Narrarse hombre, narrarse mujer. Transición a la adultez y construcción de identidades de género en relatos de vida de jóvenes en la Ciudad de México (Avances de una investigación en curso)


Life experience from a gender perspective. Transition to Adulthood and the Construction of Gender Identities in Life Stories of Young People in Mexico City


Andrea Alicia Vizcaíno de la Torre1


Resumen: Esta investigación busca problematizar la relación entre dos procesos: la transición a la adultez y la construcción de identidades de género. Se desarrollará una revisión teórica que permita entender la relación entre identidad y género desde una perspectiva más compleja. Se hará una revisión de literatura para mostrar cómo el proceso de adquisición de autonomía, constitutivo de la transición a la adultez, está influido por diferentes expectativas de género. Estas expectativas están sostenidas y son activamente reproducidas por las familias, los pares, las instituciones educativas, los escenarios culturales pero también por ellas y ellos mismos.


Abstract: Through this presentation, I intend to problematize the relation between two processes: the transition to adulthood and the construction of gender identities. I will introduce some key concepts that will allow us to understand the relevance of identities to the gender social structure and a brief outline of how these social identities are continually created, reinforced and defied in everyday life. Following this, I will make a short review of literature that shows how the process of acquiring autonomy is influenced by the different expectations based on gender, which are sustained by their families, their peers, the educational institutions they attend to, their cultural scenarios, but also by themselves.


Palabras clave: Transición a la adultez; identidades de género; identidad narrativa; relatos de vida


Introducción

Mientras que en los estudios de transición a la adultez se han hecho descubrimientos sobre cómo el sexo es un factor diferenciador de las trayectorias de vida debido a la acumulación de desigualdades (Oliveira y Mora, García y Pareja, 2006, entre otros), poco se ha explorado cómo


1 Licenciada en Política y Administración Pública por El Colegio de México, actualmente se encuentra cursando la maestría en el Centro de Estudios Sociológicos de la misma institución. Sus temas de trabajo son sexualidad, género y construcción de identidades de género. Correo electrónico: andrea.vizcainodlt@gmail.com

influyen en la vivencia de estas transiciones, las representaciones e identidades de género sostenidas por la personas que las viven. Es por lo tanto relevante entender como el concepto de “adultez” está marcado por representaciones de género que no son accesorias sino constitutivas del concepto. La transición a la adultez se relaciona directamente con procesos de construcción de autonomía y de formación de identidad, elementos clave de las estructuras de género. La identidad entendida como un espacio de reproducción e innovación o interfaz entre las expectativas sociales y las individuales, es un ámbito clave para el estudio de la reproducción y el cambio de las estructuras sociales, en particular, las de género y sexualidad.

Esto debido a que dichas transiciones no se dan en contextos neutrales, sino en el seno de múltiples sistemas de representaciones sostenidos por las instituciones que enmarcan la vida de las y los jóvenes. En este marco, cabe preguntarse cómo las representaciones de género y sexualidad institucionales se reflejan en las narraciones de transiciones a la adultez de las personas jóvenes, entendiendo estos relatos como elementos clave de su construcción de identidad. Por otro lado, las diferencias y semejanzas que se pueden observar entre las experiencias de mujeres y varones nos permitirán entender cómo la transición a la adultez está filtrada por las estructuras de género de las sociedades.

Las narraciones reflejan la identidad de las y los narradores, la personalidad individual, pero también las identidades sociales desde las que la persona habla y los comportamientos y expectativas que las acompañan. El concepto de identidad, desde su definición narrativa, sirve de puente conceptual entre el nivel subjetivo y niveles más amplios (grupales, institucionales, estructurales). Utilizar como bisagra este concepto permite romper con esquemas estructurales y deterministas, así como con análisis solipsistas. La investigación pretende dar cuenta de las continuidades y cambios en las narrativas de transición a la adultez tratando de rastrear la evidencia de de cómo éstas se ven afectadas por las narrativas de las identidades de género.


Conceptos clave


  1. Identidades de género

    La aspiración del hombre es la suprema gloria; la aspiración de la mujer, es la extrema

    virtud.

    Victor Hugo, El hombre y la mujer


    A.1.) Las identidades de género en la base de una estructura social asimétrica

    En su texto sobre el “Tráfico de Mujeres”, Gayle Rubin retoma un texto de Lévi-Strauss, “La familia”, en el que el antropólogo señala que la diferenciación de los sexos, que sirve para construir una relación de dependencia recíproca, es una condición para el funcionamiento del matrimonio (y por lo tanto del sistema de parentesco que es la base de los sistemas de sexo/género). Al cumplir un propósito social, la división sexual del trabajo implica la negación de la igualdad de hombre y mujeres que se presentan como categorías “mutuamente excluyentes” (1986:57-58) para lo que se vuelve necesario un aparato de construcciones sociales que exacerben la diferencia: el género, que la autora define como una “división de los sexos socialmente impuesta” (Rubin, 1986:58). Por otro lado, la centralidad del “matrimonio” (una constante en las sociedades investigadas por el antropólogo) para la reproducción de los sistemas de parentesco implica también la imposición de la heterosexualidad como obligación.1 Adicionalmente, otra de las características básicas de los sistemas de parentesco, es la “modelación de la sexualidad de ambos sexos” (Rubin, 1986:61), con una clara tendencia a constreñir en mayor medida la sexualidad femenina. El sistema de parentesco delineado por Lévi- Strauss se sustenta en el “intercambio de mujeres” entre hombres lo que requiere la construcción de una forma de ser femenina pasiva frente a la voluntad masculina. Gayle Rubin señala que “los sistemas socio-sexuales particulares varían, pero cada uno es específico, y los individuos dentro de él tienen que conformarse a un conjunto de posibilidades”, además, “cada generación nueva tiene que aprender y devenir su destino social, cada persona tiene que ser codificada dentro del sistema en su situación apropiada” (1986:63). Sin embargo, Rubin señala que la teoría antropológica no explica cómo es que estas convenciones se “graban” en los niños, para esto la autora retoma del psicoanálisis de Freud, en específico la teoría del complejo de Edipo, que hace una “modelación” del proceso por el cual surge la identificación de género en el individuo y el mandato de heterosexualidad (1986:63). Muchos avances se han hecho desde la teoría de género en el ámbito de la construcción e incorporación de las identidades de género, lo que se desarrollará en el siguiente apartado.

    Para concluir esta parte, es preciso retomar el concepto de “sistemas socio-sexuales” de

    Rubin para analizar si es posible estudiar a las escuelas segregadas por sexo a partir de este concepto. Gayle Rubin parte de la idea de que es en el marco de ciertas relaciones sociales que una persona se convierte en el objeto de asimetrías sociales. No hay una biología que sostenga la opresión de las mujeres sino que se da en la interacción con otras personas, con grupos o con instituciones.2 Los sistemas sexo-género son la organización que resulta de la transformación caracteres biológicos en productos sociales como la división sexual del trabajo, la diferenciación exacerbada de los hombres y mujeres, las identidades de género, etc. Las escuelas segregadas por sexo sirven como un mecanismo de reproducción y sostenimiento de la realidad objetiva de la visión binaria de la sexualidad y de las identidades de género. Es por esto que son un punto de partida interesante para estudiar el desarrollo biográfico e identitario a la luz de las construcciones de género.


    1. Introducción de las identidades de género en la vida social y personal

      Joan Scott identifica dos escuelas de teoría psicoanalista que buscan explicar la formación de la identidad de género. La escuela anglo-americana, cuyas representantes más notorias son Nancy Chodorow y Carol Gilligan, que explica dicha formación a partir de la experiencia real (visual, auditiva, etc.) a edad temprana y la escuela posestructuralista que retoma de Lacan y la centralidad del lenguaje. La autora les dirige una crítica que vale la pena rescatar, ella señala que la debilidad de estas teorías reside en considerar la infancia como el momento único o privilegiado de construcción de la identidad de género y en señalar a la familia, la experiencia doméstica, como su espacio de ocurrencia sin considerar la influencia de otros los discursos y representaciones sostenidos por instituciones sociales o por la cultura misma, que también crean símbolos que las personas utilizan para dar un significado a su experiencia, como las escuelas, la interacción con pares durante la juventud, etc. (Scott, 1996).

      Adicionalmente, sostiene que la identificación de género, el significado de ser mujer o de ser hombre para las personas, no es fija ni libre de contradicciones. Debido a que la construcción de género pasa por la represión, de lo “femenino” para los hombres y lo “masculino” para las mujeres, la ambigüedad es omnipresente y puede incluso amenazar la estabilidad de la identificación. Las teorías de roles de género, advierte Scott, pueden tender a universalizar el proceso subjetivo de diferenciación de hombres y mujeres si no se anclan en un estudio de

      contextos históricos y sociales (Scott, 1996). De hecho, es admitido que los estudios que reifican los roles sexuales tienden a reproducir, en cierto sentido, el universalismo de las categorías y la visión binaria del mundo.


    2. Las identidades de género

      Para este estudio, se retoman las dos críticas de Scott. Primero, la que se refiere a restringir el momento de la identificación de género a la infancia y a la primera socialización en el ámbito doméstico. Por el contrario, se busca tener una perspectiva más abarcadora, dinámica y compleja de este proceso. Joan Acker señala que las identidades de género consisten en distinciones entre lo femenino y lo masculino que se dan en el curso de la interacción y que, por lo tanto, se producen socialmente (1992b:250 en West y Fenstermaker, 1995:18) a lo largo de la vida de las personas.

      West y Fenstermaker parten de la perspectiva etnometodológica para conceptualizar el género como un proceso continuo de “categorización sexual” que no sólo implica la satisfacción de criterios biológicos y fisiológicos para identificar a alguien con un sexo, sino que se produce en la interacción, a partir del “actuar”, el “aparentar” de la persona frente a otros y en la alineación (o desafío) con expectativas y mandatos institucionales. Por ejemplo, una cierta concepción de la feminidad va acompañada por prácticas de escenificación de “ser mujer” que van desde expresiones externas como usar maquillaje hasta expresiones corporales como ser discreta, no ser “mandona”, etc, pero dependiendo de ciertos contextos y situaciones las expresiones son distintas, no se “espera” la misma vestimenta y maquillaje para ir a la iglesia que para ir a una discoteca.

      El género para estas autoras es algo que se “llega a ser” en la interacción con otros a través del manejo de la conducta en relación a “concepciones normativas de las actitudes y actividades apropiadas a categorías de sexo particulares” (West y Fenstermaker, 1995:21), así el acto individual es la unidad más básica donde se juega la reproducción (o la transformación) de la estructura social (West y Fenstermaker, 1995:21). En palabras de West (1996), lo macropolítico se sostiene en lo micropolítico. Esto explica la paradoja que Goffman identificó en el sexo, ¿por qué una diferencia natural necesita ser interpretada, marcada de tantas maneras? Según Candace West, en su interpretación de Goffman, la naturaleza diferente entre hombres y mujeres depende

      de “la capacidad de aprender, proveer y leer las representaciones de masculinidad y feminidad y la voluntad de adherirse” (West, 1996:362) a ese guión, más que de una condición o predisposición biológica. No es una expresión de la naturaleza, desde su perspectiva, sino una producción social de las diferencias sexuales (West y Fenstermaker, 1995:31) con un claro componente agéntico que deja un margen considerable para la innovación y desafío.

      Lo señalado anteriormente insiste en el esquema que Rubin utiliza para explicar la opresión de las mujeres de manera más general, ya que la identidad sexual y la obligación de la heterosexualidad siguen presentándose como la espina dorsal de la desigualdad entre los sexos. Sin embargo, este desarrollo permitió señalar que la apropiación de los individuos de esta no es lineal ni determinante, ni se encuentra circunscrita al momento de la infancia sino que es un proceso vivo que se da en la interacción de las personas de manera continua. Podemos decir que la apropiación de identidades de género es un proceso vivo en el desarrollo biográfico e identitario de las personas, que está influido por las expectativas y mandatos de las instituciones que enmarcan la vida. Como señala, Nancy Chodorow: “To see men and women as qualitatively different kinds of people, rather than seeing gender as processual, reflexive, and constructed, is to reify and deny relations of gender, to see gender as permanent rather than created and situated.” (1989, p. 113).


    3. Un yo mismo “genérico” (Gendered self)

      La segunda advertencia hecha por Scott se refiere a cómo la insistencia en los roles de género puede tender a “reificar” la diferencias y sostener una visión binaria del mundo. Ciertamente, las identidades de género, construcciones culturales de la diferencia sexual, son elementos que se imprimen y reiteran en la personalidad de las personas e influyen en su identidad. Las identidades de género objetivizan un aspecto de la identidad de las personas, las sitúan en una estructura social determinada por el conjunto de arreglos culturales que organizan las diferencias sexuales.

      Uno de los aportes más interesantes de West y Fenstermaker es el reconocimiento de que la producción en la interacción del género no necesita de la “diversidad categórica”, es decir, no se necesita estar frente a un hombre para actuar como mujer (o al contrario). Cabe matizar que las autoras no niegan que la interacción con una persona del sexo “opuesto” no tenga un efecto en la representación, en el sentido escénico, de la persona, sólo quiere decir que la diferencia y la

      desigualdad no se “extingue” en la interacción exclusiva con personas adscritas a una misma categoría, aunque pueden enfatizarse otras categorías de diferenciación, como las de clase social, raza, entre otras (West y Fenstermaker, 1995:31-32).

      Esto puede dirigir nuestra atención hacía cómo el género se entreteje a la construcción identitaria de los individuos, más allá de la interacción, convirtiéndose en un elemento de su “yo mismo”, recordando el concepto de G. H. Mead. Este autor señala que la persona surge del hecho de que el individuo es capaz de tomarse a sí mismo como objeto, a partir de la mirada de otros y del otro generalizado de una sociedad, como menciona el autor: “La persona, en tanto puede ser un objeto para sí, es esencialmente una estructura social y surge en la experiencia social” (Mead, 1953:172). Para este autor, el individuo se construye a partir de la dualidad del yo y del mí. Siendo el primero la reacción irreflexiva frente a la acción de otros. El “mí mismo” (self) es el elemento reflexivo, que ha incorporado las actitudes de otros y del yo generalizado, podríamos decir que se trata de la identidad “social” del individuo, donde el individuo “procesa” las representaciones, las normas de conducta y de emociones, etc.

      El “mí mismo” también se construye en el actuar. Desempeñar rutinariamente un cierto papel en la repartición de tareas domésticas conlleva la apropiación de ciertos conceptos a la manera en que las personas se conceptualizan a sí mismos, por ejemplo. El mí mismo es un producto del intercambio social, cuya construcción empieza desde muy temprana edad, aunque a lo largo de la vida se ve reforzada o modificada según los patrones que los individuos encuentran en sus relaciones sociales en sus experiencias. Como señala Bruce Hart, “knowledges of the self form a multiverse of meanings which are created through one’s experiences in relation to others and through social contexts” (Hart, 1996:44). Estas “experiencias” adquieren significado al convertirse en una narrativa, que construye el individuo para facilitar la interpretación. De acuerdo con este autor, estas interpretaciones están influidas por las construcciones que los individuos tienen de sí mismos, por lo que hay un proceso interactivo entre los constructos sociales y las experiencias de vida (Hart, 1996:45). Esto es útil para el trabajo puesto que nos permite sostener que las narraciones de los individuos sobre los principales eventos de transición a la adultez van a estar filtrados o mediados por las concepciones que tengan de sí mismos a partir de las construcciones sociales que atraviesan su identidad. Más adelante veremos cómo las distintas narrativas se entretejen en la identidad del individuo de manera dinámica. Por ahora, es

      importante hacer una revisión del concepto de “gendered self” que nos permitirá entender cómo las personas se narran como mujeres o como hombres. Hart señala la elección de la palabra “gendered” que se usa para describir “something that is in the process of being continually created and maintained, as opposed to being a given quality in the individual” (Hart, 1996:46), esta definición hace eco de lo que hemos visto en los apartados anteriores, que insisten en la producción relacional y situada del género.

      Lo “masculino” y lo “femenino”, como roles sociales, no son categorías unívocas. Hay una enorme diversidad de definiciones, pero en general, hacen referencia a modelos de género dominante. La experiencia que tiene cada individuo de sí mismo supera ampliamente estas definiciones sociales que sirven al individuo como “rutas de acción”, tal como señala Goffman. Las personas pueden dar mayor o menor validez a ciertos aspectos de estas definiciones en su actuar, que se buscan imponer a su identidad desde la sociedad, como un yo generalizado. Asimismo, desde la sociedad, puede haber elementos más sancionados que otros. Puede ser menos sancionado socialmente el llorar para los hombres que el maquillaje, por ejemplo. La adherencia a estos conjuntos de representaciones puede variar de situación en situación. Frosh señala que:


      “…sexual difference ‘is’ [not] anything absolutely fixed; rather the organization of the social world around difference produces people in relation to gender, so that what are in principle ‘empty’ categories (masculine, feminine) become filled with expectations, stereotypes and projections. This does not make their effects any less real: though gender distinctions may be constructed and in important senses ‘arbitrary’, they have a hold over us and are difficult, perhaps impossible to transcend.” (1994, p. 41 en Hart, 1996:47)


      No obstante, como señalamos anteriormente, hay mayores matices en lo que este autor considera como categorías “quizá imposibles de trascender”. Nosotros recuperamos únicamente el sentido del “gendered self” como los patrones de comportamiento que siguen las personas en torno a su identificación con un género y cómo esto se relaciona con las representaciones sociales de masculinidad y feminidad emitidas por sus entornos.

  2. El carácter narrativo de la identidad


“… mi narración era un símbolo del hombre que yo fui, mientras la escribía…”

Jorge Luis Borges (La búsqueda de Averroes)


El concepto de identidad utilizado en este trabajo busca romper con una visión esencialista. Por el contrario, se parte de una visión “procesual” de este concepto. Siguiendo a Somers (1994) se sostiene que la identidad de las personas se constituye en relaciones temporales y espaciales y, por lo tanto, sólo puede ser entendida en términos narrativos.

Se trata de una localización continua del individuo en referencia a un conjunto de narrativas engarzadas –múltiples, efímeras, ambiguas, conflictivas y cambiantes- que constituyen su experiencia de la vida social (Somers, 1994:614) y a las que el individuo sólo puede dar sentido en forma de relato (Ibid:618). Esta dimensión “ontológica”-en palabras de la autora- de las narrativas se refiere a que los individuos las utilizan para dar sentido a sus vidas, para “definir” quienes son en un momento dado y les sirve para saber qué hacer, y al hacerlo producirán nuevas narrativas y sentidos. En palabras de Somers: “This "doing" will in turn produce new narratives and hence, new actions; the relationship between narrative and ontology is processual and mutually constitutive” (ídem). Por ejemplo, durante el proceso de adquisición de caracteres sexuales secundarios, la persona está en el momento de quiebre entre las narrativas ligadas a la niñez y las nuevas que lo definen como adolescente.

Además, otra implicación de esta noción de identidad como narrativa es que esta tiene un carácter social e relacional. La identidad narrativa no se desarrolla en el vacío sino en el curso de la interacción con otros en espacios de intersubjetividad, las significaciones culturales del grupo o institución donde se desenvuelve. En palabras de la autora:


Joining narrative to identity reintroduces time, space, and analytical relationality - each of which is excluded from the categorical or essentialist approach to identity. While a social identity or categorical approach presumes internally stable concepts, such that under normal conditions entities within that category will act uniformly and predictably, the narrative identity approach embeds the actor within relationships and stories that shift over time and space…Within these temporal and multilayered narratives identities are formed; hence narrative identity is processual and relational (Somers, 1994:621).


Se entiende que las identidades de género, en tanto que representaciones derivadas del sistema de sexo-género, son identidades sociales que se conjugan y entretejen en la narración de la identidad de las personas con otras categorías sociales y sus representaciones. Se puede decir que este acercamiento a la identidad permite mantenerse alerta a la interseccionalidad del género con otras condiciones sociales que atraviesan las identidades como la clase, el color de piel, entre otros. Asimismo, es un concepto que permite entender de manera procesual la idea de Rubin sobre que la producción de las desigualdades de género se produce en las relaciones sociales y darle una interpretación menos estructural y más cercana al interaccionismo simbólico. Otro elemento importante de la identidad narrativa es que le otorga una mayor importancia a la subjetividad de las personas y se las entiende como agentes de sus propios procesos de significación de sus historias de vida.

De esta forma, este trabajo busca evitar el estudio de los roles de género en términos fijos y esencialistas, al mostrar que no son apropiadas de manera unívoca y determinante por las personas, sino que su peso para la identidad de los individuos está mediado por el contexto relacional y temporal y es cambiante.

Como se mencionó anteriormente, la definición del yo en un momento dado sirve a los individuos para planear su acción, tomar decisiones y hacer planes a futuro. La autolocalización de los individuos en diferentes narrativas (familiar, escolar, amical, de género, de clase, etc.) configura su toma de decisión respecto a qué hacer una vez fuera de la escuela, sus preferencias, etc. Es interesante indagar si una educación con una carga ideológica muy fuerte en términos de identidad de género puede incrementar el peso de estas construcciones en la narración identitaria de las personas.


  1. Sexualidad e identidades de género: dos sostenes del sistema sexo-género


    C.1) Identidades sexuales y su relación con el mandato de la heterosexualidad

    Las identidades de género “tradicionales” indican una separación binaria del mundo en donde las categorías de “hombre” y “mujer” se construyen a partir de atributos complementarios que permiten la reproducción de las relaciones de parentesco y mantienen vivo el sistema de sexo-

    género. Remitiéndonos una vez más a Rubin, esta construcción binaria conlleva de manera implícita el mandato de la heterosexualidad, la condición básica para la reproducción del sistema antes mencionado. No se trata tan sólo de construir socialmente la diferencia sexual, sino de hacerla complementaria a partir de la regularización social del deseo y las prácticas sexuales. Así, las sociedades y culturas establecen normas para controlar la reproducción y la sexualidad de la población y de esta forma asegurar la reproducción de la estructura social.

    La visión binaria del mundo (el establecimiento de lo femenino y lo masculino) y la heterosexualidad obligatoria son dos sostenes complementarios del sistema sexo/género esbozado por Rubin. De esta manera, la sexualidad se nos presenta, al igual que las identidades de género, como el producto de una construcción social que adquiere estabilidad a partir de normas que son internalizadas, como muestra Butler (2002) y que son percibidas como “naturales” a partir de la reiteración performativa.

    Con “normas sociales” se está refiriendo al conjunto de conocimientos y códigos de conducta y emociones que las personas aprenden a partir de procesos paralelos de socialización. Elias sostiene que con el advenimiento del Homo Sapiens, estos “códigos sociales” tuvieron un papel más importante en la supervivencia de la especie humana, incluso que los rasgos genéticos y biológicos. La dependencia a esos códigos hace necesario que los niños y jóvenes pasen por un proceso de aprendizaje, conocido como socialización. Esto permite darle continuidad a ciertas formas sociales, que logran tener continuidad de generación en generación, estabilizándose y adquiriendo ciertas características de estructuras. Conforme las sociedades humanas y sus redes de interdependencia se complejizan, los códigos sociales viven un proceso similar, requiriendo un mayor grado de autorregulación por parte de los individuos, un proceso que es esquematizado por Elias en su libro sobre el proceso de civilización (Wouters, 2017:1218). Wouters señala que este proceso empieza una etapa de declive a partir de los años ochenta cuando se da un movimiento hacia la “informalización” de los códigos de comportamiento y emocionales. Esto da como resultado que:


    A rapidly increasing variety of relations and situations in complex networks of interdependency had come to demand larger degrees of fine-tuning than at earlier times. This fine-tuning implied manoeuvring in increasingly flexible and sensitive ways

    according to more flexible guidelines, thus opening up a wider range of acceptable behavioural options (Wouters, 2017:1219)


    “Fine-tuning” hace referencia a un incremento en el esfuerzo del individuo por ajustarse al “rol” correcto, derivado de una multiplicidad de opciones que hacen más difícil la actuación. Antes, la obediencia a reglas fijas simplificaba el comportamiento mientras que ahora el individuo requiere tener mayores habilidades sociales para interpretar las situaciones sociales y elegir un curso de acción. De acuerdo con Wouters, esto ha derivado en un alargamiento de la edad de socialización y de una mayor dependencia a la familia nuclear (ídem).Asimismo, esta propuesta supone que hay los individuos jóvenes tienen, en general y en algunas sociedades, una mayor agencia en lo que respecta a las decisiones sobre su vida amorosa y sexual.


    C.1) Dos dimensiones claves de la sexualidad como constructo social: la agencia individual y el papel de la interacción

    Los individuos le otorgan significado a sus prácticas y comportamientos sexuales a partir de las nociones del repositorio intersubjetivo del “yo generalizado” pero también a partir de sus experiencias concretas. Esto permite explicar la diversidad temporal y espacial del comportamiento sexual humano así como las transformaciones de las costumbres. Así, se puede señalar que la sexualidad, a pesar de estar sujeta a convenciones sociales, deja un margen para la interpretación y agencia individual.

    Otro aspecto clave de esta visión de la sexualidad es el papel de la interacción. ¿Cómo se relaciona el comportamiento sexual individual con los mandatos de las instituciones en las que están inmersos? Para poder dar cuenta de este juego de niveles se retoman algunos elementos de la teoría de guiones (scripts theory) de William Simon y John H. Gagnon. En palabras de los autores, esta teoría: “allows us to consider human sexuality in ways that are responsive to both the contextual requirements of the sociohistorical process and the necessary metapsychological understanding that preserve a sense of individually experienced lives” (Simon y Gagnon, 1986:98).

    A grandes rasgos esta teoría propone que el comportamiento sexual de los individuos está configurado por guiones que se construyen en tres niveles: los escenarios culturales (donde se

    aprenden los significados intersubjetivos, que permiten a los individuos compartir significados), los guiones interpersonales (que se trata de la adaptación concreta de un significado abstracto por individuos en contextos específicos) y finalmente, los guiones intrapsíquicos (que es el nivel en que el individuo maneja los deseos y preferencias que experimenta). Es en el nivel de la interacción en donde el individuo pasa de ser sólo un actor de guiones culturales preestablecidos a tener un papel activo en la resignificación, adaptación o, incluso, transformación de estos en la vida cotidiana. Es en este nivel donde, además, las personas evalúan las acciones de los demás a partir de las convenciones sociales ligadas a su posición social. En este sentido, recordamos el concepto de Heritages que recogen West y Fentermaker (1995:21) de rendición de cuentas por el cual las acciones que se alejan de las esperadas son evaluadas, incentivadas y sancionadas por las demás personas, que es el mecanismo por el cual se reproduce la estructura social en la interacción.

    Los significados atribuidos a la sexualidad que se construyen en la interacción no son una fiel reproducción de las convenciones sociales sostenidas por las instituciones y grupos en los que los individuos están inmersos. En este trabajo se busca estudiar cómo los jóvenes integran en la narrativa de su sexualidad, las convenciones sostenidas por sus entornos más inmediatos - notablemente, el escolar-, interpretándolas, adaptándolas o negándolas y cómo es que los jóvenes construyen en su interacción, sus propias narrativas o discursos sobre sexualidad a partir de este diálogo con las convenciones sociales reinantes en su entorno y cómo estas prácticas son evaluadas, incentivadas y sancionadas por la institución educativa, los educadores y los pares, siendo estos de un mismo sexo.


  2. Transición (es) a la Adultez

    Oliveira y Salas definen la transición a la adultez como “un proceso de emancipación individual, mediante el cual las personas adquieren una mayor autonomía y ejercen un mayor control sobre sus vidas que implica el asumir nuevas responsabilidades” (2009:267). A esta definición, sumamos los procesos de definición identitaria que marcan estos procesos.


    1. Juventud y sexualidad

      Mencionamos anteriormente que los significados de los modelos dominantes de género y de

      sexualidad se construyen en diálogo con contextos sociales inmediatos, como en los guiones interpersonales (por ejemplo, en la familia, la escuela, con los pares, entre otros) como en otros más amplios como los “escenarios culturales” de Simon y Gagnon (1986:98). Una siguiente etapa de este trabajo es mostrar cómo estos guiones o “guías” de acción se desempeñan en el marco de las etapas que pautan la vida de las personas, itinerarios sociales y transformaciones fisiológicas y normativas ligadas al crecimiento. En general, los eventos considerados como marcas de transición a la adultez dan cuenta del paso entre dos etapas: la juventud y la adultez.

      De acuerdo con Alpízar y Bernal, “cada sociedad define a la «juventud» a partir de sus propios parámetros culturales, sociales, políticos y económicos, por lo que no hay una definición única” (2003:121). Siguiendo la línea de la definición de género que se desarrolló en el apartado anterior se propone que las personas son categorizadas por su rango de edad y a esas categorías les son atribuidas socialmente una serie de atributos (prácticas, representaciones, comportamientos, etc.) a partir de las cuales se busca acomodar a las personas en la estructura social.3

      En una revisión de la literatura sobre juventud, Alpízar y Bernal citan a Gloria Bonder (1999) quien señala que “toda la investigación desarrollada sobre la juventud está relacionada con una trama de relaciones de poder sociales, y dispositivos de control de las y los jóvenes” (2003:106), es por esto que podemos considerar (en la línea de West y Fenstermaker) que la juventud es una categoría más que sirve de medio para la diferenciación social.

      En el ámbito académico circulan coexisten distintas formas de aproximarse a la juventud. Una de ellas, que es de la que ha tenido mayor impacto, es la construcción de la juventud como un momento de “crisis”, de “riesgo”. Este enfoque ha dado centralidad a posiciones surgidas en el psicoanálisis clínico. Dos expositores reconocidos de esta disciplina, G. Stanley Hall (el que acuña el término “adolescencia” en 1904) y Ana Freud, definen la juventud como:


      “… un fenómeno universal caracterizado por una serie de cambios físicos y psicológicos, por fenómenos de rebelión y diferenciación de la familia de origen (la que representan exclusivamente como nuclear), que marcaban el pasaje de la infancia a la vida adulta

      «normal» signada por la conducta heterosexual, la formación de la propia familia y la integración productiva al mundo social” (Bonder, 1999 en Alpízar y Bernal, 2003:108).

      Dentro de esta perspectiva, la sexualidad juvenil es algo que se debe “controlar” para lograr el “sano” desarrollo de los jóvenes y un pasaje exitoso a la adultez (2003:108). Su definición de lo que es sano o “normal” en la sexualidad de los jóvenes está marcada por los modelos dominantes relativos al género y la sexualidad, que se relacionan con lo sostenido por Rubin, sobre una mayor represión de la sexualidad femenina frente a la masculina y el establecimiento de la heterosexualidad obligatoria.

      Así, desde esta perspectiva, podemos sostener que ciertas formas de definir la juventud, hacen de esta etapa un momento de transición que está en continuo diálogo con las estructuras y representaciones de género de los grupos, comunidades y de la sociedad en donde se enmarca. La juventud es conceptualizada como una especie de espacio de tránsito entre la aparente asexualidad infantil y la madurez sexual. Es problemática puesto que concentra un numeroso repertorio de eventos que marcan este pasaje y que están filtrados por las representaciones sociales de género, como la masturbación, las primeras relaciones amorosas, los primeros encuentros sexuales, etc.

      Esta “etapa” en la vida de las personas se inaugura por la “adolescencia” (una subcategoría de la juventud), marcada por la aparición de los “caracteres sexuales secundarios” que son significados socialmente como la adquisición de la “madurez genital para la procreación” (Rodríguez, 1993:20-21). Es por esto que este momento –así como otros eventos de auto- descubrimiento sexual como la masturbación, la atracción sexual, etc.- está marcado por un proceso de significación de la sexualidad, que está filtrado por las convenciones de género y de la juventud sostenidas por el entorno del y la joven.

      La juventud es el momento del inicio de la vida sexual, un momento clave en la biografía de las personas. Como señala Michel Bozon, el inicio de la vida sexual tiene lugar en esta etapa y este “inicio” no es un “pasaje biológico” unívoco e inmutable, sino un evento simbólico que las personas reconstruyen y resignifican a lo largo de su vida, y que nos da información sobre las posiciones sociales que ocupa la persona y sobre aspectos culturales más amplios de la sociedad en la que habita (Bozon, 1993). Sin embargo, es importante tener claro a que nos referimos con “transición a la adultez”.

    2. Literatura sobre transición a la adultez

La juventud es una etapa de la vida caracterizada por la conjunción de eventos de transición. La sociodemografía ha privilegiado el estudio de cinco eventos que marcan dicha transición: la salida de la escuela, la entrada al mundo laboral, la salida de la casa de los padres, la primera unión y el nacimiento del primer hijo. Además de estos eventos, Oliveira y Salas (2009) identifican también la primera relación sexual y el primer embarazo. Estos eventos vitales, de carácter social, dan cuenta del pasaje de la juventud a la adultez. Sin embargo, estas “transiciones” estudiadas sobre todo a partir de los estudios de curso vida no significan necesariamente un “punto de giro” en la vida de las personas entrevistadas, o no resultaron en cambios significativos. La intención de este trabajo es reconstruir el pasaje de los individuos entrevistados a través de estos eventos, así como otros, tales como: el primer beso y la primera relación amorosa. Todos estos eventos serán narrados por los individuos y se buscará rastrear los patrones narrativos según el género de las personas.


Pregunta de investigación

A partir de la narrativa biográfica de hombres y mujeres de sectores sociales altos en la Ciudad de México, ¿qué eventos de transición a la adultez son relacionados con la construcción de identidades de género y cuál es el papel de los contextos sociales que los enmarcan?


Hipótesis

Las identidades de género se construyen y negocian en la tensión conflictiva entre los distintos campos en los que los sujetos se desenvuelven e interactúan (familia, escuela, trabajo), lo que se manifiesta en las formas de elegir cursos de acción en la vida adulta (ruptura, reproducción, negociación, resignificación) y de identificar y significar eventos específicos como marcas de transición a la adultez.


Preguntas específicas

¿Cuáles son los patrones en las narrativas de mujeres y de varones que indican una relación entre la construcción de identidades de género y las transiciones a la adultez?

¿Cómo dialogan las narrativas de las personas con las representaciones de sexualidad y

de género atribuidos a los contextos sociales que enmarcan sus experiencias de vida?


Enfoque teórico-metodológico

Los ejes teórico-metodológicos centrales en este trabajo son: los estudios biográfico-narrativos y los de representaciones sociales. El primero propone una visión procesual de la construcción de la identidad de la persona, en diálogo continuo con las identidades sociales que le son atribuidas a lo largo de su vida y que son sostenidas, afirmadas y reproducidas por instituciones sociales. Para hacer esto es necesario acceder a los relatos de vida de las personas sobre los eventos que nos interesa estudiar (adquisición de caracteres sexuales secundarios y salida de la escuela) para identificar las diferentes narrativas que pautan la vida de la persona, prestando especial atención a las representaciones de las identidades de género y a la sexualidad, este primer eje metodológico- analítico se desarrollará en el primer apartado.

En un segundo apartado, se desarrolla el eje de las representaciones sociales. En este caso, aquellas que subsumen las relaciones de género. Se parte de una visión de las relaciones de género como un sistema que construye culturalmente las diferencias sexuales y cuya estabilidad en el tiempo les otorga un sentido de objetividad. Este sistema sexo-género convierte las diferencias físicas en identidades diferenciadas expresadas a partir de representaciones sociales de género. Las representaciones sociales, de acuerdo con la teoría de Moscovici, constan de dos dimensiones: la figurativa y la simbólica (Jodelet, 1986). En este caso, las diferencias “sexuales” (lo que Rubin diría ser hembra o varón) se identificarían como la dimensión figurativa de estas representaciones. Por otro lado, la dimensión simbólica representa toda la sedimentación de conocimientos “intersubjetivos”, aprendidos a partir de la experiencia, que las personas relacionan con esas “figuras” (ídem). Jodelet hace referencia a una encuesta en la que una persona representó el cuerpo femenino como un “tabernáculo sagrado de la vida”, esta representación le permite rastrear los discursos subyacentes: el religioso y las ideas sobre la reproducción. En esta línea, la autora señala que los términos de la representación posiblemente tengan incidencia en la vida sexual de la persona. Esto nos lleva irremediablemente a una de las características más interesantes de las representaciones sociales: su dualidad que permite conjugar los conceptos de acción y estructura. Las representaciones sociales, al sostener un sentido común, no sólo constriñen la vida de las personas sino que los habilitan para actuar al

dotarles de “estructuras de entendimiento” (Giddens, 1976 en Sewell, 2006:149).


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Notas


1 Lo que no niega que haya formas culturales muy variadas de hacerlo, se pueden imponer formas específicas de heterosexualidad o aceptar ciertas formas de homosexualidad, pero el mandato de heterosexualidad no desaparece

2 De acuerdo a una lectura exegética de Rubin, el sistema sexo-género de occidente encuentra su retrato en la teoría de las relaciones de parentesco de Lévi-Strauss y en el complejo de Edipo de Sigmund Freud. Sin embargo, las sociedades humanas tienen distintas formas de ordenar el sexo y el género.

3 También en la interacción entre ellos mismos, entre pares, como vimos anteriormente en la forma de

conceptualizar el proceso de diferenciación de West y Fenstermaker, que no requiere de la interacción con el “otro”.