Palma López María de los Angeles1
Palabras clave: movimientos sociales; dimensión emocional; MPJD.
El 28 de marzo del año 2011 fue asesinado Juan Francisco Sicilia en Temixco Morelos. Su muerte se insertó en una creciente lista de homicidios dolosos en el país, consecuencia de una estrategia fallida para combatir al narcotráfico. Según el titular de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) la muerte era producto de un enfrentamiento entre bandas criminales. Hasta entonces, el gobierno federal había definido a las ejecuciones —como la perpetrada a Juan
1 Maestra en Sociología Política por el centro de investigaciones José María Luis Mora. Actualmente doctorante en Sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Azcapotzalco. Sus líneas de investigación son: repertorios de protesta, redes organizativas, lugares de la memoria, apropiación del espacio, identidades colectivas, imaginarios sociales y procesos políticos de la protesta. Correo electrónico: lll532@hotmail.com.mx.
Francisco— como bajas colaterales1 o sujetos pertenecientes al crimen organizado, estadísticas necesarias para reestablecer el orden y la paz en el país.
¿Por qué fue relevante dicha ejecución? Juan francisco resultó ser hijo del poeta y militante Javier Sicilia. Frente a la lógica de culpabilización, Sicilia denunció que las muertes — incluyendo la de su hijo— no eran daños colaterales ni se limitaban a gente perteneciente a grupos criminales, estas eran víctimas de la militarización. Culpó a Felipe Calderón y al crimen organizado de la violencia que imperaba en el país. Y en nombre de su hijo, comenzó a darles nombre, rostro e inocencia a los muertos y desaparecidos. Acto seguido, realizó una serie de movilizaciones que dieron lugar al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD).
El cinco del mayo del 2011 Javier Sicilia emprendió una marcha de la Paloma de la Paz en Cuernavaca hacia el Zócalo de la Ciudad de México. El objetivo fue plantear a las muertes y desapariciones no como cifras estadísticas sino como sujetos que tenían nombre, rostro e historia. Durante la marcha surgieron las primeras expresiones de indignación “Ya estamos hasta la madre”, “No más sangre” y la exposición pública del dolor. Al finalizar la marcha Sicilia anunció un Pacto Nacional2 basado en seis puntos para empezar a reconstruir la justicia y la paz de la nación. Este fue “un recurso para insertar la crítica de la violencia y la noción de víctimas — opuesta a la del gobierno— en el campo de lo político” (2016:1).
Posteriormente, se realizaron dos movilizaciones en caravanas al norte y sur del país. La primera fue denominada del Consuelo y del Encuentro, esta buscó evidenciar la violencia indiscriminada como un problema nacional. Se efectuó del cuatro al diez de junio del 2011y recorrió ocho estados: Morelia, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, Saltillo, Monterrey, Torreón y Chihuahua. La segunda, tuvo por nombre Por la Paz o La Esperanza y se propuso demostrar que la violencia en el sur de México tenía un rostro distinto al norte del país: pobreza, migración, corrupción, despojo de tierras y ataques en contra de las comunidades indígenas. Se realizó entre el nueve y el diecinueve de septiembre del 2011 y se desplazó por siete estados del sureste: Cuernavaca, Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Tabasco, Veracruz y Puebla.
Las movilizaciones representaron una herramienta moral. Estas reflejaron un grito de indignación “una fuerza moral y material decidida a confrontar a la autoridad y a los responsables de la guerra” (Ameglio, 2013:31). Fueron una metodología de encuentro, Miguel Álvarez — miembro del movimiento— señaló “fue una escuela de práctica de convivencia, serenidad y
tolerancia. El sintonizarse, el escucharse y reconocer que cada caso no estaba aislado, sino que se entretejía” (2013:37). Lo anterior, fue un recurso político para insertar a la crítica la violencia, la impunidad y la noción de víctimas.
La violencia indiscriminada a todos los sectores de la población despertó indignación que Sicilia potenció para convertirla en una expresión colectiva crítica al Estado, “el dolor individual en duelo público le confirió (un) carácter político” (Maihold, 2012:190). La muerte en sí no constituyó la fuente de movilización, no obstante, la percepción de la muerte como violenta e injusta tuvo el poder de desencadenar emociones que solidarizó a gente que poco tenían en común salvo su dolor. Los discursos y las acciones realizados en cada caravana estuvieron permeados por estados emocionales como el dolor, la tristeza, el sufrimiento y la injusticia.
Considerando a Molina (2013) antes de las caravanas los familiares de las víctimas experimentaban sus emociones en el interior de sus hogares. Las movilizaciones les permitieron compartir sus experiencias de dolor frente a la de otros dolientes. En los actos de protesta se escuchaban las narrativas de terror “los hijos asesinados, los parientes secuestrados, los infantes calcinados, los hermanos muertos, los desaparecidos, los mineros sepultados en el socavón y la constante: incapacidad del estado para hacer justicia” (Vásquez, 2016:57).
El contexto de aparición del MPJD puso al descubierto múltiples fenómenos: la ausencia de un Estado de Derecho para proporcionar seguridad e impartir justicia, las consecuencias de una estrategia fallida para combatir al narcotráfico, el aumento de la violencia, y la impunidad que permeaba a todo el sistema político mexicano. Los fenómenos mencionados ya han sido punto de análisis del movimiento. Sin embargo, hay un eje que, a pesar de permear todo el MPJD y que es latente en toda su dinámica no ha sido examinado, me refiero a la incidencia de las emociones.
En los párrafos anteriores he tratado de contextualizar al movimiento a la luz de la dimensión emocional, con la finalidad de problematizar lo siguiente: Primero, para el caso del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, las emociones y los sentimientos son una herramienta fundamental para entender sus acciones, estrategias y símbolos. Segundo, a pesar de que hay una creciente aceptación de las emociones en el análisis político, su incorporación como elemento analítico en la protesta sigue siendo lento y cuestionado. Y finalmente, debido a la complejidad del fenómeno emocional, su estudio implica un reto metodológico.
Los siguientes apartados están dedicados a problematizar la relación existente entre la dimensión emocional y la protesta colectiva, desde un ámbito teórico, metodológico y poniendo al descubierto dicha relación en la experiencia del MPJD. Es importante señalar que este texto es el bosquejo de una investigación más amplia en el marco de un proyecto de doctorado en Sociología. Son algunas pinceladas del protocolo de investigación.
Durante décadas las emociones y los sentimientos han sido renegadas del análisis político. Aristóteles hace más de 2 500 años formuló la relación entre naturaleza y emoción, si bien, este no desarrolló propiamente una teoría fue pionero en discutir el tema. El análisis aristotélico cuestionó las posturas más aceptadas y polarizadas de su tiempo. Por un lado, la física consideraba a las emociones y los sentimientos fenómenos corporales. Por otro lado, los dialecticos remitían el debate al campo de lo mental. Frente a ello Aristóteles criticó que ambas posturas proporcionaban una visión parcial y planteó que las afecciones del alma —emociones y sentimientos —valor, dulzura, miedo, compasión, osadía, así como la alegría, el amor y el odio— eran corpóreas, pero al mismo tiempo, tenían un efecto en la psique3.
Por su parte, los estoicos negaron las emociones en los seres humanos. Atribuyeron la razón a los sujetos y los instintos a los animales. Rene Descartes definió a las pasiones del alma como percepciones que eran mantenidas por espíritus o animales, “cuerpos sutiles que viajaban por la sangre, que pasaban por el corazón y que propiciaban el movimiento del cuerpo” (Calderón, 2012:183). Como resultado, se estableció un dualismo entre cuerpo/mente que se magnificó en el postulado pienso luego existo. Tal dualismo, estableció una separación entre lo sucedido en el cuerpo versus la mente y catalogó a las emociones y sentimientos estados irracionales de los seres humanos. La separación repercutió en las disciplinas y sus métodos, una “disputa por el método en el siglo XIX entre las denominadas Ciencias del Espíritu o Ciencias de la Cultura, por una parte, y las Ciencias de la Naturaleza, por otra” (García y Sabido,2014:13).
Hacia 1930 y 1970 el estudio se volcó hacia un enfoque cognitivo. Este planteó que las emociones eran producto de una evaluación de los objetos o eventos en una situación particular. Se argumentó que, la evaluación estaba fundamentada por el grado de beneficio o perjuicio que otorgaba al individuo, en otros términos, si existía una valoración potencialmente favorecedora
daba origen a emociones y sentimientos positivos. En el análisis de la acción colectiva el enfoque cognitivo alimentó una perspectiva violenta y manipulable de la protesta. Influidos por Le Bon4 y Freud5 los estudiosos consideraron que las emociones en la colectividad eran disruptivas al orden social, irracionales, impulsivas, violentas e inconscientes.
Snow, Soule y Kriesi (2007) consideran que la visión cognitiva resaltó dos dimensiones extremistas. Primero, el comportamiento es activado por una descomposición, tensión o disrupción de las normas sociales. Segundo, dicho comportamiento se transfiere a través del contagio irracional, la espontaneidad y la excitación prevalentemente emocional. Así, las colectividades entraron al análisis como sujetos criminales, hostiles al orden, extravagante en pensamientos y actos. Y su estudio se concentró en describir y explicar su criminalidad que explicaba “su violencia, sus actos terroristas y sus instintos destructores” (Moscovici, 1985:101).
Como resultado, en los años sesenta los estudios sobre movimientos sociales desplazaron la dimensión subjetiva y el análisis se forjó bajo un paradigma economicista. Dicho paradigma propuso que el origen y el desarrollo de la protesta eran resultado de relaciones costo-beneficio. En otros términos, la participación de los individuos se fundamentaba en obtener la máxima ventaja. En 1970 la perspectiva teórica comenzó a reformulase, Snow, Soule, y Kriesi (2007) consideran que se dio paso a nuevas alternativas debido a que los fenómenos colectivos, las corrientes sociales y políticas cambiaron y una nueva generación de sociólogos comenzó a tratar diversas experiencias en sus trabajos.
En 1985 los académicos comenzaron a tocar investigaciones acerca de la existencia humana —tales como la guerra la paz, hombres/mujeres y vida/muerte—. “Cuestiones que tocaron los más íntimos sentidos de quiénes somos y dónde estamos, así como nuestras visiones morales de cómo actuamos en el mundo” (Jasper, 1997:2). Los movimientos feministas, ambientales y antirracista resaltaron la acción colectiva bajo “el dominio de estados emocionales intensos generados por la proximidad física: en contraste con el racional y el ordenado comportamiento que prevalecía” (Snow, Soule, y Kriesi, 2007:49).
En sintonía con Barbalet (2001) dichos movimientos contribuyeron a la importancia de las emociones en los procesos sociales y políticos. La importancia radicó, primero, lo emocional se tornó un elemento político de la investigación. Segundo, se convirtió en una instancia epistemológica, conocemos cuando sentimos. Tercero, el conocimiento emocional necesitó una
traducción para activarse como una acción transformadora. La emoción conformó “un sistema comunicativo integrado por elementos expresivos, fisiológicos, conductuales y cognitivos” (López, 2014: 265). La reflexión de las emociones admitió ubicarlas en el análisis político como elementos significantes en “la constitución de las relaciones sociales, las instituciones y los procesos” (Barbalet, 2001:9).
Así pues, los académicos comenzaron a poner atención en cómo emociones y sentimientos influían en el individuo y en la colectividad; en el flujo de las interacciones; en la construcción de memorias emocionales; en la edificación de símbolos culturales; en el mantenimiento o la transformación de las estructuras sociales y culturales; y cómo dichas estructuras constreñían la experiencia y la expresión emocional. Turner y Stets (2005) consideran que fue la sociología quien introdujo una serie de elementos que el estudio racional de la acción no apreció: (1) La activación biológica del sistema corporal; (2) La construcción cultural de las definiciones y los contrastes en que las emociones pueden ser experimentadas y expresadas en una situación; (3) La aplicación de las etiquetas lingüísticas provocadas por la cultura; (4) La expresión a través de gestos, voz y elementos paralingüísticos; y (5) La percepción y evaluación de objetos, situaciones o eventos.
Aunque, el campo emocional se tornó como un elemento analítico de la acción colectiva, los estudios continúan acudiendo a un enfoque estándar: la perspectiva de movilización de recursos, estructuras de oportunidad política, redes, encuadre, identidades, subculturas. La mayoría de los estudiosos recurren a las grandes figuras de los movimientos sociales Charles Tilly, Mayer Zald, John McCarthy, Doug McAdam, Myra Marx Ferree, William A. Gamson, Sidney Tarrow, David A. Snow, Robert D. Benford, Verta Taylor, Nancy Whittier, Alberto Melucci y Alain Touraine— sin adentrarse a las nuevas perspectivas de investigación, tal como, la dimensión emocional.
La centralidad en la racionalidad y la institucionalización de la acción no ha logrado reconocer que los conflictos, las decisiones y actuaciones colectivas contenciosas están significativamente cargados de emociones y sentimientos. Eyerman (2005) señala que los movimientos sociales no se articulan únicamente por un conjunto de organizaciones y/o redes, sino también, por estructuras de sentimientos y sensibilidades que organizan su mundo de vida.
¿Cómo se relaciona la dimensión emocional de la protesta con elementos estructurales, por
ejemplo, la estructura de oportunidades políticas, las redes, los repertorios, etc.? ¿Cómo incide la dimensión emocional en la consolidación o articulación de los movimientos sociales? ¿De qué manera las emociones y los sentimientos transforman a los militantes y las audiencias? Son algunas interrogantes que han sido poco analizadas.
James Jasper (2012) —el principal precursor del análisis emocional en los movimientos sociales— considera que emociones y sentimientos están presentes en todas las fases y momentos de la protesta “motivan a los individuos, se generan en la multitud, se expresan retóricamente y dan forma a los objetos manifiestos y latentes en los movimientos” (Jasper, 2012: 49). Cruz (2012) argumenta que estas explican dos niveles de la movilización. Por un lado, funcionan como estímulos para la acción. Por otro lado, son fundamentales para la identidad y la cohesión del colectivo. En este sentido, las emociones no se producen en el plano individual, sino que se configuran en el orden social, son “resultados reales, anticipados, recolectados o imaginados de las relaciones sociales, y por eso identifica características estructurales de los movimientos sociales” (Cruz, 2012:66). Poma y Gravante (2013) señalan que la dimensión emocional es un elemento racional de la protesta:
Tienen una dirección hacia un objeto, este objeto tiene a su vez una intencionalidad emocional, estas dos caras hacen que las emociones no sean impulsos corporales, sino que estas estén ligadas a marcos culturales y sociales y que de forma directa aporta a la toma de decisiones e influyen en los procesos argumentativos y deliberativos de la acción (Poma y Gravante, 2013:39).
También, funcionan como un recurso para adherir simpatizantes y lograr la aceptación de la audiencia. Siguiendo a Jasper, si bien han comenzado a aparecer un flujo de artículos y libros en torno a la relación emoción-movimiento social, debemos reconocer que el campo se ha visto restringido. Las restricciones se observan en lo siguiente:
Los estudios suelen centrarse en las emociones que colaboran con la protesta. Se deja de lado aquellas que perjudican o que no son detonadoras de movilización.
Los términos emocionales (tales como la ira, el miedo, la rabia, sólo por mencionar algunos) son utilizados de forma intacta y referencial. Es decir, se utilizan como una
especie de sinónimos y describen una situación psicológica. Se necesita hacer distinciones analíticas y contextualizarlas en el campo social.
Los analistas tienden a unificar los sentires cuando emociones y sentimientos son construcciones culturales, por ello su significado y la forma de expresarlos pude variar.
En los estudios persiste una tendencia a identificar y polarizar emociones positivas o negativas. Debemos pasar de una clasificación a un análisis dinámico de las emociones.
El punto dominante en el análisis emocional y los movimientos es aquel en que se ve a las emociones como etiquetas para estados psicológicos, dejando de lado su dinámica política.
Por todo lo anterior, el estudio de las emociones es una línea de investigación pendiente en el análisis político de la acción colectiva. Es necesario ampliar el campo de estudio y reflexionar sus aportes, límites y contrastes a la luz del fenómeno empírico.
La separación establecida entre cuerpo versus mente ha repercutido en la manera de abordar las emociones y sentimientos. Su estudio se ha fraguado en las dicotomías micro-macro, actor- sistema, agencia-estructura. Por un lado, la Teoría de Redes desde una visión racional subraya que la generación de emociones y sentimientos positivos está relacionada con la estratificación social en la que se encuentra el colectivo. Es decir, un alto poder y status permite conformar emociones positivas e intensas —por ejemplo, felicidad, confianza, lealtad y solidaridad— que en consecuencia dan lugar a la generación de redes densas.
Por otro lado, lo emocional es examinado a través de un enfoque cultural y micro de la protesta. Se insiste que la conformación de emociones y sentimientos está relacionada con una alteración a nivel psique del individuo, pero al mismo tiempo de condiciones culturales. Esto es, los actores cuentan con un vocabulario afectivo que les admite de manera concreta nombrar, sentir y expresar emociones y sentimientos. Esta perspectiva es la más utilizada en estudio de los movimientos sociales. No obstante, los estudios suelen caracterizarse por ser descriptivos y reducir a la dimensión emocional como “positiva” o “negativa”. No se profundiza su incidencia en la dinámica de la protesta — estrategias políticas, toma de decisiones, marcos culturales y procesos deliberativos— y sus consecuencias biográficas.
Ninguno de los enfoques es erróneo, cada uno de ellos centra su atención en una óptica del fenómeno. Sin embargo, la dualidad sujeto-estructura no permite obtener una mirada más amplia y compleja. Se sigue apostando a una sola aproximación teórica -metodológica privilegiando ya sea la óptica del actor o de la estructura. Como resultado, existe una dificultad en el estudio de la protesta para asociar a los sujetos con procesos más amplios de la estructura social. “Los fenómenos y los problemas son muy complejos y no pueden ser explicados ya por formulas simplificadoras” (Alonso, 2013:68).
Frente a dicha polarización, considero establecer una conexión entre los actores y la estructura, tratando de explorar puntos de convergencia. Como una manera de romper la dicotomía, se reflexiona a la protesta como un proceso relacional e histórico. En otros términos, como un fenómeno que se ubica en una delimitación de tiempo y espacio, en donde convergen ciertos actores y determinadas estructuras. La acción colectiva no puede entenderse sin una referencia a las estructuras sociales ni tampoco con la ausencia de la subjetividad que la valida, la significa y la transforma.
Considerando a Retamozo (2009) existe un doble carácter en la relación estructura-acción, ya que, los actores encuentran su existencia en el orden social, pero al mismo tiempo, estos influyen en las estructuras para transformarlas. Esto significa que no existe fenómeno social que converja en una sola dimensión, ya sea, el de la agencia o la estructura. Lo anterior, no implica tomar una postura relativista que involucre tomar cualquier teoría o metodología. Antes bien, se trata de tomar una postura crítica que permita hacer un dialogo con el fenómeno en estudio. Implica precisar específicamente a las estructuras que inciden en aquellos niveles de subjetividad de los actores y cómo estos últimos transforman en niveles distintos a las propias estructuras. Esto permite no caer en el error de generalizar, sino de especificar los casos y las dimensiones históricas.
Sin caer en eclecticismos ni extremos, apuesto por una integración critica capaz de proporcionar puntos de convergencia y al mismo tiempo límites y contrastes. No se trata de “sumar categorías sino de reconstruir perspectivas pertinentes de acuerdo al problema de investigación, ateniendo a la coherencia y potencialidad del andamiaje elaborado” (Retamozo, 2009:116). Esto implica precisar específicamente a las estructuras que inciden en aquellos niveles de subjetividad de los actores y cómo estos últimos transforman en niveles distintos a las propias
estructuras. Esto permite no caer en el error de generalizar, sino de especificar los casos y las dimensiones históricas.
Otro de los problemas al abordar el tema de las emociones y los sentimientos es su conceptualización. Debido a su complejidad no existen definiciones absolutas, entonces, ¿cómo definirlas? De manera general, existe una división entre emoción y sentimiento. Por el primero se entiende reacciones corpóreas a estímulos externos de corta duración6. Mientras que, por lo segundo se hace referencia a sentires de larga duración y culturalmente codificados, secuelas profundas del dolor y placer7. Frente a dicha distinción, opto por retomar el concepto de dimensión afectiva.
Esta última, es una propuesta de Calderón (2012) y hace alusión de manera amplia a las emociones, pasiones, afectos y sentimientos que inciden en actos, prácticas, comportamientos, discursos y representaciones, y que al mismo tiempo están constituidos por la estructura social y cultural. A diferencia de otras conceptualizaciones que guían su significación bajo elementos positivos/negativos, emociones primarias/ emociones secundarias/ y/o reflejas/reflexivas/ corporales, que permiten únicamente un encasillamiento8, la propuesta de Calderón (2012) consiste en relacionar lo micro y lo macro y sus incidencias simultáneas. Como bien señala Della Porta (2002) los conceptos no son falsos ni verdaderos o más o menos útiles, simplemente hay algunos que nos permiten desplazarnos con mayor amplitud al fenómeno de estudio.
Como resultado, no existen formas acabadas en el análisis de los movimientos sociales y su relación con las emociones –sentimientos. La complejidad de dicha relación nos obliga a realizar un esfuerzo por elaborar marcos analíticos creativos y complejos.
En párrafos anteriores he tratado de argumentar la tarea teórica y metodológica al examinar la dimensión emocional en los movimientos sociales. Mi interés por profundizar en dicha dimensión
—en el marco de una investigación de posgrado— radica en la peculiaridad y complejidad del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Si bien las emociones están presentes en todos los movimientos sociales, no todos las utilizan como una estrategia política y simbólica de la protesta. En el MPJD la dimensión emocional fue esencial para la valoración de un contexto, la
creación de identidades y el repertorio de protesta.
A continuación, bosquejo algunas reflexiones que permiten ubicar al MPJD en el estudio de lo emocional. Primero, el contexto de aparición del movimiento exaltó cierta cultura emocional, es decir, coexistieron ciertas condiciones que influyeron en el tipo de emociones a sentir y las formas de expresarlas. Los participantes realizaron un reconocimiento de agravios y la urgente necesidad de emprender procesos de lucha colectiva para hacer justicia. La exposición del miedo, el duelo y el dolor por parte del líder del movimiento Javier Sicilia, se transmutó en indignación que se fincó en la necesidad de un reconocimiento y una reparación moral. Los sentimientos mencionados crearon estados de ánimos afines a la acción, puesto que, su exaltación en el espacio público fue una forma de encarar la perdida y evocar a la justicia y la dignidad. Esto fue esencial para que diversa población — víctimas directas, estudiantes, académicos, organizaciones, amas de casa, campesinos, indígenas, periodistas etc. — se incorporaran a la movilización.
Segundo, la dimensión emocional fue un recurso básico de comunicación con actores que se encontraban en una situación similar y con las audiencias. La expresión de sentimientos considerados privados en la esfera pública, como el dolor y la perdida, resultó ser un detonante para la creación de identidad. En los actos de protesta los participantes compartieron sus casos de desaparición, homicidio, secuestro, hurto y/o corrupción, se dio un proceso de catarsis social que les permitió sintonizarse como víctimas y señalar a sus victimarios. Tercero, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad utilizó un peculiar repertorio de protesta cargado significativamente de emociones y sentimientos. Con regularidad los movimientos se desplazan de la periferia hacia el centro político, económico y simbólico del país —el Zócalo de la Ciudad de México— con la finalidad de hacer presentes sus demandas y obtener aliados potenciales. No obstante, bajo una dinámica política y simbólica el MPJD se movilizó de manera contraria. En dos caravanas partió del Zócalo capitalino hacia los lugares más lacerados por el dolor, la injusticia y la impunidad producto del crimen organizado, la estrategia para combatirlo y/o la inoperancia del Estado para hacerle frente a las distintas problemáticas del país, por ejemplo, la corrupción, el despojo de tierras, la migración y la pobreza.
En relación a lo anterior, el perfil de líder principal —Javier Sicilia— incidió en el empleo de un repertorio poco convencional en la protesta. Las influencias cristianas y su formación
intelectual de la no violencia de dicho líder se plasmaron en las acciones del MPJD. Retomando un texto que realice en 2014, el repertorio convergió en dos direcciones: el cristianismo y la doctrina de la no violencia. Por un lado, se realizaron minutos de silencio, construcción de altares, vigilias y celebración de misas. Por otro lado, emplearon mítines, marchas en silencio, manifestaciones con vestimenta color blanco, utilización de poesía, repartición de besos y abrazos. Así como performances políticos y la denuncia con carteles y mantas. Los repertorios exaltaron la dimensión emocional de los participantes, a través de estos los agraviados lloraron, se abrazaron, se consolaron, reflexionaron, al mismo tiempo, criticaron la situación política y trataron de plantear soluciones a su situación.
Ligado al tema de líder, este ejerció una dominación —entendida en términos weberianos como la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato determinado— de tipo carismático. Javier Sicilia realizó un proceso de comunicación de tipo emotivo, se caracterizó por evidenciar y compartir sus emociones, lloró con sus dolientes y los abrazó en muestra de entendimiento y solidaridad. A través de su discurso invitó a 1) mostrar el dolor públicamente, 2) no desear que la violencia se incrementara y 3) señalar a los responsables del sufrimiento. A través de su emotividad logró que actores con historias similares a la suya se identificaran y se sumaran al movimiento. Lo anterior produjo un vínculo íntimo entre el líder y los simpatizantes que no estuvo mediado por ninguna remuneración económica o por algún tipo de clientelismo.
Incorporar el análisis de lo emocional en la protesta es importante para ahondar en la cultura política de los movimientos sociales y mirar hacia nuevos enfoques. En el análisis general, sigue persistiendo la perspectiva racional de la acción colectiva desde la teoría de oportunidades políticas, movilización de recursos y/o la teoría de la elección racional, sin considerar y reflexionar la dimensión emocional.
Si bien, con el paso de los años han crecido las perspectivas analíticas para abordar emociones, sentimientos, afectos y pasiones en el análisis sociológico, sigue persistiendo la dificultad para conceptualizarlas y para trasladar su estudio al ámbito empírico. Los estudiosos de los movimientos sociales deben recuperar lo emocional como elemento incidente en la protesta colectiva, para complejizar el fenómeno colectivo. Una de las primeras tareas es superar la visión
que lo caracteriza como un dispositivo irracional, generador de violencia y de sumisión de masas. En el caso particular del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad la dimensión emocional cobró una vital importancia. La exposición emocional fue un mecanismo político para presionar e incidir en la política institucional, puesto que, la estrategia para recoger y visibilizar los casos llamó la atención de la opinión pública y presionó al presidente en turno —Felipe Calderón— a entablar un proceso deliberativo. Es decir, se inició un proceso de intercambio, colaboración y acción en el que diversos actores —el ejecutivo, las víctimas y organizaciones de la sociedad civil— a través del dialogo discutieron las consecuencias del combate a la
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Notas
1 Daños no intencionados o daños accidentados a construcciones o/y personas producto de acciones militares dirigidas a blancos enemigos
2 El Pacto giró en torno a seis puntos: 1) Verdad y justicia, 2) Poner fin a la estrategia de guerra y asumir un enfoque de seguridad ciudadana, 3) Combatir la corrupción y la impunidad, 4) Combatir la raíz económica y las ganancias del crimen, 5) Atención de emergencia a la juventud y acciones efectivas de recuperación del tejido social, y 6) Democracia participativa y democratización en los medios de comunicación.
3 En Ética nicomaquea, las emociones se definen básicamente como afecciones acompañadas de placer o dolor.
4 El psicólogo francés Gustave Le Bon fue uno de los primeros científicos en admitir que los seres
humanos en grandes colectividades están dotados de pensamientos y sentimientos primitivos, disruptivos
al orden social. Le Bon (2000) argumentó que los individuos en masa adquieren una especie de alma colectiva que les permite comportarse de un modo distinto de cómo lo harían de forma individual.
5 Freud planteó que en la colectividad hay una intensificación de los afectos. Estos últimos, están relacionados con la libido, es decir, hay una especie existe una energía de tipo sexual desviada hacia la colectividad que les permite estar unidos y actor de manera irracional y violenta.
6 Se considera cinco emociones básicas: miedo, alegría, tristeza, enojo y afecto.
7 Tales como indignación, melancolía, rabia, vergüenza, felicidad y cólera.
8 Las perspectivas teóricas más sobresalientes son: la cultural, la interaccionista, sobre la identidad, del intercambio, estructurales, de la evolución y la de atribución de responsabilidades.