Fabio Álvaro Melo Rodríguez1
Palabras clave: Ganadería; colonización; medio ambiente; Amazonia; Caquetá
La hacienda “Larandia”, propiedad de uno de los conglomerados económicos más importantes del país y que llegó a tener más de 35 mil hectáreas de extensión, fue el mayor latifundio que existió en la Amazonia colombiana durante el siglo XX. Ubicada a 25 kilómetros de Florencia, capital del actual departamento del Caquetá, esta unidad productiva pecuaria dedicó todo su capital al desarrollo de la ganadería extensiva en momentos en que se presentaba la colonización de las selvas amazónicas por parte de campesinos y obreros pobres que huían de la violencia política desatada en el interior del país y buscaban nuevas tierras en donde refugiarse o recomponer sus maltrechas economías. En este contexto y gracias a su poder político y económico, “Larandia” constituyó una infraestructura sui géneris para el piedemonte a través de la cual miles de hectáreas de bosque nativo amazónico fueran taladas, quemadas y convertidas en
1 Magister en Historia, Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, Historiador, Investigador independiente, Historia ambiental y poblamiento amazónico. email: melohistoriador@gmail.com
potreros en donde a finales de la década de 1960 llegaron a pastar al menos 30 mil reses de ganado vacuno destinado a los mercados de carne nacional e internacional.
El presente texto representa un avance de la investigación “Historia ambiental de la ganadería en la Amazonia de Colombia durante el siglo XX”; en tal sentido, las siguientes líneas buscan problematizar, usando la perspectiva de la historia ambiental, las complejas relaciones sociedad-naturaleza que produjo la instauración de la ganadería vacuna en la Amazonia caqueteña durante el siglo XX. Para ello, abordan como estudio de caso la hacienda “Larandia” que, si bien no fue responsable de implantar esta economía en dicha región, pues ya se practicaba desde siglos atrás, en parte legitimó su desarrollo histórico debido al enorme poder político local,
regional y nacional que sus propietarios ostentaban. De esta manera, en el mismo momento en que la colonización agraria se desarrollaba en el piedemonte andino-amazónico, el modelo ganadero de “Larandia” se imponía como paradigma económico; como consecuencia de ello, el paisaje del ecosistema andino-amazónico sufrió serias y definitivas transformaciones.
Los bovinos fueron introducidos en las selvas del Amazonas de Colombia durante el siglo XVI cuando los europeos recorrieron las regiones aledañas a la cordillera Oriental -el piedemonte andino-amazónico- en su pretensión de encontrar el ansiado Dorado. En opinión de Torrijos et. al (2003) en la expedición que el español Gonzalo Jiménez de Quezada realizó desde Santa Fe de Bogotá hacia el Amazonas en 1569, “consigo llevaban negras y negros esclavos, más de 1.100 caballos, más de 600 reses y más de 800 cerdos; porque la intensión era fundar pueblos” (p. 22). En el siglo XVIII se tienen datos que los misioneros Franciscanos llevaron ganados desde la región del valle del Magdalena hacia las tierras del alto Caquetá en donde para la época fundaban pueblos de misión. Con los bovinos en tierras amazónicas, se inicia la culturización ganadera de los indígenas por parte de los misioneros. Siguiendo lo dicho por Torrijos et. al (2003), “se implementa un sistema de explotación que enseña el establecimiento de praderas, el pastoreo alterno, el cuidado de los animales e inclusive, se puede mencionar la primera feria en territorio amazónico colombiano, la cual incluye toreo”. (p. 31)
En la segunda mitad del siglo XIX con las bonanzas de la quina y el caucho, el arribo de gentes del interior de Colombia a las selvas surorientales aumentó debido a las oportunidades económicas que los precios internacionales de estos productos permitían. De esta manera, los colonos huilenses, en su gran mayoría pobres, encontraron la redención al llegar al territorio amazónico puesto que desde el momento de su llegada se dedicaban a la derriba y quema de la floresta para establecer sus casas, potreros y pueblos. No sin innumerables problemas debido a las duras condiciones de salubridad e inexistentes vías de comunicación, los colonos se ubicaron en el piedemonte andino-amazónico debido a que este presentaba mejores “condiciones en cuanto a la consecución de agua y la posibilidad de climas menos adversos que los del resto de la selva amazónica” (Melo, 2016, p.40).
A principios del siglo XX, y aprovechando la primaria red de caminos que las bonanzas
de la quina y del caucho habían constituido entre las regiones del Huila y Caquetá, se establece la Sociedad Colonizadora del Caguán que sacaba ganado de la zona selvática hacia el departamento del Huila a través del camino que de San Vicente del Caguán llegaba hasta Campoalegre luego de sortear más de 135 kilómetros de caminos en pésimo estado. Gracias a datos encontrados en informes de los comisarios del Caquetá de las décadas de 1910 y 1920 podemos saber que en muchas de las fincas constituidas hacia finales del siglo XIX ya había ‘ganado mayor’ en lo que sería una incipiente economía ganadera en la Amazonia colombiana.
De esta manera podemos determinar, de manera preliminar, que es con la llegada de los europeos a las selvas surorientales cuando el ganado vacuno es introducido al ecosistema amazónico para lo cual tanto misioneros como colonos debieron talar y quemar el bosque tropical con el fin de establecer potreros que permitieran el sostenimiento de los bovinos. Además, aunque en los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, no existía una economía ganadera propiamente dicha, se puede inferir que al Amazonas colombiano llegó el ganado vacuno de la mano, o el lazo, de los habitantes externos al bioma como expresión del nuevo orden social que impondría la colonización.
Hacia mitad de la década de 1930 la firma comercial Leonidas Lara e Hijos adquirió a orillas del río Orteguaza, en la Comisaría del Caquetá, la finca San Pedro propiedad de Cayetano Mora, uno de los primeros colonos ganaderos que estableció fincas en las cercanías a Florencia, la capital de la comisaría. Mora, oriundo de Suaza, Huila, se había asentado en la región a principios del siglo XX y para dicho momento poseía en las más de dos mil hectáreas al menos 3.000 cabezas de ganado vacuno (El Tiempo, febrero de1932, p. 2) que pasaron a formar parte de la que sería la hacienda emblema de la economía ganadera en la región y con suficiente reconocimiento a nivel nacional en las décadas siguientes. De esta manera se dio inicio a la constitución de la unidad pecuaria más grande de la Amazonia colombiana pues a partir de este momento “Larandia”, como fue llamada la nueva hacienda, emprendió un proceso de expansión territorial jamás visto en el contexto regional que incluyó la tala, quema y praderización de miles de hectáreas de selva primaria del ecosistema amazónico. Este método tradicional para convertir selva en potrero era usado por los colonos que en la zona del piedemonte buscaban hacerse un lugar en la selva desde
finales del siglo XIX. De acuerdo con el geógrafo alemán Wolfgang Brucher (1974), quien en 1966 hizo las descripciones más exactas que se conozcan sobre la hacienda,
“Para efectuar la tala de este terreno se empleó el sistema antes descrito: es decir se procedió con la quema de la selva talada y se dejaron podrir los troncos y los tocones. Se secaron las zonas pantanosas, con lo que se redujo considerablemente la plaga de zancudos […] Como siempre, se empleaban grupos grandes de leñadores (hasta 1.200 hombres), que generalmente eran colonos de los alrededores; por este medio se logró extender rápidamente la tierra talada. Además, algunos colonos empezaron a desmontar tierra delante del frente de tala, y después de recolectar una cosecha de arroz-maíz, procedieron a vender su parcela a la Hacienda. Esto podía continuarse aún más allá del terreno comprado hasta incluir, sin trabas de ninguna especie, “baldíos” pertenecientes al Estado, que después se adquirían en forma legal, puesto que los Lara estaban en condiciones de explotarlos inmediatamente. Hace pocos años quedó concluido el trabajo de tala y desmonte, sobre todo, porque la tierra de los alrededores ha sido ocupada, entre tanto, por colonos espontáneos.” (p.175).
Desde el momento mismo de su constitución en la década de 1930 “Larandia” fue imaginada de tamaño colosal; esto en razón a que la firma propietaria de la hacienda tenía entre sus objetivos comerciales, además de la importación de vehículos, negocios de finca raíz y venta de maquinaria agrícola, la producción de ganado vacuno a gran escala. Y para ello, Leonidas Lara e Hijos encargó al experto en dichos negocios, el hijo menor de la familia y socio de la empresa, Oliverio Lara Borrero quien, según Ciro, (2008) “fue concejal, diputado, alcalde de Neiva en 1943 y Gobernador del Huila en 1945” (p. 37). De su mano la hacienda experimentó un desarrollo económico que ningún otro latifundio pudo tener durante el siglo XX en el suroriente de Colombia; prueba de ello es que entre las décadas de 1930 y 1960 Larandia aumentó varias veces su tamaño inicial. Y dicho crecimiento se hizo a expensas de la tala del bosque tropical amazónico. (véase tabla 1)
CREMIENTO DE LA HACIENDA RITMO DE INCORPORACIÓN DE
PRADERAS
Año | Hectáreas | Crecimiento | Has/año | Has/día |
1935 | 1.794 | 0 | 0 | 0 |
1950 | 7.625 | 5.831 | 389 | 1.1 |
1955 | 10.000 | 2.375 | 475 | 1.3 |
1965 | 35.000 | 20.000 | 2.500 | 6.8 |
Observando los contundentes datos que arroja la tabla conviene analizar entonces la singular infraestructura constituida en “Larandia”. Así la describe Brucher (1974):
San Pedro, la población central de la hacienda, fue establecida en 1935, a orillas del río Orteguaza, y únicamente podía llegarse hasta allí por medio de canoas, partiendo de Venecia -el puerto de Florencia- puerto terminal de navegación situado a pocos kilómetros de distancia, río arriba. Posteriormente se estableció la comunicación con la vía Florencia-Puerto Rico, por medio de una carretera de propiedad de la plantación. En el aeropuerto privado, que queda a dos kilómetros de distancia, pueden aterrizar aviones de cuatro motores. San Pedro constituye en la actualidad el corazón de la hacienda. Detrás de la mansión de tres pisos -lujosamente construida, y que está formada por la vivienda privada y habitaciones para huéspedes- se encuentra un taller de reparaciones, carpintería, oficinas administrativas, establos y corrales. Entre todo este conjunto de edificaciones se destaca un tanque para el agua. Algo más apartadas se hallan las casas de los trabajadores y empleados, una pequeña escuela y una clínica, todas construidas de cemento y en estilo moderno de “bungalow”. [...] San Pedro es el lugar céntrico de 18 hatos, en que está subdividida la propiedad. Cada uno de estos hatos es autónomo, y tiene un promedio de 18 potreros a su cargo, que -como toda la hacienda- están cercados con alambre de púa. (p. 176)
De acuerdo con la información de Brucher en 1966, para ese momento el latifundio estaba dividido en 18 hatos. Contrastando sus datos con testimonios de antiguos trabajadores, hemos podido determinar que además de San Pedro, la hacienda principal y centro administrativo, los demás hatos que componían “Larandia” eran: La India, Marsella, Castilla, Albania, La Patagonia, La Reserva, Potosí, Ronsesvalles, Bodoquero, Germania, Balcanes, La Habana, La María, Casablanca, Buenavista, Itarca y La Holanda.1 Si tenemos en cuenta que la hacienda se constituyó en el mismo periodo histórico en que se presentaba el arribo de miles de colonos pobres al piedemonte caqueteño en búsqueda de tierras, resulta particular que “Larandia” tuviese tales dimensiones.
En noviembre de 1966 los 18 hatos que componían “Larandia” contaban con 36.102 reses, que corresponden a una densidad de ganado de una res por hectárea aproximadamente. La ganadería estaba compuesta en la siguiente forma:
Ganado de cría | Toros | 3.1% |
Vacas | 32.8% | |
Terneros | 18.6% | |
Toretes | 2.1% | |
Ganado de ceba | Toros | 24.9% |
Vacas | 13.4% | |
Ganado de ceba | ||
Listo para la venta | 5.0% | |
Bueyes para el trabajo | 0.1% | |
100.0% |
Como lo evidencia la Tabla 2. el ganado de “Larandia” estuvo destinado casi en su totalidad a la ceba o engorde puesto que el propósito era la producción de carne. Los datos que entrega Brucher sobre el total de ganado que para 1960 había en la hacienda son contundentes
pues dimensiona el tamaño que tenía para dicha época el mayor emporio ganadero del piedemonte. Además del número de cabezas que había en los potreros propios, la administración de la hacienda arrendaba pasturas en los alrededores; sumado a esto, desde 1962 habían establecido en las sabanas del Yarí ganaderías para la ganadería extensiva. Según los datos de Brucher (1974), para finales de esa década en “Larandia” había:
Larandia 36.102 reses
Ganado que pastorea en potreros
arrendados
3.059
Llanos del Yarí 13.000
Total 52.161 reses
La mayor parte del ganado de la hacienda era ganado criollo (74, 23%), cebú (17, 57%), Brown Swiss o pardo suizo (3.91%), Charollais (1.77%), Red Polled (0.81%), Guernsey (0.32%), Normando (0.13%) y Aberdeen Angus (0.09%). Siguiendo a Brucher (1974) “llama la atención que el Cebú y el Criollo constituyan casi la totalidad de la existencia de ganado y no se haya procedido a efectuar el cruce entre estas dos razas” (179). En definitiva, lo que sugieren las cifras anteriormente mencionadas es que la producción de carne de “Larandia” permitía que el negocio funcionara de manera rentable pues atendía los mercados del interior del país, e incluso, parte de su ganado era exportado hacia el Perú a través del puerto de Buenaventura. Desde la hacienda los animales eran transportados en camiones hacia Cali, Bogotá y Girardot; para dimensionar la dinámica del negocio por aquellos años, en 1966 se negociaron alrededor de 3.500 cabezas de ganado; más o menos el 10% de las existencias de toda la hacienda.
Es extraño que un fenómeno socioeconómico tan determinante para entender el desarrollo histórico de la región que comprende el departamento del Caquetá no haya sido objeto de estudios sociales profundos. Aunque, como ya se mencionó, existen importantes referencias que aluden al establecimiento de este emporio ganadero en la subregión amazónica, consideramos que existe un vacío historiográfico en relación con el tema de “Larandia” y sus implicaciones
con el entorno socioambiental. Este pequeño avance procura ir en la dirección de sistematizar la mayor cantidad de información que permita consolidar un documento que no sólo centre su atención en la hacienda en términos sociales, económicos y políticos, sino que fije su foco de análisis en los impactos ambientales que provocó al ecosistema. Por tal razón, después de esta breve exposición sobre la constitución de “Larandia” abordaré, también de manera muy somera, los cambios y las transformaciones que produjo sobre el paisaje de la zona, la actividad ganadera desarrollada por la hacienda. Para ello se hace necesario conocer el ecosistema al que pertenece la subregión amazónica del departamento del Caquetá en donde se constituyó el latifundio.
El piedemonte andino-amazónico hace parte de la región amazónica colombiana que representa el 42.3% del total del territorio continental. Sin embargo, más allá de la delimitación geográfica de la región es mejor entenderla como un espacio socialmente construido. En palabras de Santos (1978) la Amazonia es: “Un conjunto de formas representativas de relaciones sociales del pasado y del presente y por una estructura representada por relaciones sociales que se manifiestan a través de procesos y funciones. El espacio es entonces, un verdadero campo de fuerzas cuya aceleración es desigual” (p. 38). En ese sentido, los procesos de transformación producidos al paisaje amazónico por la ganadería de la colonización durante el siglo XX deben ser abordados como fenómenos de largo aliento.
Entre otras cosas, es necesario reseñar que “Larandia” no fue una unidad pecuaria pionera en la cría de ganado vacuno en la región; por el contrario, cuando la firma propietaria “Leonidas Lara e Hijos” adquiere la hacienda San Pedro en la década de 1930, la ganadería en las selvas del Caquetá ya se practicaba como actividad importante en la colonización que se
empezaba a dar en el territorio. Estudios han demostrado que la ganadería en el Caquetá se venía desarrollando lentamente desde finales del siglo XIX y en las tres primeras décadas del XX ya existía producción ganadera en la región norte del piedemonte cuando se instaló la Sociedad Colonizadora del Caguán cerca de San Vicente del Caguán que buscaba proveer de carne los mercados del interior del país a través de primarias trochas. Otra muestra es la misma hacienda “San Pedro” que la sociedad compra a Cayetano Mora y que será la primera piedra del futuro emporio. Mora en 1932 certifica que desde principios del siglo él ya tenía su finca a orillas del río Orteguaza en donde engordaba 3 mil cabezas de ganado vacuno entre cebú, durhan y charloroix (El Tiempo, febrero de1932, p. 2). Autores como Torrijos et. al (2003), han reseñado los nombres de los colonos pioneros, en su gran mayoría huilenses, que desde finales del siglo XIX y durante el XX llegaron al sector del piedemonte y tumbaron la selva para crear sus fincas ganaderas lo cual evidencia el proceso histórico de instalación de esta economía en el Amazonas colombiano (p, 117-240).
No obstante, el ‘anormal’ crecimiento que presentó el latifundio “Larandia” entre las décadas de 1930 y 1960 donde pasó de 3 mil, a 35 mil hectáreas, se hizo a expensas de la selva amazónica por lo cual le confiere un particular protagonismo dentro de la reconfiguración histórica de la selva primaria en potreros para la cría de ganado vacuno. En este sentido, la región tropical más rica en biodiversidad del mundo dio paso al ganado como “el nuevo rey de la selva”. Se debe reconocer entonces que todo el proceso colonizador, en el que se incluye las prácticas ganaderas, fue realizado desde la ignorancia total y sin la menor preocupación por el contexto local. En opinión de Serrano (1994) durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX,
Los diferentes procesos de colonización en América Latina han ocasionado la intervención de millones de hectáreas de bosques húmedos. Tal dinámica ha sido producto de diferentes programas estatales, que a la vez han contado con la financiación externa de la banca internacional, ventajosas exenciones de impuestos como en el caso de Brasil, Nicaragua, Costa Rica, Guatemala y Honduras; o para el caso de colombiano, de un programa de colonización bajo la bandera de la reforma agraria financiado por la Agencia Interamericana para el Desarrollo, AID, en sus inicios y llevado a cabo posteriormente por el Banco Mundial. Tales programas, desarrollados en espacios
diferentes y en épocas distintas, coincidieron con la implementación final de un sistema de explotación: la ganadería de tipo extensivo (p, 13).
Lo que buscaba entonces el estado colombiano cuando vio en la Amazonia la válvula de escape para solucionar los problemas de tenencia de la tierra al interior de la frontera, era ocupar un ‘supuesto espacio vacío’. Lo cual, obviamente, para nada tenía que ver con la realidad histórica puesto que las comunidades indígenas milenarias que habitaban dicho territorio sufrieron con el nuevo orden social establecido por la colonización. La misma hacienda “Larandia” y su megaproyecto ganadero produjo el desplazamiento de poblaciones locales que habitaban la región de La Montañita haciendo que se internaran hacia el interior de la selva, río Orteguaza abajo. En tal sentido, el pragmatismo que representó la praderización del piedemonte andino-amazónico fue un acto de soberbia con el entorno amazónico y su enorme biodiversidad. La historia ambiental no es un abordaje constituido para realizar juicios históricos ni buscar culpables a quienes deba señalarse mirando el espejo retrovisor puesto que un colectivo social responde a un momento histórico y a la mentalidad de su época. De hecho, en el mismo momento en que los colonizadores huilenses salvaban sus economías en la nueva tierra caqueteña, su epopeya era magnificada. Así se escribía en las revistas de la época esta supuesta hazaña: “Si los paisas rompieron las breñas de la selva quindiana, los opitas, a su turno, rompieron la virginidad de la maraña caqueteña” (Semana, 1956).
Esta afirmación nos permite dimensionar que para los colonizadores andinos que llegaron a la selva amazónica en búsqueda de tierras, el bosque tropical fue, en esencia, su enemigo a vencer. De allí que lo primero que se hacía era abrirse un claro en medio de la mata y con ello empezar el proceso de asentamiento con sus familias. La práctica habitual era el desmonte primitivo por quema que empezaba aproximadamente en el mes de octubre realizando la tradicional socola, que es cortar con machete los arbustos medianos y delgados ubicados en la parte baja de la floresta. Siguiendo a Melo (2016) “en noviembre, aprovechando la época de verano, se procedía a tumbar propiamente la selva y, para finales de febrero y antes de que entraran las primeras lluvias del copioso invierno amazónico, empezaban las quemas” (p, 112). De ahí en adelante, lo que restaba era esperar que el fuego hiciera su trabajo. El geógrafo Brucher (1974) describía así el proceso,
“Entonces el cielo se cubre, durante días enteros, de densas nubes de humo. En las zonas de tala recientes del frente de colonización, extensas zonas se llenan de espesas humaredas y se produce un calor insoportable. Pero únicamente se queman las hojas, el ramaje más delgado, el bosque desmontado y la capa de hierba. Los troncos carbonizados, los gajos y las copas de los árboles, así como los árboles que no se talaron, se van pudriendo, poco a poco, en el transcurso de dos a cuatro años, debido al clima húmedo y caliente. Únicamente algunas especies de madera dura no son afectadas por esta descomposición tan rápida (p, 101).
Inmediatamente después de la quema del bosque, se sembraba arroz, maíz, yuca, plátano, cacao y caña de azúcar que serían el sustento del colono y su familia. El proceso de praderización estaba consumado; sólo faltaba esperar algunos meses para que la siembra de semillas permitiera ver en medio de la amazonia pastar el ganado. De esta manera, durante la colonización del piedemonte andino amazónico se terminó de construir el imaginario que el Amazonas colombiano, por lo menos en dicha subregión, era propicio para la ganadería.
De la supuesta vocación ganadera del Caquetá se hace alarde desde hace décadas en el Caquetá y en otras regiones del país. No obstante, se sabe que dicha vocación en el siglo XX fue una construcción social que se impulsó desde las instituciones del estado cuando se quiso dinamizar la colonización dirigida para así incorporar la frontera amazónica al orden económico nacional. Ciro (2008) lo expone así cuando dice, “se ha demostrado que es una tradición del colono huilense y una imposición a partir de los discursos que el estado y sus instituciones creó para hacer viable la colonización”. Por su parte, Tovar Zambrano (1995) considera que la ganadería de la colonización fue ante todo “el resultado de una tradición, de una vocación económica y cultural del hombre colonizador” que buscó reproducir en territorio caqueteño el patrón cultural y social de sus regiones de origen.
En ese orden de ideas, además de convertirse en la economía legal dominante durante la etapa de mayor aceleración de la colonización en la segunda mitad del siglo XX, la ganadería
también hizo pragmática una forma de imaginar el mundo. Un mundo sin selva y a cambio, potreros limpios para la cría de ganado. Es lamentable reconocerlo, pero producto de la colonización, y solo por ella, se presentaron las bonanzas de la madera, pieles de animales, arroz y maíz que llevaron al departamento del Caquetá a ser exportador de estos productos que, tradicionalmente, eran cultivados mediante procesos industriales en otras zonas del país. Es decir, a expensas de la selva amazónica el Caquetá en la década de 1960 se convirtió en un exportador de productos exóticos para el mercado nacional. Los ríos fueron las vías a través de las cuales el cedro caqueteño fue extraído y puesto en los mercados de Bogotá. En ese sentido, el imaginario de la selva infinita e inagotable dio para ilustrar nuestra simbología colonizadora que derrotaba a la selva e imponía un nuevo orden en el cual las especies originarias fueron exterminadas y obligadas a huir a lo profundo de la selva amazónica en busca de refugio. Los símbolos con los que se busca crear una identidad regional son, aún hoy, testimonio fiel de un proceso humano que nunca tuvo en cuenta a la naturaleza como un actor con quien dialogar. Se trató entonces de un verdadero festín del hacha y el machete en aras de construir patria en los territorios ignotos del sur de Colombia.
La figura con la cual uno de los municipios del piedemonte amazónico da cuenta de su
pasado como pueblo surgido en el contexto de la colonización agrícola en la segunda mitad del siglo XX es contundente para nuestro propósito de problematizar las relaciones naturaleza/sociedad. La colonización de las tierras de la Amazonia colombiana tuvo como protagonistas no sólo a colonos en búsqueda de tierras para la agricultura o la ganadería. El proceso en sí mismo involucró a campesinos que, mediante la utilización de su acervo cultural andino, esto es, métodos de tala y quema de bosques, formas de cultivo, tradiciones sobre las estaciones de lluvia, saberes sobre manejo de aguas, sistemas de conservación de alimentos, cultivo de ganado, de cerdos, etc., se enfrentaron a un entorno, para ellos hostil, y lo alteraron y a su vez, dicho ambiente los transformó como colectivo humano. Si embargo, como el presente texto tiene carácter exploratorio del tema central que son las transformaciones ambientales dejadas por la ganadería al ecosistema amazónico colombiano, sólo queremos presentar acá unas conclusiones preliminares que mas que respuestas, son preguntas que necesariamente requieren abordarse en adelante.
Explorar por primera vez el particular proceso de constitución de la hacienda “Larandia” en las selvas del piedemonte andino amazónico caqueteño nos permite llegar a algunas conclusiones parciales. Sobre todo, porque las preguntas que soportan nuestro trabajo van más allá de las que los enfoques historiográficos tradicionales le han formulado. En tal sentido, se hace necesario seguir con rigor teórico y metodológico ahondando en los análisis del pasado de esta unidad pecuaria emblemática de la economía ganadera del sur de Colombia.
En primera instancia, esta aproximación al tema de la historia ambiental de la ganadería en la selva amazónica sugiere que las actuales alteraciones al paisaje del ecosistema amazónico están directamente relacionadas con el proceso colonizador del Caquetá que se dio con mayor intensidad a partir de la segunda mitad del siglo XX. Es decir, en el intento por incorporar el Amazonas al orden económico nacional, la ganadería fue, además de mecanismo de apropiación territorial, apenas una de las últimas fases de degradación forestal que comenzó con las economías extractivas de la quina y el caucho en el siglo XIX.
En tal sentido, se hace urgente establecer de manera sistemática si son estas históricas prácticas ganaderas las mayormente responsables por el actual estado en que se encuentra lo que
queda de la cobertura vegetal primaria del piedemonte andino amazónico y que hacen del Caquetá el departamento más deforestado de la subregión. Por último, y de acuerdo con las fuentes consultadas hasta el momento, se requiere avanzar en la consolidación de datos referentes a la extracción de recursos vegetales durante la colonización del siglo XX. De esta manera, se podría tener un panorama más preciso sobre cómo la gran biodiversidad del piedemonte andino amazónico desapareció mientras la selva se convertía en potrero.
Brucher, W. (1974) La colonización de la selva pluvial en el piedemonte amazónico de Colombia: el territorio comprendido entre el río Ariari y el Ecuador.
Bogotá: Igac.
Ciro, A. (2008) De la selva a la pradera. Reconfiguración espacial del piedemonte caqueteño 1950-1965, Trabajo de grado para optar por el título de historiadora.
Bogotá: Universidad de los Andes.
Melo, A. (2016) Colonización y poblamiento del piedemonte amazónico en el Caquetá. El Doncello 1918-1972.
Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana.
Serrano, E. (1994) El modelo ganadero de la gran hacienda: un paso atrás en el desarrollo del Caquetá.
Florencia: Universidad de la Amazonia.
Torrijos et. al. (2003) Caquetá. Tradición y vocación ganadera. Florencia: Comité departamental de Ganaderos del Caquetá.
Tovar, B. et. al. (1995) Selva, mito y colonización: una introducción a la historia de la colonización del noroccidente de la Amazonia colombiana.
Bogotá: Instituto colombiano de Antropología e Historia.
La República, El Tiempo
Abraham Cuellar, 2017.
Notas
1 Los nombres de los hatos fueron obtenidos en entrevista realizada a Abraham Cuellar en El Doncello, Caquetá, en julio de 2017. Cuellar, quien fue vaquero de “Larandia” entre 1965 y 1966, es oriundo de Garzón, Huila, y de acuerdo con sus testimonios, para la década de 1960 decir que se era trabajador en dicha hacienda era motivo de orgullo pues se entendía que se laboraba en la mejor empresa ganadera que existía en la región. La abundante información que Abraham Cuellar nos compartió será usada en un documento más extenso sobre el tema por lo que acá sólo se utilizó apenas lo concerniente al nombre de las fincas que componían el total de la hacienda y que era desconocida hasta el momento.