Paola Flores Miranda1
Palabras clave: agricultura urbana; autogestión; subjetividad
El presente artículo reflexiona sobre las categorías subjetivas en el análisis de los procesos de autogestión del espacio urbano, específicamente en las prácticas de agricultura en la ciudad. Dentro del marco de una tesis doctoral que aborda la autogestión del espacio urbano -a través de la implementación de huertos en las ciudades de París y México- como prácticas que construyen utopías de la ciudad; el presente texto pone de manifiesto la pertinencia de integrar enfoques centrados en la subjetividad que permitan dar sentido a los procesos autogestivos del espacio urbano.
1 Doctoranda en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco, Línea de investigación Sociedad y Territorio. Mail: paolaflores1982@gmail.com.
Lo subjetivo se presenta como marco explicativo a explorar en donde considerar las vivencias individuales y colectivas, intenciones, valores, motivaciones, expectativas y significados que orientan la participación en el huerto; nos permite profundizar en las dinámicas de recuperación, apropiación y gestión del espacio, así como en los procesos propios de la organización y actores. Nos da pauta a una información más fina centrada en la experiencia de las personas que forman parte de estas prácticas en la ciudad, prácticas que emergen y se consolidan como alternativas al modelo hegemónico.
En respuesta a éste se han creado alternativas creadas por grupos o colectivos de personas que organizados realizan actividades en conjunto bajo sus propios criterios, valores y significaciones. Estas alternativas responden a diferentes causas y ámbitos y buscan materializar sus ideales con sus prácticas cotidianas, forma de organización y maneras de actuar y participar.
El texto presenta primeramente algunas concepciones de la subjetividad y las implicaciones que tiene en el estudio de las ciencias sociales. Posteriormente se expone la pertinencia de utilizar dichas categorías en el análisis de dinámicas emergentes de uso y gestión del espacio urbano, y su relación en el hacer ciudad; específicamente las actividades de la Agricultura Urbana.
En los últimos años, la categoría de lo subjetivo ha cobrado relevancia en los estudios sociológicos. La reivindicación de las dimensiones subjetivas de la vida social e individual se debe, por un lado, al surgimiento de dinámicas sociales que requieren marcos interpretativos más complejos; y por otro, a la necesidad de diversificar e incorporar enfoques y métodos que respondan con mayor amplitud y flexibilidad al análisis de dichas dinámicas.
La subjetividad entonces, puede ser un campo problemático desde el cual podemos pensar la realidad social y explicar con mayor profundidad los procesos que de ella emergen. En este sentido, si pensamos la ciudad como un entramado material y simbólico en constante construcción; la categoría de subjetividad nos proporciona elementos -históricos, simbólicos, afectivos y perceptivos- para explorar y reconocer diferentes formas de vivir y experimentar los espacios urbanos, las cuales forman parte de su constitución y reproducción.
Para Ovidio Delgado (2003) las categorías subjetivas que permitan priorizar la
experiencia de quien vive la situación, abren la posibilidad de un análisis profundo de las nuevas dinámicas urbanas. Las cuales, integran una diversificación y complejización de causas, que pueden ser analizadas desde enfoques que integren la subjetividad, como campo de problematización. Para el autor, “el estudio o descripción de los fenómenos requiere que las cosas se describan tal como las experimentan las personas en la vida cotidiana, es decir, como las ven, las oyen, las sienten, las palpan, las huelen, las recuerdan o las imaginan” (p.105).
Autores como (Capote, 1999: 3) destacan que la realidad social “tiene un componente constitutivo que incluye a las personas de manera integral”, es decir, se presupone su existencia material y su interioridad. Las acciones de los sujetos, por lo tanto, están acompañadas de referentes personales, y condicionamientos internos que se incorporan a la realidad.
Lo anterior pone de manifiesto la relación dialéctica entre objetividad y subjetividad. El comportamiento de las personas no depende solo de la posición social objetiva, sino que es la síntesis de ésta con elementos internos de los individuos. (Capote, 1999).
La subjetividad se ha definido desde diferentes posiciones disciplinarias y teóricas. Dentro de la literatura, pueden encontrarse autores que concuerdan en situar la categoría de lo subjetivo con un carácter activo o emancipador. De ahí, se puede citar a Boaventura de Sousa Santos (1994: 123) quien la define como “espacio de las diferencias individuales, de la autonomía y la libertad que se levantan contra formas opresivas que van más allá de la producción y tocan lo personal, lo social y lo cultural”.
Este posicionamiento retoma al sujeto no sólo como observador pasivo de las transformaciones urbanas, sino como ser activo que construye con sus prácticas cotidianas, la ciudad que quiere vivir. Dicta los principios y valores de las mismas, crea sus propias maneras para usar y apropiarse del espacio urbano, al tiempo que se organiza de manera alternativa para trascender como colectividad.
A lo anterior, Alfonso Torres (2006), agrega que la subjetividad cumple funciones cognitivas, ya que se vuelve un referente para la construcción de realidad; es práctica pues a partir de ella, las personas orientan y conforman su experiencia. Y finalmente es identitaria, ya que crea sentido de pertenencia a nivel individual y colectivo. Es decir, la subjetividad no se limita a lo que siente y experimenta el individuo, forma parte de procesos más vastos insertos en contextos históricos y sociales determinados.
De tal forma que la subjetividad como categoría interpretativa nos remite a:
un conjunto de instancias y procesos de producción de sentido, a través de las cuales los individuos y los colectivos sociales construyen y actúan sobre la realidad, a la vez que son constituidos como tales. Involucra un conjunto de normas, valores, creencias, lenguajes y formas de aprehender el mundo, conscientes e inconscientes, cognitivas, emocionales, volitivas y eróticas, desde los cuales los sujetos elaboran su experiencia existencial y sus sentidos de vida (Torres, 2000: 8).
La dimensión subjetiva requiere ser situada como un proceso en constante movimiento, en el que se requiere “reconocer su carácter de producente y de producida” (Torres 2006:93). Es decir, la subjetividad al ser conformada por dinamismos sociales, históricos y culturales que la determinan y condicionan, permite al mismo tiempo, transformar y construir tales procesos (Torres, 2006).
En el mismo sentido, Gramsci (1972) menciona que los sujetos están insertos en procesos históricos y muchas veces hegemónicos, pero al tiempo de esto, tienen la posibilidad a partir de cuestionar las formas de significación dominante, formar parte de procesos alternativos, contra hegemónicos. Estos ámbitos, construyen procesos de creación colectiva, los cuales son atravesados por elementos subjetivos.
Cerda y Barroso (2011: 57) en su trabajo sobre autonomía y organizaciones sociales autogestivas, mencionan que los procesos de construcción hegemónica y contra hegemónica, han de ser pensados como ámbitos de creación de la subjetividad, entendida ésta como procesos de creación colectiva de sentido, como entrecruzamiento de diversos procesos de subjetivación, a partir de lo cual se hace necesario considerar al sujeto con capacidad de agencia y situado históricamente”.
Si hablamos del estudio de la ciudad, pero de su estudio cercano, es decir de aquel que considera a los habitantes y sus colectivos o grupos como productores y reproductores de la cultura urbana; como constructores activos y participativos de lo que se llama ciudad. La categoría subjetiva concede recuperar información con matices y relieves, propia de la heterogeneidad que compone la ciudad. Observar desde lo subjetivo, los mecanismos que la
producen y reproducen. Para lo anterior, es pertinente analizar sus pequeños espacios, las especificidades de los grupos que día a día con sus acciones la construyen le dan vida y sentido. Se requiere abrir la perspectiva, es decir tomar en cuenta y observar “los espacios acotados desde los cuales puedan mirarse algunas de las formas en que la ciudad es experimentada, vivida, interpretada.” (Guzik, 2016: 2).
Las acciones, usos, significados, percepciones, reglas, prácticas y habilidades que permiten construir una nueva relación con el espacio urbano y apropiarse de él, son elementos que se ven condicionados por múltiples y complejos factores, aspectos externos, como los derivados del contexto socio cultural y las políticas urbanas que diseñan físicamente el espacio y establecen la forma de gestionarlo; y aspectos subjetivos que tiene que ver con la experiencia individual del sujeto.
En un contexto en donde impera la privatización y comercialización del espacio, emergen un sinfín de reivindicaciones a diferentes escalas y ámbitos proponen activamente en oposición al modelo impuesto. Estas prácticas reivindicativas deambulan en temas muy específicos que superan los satisfactores públicos básicos (Soja, 1999) y apuntan hacia la apropiación, uso y gestión del espacio en la ciudad.
En este sentido, la agricultura en la ciudad, puede entenderse como procesos alternativos para usar y gestionar el espacio. Como prácticas que ejercen un poder contestatario a través del espacio; espacio como causa y protagonista de acciones que resisten ante una forma de urbanización hegemónica que privilegia la mercantilización del mismo.
Estos procesos configuran a través de sus prácticas nuevas formas de participación e incidencia en la producción social del espacio de la ciudad. Las cuales es pertinente analizarlas desde dimensiones subjetivas que permitan entender su impacto en la construcción de nuevas utopías e imaginarios de la ciudad. Permite, también entender cómo se desarrolla el proceso para materializarlas en lo colectivo.
La autora Jarehd Caporal en su tesis doctoral sobre los huertos urbanos en municipios de Puebla, nos menciona que
Mediante la práctica de la Agricultura Urbana los sujetos van expresando su imaginario de ciudad que tienen, mediante la modificación de espacios se demuestra que hay formas de
apropiarse de la misma y de construir proyectos de futuros alternativos, donde se puede vivir la oportunidad de tener una identidad, (2017:175)
La construcción de modelos analíticos de que expongan la complejidad de los procesos de autogestión involucra rescatar factores estructurales como elementos constituyentes. En este sentido, Torres argumenta que es necesario comprender tensiones y conflictos que dan origen a estas dinámicas así como “los actores que las conforman y que se forman en ellas, los repertorios de organización y movilización, así como de sus incidencias sociales y políticas, deben considerar las intenciones, motivaciones y sentidos que las orientan, la experiencia compartida y sentido común que generan, las ideas y valores que asumen, así como de los imaginarios culturales y utopías que las nutren” (Torres, 2006:67).
En ese sentido, hacer énfasis en el análisis desde la subjetividad nos proporciona un ampliar nuestro entendimiento sobre el proceso los actores que confluyen, (y cómo lo hacen) la búsqueda de alternativas, la creación de mecanismos, la transferencia de información, aprendizajes y construcción de redes, la incidencia, pero también lo simbólico y procesos locales de apropiación y gestión que conforman dinámicas más amplias que se entretejen para crear utopías del espacio urbano. Utopía entendida como un proceso.
Edna Vega (2016) en su trabajo sobre la incidencia de la acción colectiva en la construcción de la utopía de la vivienda, cita a Karl Mannhein (1993) quien plantea que las utopías se refieren a “un orden complejo que tienden a determinar actividades cuyo objeto es cambiar el orden vigente”.
La utopía entonces, no es un discurso de lo posible, es una voluntad que permite actuar, crear alternativas para transformar la ciudad. Vega rescata de la visión de Mannheim tres elementos fundamentales: “a) la problemática social (la necesidad no cubierta que se expresa en deseos), b) la búsqueda de mecanismos para transformarla basada en c) la intencionalidad del cambio basada en la acción colectiva” (2016: 20).
Las dimensiones de construcción de utopía está integrada de aspectos subjetivos como valores, principios o aspiraciones comunes de determinado colectivo o grupo, que comparten su experiencia y pueden actuar en conjunto, en este caso prácticas de autogestión del espacio urbano, como los huertos urbanos.
La subjetividad explora dentro de los estudios sociales las construcciones simbólicas e imaginarias, que el positivismo ha identificado como conocimiento no racionalista, pero que inevitablemente tienen relación con lo social. En este sentido, convergen elementos como las representaciones sociales, las creencias, las emociones, voluntades y expectativas que pueden ser vinculantes con la alteridad, proporcionan sentido y trascendencia a las prácticas de los individuos y conforman colectividades.
En el siguiente apartado, planteo algunas cuestiones de la agricultura urbana que me parecen pertinentes mencionar y que van en función del objetivo de este artículo. Sin embargo, es necesario aclarar que es un apartado muy escueto en comparación a todos los ámbitos a los que se pueda relacionar la agricultura urbana.
Hasta la llegada del proceso de industrialización en las ciudades, la agricultura formaba parte de las actividades urbanas. El acceso a la energía posibilitó un aumento en los procesos de urbanización, transporte y expansión de mercados, provocando una falsa autonomía del suministro de alimentos de producción local. De esta forma, la ciudad industrial desplazó las actividades económicas tradicionales basadas en la agricultura, fuera del entorno urbano.
Los primeros huertos urbanos, proliferaron por Europa a principios del siglo XX y surgieron por necesidad de producir alimentos durante las guerras. Los huertos pretendían ser una medida asistencial que prometía mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora y permitía la producción local de alimentos.
Es en los años sesenta con el surgimiento de los movimientos contraculturales, que los huertos urbanos empiezan a expandirse en distintas partes del mundo. Las personas involucradas empezaron a organizarse y crear asociaciones para recuperar espacios y liderar huertos urbanos cuyas funciones rebasaron la producción local de alimentos y pretendían beneficios sociales, de integración y educación medioambiental.
Actualmente, la Agricultura Urbana es un concepto complejo que de manera cada más persistente se instaura en las ciudades. Ya sea por iniciativa gubernamental, práctica tradicional arraigada, militancia medioambiental, o como alternativa a la forma de vida, consumo y alimentación que nos ofrece la ciudad neoliberal; puede observarse un florecimiento en las
iniciativas que con distintas causas y motivos persiguen utilizar espacios urbanos para actividades relacionadas con el cultivo.
Durante la última década la Agricultura Urbana ha ganado un espacio en el marco de los debates estratégicos sobre la relación ciudad-naturaleza, la producción local y orgánica de alimentos, la salud, el medio ambiente, la recreación y la planeación urbana. En coherencia, los gobiernos --bajo la premisa de la ciudad sustentable, la seguridad alimentaria y la gobernanza local-- han avanzado en el desarrollo de un marco legal que pretende fortalecer las prácticas de agricultura urbana, motivando su multiplicación y perennidad. Sin embargo, este hecho ha provocado que, mediante distintos mecanismos se institucionalice la organización colectiva para la ocupación de espacios, impactando en la configuración, participación, objetivos y sobre todo en la creación de diversas formas de colaboración entre actores y sistemas emergentes de autogestión.
De acuerdo con Morán y Hernández, “los momentos de mayor auge de la agricultura urbana están ligados a crisis económicas y energéticas, que obligan a recurrir a ella para asegurar el autoabastecimiento” (2011:1). Los autores argumentan que el florecimiento de las actividades agrícolas sugiere que en contextos particulares –de crisis- tanto las políticas como particulares usan los recursos disponibles para implementar actividades de cultivo.
Las diferentes formas que se expresa la agricultura en la ciudad es basta, pueden encontrarse huertos con diferentes fines y alcances. Asimismo, las dimensiones del concepto atraviesan distintas disciplinas y perspectivas que permiten su estudio desde distintas aristas.
El apartado a continuación, explora sobre los procesos autogestivos de apropiación del espacio urbano, haciendo énfasis en los huertos urbanos. Específicamente, se realiza una primera lectura analítica a partir de información de los primeros acercamientos a espacios dedicados a prácticas en relación con la agricultura en las ciudades de París y México, principalmente en las zonas centrales de ambas urbes durante el periodo de 2015-2017. Estas visitas comprenden algunas entrevistas y pláticas informales a personas que asisten regularmente a estos espacios, así como a encargados del mismo. Integra también la investigación etnográfica sobre eventos realizados en los huertos urbanos tales como encuentros, talleres y asambleas.
El análisis de lo subjetivo en los procesos de autogestión tiene el desafío de contar con una metodología que permita valorar la experiencia de la persona, así como el impacto que puede
generar en la colectividad y su trascendencia en acciones. Específicamente, el artículo retoma los testimonios de las personas involucradas como mecanismos que permiten integrar el sentido y significado que los sujetos asignan a sus prácticas para comprender las acciones que buscan resistir y transformar la convivencia en la ciudad.
La intensión entonces es situar en los testimonios de las personas sobre la significación del espacio urbano como el eje central de su experiencia cotidiana, permite identificar elementos simbólicos, percepciones, sentires, obstáculos, motivaciones y otros procesos personales y del contexto en el que se insertan, a fines de explicar este fenómeno desde una visión complementaria. Los testimonios pueden ser valorados en tanto aportaciones a la cultura de la ciudad y a una dinámica urbana actual que se retroalimenta con las mismas acciones cotidianas que motiva.
Las transformaciones en las ciudades provocadas por el sistema neoliberal y la globalización han abarcado la creación de nuevas políticas y formas de gestión urbana que prioriza la privatización de espacios y servicios básicos. Para Janoschka (2002) este tipo de gestión impacta en la elaboración de políticas urbanas fuertemente influenciadas por la administración privada y capitalista.
La urbanización consecuencia del sistema neoliberal ha jerarquizado, privatizado y segregado el espacio en las ciudades. Para Gilberto Giménez (1999, p.p.9) “la territorialidad resulta indisociable de las relaciones de poder”, es decir que será “producido, regulado y protegido” en interés a los grupos más dominantes.
Esta situación ha tomado dimensiones planetarias y en revancha, un sinfín de reivindicaciones a diferentes escalas y ámbitos proponen activamente en oposición al modelo impuesto, rescatar los espacios urbanos y en vinculación efectiva con los habitantes. Estas prácticas reivindicativas deambulan en temas muy específicos que superan los satisfactores públicos básicos (Soja, 1999) y apuntan hacia la apropiación del espacio en la ciudad. Espacios deteriorados, en desuso y degradados que gracias a estas iniciativas pueden recuperarse y transformarse.
Las experiencias de gestión en huertos urbanos dan protagonismo a las colectividades quienes arraigados a contextos locales buscan alternativas referentes a la gestión democrática y no mercantil del espacio, a la construcción de nuevas formas de aprendizaje y colaboración; al mejoramiento de la calidad de vida en la ciudad y sobre todo a un uso del espacio que favorezca la producción social del mismo.
Estas iniciativas de tendencia global que se manifiestan e influencian materialmente en lo local, accionan para encontrar mecanismos que favorezcan abrir espacios de expresión de voluntades colectivas y resuelvan los conflictos que el proceso conlleva. Resulta pertinente retomar a Saskia Sassen (2010) quien menciona que las acciones localizadas de las redes globales de activistas “son esenciales, por más universales o mundiales que sean los objetivos de las diversas luchas”. Es decir que, para su configuración, están apoyadas e impulsadas por las organizaciones, colectivos y causas locales. Es así que hay una fuerte actividad por parte de los individuos, los espacios locales no esperan pasivos los impactos de la era global; todo lo contrario; activan la dinámica de los espacios próximos. La emergencia de nuevos valores, emociones y acciones que se materializan en la ciudad y dan cabida a la reproducción de prácticas híbridas que resignifican el espacio (Massey, 2013).
No sólo disputan los espacios urbanos en donde se desenvuelven, sino que también los re- significan, siendo un ejercicio práctico y simbólico a la vez. Esta es quizás la razón por la cual no es posible hablar de una ciudad en concreto e impuesta desde arriba, ya que, si bien mecanismos de poder como la segregación socio espacial existen y se desenvuelven a diario, estos son re- significados por los subalternos produciéndose así una respuesta desde abajo a las condiciones de vida impuestas. (Ansaldo, Minaya, Mérida, s.f).
En ciudades cada vez más globales, expuestas a intensas dinámicas por parte del Estado y el mercado es difícil concretarse la movilización de los sujetos urbanos. Es complejo también analizar las circunstancias y la significación de implicarse y participar en el desarrollo de la ciudad.
Para Luis de Romero los huertos urbanos pueden considerarse como parte de proyectos de territorialización alternativa desde la ciudadanía que reivindican un retorno a los comunes, es decir, a la creación de prácticas urbanas comunitarias o locales más allá de la tutela del Estado y el sector privado en distintas esferas de la vida, (2016:6).
Estos procesos enfatizan la participación, la apropiación espacial, la cohesión social y la corresponsabilidad de los actores que convergen en el territorio; sin estar exentos de contradicciones, conflictos e impactos de factores como la institucionalización, los estilos de vida y el contexto político.
En visita a diferentes huertos en la ciudad de París, sobre todo aquellos en los distritos 19 y 20, me comentaron que muchas de las organizaciones o colectivos a cargo, no son los originarios, o los que fundaron el proyecto; debido a que al formalizarse la práctica de los huertos urbanos en la ciudad, por medio de programas, surgieron conflictos debido a la falta de relación con los objetivos propios del grupo, los procesos administrativos y la forma de organización que imponía la institución.
A esta situación, se le aúnan conflictos que tienen que ver con conflictos o comportamientos que obstaculizan las acciones del colectivo. Estos pueden referirse a la relación con otros actores, como en el caso del Huerto ubicado en Eje 1 Norte, en Ciudad de México, en donde personal de limpieza de la Delegación Cuauhtémoc, cortó las siembras de maíz que tenía un grupo de vecinos organizados de los edificios de alrededor. Los conflictos en la gestión, como en el caso de Huerto Tlatelolco, que ha atravesado momentos difíciles debido a la poca constancia de los integrantes del grupo o el huerto de Belleville, en la calle Piat, que por conflictos en la organización y diferencias en las decisiones, se terminaron proyectos.
Los procesos de autogestión en torno a la creación de un huerto urbano representan la construcción, producción o reapropiación de espacios para construir ámbitos de socialización, participación y aprendizaje en donde involucrados manejan su propia organización y mecanismos para de alcanzar un fin determinado.
En el huerto Tlatelolco y Huerto Roma Verde, en la Ciudad de México, el proceso de rescate de un espacio para la implementación de un huerto tiene muchas similitudes. El colectivo, ha tenido que adaptar sus mecanismos en función de los requerimientos institucionales, al tiempo que han explorado y llevado a cabo nuevas formas de organización y acciones que van más allá de la práctica de la agricultura. Los huertos, se han vuelto centros de aprendizaje y socialización de temas que tienen que ver con la soberanía alimentaria, el medio ambiente, la resiliencia y la participación. Tal es el caso de las actividades que Huerto Roma Verde, implementó semanas después del sismo del 19 de septiembre de 2017 en la ciudad, dirigidas, además de profundizar el
conocimiento sobre la agricultura urbana, entablar un diálogo por la reconstrucción.
En los procesos autogestivos se experimentan distintas formas de organización y pretenden ser una alternativa a los esquemas dictados por el Estado. Es así que la autogestión “como una forma de intervención en las urbes tiene relación con la participación ciudadana al considerarla como una forma de evolución de la misma”. (Arteaga, 2017:1).
En este sentido, los actores involucrados en procesos autogestivos tienen la tarea de resolver sus necesidades y aspiraciones y transformar su entorno de acuerdo a su nivel de organización y necesidades. A partir de ello, las estrategias y técnicas de intervención dependerán de las acciones a largo, mediano y corto plazo; los recursos, la creatividad y los mecanismos que el colectivo gestione.
En el caso de las prácticas de agricultura en la ciudad, encontrarán en la vida cotidiana su campo de acción, es decir donde llevarán a cabo las acciones en dirección a la idea que se quiere de ciudad. Cada actividad que se realice en la cotidianeidad tiene un sentido, y un impacto en la consolidación de alternativas. De procesos emergentes, que buscan formas distintas de relacionarnos con el espacio urbano.
Estos procesos colectivos configuran procesos de autogestión del espacio, buscando formas de organizarse, accionar y hacer redes. En este sentido, se puede citar la acción que grupos autogestivos han realizado los últimos años a través de construcción de redes de apoyo, organización de espacios de aprendizaje e intercambio, realización eventos de culturales y tianguis de economía solidaria. Lo anterior ha permitido la emergencia de nuevos mecanismos de acción que ha consolidado algunos proyectos.
En las entrevistas realizadas se puede notar una evolución en el involucramiento. de las personas en proyectos de agricultura urbana. Las personas no tienen una intención o voluntad originaria y bien definida por cambiar el mundo No siempre están consciente de ello. Es un proceso que está ligado a la experiencia que tiene en el huerto y su impacto en la forma de vivir y significar la ciudad. Lo anterior desencadena la oportunidad de reconocer y desplegar acciones individuales y colectivas.
La experiencia subjetiva al asistir al huerto es un elemento esencial para este proceso. Los testimonios de las personas sobre su experiencia en el huerto evocan lo sensorial, las emociones, las motivaciones, los recuerdos. Esta experiencia permite además confrontarse con
una realidad que no es acorde con sus necesidades, valores y expectativas.
En la mayoría de los entrevistados, existe un sentimiento de decepción ante un sistema en donde prevalecen formas de hacer deshumanizadas. Hay un cuestionamiento sobre la realidad que impera y entonces, a veces de manera poco intencional, se dan a la búsqueda de alternativas basadas en valores tales como la ética, la solidaridad y la autonomía. Estos principios pretenden construir formas de organización y prácticas que prioricen el bienestar, la salud, las relaciones sociales y el medio ambiente.
En este sentido, las personas mencionaron que no tenían conocimiento previo sobre el concepto y sus implicaciones; igualmente es un camino, un camino de ensayo y error, de práctica y creatividad, de aprendizaje constante. Es un proceso que ha permitido la organización y colaboración entre grupos diversos, pero sobre todo la emergencia de prácticas locales regidas por sus propios principios y formas de hacer.
Las iniciativas autogestivas, han podido configurar redes y espacios que promueven nuevas significaciones de “lo posible”. Promueven encuentros, construyen vínculos sociales y nuevas formas de experimentar la producción, comercialización y consumo, en donde se persigue valorar la vida de las personas.
En entrevista con Valerie Navarre coordinadora del proyecto Jardins du Béton de la Association Arfog-Lafayette, menciona que en el espacio donde se implementa un huerto urbano, comienzan a asistir personas que se sienten excluidas de la ciudad, que no encuentran un espacio. Personas de la tercera edad o migrantes, y “aunque no sea su intención, construyen un espacio de encuentro, aprendizaje y organización” (Navarre, 2015). En un principio, cuenta, iban sólo a aprender, como sembrar, después ellos solos comenzaron a socializar y organizar eventos entre todos; han podido vincularse con otros grupos del barrio para realizar reuniones en el huerto o talleres de formación sobre alguna técnica.
Otro ejemplo es el Huerto Ver-d Santa María, que inició con un grupo de personas conocidas quienes de manera autónoma se han formado en distintas áreas y han estructurado su propia organización (ahora ya cooperativa). Pretenden ser coherentes con sus principios, los cuales están ligados a formas horizontales de organización, valorización del trabajo, empatía con las situaciones personales de los miembros y una relación ética con el medio ambiente. Sin embargo, llevar a la práctica estos principios ha sido un proceso complejo lleno de obstáculos
externos e internos, por lo que la cooperativa se ha dado a la tarea de construir sus propias estrategias sin seguir una línea rígida.
Las dimensiones subjetivas se presentan como un marco explicativo a explorar las dinámicas urbanas actuales. Nos abre la posibilidad de profundizar en el proceso de recuperación, apropiación y gestión del espacio, así como en los procesos propios de la organización y actores. Nos proporciona un análisis que se desprende de la vivencia de la persona, del sentido que le dan a sus prácticas.
La subjetividad concede ampliar el conocimiento sobre las nuevas formas de apropiación del espacio público por medio de proyectos de agricultura urbana que establecen una apertura en los procesos de gestión de la ciudad, enfocando la mirada a las distintas resistencias al modelo impuesto, desde pequeños espacios localizados que representan la transformación y consientan la apropiación colectiva.
Finalmente, profundizar en estas dimensiones aporta en el entendimiento de las formas en que el espacio urbano es apropiado y gestionado por las personas; permite acercarnos y entender las formas en que las prácticas, maneras de hacer y saberes de sus habitantes, inciden en la construcción de ciudad, a la vez que nos acercamos lo que representa en términos de significación
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