Jesús Moya Vela1
Palabras clave: naturaleza; historia; materialismo histórico
A doscientos años del nacimiento de Karl Marx, el mundo se ha volcado en una serie de conflictos sociales que manifiestan las etapas críticas en las cuales el ciclo capitalista deviene. Las distintas reformas que los gobiernos neoliberales han implementado a lo largo y ancho del mundo, en unos países más, en otros países menos, y en cada uno de manera diferente en su forma, delinearon las políticas de libre mercado y de flexibilización laboral que no han dejado de ser una constante. Mientras que los capitales muestran una gran movilidad en el periodo neoliberal, el trabajo local se transforma para pasar, en diferentes regiones, desde un proceso de
1 Doctor en Ciencia Política, Unidad Académica de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Zacatecas, líneas de investigación: política y subjetividad; pensamiento político y procesos sociales contemporáneos.
precarización del salario real, hasta la desocupación y la llamada informalidad. En tanto que en regiones como América Latina el trabajo está condicionado por el subdesarrollo (Figueroa, 1986), en los países desarrollados la crisis también ha tenido sus efectos. Estados Unidos, por ejemplo, desde la implantación del neoliberalismo en el mundo hace ya cuarenta años, ha impulsado en la región no sólo este embate hacia el trabajo, sino también hacia los mercados derrotando en un sistema de conflictos interclasistas, entre capitalistas locales y aquellos con capacidad de crecimiento e internacionalización, a los mercados satisfechos por la industria y el comercio que se caracterizaba por tener una lógica nacional, y en el caso de países como México, con un carácter estatal.
El embate al trabajo acaeció como estrategia capitalista por superar la tendencia a la baja en la tasa de ganancia. A sabiendas que la economía capitalista tiene como finalidad, o bien “[…] es, sustancialmente, producción de plusvalía [...] por hacer rentable el capital.” (Marx, 1999, p. 425-426), era necesario modificar el mercado laboral, encontrar nuevas formas de regulación de la relación capital-trabajo y la apertura a nuevos mercados que permitieran consolidar las dinámicas de intercambio necesarias para la generación de capital.
Lo anterior ha llevado a una centralización del capital por parte de los capitales que han tenido la capacidad de hacerlo (Marx, 1999). El Estado jugó un papel fundamental para que esto aconteciera, así como los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y El Banco Mundial que se dedicarían a ejercer presión para que, sobre el compromiso del crédito y procesos de renegociación de deuda a países subdesarollados, las reformas neoliberales se consolidaran. Los gobiernos locales hicieron también su papel al ir conteniendo el descontento social que dichas medidas de superación de la crisis del capitalismo generó en la década de los setenta y durante todo el proceso de implementación de estas nuevas formas de acumulación durante la crisis. La derecha, que pareciese consolidarse cada vez más hoy día tanto en Europa como en Estados Unidos y América Latina, ha denotado que su tendencia es dar continuidad a aquellas tareas pendientes que han dejado estas últimas cuarenta décadas de embate hacia el trabajo. Ahora mismo que se escriben estas letras, Argentina se debate en un conflicto que se demarca por intereses esencialmente de clase, donde el pueblo ha salido a las calles a expresar su descontento y a enfrentar a los cuerpos policiacos en contra de una ley que afecta a los jubilados.
El centro de los conflictos a lo largo de la historia de la humanidad está en la lucha de
clases. Marx estaba seguro que los grandes acontecimientos de la historia, así como sus grandes nombres y sus acciones, sólo cobraban sentido a través de la dialéctica, siempre compleja, que enmarcaba a dichos acontecimientos y personajes (Marx, 2015). La lucha de clases es uno de los factores determinantes en la dinámica que la historia presenta en su desenvolvimiento, y lo que ha visto el mundo en las últimas décadas, ha sido el avance de una clase social sobre otra de manera pausada, a veces a acelerada, y en muchas ocasiones velada de falsa democracia sobre aquel acenso en la correlación de fuerzas que la clase trabajadora había conseguido. Los periodos de la historia suelen ser largos, y es así como hay efectos inmediatos como otros de largo alcance. Las luchas obreras del siglo XIX en Europa, así como en países de América Latina en el siglo XX, y las diferentes expresiones que la lucha de clases manifestó a lo largo de otras regiones, constituyeron una dinámica de tendiente organización y lucha con un grado de conciencia, por lo menos, hasta donde pudiesen mejorar las condiciones de vida de las clases trabajadoras.
Estas condiciones no fueron otorgadas únicamente por la presión que las luchas de los trabajadores y del pueblo en general habían llevado a cabo, ya que hay, y éstas se deben también, a causas materiales propias del periodo o del bucle de la espiral que demarca en el transcurso histórico los diferentes ciclos capitalistas. Las crisis capitalistas fueron generando sus expresiones políticas que llevaron a la reorganización de las relaciones sociales de producción de formas diferentes, sin perder, obviamente, su esencial división entre poseedores y desposeídos, entre dueños de medios de producción y quienes no tienen más que su trabajo para vivir. Las fuerzas productivas se fueron desarrollando como una tendencia natural del capital, promoviendo las diferentes revoluciones tecnológicas que tanto han definido a la historia del capitalismo (Cohen, 1986). Su potencialización para la obtención de mayor plusvalor no sólo impacta, o es coadyuvante, al surgimiento de nuevas formas de organización social. Las relaciones de producción expresaron sus contradicciones sobre los cambios que las fuerzas productivas impulsaron como una tendencia a superar los diferentes periodos de crisis y para dar continuidad a los de expansión, digamos, de tiempos de bonanza capitalista, de acumulación de capital, de generación de plusvalor, de ganancia y de mayor empobrecimiento de la mayoría de la población (Marx y Engels, 2015). Así, históricamente, ésta dinámica llevó a una crisis que se expresó en la necesidad de coordinar un embate contra el trabajo en la segunda mitad del siglo XX, pero, además, conllevó también que las formas en como el ser humano se relaciona con la naturaleza
cambiaran. El trabajo es la relación fundamental que tiene el ser humano con la naturaleza, o digamos, la socialmente más determinante, y el desenvolvimiento histórico del capitalismo ha definido que estas relaciones que mantiene con ella, y como parte también de ella, sean propias a este modo de producción.
Lo que vamos a argumentar es cómo esta dinámica de desarrollo que procura la obtención de plusvalor, ha llevado a que la relación con la naturaleza humana y su ambiente resulte ser también una expresión histórica y con matices muy particulares: mientras que aparece velada, o fetichizada en el proceso de producción, también aparece como una agenda de lucha como un derecho a un ambiente sano y digno; mientras que es una agenda gubernamental de hipócrita respuesta a las exigencias ciudadanas, se consolidan nuevas formas para su mayor explotación; mientras es, como dijimos, un proceso concomitante a la lucha de clases, se presenta ideológicamente como una responsabilidad de toda la humanidad respecto del daño que el capital genera a la naturaleza en su desenvolvimiento histórico. Lo anterior desembocará en presentar al materialismo histórico como una agenda teórica multidisciplinaria y transdisciplinaria que debiese considerar aspectos tanto de las ciencias naturales como de las ciencias sociales para desarrollar una explicación consistente de lo social, primero, por retomar en sus planteamientos científicos una serie de elementos que le dan carácter de una teoría holista, y segundo, por su acepción materialista en sí.
Antes de presentar brevemente los puntos anteriores, que son la apariencia velada de la relación hombre-naturaleza, las luchas por el medio ambiente, la permisibilidad del estado hacia la explotación de la naturaleza y en su relación con el proceso histórico de desenvolvimiento capitalista y la lucha de clases, así como un proyecto de adscripción multidisciplinaria y transdisciplinaria del materialismo histórico, se desarrollará primero una interpretación de la forma en cómo es que éste constituye su acepción de naturaleza como un elemento epistemológico que da cabida a conceptos con un carácter propiamente teórico. No se desglosará una teoría general marxiana de la naturaleza, ya que ésta como tal no existe (Schmidt, 1977), sino sus nociones y su relación con lo que aquí se considera es un paradigma del conocimiento y de las ciencias sociales en general.
El materialismo histórico, como todo pensamiento, es una clara muestra de las expresiones científicas y filosóficas de su época. Los diferentes socialismos, la biología ya sustentada en la teoría de la evolución de Darwin, los logros en física y química aplicadas a la industria o bien a la tecnología en los procesos de la producción, la primavera de los pueblos y la comuna de París con un carácter también obrero, etc., dieron un marco que permitió que el mencionado paradigma desarrollara sus conceptos más importantes para poder explicar la dialéctica del mundo en el momento histórico que le engendró. Marx estaba seguro que todo pensamiento es producto de las condiciones históricas y materiales que le permiten expresarse, ya sea como ideología o bien como un momento en el cual el conocimiento fundado científicamente sobre la sociedad y la naturaleza superaría su estado ingenuo o ideologizado y burgués en una sociedad comunista.
Son las condiciones materiales del siglo XIX las que permitieron al materialismo histórico sintetizar una serie de expresiones del pensamiento del mundo occidental en una nueva forma de entender al hombre, la sociedad y su relación con la naturaleza. Un trabajo excelente, y el cual trata de desarrollar la idea de naturaleza en Marx, es el de Alfred Schmidt (1977), El Concepto de Naturaleza en Marx, que desarrolla bajo un profundo análisis de la obra de las distintas etapas del desarrollo del pensamiento marxiano, la forma en como su concepto de naturaleza se entrelaza en una filosofía y teoría que trataban de dar una explicación del capitalismo y del desarrollo histórico de la humanidad. Es sabida la influencia que Hegel tuvo sobre Marx, pero de igual manera, talvez, es la crítica al idealismo hegeliano lo que hizo de su materialismo una nueva forma de interpretar las múltiples relaciones sociales expresadas históricamente en el mundo occidental. Hegel asumía, como buen idealista, una separación del hombre con la naturaleza como un rasgo de su libertad y autoconocimiento. El concepto de naturaleza reflejará la superación de lo anterior mediante la crítica marxiana, poniendo a la humanidad frente al mundo, desde la naturaleza que le rodea y la suya misma (Cohen, 1986), y lo anterior es un elemento fundamental del materialismo histórico; Marx, citado por Schmidt (1977: 17), asume a la naturaleza en relación al espíritu, al cuerpo como sustento de la subjetividad, o bien a las condiciones estructurales como sustento material de las superestructurales:
“Es cierto que la crítica crítica, espiritualista, teológica, sólo conoce-conoce al menos en
su imaginación-entre los hechos políticos y literarios y teológicos de la historia, los más importantes y de nivel estatal. Del mismo modo que separa el pensar de los sentidos, el alma del cuerpo, y a sí misma del mundo, del mismo modo esa crítica separa a la historia de la ciencia de la naturaleza”.
Así, siguiendo la misma obra, puede argumentarse que en Marx no aparece como un concepto central la acepción de naturaleza. Éste es siempre periférico (Shmidt, 1977), es decir, que coadyuva a ir complementando el resto de la cadena conceptual que da vida al resto de sus planteamientos teóricos. Toda teoría está constituida como una red de conceptos interrelacionados entre sí. Aunque la forma en cómo estos se relacionan y se expresan no es de forma lineal, sino como una especie de red hecha con varias cadenas de conceptos, cada eslabón se conecta y relaciona con aquel que se requiera para ir desarrollando los argumentos centrales y las hipótesis que dan explicación al o a los objetos de estudio propios de una disciplina o múltiples disciplinas. Estos conceptos pueden ser una expresión directamente empírica, otros ser tan básicos teniendo nada más una función descriptiva, mientras que otros pueden ser de mayor abstracción y generalidad. Así, todos se van complementando en una dinámica cognoscitiva coherente e integral. Estas cadenas pueden poseer conceptos que no tienen un sustento directamente empírico, en términos metodológicos e investigativos, pero que son fundamentales para darle sentido a una serie de conceptos, y a que esos otros puedan también relacionarse y encontrar sentido con todos los demás. Uno de estos conceptos en Marx es el de naturaleza, que le permitió desarrollar sus reflexiones más importantes sobre el trabajo, el desarrollo de las fuerzas productivas, su visión de ciencias naturales y de ciencia social, su teoría de la historia y se encuentra además íntimamente relacionado con su teoría del valor.
Para el materialismo histórico, la naturaleza no se le presenta al género humano de manera directa, sin rodeos prácticos y de acción, o bien, digamos, únicamente como una naturaleza en sí. Se asume, como material que es, que el universo existe independientemente del hombre, sin embargo, para éste, la realidad se expresa a través de su praxis y se consolida en él por medio de la misma (Marx, 2015b). La naturaleza entonces, y su relación con el hombre, está siempre, y esto es, históricamente, mediada por su acción a través del trabajo en una confrontación constante entre su propia naturaleza y el mundo que le rodea y del cual deviene su sustento y desarrollo
(Marx, 1999). Esta praxis constituye al hombre, así como su comprensión de la naturaleza en la forma en como ésta es apropiada. Así, el materialismo marxista no es sinónimo de un empirismo ingenuo en donde el mundo se le presenta al hombre sólo por medio de sus sentidos sin dinámica alguna más que el simple hecho de percibir aquello con lo que se encuentra, en este caso, la naturaleza (Schmidt, 1977).
“El defecto fundamental de todo materialismo anterior -incluido el de Feuerbach- es que sólo concibe las cosas, la realidad, lo sensible, bajo la forma de objeto de intuición, pero no como actividad sensiblemente humana, no como práctica [Praxis], no en un modo subjetivo. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, en contraposición con el materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensible, como tal. Feuerbach quiere objetos sensibles, realmente distintos de los objetos conceptuales; pero tampoco él concibe la actividad humana misma como una actividad objetiva.” (Marx, 2015b, p. 107)
“El trabajo es, en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso en que éste realiza, regula y controla mediante su propia acción su intercambio de materiales con la naturaleza […] Y a la par que de ese modo actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él y sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina.” (Marx, 1999, p. 130)
Si es el trabajo la expresión de praxis o de acción más característica de la humanidad en relación con su existencia y la naturaleza, entonces, ésta no pierde su carácter material, sino más bien que, para el hombre, las distinciones materiales de la misma cobran un sentido histórico y social. No hay en el materialismo histórico por ende una ontología, es decir, una definición de naturaleza como algo estático, sino que ésta sólo puede cobrar sentido de manera social y de tal forma que es para el hombre la condicionante más elemental de sus determinaciones materiales e históricas de existencia. Por ello es que, en la cita hecha de El Capital, Marx refiere a su acepción de naturaleza para poder desglosar su concepto de trabajo, entendido de manera dinámica, como una especie de metabolismo entre las necesidades más inmediatas y sociales (según el desarrollo
histórico en el que se expresen), y la naturaleza. Es el trabajo ese proceso que permite al ser humano hacerse en la naturaleza.
La influencia que Darwin tuviera en las ciencias sociales no implicó únicamente al darvinismo social de Spencer y sus expresiones posteriores. La teoría de la evolución influyó también en la teoría de la historia de Marx, y de igual forma que en el naturalismo de la época que le tocó vivir que explicaba las relaciones entre especies y el ambiente, también asumía que la sociedad sostenía un intercambio orgánico con la naturaleza (Schmidt, 1977). La naturaleza aparece siempre como externa al hombre, pero determinante respecto de sus características materiales que trata de transformar por medio de la praxis que le recrea como persona histórica.
La naturaleza posee condiciones que, en las diferentes etapas del desarrollo histórico, determinan la forma en como el género humano lucha con ella para superar su condición dando forma a las relaciones sociales que definen cada modo de producción. Para Marx, las etapas previas al capitalismo, o bien distintas a ellas (lo cual debiese permitir hacer una anotación más respecto al hecho de que la revisión de las distintas formas sociales que el citado autor hiciera parten de una reflexión que asume la dialéctica de la historia como múltiple y diversa (Tarcus, 2015)), sostienen una relación más integral y genérica con la naturaleza, siendo el capitalismo una era en la cual las relaciones de la naturaleza y la humanidad, siempre mediadas por el trabajo, se presentan como nunca como primordialmente sociales e históricas. No existe en el feudalismo ni en la sociedad esclavista, un proceso de mediación tan amplio como lo es el trabajo asalariado y la creciente mecanización de la industria en los procesos productivos. Al confrontarla en su cotidianeidad, a la naturaleza, toda sociedad no capitalista ha mostrado un nulo rodeo entre el trabajo y la misma, entre la producción y los elementos naturales, como la tierra, para así, con el trabajo, convertirla en una naturaleza para la humanidad. De esta forma es como ésta es apropiada, pero en el capitalismo, donde en la relación capital-trabajo el productor se desprende del producto de su trabajo, y en su separación del conocimiento positivo que da origen a la industria, dicha confrontación con la naturaleza aparece velada.
El conocimiento que ha permitido en el capitalismo una mayor comprensión de las leyes del universo a través de las ciencias naturales, hace que, entendiendo a la ciencia como praxis, que esta relación parezca ahora como una separación entre la actividad misma del trabajo, la tecnología y la naturaleza. Socialmente más determinada que nunca, la relación del hombre con
la naturaleza no deja de ser fundamento material de las condiciones sociales y de vida de la humanidad, ya que ahora, este carácter básicamente social de la praxis, el devenir, la subjetividad y la naturaleza, no logran superar la dialéctica entre los condicionantes naturalistas de la historia y lo propiamente histórico.
El ser humano aparece en el capitalismo con una apariencia de escisión con su cuerpo y mente, con su actividad y la naturaleza debido al devenir del desarrollo de las fuerzas productivas que el proceso histórico del capitalismo desenvuelve en su dialéctica, y ha llevado a la humanidad a una ideologización de su condición material de existencia a tal grado que no le ha permitido asumir o entender genéricamente las formas tan agresivas de apropiarse de la misma. En Sobre la cuestión judía, Marx (2015c, pp. 87) hace una cita textual de Thomas Münzer para argumentar lo anterior:
“La concepción que se tiene de la naturaleza bajo el imperio de la propiedad y el dinero es el desprecio real, la degradación práctica de la naturaleza […] En este sentido, declara Thomas Münzer que es intolerable que se haya convertido en propiedad a todas las criaturas, a los peces en el agua, a los pájaros en el aire y a las plantas en la tierra, pues también la criatura debe ser libre.”
Para Marx, es en el comunismo, como parte de su teoría de la historia (Cohen, 1986), donde la humanidad encontrará una reconciliación con la naturaleza (Schmidt, 1977).
Este elemento de la historicidad, que es la naturaleza, al representar también, para el hombre, una serie de relaciones sociales, cubre sus múltiples sentidos, entonces, según el momento histórico en el cual la humanidad o ciertos grupos humanos se apropian y confrontan con ella en sí para convertirla en un para nosotros. En el capitalismo afluyen formas de asumir la naturaleza, tanto ideológicas como políticas y que son ahora, en la fase actual del capitalismo como un sistema mundial, la forma en como este intercambio orgánico se expresa.
Es posible desarrollar una propuesta multidisciplinaria y transdisciplinaria para que el concepto de naturaleza en el pensamiento marxiano pueda fructificar en una teoría de la naturaleza
marxista apropiada para las problemáticas que la humanidad enfrenta en el siglo XXI. Ello implica repensar y construir un nuevo marxismo con agendas renovadas y que no dejen de pensar la acción y la revolución, la relación entre producción, trabajo, plusvalor, ganancia y desarrollo de las fuerzas productivas; que continúen reflexionando a la sociedad como una sociedad también de clases sociales con sus respectivos conflictos y contradicciones; una agenda teórica que regrese a las obras clásicas del materialismo histórico para verlas desde los distintos lugares que el mundo hoy localiza en su devenir histórico y atreviéndose a crear nuevas problemáticas de investigación y de acción sobre la realidad.
Sirva este apartado para la presentación de las tesis planteadas al inicio de este ensayo, es decir que mientras la relación hombre-naturaleza aparece velada, también aparece como una agenda de lucha ambientalista; mientras que es una agenda gubernamental que responde a las exigencias ciudadanas, se consolidan nuevas acciones que permiten su mayor explotación; mientras es un proceso concomitante a la lucha de clases, se presenta como un hecho que toda la humanidad es responsable de las formas dañinas en que es apropiada.
Se asume que lo recién propuesto aquí, requiere desnudarse de viejos prejuicios sobre los llamados marxismos ya sea desde fuera o desde dentro de los mismos. No se debe renunciar a la crítica; por el contrario, se propone continuar con un estilo de pensamiento que el mismo Marx fundó sobre ésta para delinear la tendencia propuesta de construcción de nuevas agendas de pensamiento marxista para el mundo contemporáneo. Por prejuicios se hace referencia a una equivocada apropiación crítica del pensamiento marxista; apropiación que está dentro y fuera de la academia, y que se encuentra en el populismo de derecha y en el desprestigio remanente de la guerra fría que le observan fuera de su totalidad como paradigma (Tarcus, 2015), es decir, sin hacer alusión a los diferentes elementos, momentos y personajes que comprenden el desarrollo del materialismo histórico como pensamiento. Insistiendo en que se reconoce la crítica seria y fundamentada como enriquecedora del pensamiento, aunque ésta se encuentre totalmente en confrontación, ciertamente el pensamiento marxista debiese crear sus agendas científicas superando aquellas que van encaminadas más al desprestigio que a la recreación del pensamiento. Estas agendas están en desarrollo, y no se arguye tampoco que es una elucubración novedosa la que ahora se expone aquí, pero es importante mencionarles y hacerles notar como un ejercicio de la misma crítica. Lo que aquí se presenta parte de una serie de notas sobre el estudio, aún no
acabado, que de manera personal se ha hecho de la obra de Marx.
Como se ha puntualizado ya, para Marx, el progreso de la historia está en íntima relación al control del hombre hacia la naturaleza en distintos grados. Es relevante en el materialismo histórico cómo los hombres se constituyen a través del trabajo, que es su principal relación con el medio, y cómo los elementos biológicos y naturales son continuos y presentes en dicha relación y aprovechamiento de las fuerzas productivas de la naturaleza (Marx, 1844). Esta relación dependerá de la dialéctica que presenten las fuerzas productivas. El control de la naturaleza a través del desarrollo de las mismas, ha implicado en el capitalismo una separación del hombre, del proletariado, de los medios de producción y del conocimiento del trabajo directo que materializa en las mercancías su valor al ser ejecutado bajo ciertos límites de tiempo establecidos social e históricamente, lo que implica una definición estructural de clase:
“[…] el proletariado es el productor subordinado que debe vender su fuerza de trabajo para obtener su medio de vida. Esta definición tiene ciertos defectos que no nos arriesgaremos a corregir en esta obra. Pero sí afirmamos que es una definición justa. Define a la clase haciendo referencia a la posición de sus miembros en la estructura económica, sus derechos y deberes en ella. La clase de una persona no se establece sino por su posición objetiva en la red de relaciones de propiedad, por difícil que pueda ser identificar con claridad tales posiciones.” (Cohen, 1986, p. 81).
La relación de la humanidad con la naturaleza es diferenciada según el modo de producción en el cual se presenta, lo que quiere decir que la llegada del capitalismo en occidente implicó una forma nueva de relación entre ambos. Así, el trabajo en el capitalismo se presenta bajo una clara separación del productor directo sobre los medios de producción, mientras que otros por derecho los posee, que es el capitalista. Esta división de clases llevó también, mediante la subsunción real del trabajo en el periodo de consolidación histórica del capitalismo, a una separación del aspecto material y del aspecto subjetivo del trabajo. El trabajo directo se separó del trabajo general, que se caracteriza por la fusión de la técnica con la ciencia, o bien, por la derivación de la técnica del conocimiento científico de la naturaleza (Figueroa, 1986).
El trabajo, ya subsumido a la industria y con medios altamente tecnificados, se encuentra
sumamente separado de la realidad de la cual emanan los medios y los satisfactores a las múltiples necesidades humanas. Los medios de producción se convierten en necesidades cuando el desarrollo de las fuerzas productivas es tal, que, para la creación de mercancías, se requiere de una amplia comprensión de la naturaleza por medio de la ciencia. La eficiencia en la producción obedece en el capitalismo a una tendencia por mejorar las condiciones de competencia en los mercados por parte de los diferentes capitalistas, pero en todo periodo histórico, la humanidad modifica sus fuerzas productivas para mejorar la explotación del trabajo y de los recursos naturales. Se vuelve necesario que un amplio conglomerado de trabajo social cristalice en medios de producción que permitan lo anterior, lo cual hace que las relaciones de producción cambien adaptándose a dicha dinámica de desarrollo.
Los medios de producción en el capitalismo se caracterizan por ser producto de un alto contenido de trabajo social pasado y acumulado (Napoleoni, 1976); dichos medios son eso, medios de producción, pero algunos también son medios materiales entre la actividad creadora y transformadora del hombre y la naturaleza que se constituyen como la expresión material y más inmediata de la relación hombre-naturaleza. Debido a que el trabajo social que contienen estas mercancías, es decir, los medios de producción altamente tecnificados, en forma de ingeniería o ciencia aplicada, y de la separación que esto presupone entre los aspectos subjetivo y directo del trabajo, es que el proletariado se ha visto, históricamente, determinado a ser sólo un apéndice de la gran industria. Es la fuerza que se hace funcionar, en el momento, en el aquí y ahora, en la gran masa de trabajo social cristalizado en los medios de producción. Es la fuerza que se ve minimizada en comparación a la gran cantidad de movimiento que la informática, la física, la química o la biología logran impulsar para la producción en la industria contemporánea. Este hecho se consolidó en el capitalismo posteriormente a la eliminación de la unión entre conocimiento y trabajo directo que aparecía como insoslayable en el periodo de subsunción formal del trabajo (Marx, 1999), que al separarse da al capitalismo su forma propiamente capitalista de reproducción al recrear por sí mismo sus condiciones materiales de producción al separarlas del trabajador directo para subsumirlo realmente a las condiciones de explotación (Figueroa, 1986). Así, el proletariado como clase y expresión histórica, no sólo se separó de los medios alienándose del producto de su trabajo, sino también de la subjetividad que recrea su existencia y que le da sentido a su acción sobre la naturaleza, es decir, la comprensión directa e
inmediata de la forma en como ésta es apropiada por medio de su trabajo.
“La primera premisa de toda historia humana es, naturalmente, la existencia de individuos humanos vivientes. El primer estado de hecho comprobable es, por tanto, la organización corpórea de estos individuos y, como consecuencia de ello, su comportamiento hacia el resto de la naturaleza.” (Marx y Engels, 1987, p. 19)
“La vida genérica, tanto en el hombre como en el animal, consiste físicamente, en primer lugar, en que el hombre (como el animal), vive de la naturaleza inorgánica, y cuanto más universal es el hombre que el animal, tanto más es el ámbito de la naturaleza inorgánica de la que vive. Así como las plantas, los animales, las piedras, el aire, la luz, etc., constituyen teóricamente una parte de la conciencia humana, en parte como objetos de la conciencia natural, en parte como objetos del arte […] así también constituyen prácticamente una parte de la vida y de la actividad humano. Físicamente el hombre vive sólo de estos productos naturales, aparezcan en forma de alimentación, calefacción, vestido, vivienda, etc. La universalidad del hombre aparece en la práctica justamente en la universalidad que hace de la naturaleza toda su cuerpo inorgánico, tanto por ser un medio de subsistencia inmediato, como por ser la materia, el objeto y el instrumento de su actividad vital […] Que el hombre vive de la naturaleza quiere decir que la naturaleza es su cuerpo, con el cual ha de mantenerse en proceso continuo para no morir. Que la vida física y espiritual del hombre está ligada con la naturaleza no tiene otro sentido que el de que la naturaleza está ligada consigo misma, pues el hombre es una parte de la naturaleza […] Como quiera que el trabajo enajenado convierte a la naturaleza en algo ajeno al hombre, lo hace ajeno de sí mismo, de su propia función activa, de su actividad vital, también hace del género algo ajeno al hombre; hace que para él la vida genérica se convierta en medio para la vida individual. En primer lugar hace extrañas entre sí la vida genérica y la vida individual […] Pues en primer término, el trabajo, la actividad vital, la vida productiva misma, aparece ante el hombre sólo como un medio para la satisfacción de una necesidad, la necesidad de mantener la existencia física. La vida productiva es, sin embargo, la vida genérica. Es la vida que crea vida. En la forma de la actividad vital
reside el carácter dado de una especie, su carácter genérico, y la actividad libre, consciente, es el carácter genérico del hombre. La vida misma aparece sólo como medio de vida […] El hombre hace de su actividad vital misma objeto de su voluntad y su conciencia. Tiene actividad vital consciente […] O, dicho de otra forma, sólo es ser consciente, es decir, sólo es su propia vida objeto para él, porque es un ser genérico. Sólo por ello es su actividad libre. El trabajo enajenado invierte la relación, de manera que el hombre, precisamente por ser un ser consciente hace de su actividad vital, de su esencia, un simple medio para su existencia […] Por eso precisamente es sólo en la elaboración del mundo objetivo en donde el hombre se afirma realmente como un ser genérico. Esta producción es su vida genérica activa. Mediante ella aparece la naturaleza como su obra y su realidad. El objeto del trabajo es por eso la objetivación de la vida genérica del hombre, pues éste se desdobla no sólo intelectualmente, como en la consciencia, sino activa y realmente, y se contempla a sí mismo en un mundo creado por él. Por esto el trabajo enajenado, al arrancar al hombre el objeto de su producción, le arranca su vida genérica […] pues se ve privado de su cuerpo inorgánico, de la naturaleza […] El trabajo enajenado […] Hace extraños al hombre su propio cuerpo, la naturaleza fuera de él, su esencia espiritual, su esencia humana.” (Marx, 1844)
Lo anterior no elimina una conciencia ambientalista, por llamarle de alguna manera, sino que hace ver como si la dialéctica actual de la naturaleza y la humanidad estuviese fuera de sus determinantes sociales adscritos al modo de producción capitalista. Parecería que esta relación nunca separada, sino velada a raíz de la condición de desapropiados de la mayor parte de la población, no permitiese ver que además de ser una responsabilidad genérica del hombre la forma en cómo se presenta ante la naturaleza, la avaricia de las grandes empresas y la forma en como la humanidad está actuando en la naturaleza está también determinada por una tendencia de explotación del hombre por el hombre. En la apariencia inmediata, la irresponsabilidad ciudadana y el enriquecimiento aparecen, y esto es inicial y medianamente cierto, como los principales motores de la exfoliación de la naturaleza que tanto caracteriza al capitalismo.
Pero para que lo anterior suceda, no hay que olvidar que el enriquecimiento mediante la creación de capital sólo es posible por la creación de ganancia, y que la ganancia sólo es posible
por la explotación del trabajo y por medio de la obtención de plusvalor de manera absoluta o relativa. Así, como se ha tratado de argumentar, históricamente la humanidad siempre se ha apropiado y se ha relacionado con la naturaleza mediante el trabajo, y al mismo tiempo, por medio de la praxis, es que la humanidad se constituye en su devenir ya que es un elemento material de su existencia (Zardoya, 2014). Sin embargo, sólo es en el capitalismo que la separación entre productor directo y los medios de producción es predominante, y en la cual la propiedad privada de los medios de producción liberó al trabajador para contenerle en el mercado laboral. Es en el capitalismo donde la venta de trabajo, la principal relación histórica entre humanidad y naturaleza, es una relación social predominante. La relación hombre naturaleza entonces, está determinada sí por el desarrollo de las fuerzas productivas, pero también por las relaciones sociales que éste promueve y que son relaciones de clase.
Es importante, en la agenda científica propuesta, que se vuelva a la mirada de incertidumbre ante las apariencias inmediatas de los fenómenos sociales y que tanto caracteriza al materialismo histórico, para poder construir una agenda y nuevas relaciones sociales que puedan sostenerse de manera diferente con la naturaleza, donde se recupere la inmediatez entre trabajador, trabajo y sus necesidades más cotidianas.
“En Marx la separación entre la apariencia de las cosas y lo real está en la base del quehacer del observador. El objeto científico exige una profunda transformación de la experiencia que desenmascare el verdadero ser, la verdadera naturaleza de lo social. La realidad social se nos presenta de modo engañoso y confuso porque así es su modo de presentarse. En el modo de producción capitalista, la alienación del hombre objetivado en el producto de su trabajo se ve ocultada por el fetichismo de la mercancía […] Marx nos invita a […] representar las relaciones sociales como productos derivados del modo de producción, en que las relaciones sociales deben contemplarse como lo que verdaderamente son, es decir, relaciones materiales entre personas y relaciones sociales entre cosas […] La ciencia social debe superar, pues, la inmediatez de las categorías de la ciencia social burguesa, mero reflejo de la exterioridad social, pues aunque no sean erróneas, en cuanto que describen las relaciones sociales en su modo de presentarse a la conciencia, mantienen ocultos los procesos de construcción social, materiales e históricos,
a través de los cuales han llegado a ser.” (Castro, Castro y Morales, 2013, pp. 142-143)
Toda lucha por los derechos es necesaria, pero sin el desengaño ideológico, se vuelve una agenda de mediano alcance (Marx, 2015c). La lucha por un espacio y ambiente limpio que se limita a este derecho por sí mismo, permitirá avanzar en mejores condiciones de vida, pero no logrará constituir o reivindicar el aspecto genérico de la naturaleza humana. Esto es, si no se coordina con una agenda política de clase, la izquierda ambientalista sólo logrará en lo inmediato arrebatar al sistema capitalista concesiones que calmarán el desasosiego ciudadano. Lo anterior implica agendas de acción amplias, que reconozcan que dentro del capitalismo, debido a su esencial separación de clase y su tendencia de obtención de ganancia, es imposible que se presente de manera genérica una relación propiamente humana con la naturaleza.
Por ello es constante como los gobiernos caen en contradicciones respecto a sus acciones en el desarrollo de política pública ambientalista. Mientras se crean leyes que protegen zonas por sus características naturales, al mismo tiempo se le permite a la industria el desarrollo de nuevas técnicas para exfoliar a la naturaleza. En los países con altas expresiones de corrupción, como el caso de México, los partidos que presumen una bandera de representación política proambientalista, no logran enarbolar verdaderas acciones que limiten la manera en como los capitales extranjeros están explotando al trabajo y los recursos naturales. La minería es muestra de lo anterior. Si se asume la problemática como forma histórica de la relación hombre-naturaleza en el capitalismo desvelándola para presentarla como una relación genérica a la humanidad, entonces, el que en unos países los capitales no puedan concretar sus ambiciones de ganancia al verse limitados por las medidas gubernamentales sobre protección al medio ambiente, no implica que estos no consigan lo anterior al globalizarse y encarnarse en otras partes del planeta. Algo acaece con la humanidad, como sociedad, que ha llevado a desarrollar una mayor comprensión y sensibilidad hacia la naturaleza, se viven tiempos de transición, pero no ha podido, ciertamente, superar las contradicciones que movilizan la forma en como la sociedad burguesa ha establecido las relaciones sociales y la expresión histórica de la naturaleza.
Es fundamental impulsar proyectos de investigación que traten de superar el velo de estas relaciones sociales. Por ello, el materialismo histórico podría plantear problemáticas de investigación que no sólo sean abordados por especialistas de las ciencias sociales, la geografía o
la biología, sino además, requiere no tener recelo a los logros de disciplinas como la psicología ambiental para integrarlos a sus marcos explicativos y problemáticos. El marxismo tiene muchos elementos que permiten acercarse también a las ciencias cognitivas sin que surja un conflicto epistemológico entre trabajo experimental, correlacional y cualitativo de la psicología y la economía política. En efecto, esto implica una agenda multidisciplinaria, pero es posible que integre también metodologías de estas disciplinas en una verdadera agenda transdisciplinaria en aquellas problemáticas donde sea posible, como lo es el estudio de la construcción de procesos subjetivos desde condiciones materiales y de acción.
El pensamiento marxiano ha aportado elementos que permiten desarrollar una teoría marxista de la naturaleza. La acepción que Marx desarrolló a lo largo de su obra, permite hacer lo anterior. Este ensayo presentó algunas notas centradas en el estudio de la obra de Marx y que han permitido reflexionar sobre el matiz naturalista del materialismo histórico. Ello, además, implicó que se presentará a dicho paradigma como holístico y esencialmente multidisciplinario. Así, se considera viable la creación de agendas de investigación que permitan plantear nuevas problemáticas de investigación ante las necesidades del siglo XXI desde una postura crítica y dialéctica en coordinación con las ciencias naturales y las ciencias del comportamiento.
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