Miguel Ángel Virgilio Aguilar Dorado1
Palabras clave: muro fronterizo; dialéctica; fenomenología; narrativas y mundo de la vida
En las últimas décadas, particularmente después del derribo del muro de Berlín en noviembre 1989 y de los sucesos del 11 de septiembre del 20011, las fronteras y las regiones fronterizas tomaron gran significado para los estudios sociales. Estos eventos históricos hicieron claro que las divisiones físicas entre países son importantes y vigentes, que además de ser acuerdos políticos entre naciones, son productos complejos que involucran a distintos actores e instituciones sociales y que, dadas sus características, requieren atención especial pues surgen y se negocian en un momento histórico con dos características:
1 Estudiante del doctorado en sociología, Universidad Nacional Autónoma de México. Líneas de investigación: migración internacional, sociología de las fronteras, estudios culturales y organizaciones transnacionales.
Periodo de Paz Internacional, que significa no la ausencia de guerra o conflictos militares entre países (que siguen existiendo), sino la vigencia de acuerdos de cooperación internacional que mandatan la resolución de problemas de manera armoniosa y en beneficio de las partes (Rummel, 1975), y
Vigencia del ideal del mundo disociado de las lógicas territoriales en tres grandes frentes: cultural, político y económica2 (Waters, 1995) que busca la construcción de mundo interconectado y del sujeto cosmopolita propio de la globalización (Giddens, 2002).
En ese contexto histórico, la creación de fronteras tomó nuevos matices, no solo porque se multiplicaron los países existentes en el mundo -pasamos de 80 en 1960 a 194 en 2018- que surgieron no sólo como manifestaciones de poderes políticos y militares, sino, y aquí está parte de la complejidad, como resultado de la existencia y ejercicio de poderes económicos, sociales y culturales.
Es particularmente significativo el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial durante el cual casi 120 estados nacionales emergieron como resultado de procesos decoloniales (95 estados) y secesionistas (20 estados). (Krasteva, 2016, p. 18)
Ese nuevo panorama trajo la necesidad de un cambio de paradigma en el que a la ciencia política y la geografía política -disciplinas que históricamente se encargaron de los estudios fronterizos- se abrieron a otras formas de hacer y entender la frontera; que ahora además de dar cuenta de la conformación y negociación del Estado-nación en un territorio, los estudios sobre frontera abarcan procesos como el reordenamiento social y territorial; cambios económicos y políticos; migración internacional y mercados laborales; regímenes de legalidad e ilegalidad; producción, consumo y circulación de bienes culturales; uso de tecnologías; medio ambiente; relaciones de interdependencia; procesos de mundialización así como de regionalización, entre otros fenómenos que requieren de distintas disciplinas, pero también del uso diferentes escalas de análisis, pues las fronteras internacionales atañen tanto a lo geopolítico como a las prácticas culturales cotidianas (Brambilla, Laine, & Scott, 2016).
Este es un trabajo que construyo desde una aproximación a las fronteras -particularmente
a los muros fronterizos- relacional, es decir, que toma en cuenta perspectivas complementarias, que parte de la idea de la permanente relación entre las visiones políticas y las prácticas socioculturales cotidianas, así como representaciones sociales y artísticas.
La idea de considerar puntos de vista complementarios multiescalares, surge desde la fenomenología sociológica de Alfred Schütz (2008) que nos indica que toda realidad es apropiada y representada en sistemas cognitivos integrados a un sistema de valores de compartidos. Lo anterior permite observar una naturaleza dialógica entre los procesos de fortificación y construcción de muros con las prácticas sociales, así como una tensión -descrita por Dittmer y Gray (2010) - entre la política institucional y las acciones no institucionales en los ámbitos de la fronterización.
Parto de una diferencia conceptual entre dos acepciones de frontera que son usadas indistintamente: región fronteriza y muro fronterizo, conceptos que, aunque están íntimamente relacionados, analíticamente dan cuenta de realidades distintas. Esta puntualización me da pie a hacer una deconstrucción sociológica de los muros fronterizos para intentar responder las siguientes preguntas ¿Qué es un muro fronterizo?, ¿por qué los muros fronterizos son materia de la sociología? e intentar un análisis dialectico de los mismos.
En los estudios sobre frontera existen dos grandes conceptos analíticos que con frecuencia se usan como sinónimo: región fronteriza y muro fronterizo. Dos acepciones complementarias que con fines metodológicos es necesario separar.
Región fronteriza es un área establecida en los linderos de países vecinos y forma parte de una totalidad; es una zona de contacto ubicada en lo que la cartografía representa como una línea de separación. En los mapas, las regiones fronterizas son esa línea que indica dónde inician y terminan soberanías. Una marca “geo-gráfica”, una representación movible que implica relaciones de poder (Rogoff, Irit, 2014) y da forma a un territorio.
Las regiones fronterizas en los mapas son los contornos y dimensiones de un espacio geográfico, sin embargo, si dejamos la cartografía y nos colocamos físicamente en el lugar donde el mapa señala una separación, estaremos sobre un territorio, sobre un espacio habitado y apropiado en el que se desarrollan actividades sociales con sentido. Lo que vemos, cuando pisamos esto que
en los mapas se marca como una línea, es en realidad un lugar de contacto entre habitantes de los estados soberanos que la “geo-grafía” representa como separados.
Las regiones fronterizas se entienden en este trabajo como espacios en los linderos dos o más países que son zonas de contacto (inevitable) entre habitantes y culturas adscritas al territorio de Estados-naciones distintos.
Una peculiaridad importante de las regiones fronterizas es que, en estas zonas de contacto entre culturas, los habitantes de uno y otro lado no se vuelcan completamente hacia su gobierno central, sino que muchas de sus acciones y preocupaciones están en el otro país (Taylor, 2007), ese espacio que es fuente de oportunidades, pero también de peligro, que atrae y repele al mismo tiempo. Esta situación no deber ser entendida como que los habitantes de las regiones fronterizas rechazan a los gobiernos centrales o no se identifquen como parte de la nación, sólo que no se sienten completamente atraídos al centro ni circunscritos a sus límites geográficos; que son centrífugos (Taylor, 2007).
Otra particularidad de las regiones fronterizas, es que muchas de las acciones de sus habitantes no son de un lado ni del otro, sino que son propias de la misma región donde se desarrollan. Algunos autores hablan como Homie Bhabha (1990) hablan de estos lugares como un tercer espacio que se caracteriza por su carácter híbrido (García, 1989).
Es importante señalar que si bien en cualquier región fronteriza el contacto cultural y de habitantes de uno y otro lado es inevitable, como lo indica la definición, existen diferencias abismales entre zonas de contacto como las formadas entre, por ejemplo, países miembros de la Unión Europea que crean mercados internos y acuerdos de colaboración, y otras regiones fronterizas como la de Israel y Palestina o la de las dos Coreas, donde el contacto entre habitantes y culturas está presente pero es sancionado y desincentivado militarmente.
¿De qué depende que en unas regiones fronterizas el contacto cultural y entre habitantes se impulse y en otras se sancione? En términos del análisis del Choque de Civilizaciones (Huntington, 2015) -que es la propuesta más extendida desde la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos-, depende de la cercanía civilizatoria, es decir, de que los países compartan afinidades religiosas e historia. A mayor afinidad civilizatoria -dice este autor- mayor contacto, pero si los sistemas de valores son significativamente distintos, entonces, las civilizaciones tienden a negarse, a chocar al grado tal de construir barreras físicas que operan como filtros de valor
(Kearney, 2008).
La anterior explicación permite entender algunas formas de contacto y negación del otro y su cultura, es decir, da luces sobre procesos de segregación en algunos territorios, empero, este enfoque no da luz sobre procesos de sanción del contacto entre habitantes de mismas civilizaciones como los existentes en el mundo islámico entre kurdos, árabes, persas, turcos e indonesios, tampoco explicar la “fortificación” de Hungría con sus vecinos Croacia, Serbia y Romania. Incluso, si tomamos a pie juntillas lo enunciado por Huntington, ciudades gemelas como San Diego y Tijuana o El Paso y Juárez, que comparten historia, religión, y competencias lingüísticas, más que muros fronterizos deberían tener puentes.
Asumiendo que la propuesta de Huntington no logre una explicación cabal a la pregunta
¿Qué factores entran en juego para que en unas regiones fronterizas se fomenten el contacto y en otras se sancionen?, retomo la existencia de una relación recíproca entre las acciones políticas y las actividades cotidianas, y asumo que podemos acercarnos al fenómeno del grado de integración entre culturas y habitantes de las regiones fronterizas no por la afinidad civilizatoria, sino por el análisis de:
La atracción o repulsión que los sujetos de uno y otro lado sienten por el estilo de vida del país vecino, es decir, el grado de compenetración económica y cultural de forma bidireccional de los países que forman la región fronteriza y
El papel del Estado en las prácticas sociales, que através de la creación de marcos y estrategias legales delimita y regula prácticas sociales que fomentan la idea de la pertenencia nacional y el rechazo o aceptación de la alteridad. (Edensor, 2002 y Martínez- Zalce, 2016).
Uno de esos marcos legales generados desde distintos órdenes de gobierno y que están estrechamente relacionados con prácticas sociales y culturales encaminadas a generar empatía o indiferencia hacia el otro y su estilo de vida, son los muros fronterizos: barreras físicas que se edifican en las regiones fronterizas, construcciones cuyo objetivo es separar físicamente de la alteridad.
Estos muros, alambradas y cercas impactan directamente en el contacto entre vecinos y
culturas de las regiones fronterizas, pero sus consecuencias van más allá: desde la geopolítica, pues las barreras afecta n la construcción de mercados internacionales o políticas globales, hasta las prácticas culturales en tanto dificultan el consumo, producción e intercambio de bienes simbólicos. Contrarios a las regiones fronterizas que son una representación en el mapa, los muros fronterizos -que no aparecen representados en las cartografías- sí hacen una separación real (física) entre habitantes y culturas pertenecientes a estados distintos. Si hacemos el mismo ejercicio de colocarnos dónde están los muros fronterizos, nos pararíamos sobre una construcción entre
países, o una barda, alambrada o muralla del lado de uno u otro país.
En este trabajo muro fronterizo se define como una construcción física no movible colocada unilateralmente entre países soberanos con fines de separación. Son muros fronterizos los que existen entre México y Estados Unidos, Grecia y Turquía o Argelia y Libia.
Es importante destacar el “entre países soberanos” porque los muros fronterizos están en los linderos de distintas soberanías, en ese sentido no son de un lado ni de otro, sino que son tanto de los amurallados como de los excluidos, y ambos responden a su existencia de forma distinta en términos simbólicos. En términos políticos los muros fronterizos son acuerdos internacionales resultado de acuerdos bilaterales.
Una característica de los muros fronterizos, siguiendo a Taylor (2007), es que son centrípetos. Al contrario de las regiones fronterizas que generan conductas que separan a los habitantes del gobierno central, los muros fronterizos son objetos que se deben al gobierno central. Estas construcciones físicas no movibles son pensadas como objetos defensivos que buscan separar a la nación en su conjunto. En ese tenor, los muros fronterizos no sólo modifican conductas de los sujetos fronterizos, sino también de los amurallados y los segregados, quienes, en todos los casos, exigen al gobierno central la resolución de los conflictos.
Asumiendo que los muros fronterizos tienen consecuencias en distintos niveles y que es el gobierno central el que decide utilizarlos como una estrategia de seguridad, generalmente fallida
¿por qué las naciones construyen muros en sus fronteras? Wendy Brown (2015), considera que los muros fronterizos son en realidad una respuesta a la pérdida de soberanía de los estados, que en búsqueda de “proteger” a los ciudadanos generan estrategias teatrales que son, más que soluciones efectivas, contenedores psíquicos que hacen que los amurallados se sientan parte de algo definido. Así, para Brown (2015) la importancia de los muros fronterizos no reside tanto en su (dudosa)
eficiencia como en su ostentosa visibilidad.
El correlato de los segregados se relaciona con la temporalidad, los gobiernos centrales de los ciudadanos excluidos esgrimen que los muros fronterizos son estrategias efímeras relacionadas con acuerdos internacionales y problemas en conjunto.
Los muros fronterizos, sin embargo, no son otra cosa que un dispositivo que evidencia sistema de oposiciones jerárquicas y normativas de los opuestos. Son barreras que separan lo “real” de lo “ideal”, lo “orgánico” de lo “mecánico”, se trata de construcciones que remarcan las desigualdades simbólicas y materiales, barreras relacionada con el poder de dos o más gobiernos, uno débil que no puede hacer frente a otro poderoso cuya soberanía está en declive y que alteriza al vecino desde una política pública.
Es necesario decir que, aunque aquí nos enfocamos en los muros fronterizos que surgen en la globalización y en momentos de paz internacional3, estos elementos físicos de separación instalados unilateralmente en regiones fronterizas no son nuevos, de hecho, los muros fronterizos tienen un lugar importante en la historia del cambio social. En ese sentido, lejos de pensarlos como resultado de procesos sociales, los muros fronterizos son abordados como elementos que posibilitaron y posibilitan la organización y la identificación comunitaria, que hacen claro el sólido sistema de oposiciones binarias que da pie a lo que Tönnies (1947) denominó “unión”, y que define como “la aparición de un grupo formado por una relación positiva; el surgimiento de un ente que actúa de modo unitario hacia adentro o hacia afuera” (p. 19) y luego una identificación social más amplia que trajo las contraposiciones raciales, militares, de clase y culturales que actualmente vivimos.
Si bien es cierto que los motivos para construir muros fronterizos son cada vez más complejos y van desde el terrorismo internacional hasta la fiebre aftosa4, también lo es que el argumento central es el mismo usado en las comunidades nómadas: la latencia de la amenaza externa que pone en riesgo la continuidad del cotidiano. Así, los centinelas en los márgenes de los ríos, para asegurar la supervivencia de los miembros de la tribu, y la construcción de muros fronterizos que hacen gala del uso de altas tecnologías no son tan distintos en origen y objetivo.
La pregunta sobre si este trabajo permitirá entender otro tipo de muros fronterizos que no
sean los contemporáneos se responde con un rotundo no, incluso resulta complicado hablar de generalidades de los muros fronterizos contemporáneos, aunque el esfuerzo va en esa dirección.
Cada muro fronterizo tiene un contexto de creación, cada uno es un producto social e histórico y genera conductas sociales relacionales distintas. Es innegable, por ejemplo, que los sujetos históricos que produjo el Muro de Berlín (Guerra Fría, competencia militar, dos polos ideológicos, carrera espacial, entre otros) son distintos a los que está produciendo el muro fronterizo de Ceuta y Melilla (Paz Internacional, ausencia de conflictos militares, dominio de un sistema económico-ideológico). Es decir, ambos muros fronterizos otorgaron y otorgan a los entes sociales capacidades diferentes no solo para vivir en conjunto, también para transformar su realidad, producir conocimientos y acontecimientos históricamente relevantes.
Tanto las visiones políticas como las acciones socioculturales cotidianas son distintas en su contexto y producción de relaciones sociales, de resistencias, disposiciones, intersecciones y procesos de socialización.
Durante esta investigación he localizado dos grandes narrativas sobre los muros fronterizos contemporáneos, una que denomino armoniosa que esgrime que los muros fronterizos son puntos de encuentro de ciudadanos-mundo.
Los muros fronterizos -dice esta narrativa- los encargados de clasificar y filtrar a quienes pueden y no trasponerlos de manera regular (Kearney, 2008). En ese sentido, los muros fronterizos, aunque violentos procuran la seguridad y permiten que el encuentro entre ciudadanos cosmopolitas se de en condiciones óptimas. Quienes sustentan este pensamiento asumen que los procesos globales adelgazan al estado y que la identidad nacional es necesaria en cuanto otorga beneficios. Esta narrativa armoniosa también contiene las ideas de que los procesos multiculturales (inevitables en un mundo globalizado) se reducen a una serie de desencuentros y descubrimientos que enaltecen al sujeto que pasa por ellos.
La otra narrativa sobre los muros fronterizas es la pesimista, donde los muros fronterizos son herramientas de guerra para la separación de sujetos nacionales; dificultan los procesos migratorios y el intercambio cultural. Los muros fronterizos en esta narrativa también son filtros de valor (Kearney, 2008) señalan a los sujetos cuya opción de cruce es la irregularidad y, que, por lo tanto, no pueden ser considerados sujetos cosmopolitas propios del mundo interconectado.
En términos de seguridad, en la narrativa pesimista los muros fronterizos son fuente de
peligro: estos objetos lejos de otorgar protección son obstáculos que empujan a distintos actores a generar estrategias (de cruce, de venta, de contacto) que integran la violencia y aumentan la vulnerabilidad. En los muros fronterizos -dice la narrativa pesimista- el Estado es una fuerza omnipresente y la identidad nacional tiene consecuencias negativas, se asume al otro como un ente potencialmente peligroso5 y el encuentro multicultural presupone la permanencia del desencuentro. Lo interesante de estas dos narrativas es que a pesar de ser de alto contraste no se contraponen, por el contrario, se complementan, en principio, al asumir los muros fronterizos como fundamentales en los procesos sociales, pero además en su carácter relacional que como he
señalado con anterioridad involucra políticas públicas y comportamientos socioculturales.
En su pequeño ensayo “Fenomenología del relajo” Jorge Portilla (1984) explica como nada de los social se encuentra aislado, como los fenómenos forman parte de una red de significación que enlaza las cosas unas con otras haciéndolas inteligibles. Así el autor señala que el relajo puede ser definido como una manera de terminar con la seriedad, de forma tal que uno no es negación del otro sino su esencia: para que exista el relajo tiene que existir la seriedad: una conducta da sentido a la otra.
Lo mismo pasa con estas dos narrativas sobre los límites territoriales, para que un actor asuma que los muros fronterizos son herramientas de guerra emanadas de un Estado omnipresente, debe existir otro que los considere elementos de seguridad nacional que buscan la paz y que por lo tanto son necesarios. Sin embargo, lo que veo es que no se trata de simples dicotomías ni de ambivalencias en tanto no son resultado del pluralismo de opinión, sino que son conductas sociales con sentido que se forman desde la sedimentación histórica en procesos de socialización de largo aliento.
Existe entonces una dialéctica de las narrativas sobre los muros fronterizos, que nos indica la simultaneidad de los mismos y su igualdad jerárquica.
Anna Krasteva (2016) encuentra esta dialéctica en las nuevas fronteras de la Unión Europea.
Para la autora, la zona Schengen6 es uno de los más interesantes casos de nuevas fronteras.
Aunque las fronteras nacionales y la Zona Schengen parezcan compartir una narrativa teleológica, la Zona Schengen da un mensaje ambiguo sobre la libertad: por un lado, desmantela las infraestructura de las fronteras nacionales que considera redundantes y, por
otra, moderniza las tecnologías de vigilancia en contra de las amenazas externas con miras a proteger a los países “libres” (Krasteva, 2016, p. 20)
Esta dialéctica de las narrativas también se da en las prácticas socioculturales. Los sujetos transitan entre estas formas de entender los muros fronterizos y producen referentes culturales que circulan entre actores vinculados a procesos migratorios y que se convierten en parte de su “mundo de la vida”. Esto significa, que asistimos a un proceso simultáneo de integración y fragmentación cotidiano que no es inmóvil sino dinámico.
Cuadro 1
NARRATIVA ARMONIOSA | NARRATIVA PESIMISTA |
Encuentro | Separación |
Clasificación y filtros de valor | Clasificación y filtros de valor |
Seguridad | Peligro |
Adelgazamiento del Estado | Estado fuerte- omnipresente |
Identidad nacional benéfica | Identidad nacional negativa |
Multiculturalismo como oportunidad | Multiculturalismo como riesgo |
Fuente: elaboración propia con base en los estudios de Krasteva 2016
Imagen 1
MUNDO DE LA VIDA
NARRATIVA ARMONIOSA NARATTIVA PESIMISTA
SIMULTANEIDAD
Fuente: elaboración propia con base en los estudios de Krasteva (2016)
Un análisis rápido de esta dialéctica, nos arroja que los muros fronterizos no pueden cumplir la función primordial de bloquear a lo exterior sin encerrar a los ciudadanos del país amurallado al interior, que
[…] no pueden dar seguridad sin hacer del ansia por la seguridad una forma de vida, que no pueden definir un “ellos” exterior sin producir un reaccionario “nosotros”, aun cuando esos mismos muros están minando las bases de esta distinción (Brown, 2015, p. 61).
En el punto de encuentro entre las dos narrativas, que, insisto, son simultáneas y complementarias, emerge el “mundo de la vida” (Schütz, 2008) de distintos actores sociales vinculados a los procesos migratorios.
Mundo de la vida es un concepto que sirve para hacer referencia a un mundo experiencial, un mundo que, por cotidiano, se da por sentado y que tiene origen histórico, es decir, que se recibe como pre ordenado y, por lo tanto incuestionable. En ese “mundo de la vida” la simultaneidad tiene
sentido: para considerar a los muros fronterizos como objetos que limitan, es necesario que la idea y las expresiones que componen la idea sean compartidas, y también que contrasten con otras, también compartidas, que asuman que los muros fronterizos son objetos de guerra.
Si pensamos en términos de una filosofía Kantiana, la síntesis entre la tesis muros fronterizos armoniosos y la antítesis muros fronterizos pesimistas, sería la vida cotidiana de los sujetos que habitan las regiones fronterizas. Ellos encarnan una síntesis de dos narrativas complementarias, al lado del muro fronterizo se encuentran sujetos que esperan que baje la neblina para pasar de forma irregular, junto con largas filas de individuos documentados esperando el verde del semáforo para hacer las compras en “el otro lado”. Lo simultaneo se da en que no se niegan, sino que conviven y se nutren con frecuencia.
Las narrativas descritas no son fijas; son dinámicas, cambian dependiendo de procesos de creación de la alteridad y de producción política de fronteras, es decir, de acciones socioculturales y de prácticas estatales. Ahora, los sujetos no se adscriben monolíticamente a una de las narrativas; las experiencias de vida compartidas permiten al individuo fluctuar entre narrativas: un sujeto puede pasar de ser un transfronterizo que vive en Tijuana y Trabaja en San Diego a estar contenido físicamente por los muros que antes transitó de manera regular.
Es importante decir que las narrativas tampoco pueden ser leídas como territoriales, es decir, no todos los sujetos del lado amurallado piensan que los muros fronterizos son armoniosos puntos de encuentro; tampoco los excluidos ven en los muros fronterizos herramientas bélicas.
Este acercamiento dialéctico nos permite declarar que los muros fronterizos existen por sus consecuencias y no sólo por su ubicación territorial, de esa forma, la existencia del muro fronterizo entre México y Estados Unidos podemos entender porque el muro llega a ser más importante para un migrante irregular centroamericano que para un tijuanense, y su presencia puede ser más molesta para una habitante de Nueva York que para un ciudadano de Ciudad Juárez, Chihuahua, que pasa todos los días en El Paso, Texas.
Esto significa que la acción social no es reductible ni al sentido subjetivo ni a la institución7,
lo que observamos son hechos sociales, productos sociales resultados de la acción humana en un espacio y tiempo determinado.
Definimos una situación como real, porque este es real en sus consecuencias y sus consecuencias en este caso son conductuales e intersubjetivas.
Aunque parece sencillo enunciar estas narrativas complementarias que hablan de inclusión y exclusión, es imprescindible decir que, estos discursos seguirán modificándose temporal y espacialmente, cambiando con los años de existencias de los muros y sus efectos en lugares y sujetos que divide, atraviesa y transforma.
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Notas
1 Para hacer esta aseveración recurro a los estudios de Anthonhy Giddens (2002) quien propone que luego del derribo del muro de Berlín, lo que conllevó al fin de la Guerra Fría, las sociedades (allende al socialismo y al capitalismo) se preparaba para compartir un mundo interconectado en el que las fronteras desaparecerían para dar paso al sujeto cosmopolita. Análisis que contrasta con los trabajos de Samuel Granados (2016) y de Elizabeth Vallet (2015) que muestran cómo luego de los eventos del 11 de septiembre del 2001 en Estados Unidos, las fronteras entre países tomaron un nuevo impulso y se dio aliento a la construcción de muros fronterizos como herramientas de seguridad nacional frente a distintas amenazas externas, principalmente el terrorismo internacional.
Cifras estimadas de Samuel Granados (2016) indican que en el periodo de 1989-2001 el número de muros fronterizos entre países se mantenía en 11, mientras que en el periodo del 2001-al 2013 los muros llegaron hasta los 54.
2 Arjun Apadurai, citado por Giménez (2005), distingue cinco dimensiones o vertientes de este periodo histórica: technoscapes, finanscapes, ethnoscapes, mediascapes e ideoscapes.
3 Denomino muros fronterizos contemporáneos a los surgidos después de la caída de la “Cortina de hierro” que dio pie al mundo globalizado pero que además casi duplica el número de Estados-nacionales y creó integraciones regionales como la Unión Europea y los Tratados de Libre Comercio de América del Norte.
Los muros históricos son aquellos anteriores a este periodo y son resultado de la latente amenaza de un enemigo militar externo.
4Es el caso del Límite Territorial entre Botsuana y Zimbabue
5 La peligrosidad de la alteridad es una de las características más plásticas. El peligro se reduce o crece dependiendo, entre otros factores, de las redes de apoyo, el espacio habitado, y las políticas vigentes. En ese sentido, la alteridad amurallada es más peligrosa en tiempos de Trump que durante la administración Obama.
6 Es un área de 26 países europeos que han abolido los controles fronterizos en las fronteras comunes, también conocidas como fronteras internas.
7 Aunque las narrativas se nutren de lo institucional también se nutren de negar cualquier representación
dominante.