Alejandro Reyes Martínez1
Palabras clave: futbol; sociología del deporte; valores; figuración
El futbol es uno de los deportes que más se practican y difunden alrededor del mundo. Este simple “juego” encierra algo que apasiona y resulta valioso a las personas de distintas clases sociales, razas, género o naciones de origen. Ciertamente, resulta una incógnita el hecho de que la FIFA, principal organismo gestor del futbol en el mundo, cuenta con mayor número de naciones afiliadas que la ONU (Villoro, 2011).
Los deportes son producto del proceso civilizatorio y el desarrollo histórico. Los seres humanos, en el curso de la historia, se han convertido en agentes transformadores de la naturaleza y de sí mismos para satisfacer sus necesidades. Con el paso del tiempo, los diferentes procesos y
relaciones del ser humano han adquirido mayor complejidad, la cual se ve reflejada en las diferentes formas de organización social y en los cambios tecnológicos, científicos y culturales que las acompañan, generando así nuevas posibilidades y necesidades a resolver. En este sentido, los seres humanos han logrado ‘transformar-se’ de las formas más diversas e imprevistas (Foladori, 2001).
Los últimos siglos de la historia se caracterizan por la industrialización y la modernización de las dinámicas económicas, sociales, políticas y ambientales a lo largo del mundo. Dichas dinámicas tienen un correlato local, nacional e internacional, con países compitiendo en mercados globales, así como organismos supranacionales como la Organización de las Naciones Unidas o el Banco Mundial. En efecto, los cambios globales afectan la cotidianeidad y la conducta de las personas, surgiendo diversas manifestaciones culturales y valores, modificando así las relaciones humanas, ya sea alimentando dichas fuerzas, o resistiéndose a ellas.
Precisamente, es en el nicho de este proceso que surgen los deportes modernos, puntualmente en la Inglaterra del siglo XVIII, cuna de la revolución industrial. Desde entonces, empiezan a surgir diferentes juegos y competencias de manera un tanto espontánea en las que las personas utilizaban su tiempo libre, en oposición al trabajo arduo y repetitivo para obtener un salario y subsistir. Si bien, ya existían antecedentes de algunos juegos y prácticas físicas en culturas antiguas, la mayoría de estos se daban en festivales religiosos y tenían una connotación distinta al simple disfrute o relajación (Eichberg, 2016).
Además, actualmente se han configurado nuevas industrias que tienen como núcleo la mercantilización del tiempo libre, tal como ocurre con los espectáculos masivos, deportes y otros productos y eventos en los cuales las personas pueden consumir, y a su vez gastar su tiempo libre. Esto ha impulsado la difusión masiva de productos de entretenimiento como el cine, conciertos y algunos deportes, como el futbol. Aunado a esto, la flexibilidad que tiene el futbol para poder ser practicado por personas muy diversas tanto física como técnicamente, además de no depender de cualidades demasiado específicas o especializadas, son características que explicarían la popularidad del deporte y su aceptación por diversas culturas a lo largo del planeta (Starn, 2015).
En el presente escrito presentará un esbozo histórico del surgimiento del futbol como deporte moderno, para luego hacer una contextualización hasta el ámbito estatal en el caso de
Nuevo León. Posteriormente se comentarán los antecedentes teóricos y empíricos a fines al estudio de la formación de valores en el deporte. Por último, se expondrán algunos conceptos teóricos a partir de la propuesta de Norbert Elías y Eric Dunning que permitan vincular el fenómeno deportivo con las dinámicas sociales, complementando dicho acercamiento con la teoría axiológica de Risieri Frondizi.
El futbol comprendido como deporte realizable en el tiempo libre para el esparcimiento o la formación tiene como antecedentes algunos documentos de Inglaterra durante la época medieval. Ya en el siglo XIV se encuentra la primera mención documentada de la palabra football en una prohibición del rey Eduardo II para evitar los disturbios y riñas que estos eventos ocasionaban entre la población, además de considerar esta práctica como una pérdida de tiempo en comparación a los ejercicios para preparar a la población para la guerra (Abreu, 2012); lo que resalta el carácter propiamente lúdico de ésta práctica, en oposición a otras actividades ejecutadas en función de alguna necesidad.
A pesar de los esfuerzos para prohibir algunos de estos juegos durante un par de siglos, el futbol comenzó a popularizarse y a tener diferentes reglamentos transmitidos de manera oral y que variaban de región en región; en este punto incluso era usual utilizar las manos para trasladar la pelota. No existían las porterías, ni lo que se conoce hoy como travesaño, por lo que la manera de anotar o ganar puntaje también podía modificarse dependiendo de las características del campo, así como de las costumbres de las comunidades que se enrollaban en el juego. En un principio los bandos podían formarse por ubicación geográfica, dándose encuentros entre una villa y otra, o entre extranjeros e ingleses. Con el tiempo la identificación con un equipo fue variando, formándose algunos clubs de grupos de amigos, o de personas que trabajaban juntas (Curry y Dunning, 2015).
El impulso y la popularidad del futbol se acrecentó en el siglo XVIII, hasta llamar la atención de las clases altas de Inglaterra conocidas como la gentry. Este cambio fue motivado en gran medida con el surgimiento de las Public Schools, con maestros que vieron en el futbol la oportunidad de organizar una práctica que alejara a sus estudiantes de las riñas entre barrios y actos calificados como vandálicos, y a su vez formar su carácter a la manera propia de un
caballero, destacando así el fair play (Abreu, 2012).
Con el tiempo, los encuentros entre diferentes escuelas comenzaron a hacerse más frecuentes, surgiendo así los primeros reglamentos elaborados por los propios estudiantes en debates de corte parlamentario. También se gestó la primera asociación de futbol, la FA (Football Association), a expensas de separarse de la RFU (Rugby Football Union) quienes luego de participar en dichos debates, decidieron hacer su propia asociación al estar en desacuerdo en dejar de utilizar las manos para trasladar el balón, así como dejar de hacer cierto tipo de jugadas más violentas como tacleadas o zancadillas.
El modelo de futbol en Inglaterra sería el que posteriormente se popularizaría por el norte de Europa, mientras que otras manifestaciones como el Calcio italiano y el Soule francés no se reglamentaron, ni pudieron propagarse más allá de ciertas regiones (Abreu, 2012). Con la industrialización y la migración de la población inglesa, así como su fuerza política y económica en el momento, se comenzó a practicar el futbol en diversos países que comenzaban a adoptar la industria, aunque cada región contó con su proceso propio para aceptar o adaptar un deporte que sólo practicaban ingleses. Así sucedió en España (Rivero, 2015) y algunos países de latinoamerica como Argentina, Uruguay, Chile y México (Abreu, 2012).
Este proceso histórico muestra el carácter formativo que tienen los deportes para la sociedad, pues desde sus orígenes el futbol fue percibido y adoptado por diversas escuelas como un elemento crucial en la formación de los jóvenes estudiantes, al grado de que en el futbol originado en Inglaterra “fueron los amateurs sureños, muchos de los cuales fueron educados en alguna de las principales escuelas públicas o que sostenían valores sociales similares a los ex colegiados, quienes configuraron el control del cuerpo legislativo – el Futbol Asociación – en Inglaterra” (Curry y Dunning, 2015: 186). De ahí que los deportes no sean fenómenos aislados, sino en relación y configuración constante con las dinámicas sociales y políticas.
El futbol ha evolucionado en términos de profesionalizacion y mercantilización, con competencias y transmisiones globales. Sin embargo, actualmente prevalecen algunas manifestaciones del deporte cuya intención y propósito se asemejan a los de las public schools y los orígenes de este deporte. Recurrentemente, la práctica deportiva es percibida como difusora
de ciertos valores que pueden coadyuvar a la sustentabilidad. Por ejemplo, en el Informe Brundtland elaborado por la ONU, y en el que surge el concepto de Desarrollo Sustentable, se establece que para lograr un desarrollo con sustento en el tiempo se requieren cambios en valores y actitudes hacia el ambiente y el desarrollo, por lo que la educación debe extenderse para orientar y elevar los niveles de tolerancia y empatía requeridos para vivir en un mundo hacinado (1987: 136).
En esta misma línea algunos autores sostienen que “el juego es el medio para crear apego, atención, confianza, afecto y vínculos sociales durante el crecimiento y para mantener la sociabilidad en la edad adulta” (Rifkin, 2010: 95), dando paso a diversas propuestas educativas, así como programas de iniciativa pública y privada en distintos lugares del mundo cuyo propósito es incidir socialmente a través del deporte. Esto es una consideración bastante común considerando que la UNESCO cuenta con programas en diversos países para la educación en valores a través del futbol, entre los que destacan el juego limpio, trabajo en equipo, igualdad, disciplina, inclusión y el respeto:
La educación en el siglo XXI reconoce cada vez más el papel de los valores y las habilidades sociales para responder a los desafíos globales, tales como la inactividad, obesidad, desempleo, y conflicto. Esta aproximación está en el núcleo de la Meta para el Desarrollo Sustentable 4 sobre calidad educativa, la cual propugna por oportunidades inclusivas de aprendizaje a lo largo de la vida y entrega de contenido innovador. (“Values Education Trough Sport”, 2017)
Así mismo, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), reconoce de dicha manera a diversos programas como el movimiento olímpico (COI, 2012) como difusores de valores y habilidades sociales para responder a los desafíos globales, y considerándolos promotores del Desarrollo Sustentable por su sentido formativo.
No obstante, a pesar de que diversos valores son observables en los deportes, también ocurren diversas manifestaciones de desigualdad, violencia y racismo en las prácticas deportivas. Es decir, la práctica de deportes, entre ellos el futbol, no están exenta de antivalores. De ahí que
la misma UNESCO (2015) promovió la creación del Observatorio de Mujeres, Deporte y Educación Física, y haya realizado reportes sobre racismo en los deportes a nivel internacional. Esto genera la inquietud sobre la naturaleza de la práctica de los deportes y los valores que se generan a partir de ellos, cómo afecta en este sentido a la sociedad que se practique futbol por millones de personas y qué dinámicas dentro del juego son las que propician dichos efectos. En otras palabras, el interés consiste en estudiar la relación entre la práctica del futbol entendido como un proceso formativo y social, y los valores que fomenta en las personas que lo practican.
Los deportes y la manera en que cada uno es adaptado a los diferentes contextos locales, nacionales e internacionales son variables y cambiantes. Entendiendo que estos fenómenos no son un tema menor, pues a pesar de no ser cuestiones calificadas usualmente como “serias”, sí encuentran un arraigo evidente en la cultura en diversas dimensiones. En este contexto histórico, y en la cotidianeidad mexicana caracterizada por requerir mayor promedio de horas de trabajo por persona (OCDE, 2017) no es de extrañar que muchos jóvenes y adultos encuentren en el futbol un nicho tanto de unión como de conflicto, que rompa las tensiones, la repetitividad y la monotonía de la vida cotidiana. Además, los fenómenos deportivos también cobran fuerza ante el incremento del sedentarismo que caracterizan a las grandes metrópolis modernas, con los problemas de salubridad que conllevan.
Por otro lado, el fomento de la práctica de deportes en México, también se alimenta del factor moral y de cohesión social que comúnmente se les atribuyen. Actualmente existen diversos programas que pasar por niveles locales, estatales, nacionales e internacionales cuya propuesta consiste en la práctica de deportes como formadores de valores sociales. El deporte se ha transformado profundamente en el último siglo en relación con los nuevos modelos económicos y políticos, ya que, con la tendencia neoliberal alrededor del globo, las prácticas populares tienden a mercantilizarse y aprovecharse para la producción y generación de capital.
México no ha estado exento en este proceso de deportivización. Si bien los antecedentes históricos de la inserción del deporte occidental en el país pueden remontarse a inicios del porfiriato, recientemente dicho proceso se ha institucionalizado y encuentra un instrumento jurídico en la reforma del 2011 al artículo 4to de la constitución, reconociendo que “toda persona tiene derecho a la cultura física y a la práctica del deporte” (Const., 1917, art. 4).
Esta reforma al artículo 4to generó posteriormente la expedición de la Ley General de
Cultura Física y Deporte (LGCFD) en 2013, que, a su vez, trajo consigo la puesta en marcha del Programa Nacional de Cultura Física y Deporte (PNCFD), distribuyendo competencias municipales y estatales para el fomento de la actividad física en la población desde el sector salud, así como el sector educativo (Valdez, 2015). Cabe señalar que dentro de este programa se estípula el desarrollo para el deporte social, entendido como todo aquel que promueve, fomenta y estimula el que todas las personas tengan igualdad de participación en actividades deportivas con finalidades recreativas, educativas y de salud o rehabilitación. Esto da paso programas como “Futbol por la inclusión” de la SEDESOL (Secretaría de Desarrollo Social) a nivel nacional, los Talleres deportivos en los centros comunitarios de la SEDESOL, “Campeones con Causa” en los municipios de Monterrey y Apodaca, así como los equipos formados en ligas interescolares o interuniversitarias.
La popularidad de este deporte, y la manera específica en que se fomenta en el país, influencía la implementación del PNCDF. En el caso de Nuevo León, se cuenta con registro de 718 deportistas afiliados en asociaciones deportivas registradas en el Instituto Estatal de Cultura Física y Deporte (INDE), 673 hombres y 45 mujeres; mientras que el mismo reporte señala que 1405 personas practican Gimnasia, 177 hombres y 1228 mujeres, y el segundo lugar es el de Natación, con 886 deportistas, 506 hombres y 380 mujeres (INEGI, 2016). Las cifras de género evidencian una clara desigualdad en relación a los distintos deportes, también ocurre así con las instalaciones dedicadas a cada actividad, pues en el estado se cuentan con 404 canchas destinadas para jugar futbol; cifra que representa más del doble de Centros y unidades deportivas (88) y Gimnasios (77), y más de cuatro veces las albercas que hay para natación (88), a pesar de que dichas actividades cuentan con un mayor número de deportistas.1
El proceso de deportivación, y la fuerza que ha adquirido globalmente el futbol, así como el arraigo en la cultura en Nuevo León además de la diversidad de interpretaciones al respecto, hace pertinente el estudio de dicho fenómeno. Cabe recalcar que el futbol es amplio y complejo debido a las diversas manifestaciones del fenómeno, especialmente en la época actual. Por ello, se hace la demarcación de la práctica de futbol referida en este trabajo como la práctica organizada y efectuada en el tiempo libre; es decir, aquella en la que se forma parte de un equipo, con entrenamientos y competencias reglamentadas, pero que no es remunerada, por lo que tienen un propósito formativo. Aunque puedan tener características en común, no se abarcará el futbol
profesional, como espectáculo televisivo o las aficiones, ni a su práctica estrictamente informal o espontánea.
Anteriormente se señaló que el objeto de estudio del presente trabajo son los valores construidos y reproducidos dentro de la práctica del futbol, haciendo especial referencia al futbol como un proceso formativo en las escuelas y academias deportivas en el área metropolitana de Monterrey. El estudio se ubica dentro de los estudios del tiempo libre, poniendo énfasis en los deportes como fenómenos sociales que permiten comprender las relaciones humanas. Por ello, el objetivo de este apartado es recopilar los trabajos relacionados que se hayan realizado anteriormente, para lo cual es preciso hacer algunas señalaciones previas.
En efecto, cabe señalar que el futbol entendido dentro de la categoría más amplia del deporte ha sido estudiado desde diversos enfoques y teorías a lo largo de su historia, pues, como todo fenómeno social, es susceptible al cambio en el tiempo, puede resignificarse, configurarse e instituirse de maneras diversas, por lo que no es de extrañar que ocurra lo mismo con los abordajes teóricos sobre éste.
Sin embargo, diversos autores mencionan que la sociología del deporte tiene una dificultad especial, resumida en palabras de Bourdieu (2000:173): “la desdeñan los sociólogos y la desprecian los deportistas”, aludiendo a que los deportistas conocen el deporte de forma práctica, pero no saben hablar de él, y quienes pueden estudiarlo, deciden no hacerlo. Así, el deporte en general, a pesar de ser un tema recurrente en la cotidianeidad, no lo es en revistas científicas, cuerpos académicos o programas de estudio en comparación con otros fenómenos sociales. Esta condición, aunada a la relativa novedad del campo de estudio mismo, implica que la producción académica respecto al deporte, y aún más en específico al futbol, no tenga la amplitud que otras temáticas; por lo cual es un campo de estudio aún en consolidación (Zapico Robles, 2015).
En este sentido, desde las ciencias sociales, los trabajos pioneros en abordar el deporte son La Teoría de la Clase Ociosa de Veblen en 1899, las menciones que hace Weber del puritanismo inglés en contra de las prácticas deportivas en La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo de 1904, así como los trabajos de Heinz Hisse en 1921 sobre el deporte como reproductor del
modelo industrial vigente. A su vez, el Homo Ludens de Huizinga, publicado en 1938, es considerando un clásico que permitió abordar el juego de forma general como una oposición de lo serio y como un componente fundamental de la cultura (de Souza y Wanderley Marchi, 2010).
El periodo siguiente se caracteriza por una pluralidad de enfoques y abordajes en materia de deporte. En 1961 se presentan dos trabajos de relevancia para el campo poco explorado de la Sociología del deporte: Anthony Giddens defendió su disertación de Maestría donde abordó temas relacionados al deporte en la sociedad inglesa, mientras que Eric Dunning, tutorado de Norbert Elías, defendió su trabajo sobre el desarrollo del futbol de acuerdo con la teoría del proceso de civilización (de Souza y Wanderley Marchi, 2010). Mientras Giddens abandonó los estudios relacionados al deporte, Dunning continuó investigando los deportes por más de 50 años en Inglaterra, lugar en el que, a partir de los años 60, aparecen las primeras revistas científicas en torno al deporte y al futbol. En los 70’s destacan el artículo de Bourdieu sobre Deporte y Clase Social, así como la Sociología Política del Deporte del francés Jean-Marie Brohm, quien, desde la teoría crítica, analiza el deporte como reproductor de las relaciones de poder, control y explotación capitalistas.
Posteriormente, comienzan a aparecer diversos trabajos tanto en Europa como en América Latina. De Souza y Marchi Junior (2010) destacan tres corrientes principales respecto a la sociología del deporte en Estados Unidos y Europa: la primera consiste en análisis estadísticos en base al empirismo norteamericano; otra es el enfoque histórico social desde la teoría del proceso civilizatorio y la sociología figuracional y que tiene como principales representantes a Norbert Elías y a Eric Dunning; la última corriente es la del interaccionismo simbólico, representado por Stone, con un enfoque centrado en las pequeñas comunidades y las relaciones de la vida cotidiana.
La segunda corriente se ubica principalmente en Latinoamérica, donde se destacan los estudios socio-antropológicos del deporte, que en el caso de Brasil “convergen en el sentido de proporcionar una interpretación de la sociedad brasileña a partir del fútbol” (de Souza y Wanderley Marchi, 2010: 57). También se encuentran estudios desde la Educación Física, con influencias de la teoría crítica, que buscan denunciar el papel de las prácticas deportivas como una herramienta de reproducción de valores de la sociedad burguesa.
El tercer grupo consiste en la revisión histórica de las prácticas deportivas y su influencia
en el mercado y la cultura. Así mismo, puede mencionarse un cuarto bloque que consiste en estudios que, desde las ciencias de la comunicación, abordan la influencia de los medios masivos al deporte, su popularización y mercantilización (Alonso Meneses y Avalos González, 2013). Por otro lado, Zapico Robles (2015) hace mención de la propia naturaleza compleja y cambiante del fenómeno deportivo, pues la diversidad de temas que se estudian bajo la denominación “Sociología del Deporte” es amplia, por lo que no queda más que aceptar un pluralismo cognitivo. Para García Ferrando (2006), la pluralidad queda conciliada con la complejidad del fenómeno deportivo, considerando que entre las formas que adquiere el deporte van desde las más espontaneas en las escuelas y en las calles, hasta el deporte profesional en las ligas de futbol, los mundiales o el Grand Slam del Tenis.
Como se señaló anteriormente, el deporte por sí mismo ha sido objeto de estudio desde diversos paradigmas, aunque la complejidad del fenómeno, como habitualmente ocurre con los fenómenos sociales e históricos, ha dado paso a diversas interpretaciones cuyos enfoques dan primacía a ciertas expresiones del deporte por encima de otras. Tal es el caso, de muchos estudios que, desde la sociología del deporte, la antropología, la comunicología o la educación física han tratado temas que rodean al futbol: tales como los aficionados, las barras/hooligans/ultras, el deporte en los medios de comunicación y como herramienta de coerción y control político, entre otros. En efecto, estas dimensiones del fenómeno ocurren y se presentan cotidianamente, sin embargo, es aún más reducido el número de trabajos que abordan el deporte, las conductas, hábitos y valores que éste representa desde quienes efectivamente lo practican.
Algunos trabajos que abordan de manera empírica la práctica del futbol y lo que representa para quienes lo realizan son los escritos de Eichberg (2016), en los que realiza observaciones de campo sobre diferentes juegos y deportes tradicionales de Dinamarca, así como el juego sucio y los movimientos deportivos internacionales para darles una interpretación y explicar diversos fenómenos sociales; dicha obra se resume en qué puede enseñarnos el juego sobre la vida social. También son de destacar estudios semióticos sobre identidad en el deporte como el de González (2011) y el estudio sobre masculinidad de Huerta (1999) que hace uso de la observación participante con un grupo de trabajadores de la empresa Volkswagen en términos de violencia, identidad y género asociados al futbol y al beisbol que estos practicaban.
El proceso civilizatorio es el constante transformar-se del ser humano en sociedad y en relación con el ambiente para satisfacer distintos tipos de necesidades y deseos. En este sentido, a través de la historia se han favorecido diferentes controles en las relaciones que guarda el ser humano. Primero se encuentra el control de las conexiones extra-humanas, es decir, las del ser humano con la naturaleza. Por otro lado, se encuentran las relaciones inter-humanas, entre los mismos seres humanos como el comercio y las jerarquías sociales. Por último, se encuentran las relaciones de autocontrol para cada uno de los miembros de una sociedad que requiere de pacificación como ocurre en los estados modernos (Weber, 2009).
Ahora bien, estos controles no ocurren de forma estrictamente gradual, sino que se ven “retroalimentados” unos a otros en el proceso civilizatorio, dando paso incluso a fenómenos de- civilizatorios. De esta manera, la revolución industrial en Inglaterra en el siglo XVIII, que consiste en un incremento en el control relaciones inter-humanas haciendo uso en mayor medida los recursos naturales, trajo consigo la necesidad de un mayor autocontrol por parte de los grupos sociales para poder llevar a cabo dicho proceso.
Desglosando lo afirmado por Elías, puede verse que utiliza el término de figuración como algo fluctuante, tal como la figuración formada por los dos equipos de jugadores en un campo de fútbol. Precisamente, la figuración puede entenderse como “un tejido de personas interdependientes que ligados entre sí por varios niveles y de varias maneras” (Elías y Dunning, 1986: 20). Esto distingue la figuración de otros conceptos que pueden denotar diferencias sustanciales entre los individuos y las sociedades que forman, como pueden ser los términos de “estructura” o “institución”.
La diferencia entre figuración y otros conceptos como estructura o instituciones no es sólo una diferencia de grado, las figuraciones en el deporte son batallas controladas en escenarios imaginarios, que forman una dinámica con cierta autonomía que conduce a los ‘enemigos’ hacia condiciones que ninguno de ellos planea¸ mientras que las estructuras y las instituciones generalmente tienen el sentido contrario: pretenden regular, prever, controlar y ordenar; Esto es lo que Elías denomina como la dinámica inmanente de las figuraciones sociales.
En este sentido se recupera la distinción de las democracias modernas de las antiguas realizada por Sartori (1988: 362) cuando afirma que éstas últimas son pre-liberales, mientras que
es la moderna democracia liberal “no la democracia antigua, la que está basada en el disenso y en la diversidad. Somos nosotros, no los griegos los que hemos descubierto cómo construir un sistema político sobre la base de una ‘concordia discors’, de un consenso del desacuerdo”.
Cabe mencionar que este es un proceso dinámico y cambiante, en el que los juegos se regulaban de maneras diferentes de una localidad a otra y en el que cualquier gesto o accidente podía alterar la estructura del juego. Por ello, el proceso que va del juego esporádico al deporte reglamentado tiene un carácter eminentemente psicológico y social en el que las afecciones y los valores de las diferentes comunidades, además de la creatividad individual de sus miembros, tenían un papel directo y fundamental, a pesar de no ser necesariamente explícitos. Ocurre algo similar con los espectadores, quienes participan de las tensiones figuradas en el juego y que se han desarrollado de muchas formas junto a éste con diversas formas de apoyar o ‘dar ánimos’ al equipo en cuestión, o de perjudicar e incluso violentar a los rivales.
En este sentido, se destacan los trabajos de Elías y Dunning (1986) que desde el enfoque sociológico figuracional, pretenden comprender la psicogénesis y la sociogénesis de diferentes fenómenos sociales manera multidisciplinaria, entre los que destaca el deporte y las dinámicas sociales de participantes y espectadores. En efecto, en los deportes se ven implicados elementos tanto sociales como individuales, racionales e irracionales, biológicos y psicológicos. Por lo cual, Norbert Elías propone que el estudio social del deporte debe romper con las dicotomías de análisis tradicionales (materialismo-idealismo, agente-estructura, voluntarismo/determinismo, etc.) para revisar el fenómeno como algo interdependiente que exige lo que el autor denomina una teoría multidisciplinar de las emociones.
Elías y Dunning (1986: 58) mencionan el peligro de las figuraciones en la sociedad pues “puede ocurrir que la línea divisoria que separa el juego de lo que no lo es, o las batallas miméticas de las reales acabe por volverse borrosa”. Ahora bien, si las batallas miméticas pueden confundirse con las reales debido a una ‘fuga de emociones’ en la figuración, también puede ocurrir el proceso inverso. Es decir, que las tensiones y emociones sociales ‘reales’ puedan confundirse con las miméticas, incurriendo en fenómenos violentos como los ‘Hooligan’ en Inglaterra, y los diferentes conflictos entre “barras”, bastante difundidas mediáticamente en el fútbol actual.
Respecto a las nociones usuales del Futbol, que lo consideran como una práctica
enajenante, Bromberger menciona que "no cabe extraer la conclusión que el fútbol se agote en eso, sino más bien de su inmensa plasticidad como para dar cabida también a las expresiones políticas. Pero eso no agota al futbol" (2001) y sostiene que el futbol es a la vez espejo de la sociedad y productor de realidades sociales. El futbol es espejo de la sociedad en cuanto que la meritocracia con la que se guía el futbol desde su origen tiene influencia del pluralismo democrático que se sostiene bajo el principio de igualdad entre los individuos, y esto es análogo a diferentes metáforas y analogías futbol-sociedad. Además, el futbol es productor de realidades sociales en tanto que construye identidades, imaginarios y transmite distintos valores.
En un sentido formativo, el futbol caracterizado puede entenderse desde el paradigma humanista en la que se define la educación como "aquella actividad cultural que se lleva a cabo en un contexto intencionalmente organizado para la transmisión de los conocimientos, las habilidades y los valores que son demandados por el grupo social" (Parra Ortiz, 2003:72). En este sentido, el proceso educativo se relaciona con los valores y la facilitación de la cohesión de grupo. Cabe considerar que, aunque los valores son influidos por la sociedad, se estimula al individuo a convertirse en un agente de ella. En efecto, bajo esta propuesta se menciona que la educación integral debe contemplar las diferentes dimensiones de vida del educando y que una de ellas es la dimensión social.
Sin duda, los entramados de factores correlacionados en el fútbol pueden comprenderse con el concepto de habitus, entendido como “el proceso por el que lo social se interioriza en los individuos y logra que las estructuras objetivas concuerden con las subjetivas” (Bourdieu, 1990: 26). Esto implica una relación estrecha entre los valores y los deportes.
En relación al concepto de valor, se retoma la teoría del valor de Frondizzi (1958) en la que formula una ontología del valor, calificándolos como “parasitarios” a diferencia de los seres reales e irreales. También tienen la cualidad de ser polares, a cada valor le corresponde un anti- valor. Por último, los valores son jerarquizables, pues se les otorga importancia mayor a algunos valores por encima de otros, y aunque esto es inevitable, el autor establece que existen diversas jerarquías, lo que distingue su teoría del valor de otras que presentan una sola jerarquía del valor.
Estas son cualidades de los valores que se buscarán dentro del contexto del futbol, de manera que no se determinarán valores a identificar en qué medida están o no presentes en dicho contexto (en dicho caso se harían juicios morales), sino de descubrir qué valores se ejercen y bajo
qué jerarquía. En este sentido:
El deporte crea sus propios estatutos, sus propias leyes para regular los límites tolerables de los diversos grados de violencia permitidos en los enfrentamientos. Estas reglamentaciones tienen su propia lógica interna y son por ello valedoras de un sólido y convincente espíritu de justicia. La legitimidad de esta coherencia hay que buscarla en la sociogénesis de la figuración deportiva, en la misma práctica como fenómeno social (García Ferrando, 2006: 79).
La propuesta axiológica de Frondizi, entendiendo los valores como cualidades que surgen de relaciones estructurales, a su vez que son jerárquicos de forma flexible, y que también son polares, pues una definición valorativa implica una definición de su contrario o de un anti valor, permiten abordar de forma empírica, y desde quienes practican cotidianamente el futbol, la realidad social del deporte y lo que representa para dichos agentes.
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Notas
1 En el informe no se indican el tipo de deportistas registrados en Nuevo León. Por otro lado, las cifras de Jalisco indican que dicho registro consiste en deportistas de alto rendimiento. En ambos casos se cumple el señalamiento de un mayor número de instalaciones para practicar futbol a pesar de que en otros deportes se registra un mayor número de participantes.