La neutralidad de internet, la nueva desigualdad y el nuevo colonialismo | Ricardo Mansilla
En tiempos recientes, el término neutralidad de internet (net neutrality en idioma inglés) ha sido motivo de crónica y ocasional debate (muchas veces, no bien entendido por el gran público) en los medios masivos de comunicación de todo el planeta. Su importancia para la sociedad contemporánea es toral. Sin embargo, su discusión y defensa languidecen en un muy reducido espacio de los círculos académicos y de grupos de interés, sin alcanzar la plena atención de las grandes masas.
Para entender plenamente su significado, es necesario dedicar algunas palabras a un grupo de protagonistas del conflicto, los proveedores de servicios de internet (ISP, internet service providers, en idioma inglés). Estas son organizaciones (comerciales, de propiedad privada o comunitaria, en ocasiones sin fines de lucro) que proveen el acceso, el tránsito, el registro de nombres de dominio, el alojamiento de sitios web y el uso en general de internet. La primera de ellas comenzó a funcionar en Australia a finales de 1989 y en la actualidad buena parte de las mismas residen en EEUU. En México, AXTEL, IZZI y TELMEX son algunos de los ISP.
La neutralidad de internet consiste en la idea de que los proveedores de servicios de internet deben manejar todo el tráfico a su cargo de igual manera, no importa si se trata de un correo electrónico, una transferencia bancaria o un episodio de NETFLIX. Esto significa que los ISP no pueden decidir cuales datos deben ir más rápidos y cuales deben ir más lentos o ser retenidos. La neutralidad de internet es el principio básico que mantiene a la internet abierta. Sin ella, las grandes compañías estarían en el derecho de retardar el acceso a ciertos sitios web y acelerar el paso a otros que estén dispuestos a pagar por ello. En un mundo donde la desigual distribución de la riqueza crece incesantemente, es de muy mal augurio para la libertad de expresión el secuestro de este principio. Se le conoce de manera metafórica (en alusión a las reformas de la constitución de EEUU) como la Primera Enmienda de Internet.
El 18 de mayo de 2017, la Comisión Federal de Comunicaciones de EEUU (FCC por sus siglas en inglés) votó para desmantelar una orden anterior de la propia Comisión (votada durante la presidencia de Obama en febrero de 2015) que garantizaba la neutralidad de internet. Los defensores de esta nueva medida (liderados Ajit Pai, el actual presidente de la FCC) argumentan que la disposición “favorecerá la competencia en el sector y mantendrá la inversión e innovación en los más altos estándares”. Se dedicó un período de 90 días (que finalizó el 17 de julio de 2017) para la discusión pública del tema, tras lo cual la FCC deberá dar sus comentarios finales antes del 16 de agosto de este año para pasar a la votación definitiva a finales de 2017. En otras palabras, para principios del próximo año podríamos estar navegando en una red de velocidad rentada.
Es imposible atenuar la gravedad de las consecuencias de esta eventual sentencia. Quien olvida su historia – como vaticinó el filósofo J. Santayana – está condenado a repetirla. Por esto, conviene echar una mirada a la historia del colonialismo y ver que puede enseñarnos en estas circunstancias.
Los viajes de navegación y descubrimiento iniciados a finales del siglo XV constituyeron una importante ola globalizadora de nuestra civilización. Pretendían darle un poco de aire fresco a una Europa que se debatía en el hacinamiento y la atrofia, después de la larga noche medieval. Como es conocido, la conquista de nuevos territorios se hizo con un total desprecio por aquellos que poblaban los parajes “descubiertos”. Los procesos de “evangelizacion” y creación de “misiones” fueron los mecanismos más comunes para lavar la sucia cara del despojo. Las consecuencias para los pueblos autóctonos son bien recordadas: un retraso universal, con respecto a los estándares de vida en los centros de poder de nuestra civilización. Este deterioro solo se ha incrementado a lo largo de los últimos siglos.
La expansión en el volumen y la calidad de los medios de comunicación ha generado en las últimas décadas oleadas de emigrantes desde las zonas más desposeídas del planeta hacia los centros de poder y mayor bienestar económicos. Así, cada día somos testigos del éxodo de centenares de emigrantes que sobre endebles naves cruzan el Mediterráneo en busca de un mejor futuro. La frontera entre México y EEUU es un cementerio de migrantes que en busca del “sueño americano” han dejado sus vidas sobre los áridos desiertos. A pesar del rechazo generalizado en acoger a estos grupos de desposeídos, los países europeos no pueden soslayar su responsabilidad en la génesis de este fenómeno, que es un vástago indiscutible del engendro colonial. Tampoco EEUU puede eludir la responsabilidad sobre un fenómeno migratorio que es consecuencia directa de tratar a Latinoamérica como su muladar trasero.
Vale señalar por último que de los intersticios de esta terrible trama de emigración insegura se benefician muchas actividades delictivas tales como la trata de personas y el narcotráfico.
Si la neutralidad de internet no se conserva, nos acercaremos a un escenario similar al que nos ha heredado el periodo colonial y sus actualizaciones neocoloniales. Una red lenta es uno de los gérmenes del atraso económico y cultural que sufrirán aquellos que no podrán pagar por las siempre crecientes velocidades de transmisión de datos que los futuros desarrollos tecnológicos exijan. La brecha cultural solo crecerá. Mientras más lenta la red, más arcaica. La ubicuidad del fenómeno afectará a todos aquellos que necesiten de internet para ganarse su sustento. No es ocioso comentar que cada vez son más los que forman ese grupo. Como en la mayoría de los fenómenos virtuales, las dimensiones espaciales pierden todo sentido: será difícil saber si nuestro vecino forma parte de algún empobrecido ghetto digital o es el gozoso usuario de una red rápida.
Al igual que los frágiles bateles que en la actualidad cruzan a los desposeídos desde África del Norte a Europa, los migrantes virtuales intentarán por la fuerza conectarse a las redes más veloces (y por tanto caras), en busca de “un mundo mejor” virtual. Los “coyotes” de hoy devendrán en los hackers de mañana que se beneficiarán de explotar a estos empobrecidos (abandonándolos eventualmente, sin ningún escrúpulo, en algún desierto virtual). La trata de personas tomará un nuevo y peculiar atuendo en este escenario a través del expediente de secuestrar los datos personales de todos aquellos (ingenuos o desesperados) que intentan acceder a las redes rápidas. Y más.
No es un asunto menor para nuestra civilización conjurar este intento de apoderarse de un patrimonio que es sin duda universal. Resignarse a la pérdida de la neutralidad en la red es abrir una brecha a la expansión de las ya ubicuas desigualdades de nuestra civilización en un campo que alguna vez creímos sería una tribuna para la reivindicación de la equidad y para la defensa de la democracia.
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Tiene razón mi colega Ricardo Mansilla sobre la importancia del control abierto o cerrado de la velocidad de transmisión dentro de la red. Toca un tema recurrente, que se reedita sobre la resistencia contra la imposición de un solo protocolo para la red o de un solo lenguaje.
La lucha, debe darse en varios escenarios, desafortunadamente no ecesariamente conectados entre sí.
Uno de ellos es precisamente la lucha dentro de las instancias de decisión nacionales e internacionales: los congresos, los trataados internacionales, etc.
El otro escenario que me interesa remarcar es el de la forma como en otra escala de procesos, las personas , las organizaciones, los ciudadanos utilizamos la red, las tecnologías y las informaciones que saturan el llamado ciberespacio.
Toda tecnología de información y comunicación ES una tecnología de conocimiento. Porque información, comunicación y conocimiento forman una trenza de relaciones de interdefinibilidad, de tal modo que no son separables mas que para estudiarlas en detalle, pero su configuración no emana de las características de los detalles de cada una, sino de las interacciones necesarias entre ellas.
Si no le damos la importancia debida a dicha tríada, podemos pensar que el problema es solo o mayormente tecnológico, lo que expone Mansilla apunta con claridad a las consecuencias sociales de ello.
Así pues, en una línea paralela, agrego que si no usamos las tecnologías de información y comunicación como tecnologías de conocimiento, precisamente por la forma de colonización y dominación de los protocolos y de los ISP, esas tecnologías se convierten en tecnologías de desconocimiento.
Muchas y muy graves consecuencias vienen de ello: indiferenciación, deslocalización, desorientación, desconexión, desmovilización y fascinación por ser más veloz, lo que no quiere decir que podamos procesar el indigesto tsunami de datos que circulan cada nanosegundo en la Red.
Acción en la escala de lo político (y geopolítico) aunada a una política de abajo hacia arriba de facilitación de comunidades emergentes de conocimiento. Donde lo que emerge, es primero la comunidad, luego el conocimiento, indisociable de la información que nos hace sentido y de la organización (coordinación de acciones) que habilita pequeños grados de soberanía.
Totalmente de acuerdo con Jorge
Este artículo tiene dos años y no pierde su vigencia.
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