Nelson Santiago Patarroyo Rengifo2
Palabras clave: Álvaro Uribe; democracia y representación; Hugo Chávez; neopopulismo: pueblo; Rafael Correa; significantes vacíos.
El populismo, como concepto propio de la tradición política, ha sido trabajado por múltiples autores que, según sus intereses ideológicos, responde a distintas cargas semánticas. Así, mientras para alguien el populismo puede ser una respuesta ante la institucionalidad por parte del pueblo o del sector popular de la sociedad, revindicando los derechos de una población históricamente desfavorecida; para otros el populismo puede ser una reacción caótica de una masa manipulada por un líder carismático y corrupto. Las abismales diferencias que se encuentran entre una y otra conceptualización, teniendo en cuenta que en medio de ambas hay
1 Esta ponencia es fruto del proyecto de investigación Estrategias discursivas y jurídicas del populismo en Latinoamérica: hacia la comprensión de la democracia en el siglo XXI”, patrocinado y realizado en la Fundación Universidad Autónoma de Colombia, Facultad de Derecho.
2 Abogado, Universidad Nacional de Colombia; Filósofo, Universidad de La Salle; Magíster en Filosofía Latinoamericana, Universidad Santo Tomás. Docente Investigador, Universidad Autónoma de Colombia, Bogotá, Colombia. Correo electrónico: nelson.patarroyo@ fuac.edu.co.
Contreras, Julio César y Willibald Sonnleitner, coords. 2018. La democracia cuestionada. Representación política, comun cación y democracia.
Vol. I de Las ciencias sociales y la agenda nacional. Reflexiones y propuestas desde las Ciencias Sociales. Cadena Roa, Jorge, Miguel Aguilar
Robledo y David Eduardo Vázquez Salguero, coords. México: COMECSO
otras expresiones de significado, ha llevado a académicos como Ernesto Laclau a pensar sobre la ambigüedad misma del concepto. Como la mayoría de conceptos importantes para la filosofía y las ciencias políticas de la actualidad, el populismo pareciese cumplir con una condición ineludible: una vaguedad conceptual propia de una proliferación semántica diversa y difusa.
Francisco Panizza, en la introducción del libro El populismo como espejo de la democracia (2009), señala que para el tratamiento del populismo se han desarrollado tres enfoques: el enfoque empirista que parte de casos específicos hacia la búsqueda de características fundamentales que no cuentan con un núcleo conceptual; el enfoque histórico que restringe al populismo en América Latina a una época dorada entre 1930 y 1960; y, el enfoque de una lectura sintomática que toma elementos de los otros enfoques, pero sobre un núcleo analítico y tomando al pueblo como actor político. En sintonía con el último enfoque que señala Panizza, este artículo de investigación busca realizar una conceptualización primaria del populismo y el pueblo para, entonces, pasar a los desarrollos que ha tenido en América Latina, en específico los llamados neopopulismos.
Una de las maneras de comenzar el tratamiento académico de un concepto es la búsqueda de su origen, señalando quién lo acuñó como término valioso dentro de la disciplina a la que pertenece, en que año o siglo apareció, y porqué fue tan importante su enunciación. Sin embargo, el abismo conceptual del populismo es tan oscuro que ni siquiera sobre su origen hay un acuerdo visible en la literatura que hasta ahora existe. Mientras autores como Alberto Horacio Rodríguez (2007) ubican el desarrollo del término a la par del de democracia, señalando su punto cúspide en el Siglo XVIII gracias a la emergencia de los Estado Nación; autores como Miguel Ángel Herrera (2006) lo sitúan en la Rusia del Siglo XIX, exponiendo desde allí dos nombres: Alexander Herzen, como el primer teórico que se refirió al populismo, y Lenin, quien discute el populismo ruso a partir de las ideas de Marx. Es decir que, para Herrera, el concepto no se desarrollaría a la par de la democracia, pues respondería a otro sistema político.
Pero, entonces, si no hay una reflexión en conjunto que pueda dar luces del concepto de populismo acudiendo a sus orígenes, ¿qué se ha entendido en el mundo como populismo? La Real Academia de la Lengua, dentro de su diccionario, no cuenta con una definición de la palabra
populismo; pero, paradójicamente, define al populista como un adjetivo de alguien o algo perteneciente o relativo al populismo, o partidario del populismo. Es decir que el populismo es comprendido como un rasgo característico que alguien puede tener, pero que como rasgo cuenta con una superficialidad conceptual tal que no ha sido aceptado como una palabra del español por la RAE, convirtiéndolo así en un concepto totalmente vago.
Ernesto Laclau (2005) intentó, en gran parte de su trabajo académico, develar la razón populista, es decir, revitalizar el concepto de populismo bajo una luz distinta a la que hasta ese momento se le había dado. La tesis de Laclau es que el populismo es un modo de construir lo político. Es decir que el populismo no es visto, para él, como una organización o una ideología, sino como una dimensión propia de la cultura política. Así, Laclau defiende la vaguedad del concepto, pues considera que:
¿No sería el populismo, más que una tosca operación política e ideológica, un acto performativo dotado de una racionalidad propia, es decir, que el hecho de ser vago en determinadas situaciones es la condición para construir significados políticos relevantes? (2006, p. 32).
Para Laclau, entonces, el populismo nace a partir de una articulación de demandas ambiguas, pues las demandas no son absorbidas por un principio de totalidad, pero a la vez necesitan totalizarse para ser demanda. Las demandas, como factor vinculante hacia una identidad colectiva, al no ser satisfechas por la Institución, generando así una relación dicotómica de frontera entre el poder y el contrapoder, se unifican en una cadena equivalencial que, entre más fuerte es, más disuelve dichas demandas, vaciando la subjetividad colectiva de su multiplicidad. Por ello, dice Laclau, la expresión última del populismo se encarna en la figura de un líder que reivindica demandas insatisfechas pero que no las expresa en su totalidad, pues puede que no las reconozca. Entonces, Laclau se enfoca en el carácter ontológico del populismo, definiéndole de la siguiente manera: “Un movimiento no es populista porque en su política e ideología presenta contenidos reales identificables como populistas, sino porque muestra una determinada lógica de articulación de esos contenidos —cuáles quiera que sean estos últimos” (2009, p. 52).
Así como hay autores como Alberto Horacio Rodríguez que, en su intento de buscar El demos populista, se unen a las ideas de Laclau por su crítica al liberalismo y la ciencia, su reivindicación de la mística, el rechazo de categorías esencialistas y determinismo económicos marxistas, y el desarrollo de una teoría postmarxista en donde el populismo es una dimensión propia de la acción política para construir una identidad popular a partir de la oposición con otro antagónico, lo cual busca la democratización, la emancipación y la apertura democrática; las críticas no se han hecho esperar.
Atilio Borón, en su texto ¿Una nueva era populista en América Latina?, después de hacer referencia a las características que le ha atribuido Laclau al populismo, considera que gracias a la idea de que toda la política es populista, el populismo pierde toda utilidad heurística. Así, hace una crítica a la forma como Laclau usa la categoría para explicar fenómenos diametralmente opuestos con significados históricos distintos, haciendo referencia, principalmente, a la relación populista que Laclau encuentra en figuras políticas tan dispares como Álvaro Uribe Vélez y Hugo Chávez. Pero su crítica no se detiene solo en Laclau; para Borón, la referencia a Venezuela, Bolivia y Ecuador como países populistas es errada, pues aquellos son socialistas, ya que no tienen un carácter neutro tal y como lo tiene el populismo. Borón considera que el populismo era un término que, históricamente, tuvo vigencia hasta que la existencia de la burguesía clásica se extendió en el mundo. La aparición de las transnacionales y, luego, de la globalización, reinventó la burguesía y, con sus valores tradicionales, desapareció su antagonismo con el populismo, convirtiéndose ese concepto en un elemento que, más que aportar en el desarrollo académico de la región, ahonda en la confusión teórica de la literatura política latinoamericana.
Por otro lado, Octavio Moreno y Carlos Figueroa en su texto El miedo al populista latinoamericano, hacen referencia a Ernesto Laclau, criticando la concentración de su teoría en la dimensión retórica del populismo. Así, consideran que priva al populismo de su posibilidad como propuesta política y económica, además de que no distingue la diferencia entre el populismo clásico y el populismo actual, convirtiendo el concepto en una categoría laxa. Estos autores, además de referirse a Laclau, hacen hincapié en el antipopulismo vulgar de la propaganda neoliberal. El neoliberalismo se ha aprovechado de la vaguedad conceptual del populismo para criticarlo, contemplándolo como algo estático y comunista. Así, los discursos políticos conservadores presentan al populismo como:
[…] un peligro, ya que mediante la demagogia y la manipulación política, permiten el encumbramiento de liderazgos políticos unipersonales, autoritarios y violentos, que amenazan supuestamente con acabar con los logros de los modelos de representación política producto de las transiciones democráticas de los años ochenta y noventa (Moreno & Figueroa, 2012, p. 40).
A mediados del Siglo XX, siguen los autores, el populismo se ancló con la industrialización nacional, por lo que se dio una inclusión socioeconómica de grandes agregados populares. Sin embargo, en los ochenta la crisis del proteccionismo y el desarrollismo pone en jaque al populismo, por lo que se justifica en Latinoamérica la vuelta al capitalismo y, con él, al neoliberalismo. Otra crítica de este tipo ha sido, como lo presenta Nikolaus Werz, el giro hacia la izquierda que le abre paso a la tercera ola del populismo, en donde prima el asistencialismo estatal. Cabe aclarar aquí que según algunos autores como Werz, el populismo ha tenido distintas olas en América Latina, siendo la primera la del populismo histórico con la redemocratización; pasando por la segunda ola de neopopulismos que, paradójicamente, se ancló al neoliberalismo; y, llegando a la ola propia de la izquierda, al ser antiliberal, busca un populismo redistributivo y una economía proteccionista.
En este punto vale la pena recalcar la diferencia establecida por Patarroyo (2012), en cuanto a los tipos de neoliberalismo que la crítica política ha descentrado: Tradicionalmente el neoliberalismo pareciera significar la ausencia del Estado, su pérdida en términos de fuerza, en el abandono de todos sus lugares de regulación. Lo novedoso de la postura, que acá se ha denominado genealógica, es que el neoliberalismo es entendido como una racionalidad de gobierno, es decir como una reorganización política que abarca no solo el gobierno de la vida económica sino también el gobierno de la vida social e individual. Lo cual, para el populismo implica una cierta inmanencia presente en su dinámica misma que lo complejiza y lo ubica en un fenómeno que se escapa de la racionalidad política usual.
Werz, a diferencia de Borón, y de Moreno y Figeroa, no une el populismo con una tradición ideológica específica, sino que se siente identificado con la idea de que “El populismo no existe sino sus múltiples formas de manifestación” (p. 83). Es, entonces, para el autor, el
populismo un movimiento coyuntural que no es una lucha de clases sino del pueblo, y que responde a exigencias pragmáticas de índole, principalmente, nacionalista o de carácter económico. Además, en el nuevo populismo Werz señala que existen dos izquierdas, la que mantiene gobiernos nacional-populistas, y la moderada. Es decir que, dentro de los llamados neopopulismos de izquierda hay divisiones sobre las formas de llevar a cabo los presupuestos del gobierno, pues una está orientada como el socialismos del Siglo XX, mientras que la otra parece adoptar ciertas medidas de izquierda, pero teniendo su punto de equilibrio en el centro.
Además de las formas descritas, las críticas vulgares hacia el populismo se condensan en el Decálogo del populismo iberoamericano de Enrique Krause, para quien el populismo exalta un líder carismático quien se apodera de la palabra fabricando una verdad específica, mientras hace uso discrecional de los fondos públicos y reparte directamente la riqueza, alentando el odio de clases y la movilización permanente de grupos sociales contra el enemigo externo, despreciando el orden legal y eliminando las instituciones liberales. Esto, a todas luces, es una reducción del concepto de populismo que pareciese responder a la idea platónica de la decadencia de los sistemas políticos, siendo el populismo el equivalente de la tiranía.
Es posible observar, hasta ahora, cómo el populismo se ha anclado a múltiples ideas que lo acercan más o menos a ciertas ideologías. Ha sido víctima del rechazo del neoliberalismo, pero, en su concepción Laclauniana, existen populismos de derecha; y, a la vez, desde la izquierda ha tenido tratamientos diversos, bien sea desde el marxismo de Borón que lo considera inútil en contraste con el socialismo, desde el enfoque de izquierda entusiasta de Moreno y Figueroa, o desde el postmarxismo de Laclau, quien lo priva de características específicas, para darle una generalidad aplicable a múltiples formas de expresión política.
Para profundizar más en el concepto de populismo, a continuación se realizará una revisión del populus encarnado en la idea de pueblo para acercar así el análisis al sujeto mismo que ostenta defender, y, luego, volver a la discusión sobre su forma de existir en América Latina.
El populismo hace referencia a lo popular, y lo popular es lo propio del pueblo. Sin embargo,
¿qué es el pueblo? Alain Badiou en su texto Veinticuatro notas sobre los usos de la palabra “Pueblo”, refiere lo siguiente:
Lo popular es un concepto politizado pues hace énfasis en procesos de liberación y emancipación.
La palabra pueblo unida a un adjetivo nacional tiene dos formas de comprenderse: una es desde el nacionalismo del Estado en donde la masa es pasiva; y la otra es desde los procesos políticos de liberación nacional en donde el pueblo es un sujeto político.
El pueblo, dentro de una democracia parlamentaria, es un ente ficticio que legitima las decisiones por y para el pueblo. Es decir que el pueblo es una sustancia capitalizada.
El pueblo es una masa inexistente, pues la clase media legitima democráticamente la oligarquía capitalista.
Es decir que el pueblo tiene dos polos desde los cuales puede comprenderse: uno ficticio, propio de las oligarquías que justifican sus acciones a través de una masa amorfa e inexistente llamada pueblo: y uno real y constituido como sujeto político que busca la reivindicación de sus derechos. Este segundo polo ha sido tomado por algunos teóricos que realizan su trabajo sobre el populismo, para hacer referencia al sujeto que lo conforma.
Laclau señala que:
La construcción del pueblo sería imposible sin el funcionamiento de los mecanismos de la representación. Como hemos visto, la identificación con un significante vacío es la condición sine quo non de la emergencia de un pueblo. Pero el significante vacío puede operar como un punto de identificación solo porque representa una cadena equivalencial. (2005, p. 204).
Es decir que entre la hetereogeneidad radical de demandas y un significado vacío homogeneizante, se constituye el pueblo para, entonces, generar un significante representativo. La voluntad de pueblo, según Laclau, no existe en primer lugar, sino que se constituye a través de la representación.
Judith Butler en el texto “Nosotros, el pueblo”. Apuntes sobre la libertad de reunión, señala que el pueblo es un acto de habla ilocucionario, pues constituye su objeto en el momento mismo de su enunciación. El nosotros del pueblo se auto crea y se auto constituye, lo que lo hace
un ejercicio performativo no esencialista. La soberanía popular legitima o deslegitima el poder parlamentario a través de la reunión de los cuerpos, en donde se afirma la igualdad del pueblo en medio de la desigualdad.
Tanto Laclau como Butler consideran que el primer paso para que exista el populismo es el antagonismo en la sociedad. Es decir que hay una relación entre un nosotros que se recrea a partir de un otro, por lo que el pueblo se convierte no en una categoría social preexistente, sino en un conglomerado de individuos que encuentran una relación entre las demandas que tienen para, entonces, conformar un actor político colectivo. Ello permite comprender por qué el populismo resulta ser un fenómeno que responde a diversas ideologías, dependiendo del enfoque que se le dé. Hay atributos propios del populismo, pero las relaciones entre el nosotros y el otros es tangencial.
Jacques Ranciére en su texto El inhallable populismo señala que el pueblo no existe; existen figuras diversas y antagónicas de lo que el pueblo es. Por ello,
El término “populismo” no sirve para caracterizar una fuerza política definida. Por el contrario, saca provecho de las amalgamas que permite entre fuerzas políticas que van de la extrema derecha a la izquierda radical. No designa una ideología, ni siquiera un estilo político coherente. Sirve simplemente para esbozar la imagen de un cierto pueblo. (2014, p. 120).
Por su parte, para Enrique Dussel (2012), y refiriéndose a Gramsci, el pueblo es el bloque social de los oprimidos. Como categoría teórica, política y filosófica, el pueblo es una escisión en la comunidad política, entre la legitimidad y la hegemonía. Ello en contraposición al marxismo ortodoxo, pues arguye Dussel que la clase obrera no es la última instancia de la praxis social, ya que es una categoría económica que no se da en todos los contextos, en especial en América Latina. Así, señala que:
Pueblo sería así el acto colectivo que se manifiesta en la historia en los procesos de crisis de hegemonía (y por ello de legitimidad), donde las condiciones materiales de la población llegan a límites insoportables, lo que exige la emergencia de movimientos
sociales que catalicen y construyan la unidad de toda la población oprimida, la plebs, en torno a un proyecto analógico-hegemónico, que incluye progresivamente todas las reivindicaciones políticas, articuladas desde necesidades materiales económicas. (Dussel, 2012, p. 168).
La visión de figuras antagónicas en lo que respecta al concepto de pueblo ha permitido que, como señala Panizza (2009), el pueblo sea una categoría real e imaginaria a la vez. Por un lado, representa a los oprimidos por los poderosos que, en determinados momentos de la historia, se levantan violentamente contra los opresores. Por otro lado son la multitud, la barbarie, la clase inferior. Pero, además, el pueblo es también el encargado de mantener la democracia, pues este sistema política entrega su soberanía al pueblo, por lo que es popular. Son entonces opuestas las visiones que sobre el pueblo se generan; además de que la democracia en el plano real, personificado en sus dirigentes, condena al populismo, es decir al pueblo, pero a la vez lo convierte en un ente ficticio al que defiende. ¿Será entonces el problema del pueblo un problema de representación?
Aunque la democracia naciera en la antigua Grecia como un sistema de gobierno, en donde habría ya una escisión de posturas entre Platón y Aristóteles, es hasta el siglo XVIII con los Estado Nación que se comienza a hablar de gobiernos representativos a partir de la regla de las mayorías y los dispositivos electorales. Norberto Bobbio (1986) considera que la democracia, como todo sistema político, tiene reglas y atribuciones que le hacen ser lo que es. Así, la democracia, a pesar de que busca que todos tomen una decisión colectiva, es consciente que las decisiones al final son tomadas por individuos, por lo que es necesario delegar responsabilidades a dichos individuos, velando por los métodos de asignación y la supervisión a la gestión. Ello está legitimado por la regla de las mayorías, y se posibilita a través de la garantía de derechos tales como la libertad de opinión o la libertad de asociación, propios del Estado liberal.
Sin embargo, además del modelo de democracia representativa, existe el modelo de democracia directa. Las dos características principales, que a la vez son problemáticas, de la democracia representativa, según Bobbio son: el representante, al ser elegido, ya no es
responsable frente a sus electores; y, el representante vela por los intereses generales de la sociedad civil, no por los particulares de sus electores. El punto medio entre la democracia representativa y la directa es la figura del intermediario o delegado que se vuelven revocables. Sin embargo, llegar a una democracia directa es complejo en los Estados en los que actualmente vivimos. Bobbio considera que lo que sucede en nuestra época no es un paso hacia la democracia directa, sino una democratización de la sociedad, en donde todos los ciudadanos empiezan a participar en las decisiones políticas que se toman, aunque no sea de una forma totalmente directa.
El populismo, o lo que se ha entendido por él, tiene como atributo la relación directa con el líder del movimiento que se levanta contra el régimen político dominante. Para Laclau (2005), la representación es un juego doble en la que el líder representa la voluntad general, pero a la vez le da a esta sentido a través de sus propios intereses. Ello con el fin de no desligar al líder de su propia subjetividad, pero tampoco desligarlo de su responsabilidad política con el pueblo. Así, se plantea un vínculo personalista entre el representante y el representado, que se puede ver en las figuras que en la actualidad se han considerado populistas en América Latina como es el caso (tan dispar) entre Hugo Chávez y Álvaro Uribe Vélez; presidentes tildados de paternalistas.
Según Rawls, para que exista una sociedad democrática debe haber un principio de ignorancia en la representación. Es decir que quienes toman decisiones sobre un tema que está directamente relacionado con la sociedad, deben usar el recurso del velo de la ignorancia sobre los participantes reales de la situación con el fin de tomar una decisión objetiva. Esta visión es subvertida por miradas como la del populismo, que encuentran en el trato directo (o casi directo) con la comunidad que representan el fin mismo de la democracia. Sin embargo, como ya se señaló con anterioridad, el pueblo al que representa el líder populista no es el pueblo en su totalidad, es decir que no son todas las personas que podrían considerarse dentro de la categoría social del pueblo por sus realidades económicas, políticas y sociales, sino que, por el contrario, son segmentos de la sociedad que se aglutinan y se recrean en el momento mismo de su enunciación como pueblo.
De otro lado, según Jiménez (2015), las democracias en América Latina vendrían a ser más la manifestación de un orden político discursivo del que echa mano el populismo, ya que la puesta en marcha de dicho orden político carece, casi que por completo, de algún tipo de
consistencia, bien sea porque la racionalidad político-jurídica en la mayor parte de constituciones políticas de corte liberal no tienen una “contingencia igualitaria” que las legitime, o porque el gobierno de la mayoría precisa, desgraciadamente, de una minoría dominante que actúa bajo sus propios intereses (prueba de ello son las plutocracias, las oligarquías y la supremacía de las burguesías de la modernidad, entre otros regímenes imperfectos).
Por esta vía, queda en evidencia que el juego de la representación es peligroso, incluso en el populismo (que se relaciona directamente con la democracia), ya que recrear a un ser humano como el líder del pueblo crea una ficción del nosotros como todos. Chávez, en su momento, señaló al populismo como el socialismo del siglo XXI. Sin embargo, con su muerte y la subida al poder de Nicolás Maduro, las escisiones internas en lo que podría considerarse el pueblo han florecido. Justas o no, existe una disyunción que vulnera la ficción del pueblo, por lo que pareciera que pierde legitimidad la alusión que hacia aquel actor colectivo se hace en cuanto a las tomas de decisiones del gobierno. A continuación, se analizarán este y otros casos para intentar concretar qué significa hoy el populismo en América Latina.
La mayoría de teóricos que reflexionan sobre el populismo en América Latina han llegado al consenso de que han existido olas del populismo. Algunos hablan de dos y otros de tres. En cuanto a la primera ola del populismo, se habla de su edad dorada. Dussel señala que el populismo histórico en América Latina se arraigó gracias al nacionalismo, que buscaba la protección del mercado, el uso de energía, y las ventajas aduaneras del Estado Nación; en contraposición con la hegemonía capitalista. Esta época, según Werz, se da entre 1930 y 1960 con gobiernos como el de Perón en Argentina, Vargas en Brasil y Cárdenas en México. Un segundo momento del populismo, según Werz, se dio después de las dictaduras militares en Latinoamérica, con la emergencia de doctrinas desarrollistas en la región que, según Dussel, buscaban la expansión del capital del centro sobre la periferia. En ese momento aparecen dos modelos de neopopulismo, el que da un giro hacia la izquierda y el neoliberal. Algunos separan estas dos ideologías en corrientes del populismo, otros no ven en el ámbito neoliberal populismo.
El populismo neoliberal se ve representado en figuras como la de Carlos Menem en Argentina y Alberto Fujimori en Perú, ya que se presentaban como sujetos externos a la política
que había puesto en declive los gobiernos de la región. Hay que señalar que una de las características principales del líder populista es la de ser un outsider de la política; es decir, como señala Panizza, un político de la antipolítica. Esto se da en el marco de los antagonismos propios del populismo, en donde el líder político populista representa los intereses de un pueblo inconforme con el poder dominante que lo gobierna, por lo que dicho líder debe presentarse como alguien distinto a la oligarquía imperante, posición que lo legitima dentro de la relación de amigo-enemigo de la política.
Por su parte, el populismo de izquierda se ha visto en figuras como la de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador. Esa sería la izquierda que, como señala Dussel, entre el 2003 y el 2008 se apoyó en el asistencialismo estatal, con un factor de éxito relevante para la región. Uno de los casos más representativos de lo que se ha venido a llamar la izquierda moderada es el de Lula en Brasil, quien aplicó leyes que podrían considerarse populistas, y rompió la brecha entre el gobernante y los gobernados, pero tenía en el fondo presupuestos liberales.
Para efectos de un análisis de caso detallado sobre el neopopulismo en América Latina, se tomarán como casos relevantes el de Álvaro Uribe Vélez en Colombia, Hugo Chávez en Venezuela, y Rafael Correa en Ecuador.
El neopopulismo de Álvaro Uribe Vélez
Entre el 2002 y el 2010, Álvaro Uribe Vélez fue el presidente de Colombia, con un alto nivel de popularidad entre las personas que lo apoyaban, y fuertes críticas a su gobierno por la vulneración a los Derechos Humanos que se dio, así como por los escándalos de su relación con las fuerzas Paramilitares del país. En la literatura sobre el populismo se considera que a pesar de la latente ideología de izquierda que permeó los discursos de los gobiernos latinoamericanos, México y en especial Colombia, han sido la excepción. Sin embargo, ello no implica que Uribe no entre en el fenómeno político del populismo; por el contrario, se le considera un líder populista que, de alguna manera, valida la teoría de Laclau al demostrar que el populismo es una forma de hacer política, mas no una bandera ideológica.
Marta Fierro (2014) considera que Uribe es un líder populista porque tiene los siguientes atributos:
es un líder carismático y autoritario;
su discurso es sencillo y dicotómico;
generó una relación antagónica en el país entre el gobierno y las Farc-EP;
tuvo una relación directa con la población a través de los Consejos Comunitarios;
el poder se concentró en la figura del ex presidente;
su discurso es nacionalista;
generó polarización en la sociedad.
Es notable ver que cuando se habla de Uribe como un líder populista, se hace referencia a la connotación negativa que dicho concepto recibe, ya que pareciese estar ligado más a la idea de un tirano que a la de un demócrata. Juan Gabriel Vásquez (2016) escribió una columna para el periódico The Guardian en la que aseguraba que Uribe era un populista descarado, pues a través de mentiras había logrado persuadir a las personas para que ganara el No en el plebiscito realizado en octubre del año 2016 para refrendar los acuerdos de paz con las Farc-EP. Incluso, aunque ha sido llamado populista, en su página oficial, colaboradores como Iván Duque (2017) y Alberto Velásquez (2015), critican al populismo. Velásquez escribe que:
El populismo lleva al resentimiento social –lucha de clases– y de allí pasa al autoritarismo que rige hoy en Venezuela. De lo popular degenera en impopular cuando aparece la escasez y la violencia callejera. Se defiende el régimen cerrando la entrada a líderes continentales que abogan por los derechos humanos de los presos políticos. Ahoga su revolución también sobre su propia vindicta. Las desastrosas consecuencias que trae el populismo en la economía, en la política y en la cultura han sido denunciadas por la politóloga de amplio prestigio internacional, Gloria Álvarez. Se pasea hoy esta hondureña por todos los foros internacionales proclamando que “el populismo ama tanto a los pobres que los multiplica”. (2015).
Hay que recordar aquí las palabras de Moreno y Figueroa al referirse a las críticas vulgares hacia el populismo, pues se relaciona con las críticas neoliberales hacia el comunismo que, supuestamente, está relacionado con líderes autoritarios y violentos que manipulan al pueblo a través de la demagogia, mientras llevan al país al quiebre financiero. Por ello, Velásquez (2015)
cierra su columna con la siguiente premisa: “El populismo con sus fracasos se riega como epidemia sobre la piel de América Latina”.
Uribe, entonces, hace uso de estrategias populistas, pero, sabiendo la connotación negativa con la que cuenta el concepto, y su fuerte relación con la izquierda en América Latina, se aleja de su figura populista. Es decir que vacía ideológicamente al populismo para convertirlo en una herramienta política, recreando así la mirada retórica del populismo que señala Laclau en su teoría.
El neopopulismo de Hugo Chávez
En 1999, después de un golpe de estado fallido, Hugo Chávez llega a la presidencia de Venezuela, electo democráticamente. La figura de Chávez en la política venezolana representaría al perfecto outsider, pues al ser un militar alejado, relativamente, de la política, nunca había asumido ningún cargo de esa índole en la esfera pública. Hugo Chávez llegó al poder en una época de convulsión en Venezuela, por lo que Thomas Colombet (s.f.) lo relaciona con la formación de la cadena equivalencial que señala Laclau.
El deterioro económico de la década de los ochenta en la región, el alza de la deuda externa, y fenómenos sociales como el caracazo, según Colombet, marcarían la subida al poder de Chávez, pues generarían un proceso de inestabilidad estatal que se vería resuelta a través de la condensación de las demandas de necesidades insatisfechas por parte del pueblo en la figura de Chávez. Algunos de los atributos de Chávez como líder populista son:
Política anti-imperialista;
relación directa con el pueblo a través de Aló presidente;
el carisma en el liderazgo de Chávez;
proyecto nacionalista y fuertemente arraigado a la producción de símbolos históricos, en su relación con la figura de Simón Bolívar;
autoritarismo a través del cambio del marco constitucional según intereses propios;
polarización de la sociedad exacerbada por el sesgo militar de su gobierno.
Hugo Chávez, al contrario de Uribe, se consideraba un líder populista, definiendo el populismo como el socialismo del siglo XX. Sin embargo, las críticas no se hicieron esperar. Más aún después de la muerte de Chávez. Max Fisher y Amanda Taub, el 4 de abril del 2017
publicaron en The New York Times una columna titulada El ejemplo de Venezuela: cómo el populismo deriva en autoritarismo. Allí señalan que:
El futuro de Venezuela es una advertencia: el populismo es un camino que, al principio, puede lucir como una democracia. Sin embargo, cuando se lo analiza hasta su conclusión lógica, puede provocar que la democracia se debilite o incluso se convierta en autoritarismo. (Fisher & Taub, 2017).
Fisher y Taub consideran que eso se ve reforzado con acciones que se llevaron a cabo en medio del gobierno chavista, tales como la renovación arbitraria del Tribunal Supremo de Justicia, el extremismo de las mayorías, el detrimento de la democracia y el personalismo, el sistema paralelo de sindicatos, la nacionalización de petroleras, la eliminación de la oposición y el autoritarismo. La premisa del fracaso del populismo chavista se ha visto reforzada por los últimos acontecimientos de Venezuela, tales como la inflación de la moneda y el enfrentamiento civil entre el gobierno y sus opositores.
Todo esto lleva a la academia a pensar en la imposibilidad de darle un valor per se positivo o negativo al concepto del populismo. Si se acepta la connotación negativa del populismo, se podrá estar de acuerdo con Fisher y Taub, pues como señalaba Velásquez este sería una suerte de infección o un virus. Si se acepta una connotación hiper positiva del populismo, convirtiéndolo en el nuevo socialismo como fórmula para la renovación de América Latina, también se está cayendo en una trampa, pues el populismo no es en sí mismo un sistema de gobierno; es, como se ha venido insistiendo en sintonía con Laclau, un síntoma político, una manera de encauzar demandas y formular estrategias discursivas para satisfacerlas.
El neopopulismo de Rafael Correa
Rafael Correa, actual mandatario de Ecuador, lleva en el poder desde el año 2007 y cumple su papel como presidente del país este año. Como la mayoría de presidentes de América Latina, Correa ha sido llamado un líder populista. Sin embargo, él se distancia de la figura de Chávez en un punto clave: la economía. Si bien es cierto que el declive económico actual de Venezuela se debe a múltiples factores que aquí no se entrarán a analizar, el gobierno de Correa se ha
caracterizado por el progreso técnico y tecnológico del país que le ha valido el reconocimiento global como uno de los países con uno de los mejores desarrollos económicos. Sin embargo, esto no le bastó a Correa para posicionar como presidente a su candidato Lenin Moreno, sino que ha ganado en las urnas el economista Guillermo Laso. ¿Es entonces Correa un populista distinto a los otros, al no ser personalista ni contar con la veneración del pueblo?, ¿o tal vez habría que reformular la idea de que Correa es populista? A continuación, algunas de las atribuciones que se le hacen al mandatario ecuatoriano para llamarlo populista, según De La Torre:
En el año 2006, en medio de la campaña presidencial que lo catapultaría como mandatario, Correa estaba con el movimiento de izquierda Patria Altiva I Soberana (PAIS), a través de un discurso anti-neoliberal;
su proyecto político busca la refundación de la patria;
como líder, en sus discursos se ha personificado por la patria y ha hecho hincapié en sus sacrificios personales:
caracteriza al pueblo no como un fantasma conceptual, sino como una realidad palpable;
hay una relación antagónica entre los que están con la patria y los que están en contra de la patria;
su carisma se refuerza con la relación directa con el pueblo a través de una campaña permanente y de un programa de televisión similar a Aló presidente.
en su discurso hace uso de términos coloquiales y modismos populares;
Sin embargo, el gobierno de Correa no se considera como un gobierno populista sino popular. Así lo asegura su canciller Ricardo Patiño, pues asegura que:
Un gobierno populista abre cientos de escuelas, pero sin calidad ni mejoras en el servicio, mientras que lo popular busca generar calidad antes que cantidad, y dotar de mejoras en todos los aspectos, ya sea salud, educación o cualquier otro sector público que debe ser administrado responsablemente por el Estado. (Ministerio de Relaciones Exteriores Ecuatorianas, s.f.).
Correa, al igual que Uribe, sabe los peligros de reconocerse como populista en América
Latina. Sin embargo, Correa cuenta con una ideología de izquierda, pero es una izquierda económicamente progresista, aunque políticamente tradicional; por ello, ha decidido relacionarse con el término popular que, aunque está ampliamente relacionado con el populismo, no cuenta con una carga negativa política tan fuerte. Por el contrario, le sirve para posicionar lo propio del pueblo en la esfera pública, reivindicándolo.
Siguiendo las premisas de Laclau, el populismo es un acto performativo que cuenta con una racionalidad propia. Es decir que en sí mismo está libre de ideologías, pero cuenta con atributos que lo hacen relacionarse específicamente con el pueblo que, como señalaba Butler, se crea en su propia enunciación. Por ello, dentro de sí puede contemplar fenómenos políticos tan distintos como los descritos anteriormente entre Álvaro Uribe Vélez (con una ideología conservadora, de derecha, que denigra del populismo pero usa herramientas del mismo), Hugo Chávez (quien definía al populismo como el nuevo socialismo), y Rafael Correa (quien usa herramientas populistas, es de izquierda, pero considera a su gobierno como popular); en donde hay similitudes en las formas de comprender y recrear el hecho político, pero según las ideologías e intereses propios de cada uno, llenan los significantes vacíos de las demandas y deciden si adscribirse o no al populismo. Pareciera entonces que el populismo es un síntoma propio de la política democrática, reafirmando la soberanía del pueblo que la democracia inventa, pero no defiende en la realidad a través del aparato representativo. Sin embargo, hay un nuevo giro en América Latina, esta vez hacia la derecha. Ya pronto vendrán distintos y nuevos populismos.
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