Mariana Molina Fuentes (UNAM) Gilberto Pérez Roldán (UASLP)
Coordinadores
Según cifras del INEGI, en la actualidad el 96% de la población mexicana se adscribe a alguna religión. Esto significa que, con independencia de la denominación a la que se pertenezca, la mayor parte de la ciudadanía manifiesta creencias espirituales.
Más allá de las particularidades en los dogmas y rituales de cada organización confesional, que en sí mismos resultan interesantes, lo cierto es que las religiones constituyen sobre todo una fuente de sentido para los sujetos. En otras palabras, la importancia social que adquieren estas creencias consiste en que a partir de ellas se estructuran los marcos de interpretación sobre el mundo y sobre el papel que se ocupa en éste. Así, las religiones no son solamente conjuntos de creencias sobre uno o más dioses, sino sobre todo espacios de pertenencia y códigos de conducta que suelen expresarse a través de símbolos de avasalladora riqueza.
Si se toma en cuenta la premisa anterior, la importancia de discutir en torno a las religiones a partir de las ciencias sociales parece evidente. En un país con una abrumadora mayoría de creyentes, vale la pena preguntarse no sólo en qué se cree, sino cómo se expresan esas creencias, qué significan para los fieles, y cuáles son sus consecuencias para el entorno social.
Estas interrogantes son igualmente válidas para otros sistemas de creencias y prácticas que, aunque sin un contenido religioso, comprenden también una distinción entre las conductas permitidas y las prohibidas, y por lo tanto una interpretación particular sobre el mundo social. Tal es el caso de las actividades artísticas y deportivas.
Así, por ejemplo, los estudios sobre las manifestaciones musicales y literarias han contribuido a desentrañar el horizonte de comprensión de sujetos que se ubican no sólo en temporalidades o espacios físicos distintos, sino que pertenecen a contextos culturales eminentemente diferentes.
En sus inicios, la antropología surgió como una disciplina cuyo objetivo consistía precisamente en comprender el funcionamiento de sociedades apartadas de la cultura occidental,
explicando sus prácticas, sus símbolos, y los significados que éstos adquirían. En la actualidad, los estudios antropológicos no se limitan lugares remotos sino que se originan incluso en los contextos en que se desenvuelven los propios investigadores. Basta con aproximarse a cualquier grupo humano, cercano o no, para percatarse de la complejidad de sus interacciones y de lo que éstas significan.
Por su parte, la sociología ha pretendido desde siempre comprender las estructuras sociales y el carácter de las relaciones que se tejen al interior de éstas sobre todo a partir del proceso de modernización. Hoy en día tales preocupaciones se han reformulado a la luz de un cuestionamiento sobre la linealidad y la irreversibilidad de lo moderno, así como sobre sus adecuaciones en contextos culturales heterogéneos.
Las mesas que formaron parte de este eje de discusión no pertenecen a una misma disciplina. En ellas se conjugan la historia, la antropología, la sociología, la literatura, el derecho, e incluso la pedagogía. No puede decirse tampoco que sus objetos de estudio sean similares. Empero, en todas ellas se aprecia con claridad una preocupación por comprender el valor simbólico de las manifestaciones religiosas y culturales estudiadas. Dicho de otra forma, las reflexiones vertidas en este eje de discusión analizan los significados de las creencias y de las prácticas sociales que fungen como objeto de estudio en cada caso.
Ahora bien, vale la pena aclarar que las mesas se organizaron a partir de un criterio de afinidad temática, y no metodológica. Esto último obedece al interés por establecer diálogos interdisciplinarios, con el propósito de enriquecer las discusiones sobre cada tema a partir de distintas formas de construir el problema, de pensarlo, y de analizarlo.
En el eje se presentaron veinte mesas en total. De ellas:
Dos abordaron la construcción de la identidad entre jóvenes, tanto en espacios rurales como en zonas urbanas;
en seis se discutió la influencia cultural del catolicismo, entendida como la adscripción religiosa mayoritaria en México pero señalando la reciente pluralización confesional en el país;
las identidades construidas al margen de la modernidad y de la cultura hegemónica se exploraron en cuatro, en las que se discutieron desde los mundos simbólicos en los pueblos indígenas hasta el contacto con la Madre Naturaleza;
dos mesas tuvieron como eje central las representaciones fantásticas de la adversidad, tomando como ejemplos específicos los demonios y la muerte;
en cuatro se exploraron las manifestaciones culturales a través del arte, particularmente en la literatura, la danza y la música;
una estuvo centrada en el deporte como actividad cultural, y por tanto como depositaria de significados; y
dos retomaron la escuela como espacio formativo, mediante una reflexión con respecto a su apropiación.
Las mesas fueron verdaderos espacios para reflexionar sobre el quehacer de las ciencias sociales y las humanidades desde diferentes ángulos. Se contó con la participación de estudiantes de licenciatura y posgrado, así como de investigadores y profesionistas cuyo común denominador fue el interés por el modo en que se manifiestan los fenómenos religiosos y culturales en otros espacios académicos. Los participantes nos hacen reflexionar que como individuos somos parte de un contexto, de nuestro presente, y que formamos parte un paisaje social en el que cada grupo responde a sus mundos simbólicos. Así pues, dichos mundos se expresan a través de la música, el deporte, la literatura e incluso la investigación. En palabras del Dr. Manuel Gándara, todos los científicos tenemos un área valorativa, y en ella están nuestra identidad, nuestra forma de ver el mundo y nuestros símbolos. En ese orden de ideas, más que llegar a conclusiones contundentes se construyeron espacios de diálogo en los que se formularon nuevas interrogantes, en las que vale la pena seguir trabajando.