapa lo demuestran y marcan un momento del que aún no se sabe el final. Estamos en la encrucijada de saber cómo empezó todo pero ignoramos cómo terminará. Parafraseando a Lilian Hellman, vivimos un “tiempo de canallas”, al filo de la angustia, al filo de la navaja.
Andrés Fábregas Puig
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Digamos mejor… un país, un estado, una república, una sociedad, unas ciencias sociales y tantas otras cosas que no acaban de funcionar correctamente al 100%. Ciertamente, como lo señala el Dr. Fábregas, Ayotzinapa no se entiende si no damos cuenta de la estructura lógica (multilineal y multidimensional)de las configuraciones del poder, donde el actor social predispuesto a entrarle al saqueo y el grupo clientelar en que se integra, acaban produciendo casos como el del Alcalde de Iguala y Sra., un empresario-político-delincuente -el profesor Fábregas dixit- que arriba al poder por esos vericuetos tejidos por las alianzas de los grupos clientelares, no importando el partido político que los postula. Sólo que aquí están las siglas de un partido dizque de izquierda: el PRD.
Y en ese afán de hacerse de dinero, a como de lugar, acaban coincidiendo el crimen organizado y politicastros como el ex-alcalde de Iguala. El problema es que los libros de historia y las etnografías regionales nos dicen que estas matanzas y estas alianzas no son nuevas. Antes habían Halcones y Negros Durazos, Guardias Blancas que asesinaban a indígenas y campesinos, narcos y delincuentes que cometían asesinatos a diario… Sólo que ahora estamos en una reedición del México Bárbaro Siglo XXI. En los crímenes de Normalistas de Ayotzinapa como en los muchos otros habidos en estos 10, 20 o 30 años hay estructuras socioculturales y configuraciones de poder que se han mantenido, hay un ethos y prácticas culturales inerciales, hay miedo e indiferencia inexplicables. Y hay una extendida cultura del abuso y la impunidad que hay que erradicar.
Estimado Andrés. comparto tu indignación y terror. Gracias por tu escrito. Considero que el Complejo-científico-militar-industrial (que menciona don Pablo González Casanova), situado al norte como institución total y voraz como aludes es la que subordina y utiliza «cienfíficamente» esas redes clientelares en función de la rentabilidad de los corporativos, de los mega-proyecto del neo-extractivismo desesperado que usa a esa supuesta «delincuencia organizada» que parecen ser en realidad ejércitos mercenarios profesionales pagados por esos complejos corporativos al servicio de sus intereses articulados y sometidos al ejercito del país del norte ¿será?
Considero que no hay tal «aparente medio democrático» reducido a lo meramente «representativo» que no representa a nadie sino que obedece a los intereses, designios y planificaciones de ese complejo corporativo aludido y que como figura simulando democracia no real ni siquiera representativa ciertamente es corruptible y corruptora por estos corporativos y complejos que son sus verdaderos señores y mandantes.
En mi opinión la pregunta no es si llegaron esos sujetos perversos e insensibles al poder que pienso que desde el periodo neoliberal ya están sino ¿qué hacemos nosotros para intaurar y crear una «verdadera» democracia? ¿qué hacer desde la academica y desde todos los espacios para con esa indignación evitar que lleguen a ser ni que se mantengan y se vayan y dejen de extraer, de depredar, de asesinar por la voracidad de su injusto enriquecimiento?.
Un grande abrazo
Javier
Gracias a los colegas Guillermo Alonso y Javier Maisterrena por sus comentarios. Celebro que mi texto sea discutido. Podemos diferir en uno u otro aspecto y eso es en bien de la discusión, Estoy seguro que estamos de acuerdo en la complicidad del Estado y en la gravedad que para el país representa el tipo de «clase política» que tiene el control de México. Por supuesto, partidos políticos incluidos. La academia y el sector intelectual todo está en una encrucijada: qué hacer ante tanto horror; ¿cómo parar esto? y construir un país para todos. Me parece que como dice Maisterrena, en ello hay que pensar.