Arcelia Esther Paz Padilla1
Palabras clave: Lesbianismo; feminismo; experiencia; identidad; Guadalajara
A continuación, se presentan algunos avances realizados al regreso de lo que en CIESAS Occidente se considera el periodo de pre-campo, específicamente los meses de mayo-agosto 2017. Lo que se ha intentado es reestructurar los planteamientos base de la propuesta doctoral con el conocimiento obtenido de manera empírica durante este acercamiento a campo. Esta no es una corrección de la última versión existente del protocolo, sino posibles anexos al mismo;
1 Maestra en Ciencias de la Salud Ambiental, estudiante de doctorado en Ciencias Sociales, CIESAS Occidente, cultura e identidades sociales, arcelia.paz@gmail.com.
específicamente aportes teóricos, trabajos que abonen al estado del arte, un acercamiento a las estrategias metodológicas utilizadas, y algunos resultados preliminares. En el plano de lo ideal, este ejercicio refleja una mejor organización del material recabado durante el trabajo de campo, así como una mayor claridad en lo que el lesbianismo feminista ofrece a la interpretación de la experiencia lésbica en el occidente de México de la segunda mitad del siglo XX a la fecha.
Vivir como e identificarse como lesbiana en 2017 no es lo mismo que hacerlo en 1980, y lo que propongo en este trabajo es explorar las diferencias generacionales presentes en la experiencia lésbica de mujeres nacidas en diferentes momentos históricos. La creciente aceptación de la homosexualidad hace que llegue a olvidarse que este no siempre ha sido el caso, “no debemos olvidar que esta normalización de la homosexualidad es en realidad revolucionaria” (Castañeda, 2014:12). ¿Cómo ha sido el proceso de visibilidad lésbica? ¿Qué sucesos han resultado paradigmáticos en la construcción social de la identidad lésbica? Frente a esta tensión social, me cuestiono cómo hacen frente las mujeres lesbianas ante un sistema que busca “la conservación de un orden sociosexual que se ha mantenido por años en nuestras sociedades latinoamericanas” (Collignon Goribar, 2011:136), un orden que limita y controla la expresión de su sexualidad.
Es importante notar que la homosexualidad masculina y la femenina – aunque compañeros de trinchera desde la resistencia y los movimientos organizados – no son iguales, ya que el hombre gay sigue siendo beneficiario de la sociedad patriarcal y androcéntrica, mientras que la mujer lesbiana representa una doble afrenta, negando los roles que los esencialistas consideran naturales: la relación sexual heterosexual y la reproducción. Si una mujer lesbiana no ‘cumple’ con las expectativas que le asigna una sociedad heteronormativa, ¿se le puede considerar una mujer? Esto es lo que Monique Wittig discute en su producción académica y literaria: una mujer lesbiana no es una mujer, al menos no desde la perspectiva de la heterosexualidad impuesta. Las generaciones planteadas, discutidas más adelante, han vivido momentos sociohistóricos y políticos distintos que, desde un planteamiento de construcción social de la experiencia, resultaría en información biográfica distinta, permitiendo un análisis que abone a la comprensión de la experiencia de mujeres lesbiana pocas veces encontrada en discusiones académicas.
Hasta antes del trabajo de campo, el cuestionamiento que guiaba este trabajo era uno sobre experiencia de mujeres lesbianas, lo cual generaba conflicto con las identificaciones auto- referidas de las participantes. Después de trabajar con la información recabada, se decidió enfocar la atención sobre la experiencia lésbica, para de momento establecer la pregunta central en cuáles son las continuidades y discontinuidades generacionales de la experiencia lésbica en la Zona Metropolitana de Guadalajara, en mujeres nacidas entre 1955 y 2000. Esta adecuación permite la inclusión de mujeres que no necesariamente se consideran lesbianas, siguiendo las ideas del continuo lésbico de Adrienne Rich y la vivencia lesbian-like de Judith M. Bennett. El resto de los objetivos a analizar con dicha población son los siguientes: examinar cómo se viven y han vivido los cambios sociohistóricos y políticos en materia de género, sexualidad femenina, y derechos de la disidencia sexual; contrastar las experiencias en cuanto la construcción y configuración de eventos vitales, como el reconocimiento de la atracción hacia mujeres, salida del closet, y reacciones ante la visibilidad; registrar el cambio en la producción cultural lésbica, nacional e internacional, así como su consumo; discutir si y cómo se interpela al modelo heteronormativo de ser mujer, específicamente considerando las diversas posturas frente al matrimonio igualitario y la lesbomaternidad.
El planteamiento del continuo lésbico de Rich (1980) señala un punto vital para el estudio de vidas femeninas invisibilizadas al incluir en su rango la variedad de experiencias identificadas con mujeres. Es decir, la existencia lésbica no sólo incluye el deseo de entablar relaciones genitales con otras mujeres, sino una intensa identificación entre mujeres, vínculos en contra de la tiranía masculina, apoyo práctico y político, y resistencia al matrimonio. Quisiera resaltar que Rich reconoce estas posibilidades se han abierto sobre todo a clases altas, de alguna manera eclipsando la existencia de las mujeres comunes; de aquí se derivan dos puntos relacionados al material académico generado en México, así como un apunte metodológico. Primero, como señalo en el apartado de trabajos de lesbianismo en el país, el rescate de las experiencias lésbicas ha tenido como foco de atención las líderes de los diferentes movimientos organizados, con menos líneas dedicadas a las mujeres lesbianas de diario. Segundo, las informantes con las que he estado trabajando provienen de encuadres de clase media. El que comparten este rasgo puede resultar en un análisis más nivelado, pero en un contexto más amplio sigue dejando de lado las
experiencias de otras mujeres menos privilegiadas.
Esto queda aún más claro cuando se le articula con los trabajos de Claudia Card y Judith
M. Bennett. En Lesbian choices (1995), Card parte de la dificultad de qué define a una lesbiana, ya que no existe consenso en un concepto sexual, erótico, cultural, o político; si es una decisión, una identificación, o qué se ‘tiene’ que haber hecho con otra mujer para acceder al título1. Como Rich, se inclina por creer no existe una característica lésbica universal, aunque rechaza la idea de un continuo, en su lugar planteando que en la historia occidental existen tres familias interconectadas de “lesbianas”: la amazona, la sáfica, y las amigas apasionadas, basándose en trabajos de Lillian Faderman y Marilyn Frye. Card ve estas categorías como construcciones sociales, maneras en las que se institucionaliza las prácticas de las mujeres que aman a mujeres, tomando el cuidado de aclarar no es que estas mujeres encuentren a los varones necesariamente repulsivos, sino que prefieran la compañía de mujeres. Según la autora, la auto-identificación lésbica no proviene sólo de una cantidad significativa de experiencias lésbicas, sino de organizar la vida alrededor de la existencia lésbica y posibilidades de centralidad femenina.
Más adelante, leyendo a Bennett entendí porque Card encomilla la palabra lesbiana. En el
capítulo titulado de The L-Word de su libro History Matters: Patriarchy and the challenge of feminism (2006), Bennett sugiere nos acerquemos a la historia con una visión lesbian-like. Lo que intenta evitar es colocar una identificación contemporánea a acciones y actitudes pasadas, mientras se puntualizan situaciones que son “como lésbicas” al ir en contra del heteropatriarcado. Desde su experiencia como historiadora, también enfatiza el problema que es localizar posibilidades lésbicas en las fuentes, ya que se tiende a una lectura en términos heteronormativos. Es decir, ambas investigadoras entienden no podemos categorizar a mujeres como lesbianas sólo por haber vivido de cierta manera, pero sí podemos catalogar sus acciones como lésbicas al hacerse pasar por varones para poder estudiar, mantener relaciones intensas con amigas, vivir en comunidad exclusivamente femenina, dedicar una vida al servicio religioso para huir del matrimonio, entre otros ejemplos; más allá de genitalizar sus existencias. Esta aclaración abona también al proceso de seleccionar informantes, ya que varias se han auto-descartado al no haber sexuado (aún) con mujeres y sólo identificar su atracción e identificación.
Así como algunos trabajos parten de la premisa del separatismo lésbico, es decir de la búsqueda de una vida sin la presencia masculina, están las voces que defienden el lesbianismo
como una opción para rechazar la estructura patriarcal. Entre ellas, está Beatriz Gimeno, en Historia y análisis político del lesbianismo: La liberación de una generación (2005) extrapola de las ideas de Wittig sobre cómo la homosexualidad - específicamente femenina en este caso - no es sólo el deseo por el propio sexo, sino una respuesta y existencia como resistencia a la imposición heteronormativa. Aunque un tanto controversial, lo que Gimeno defiende es que, si se ve el lesbianismo como una inevitabilidad, se le resta a la existencia lésbica de un poder contestatario y político, donde la mujer lesbiana toma la decisión de vida de identificarse con mujeres, como lo planteaba Rich.
Acercándome a nuevas fuentes durante los últimos 5 meses, he encontrado que la experiencia cotidiana de mujeres lesbianas no ha sido prioridad para quienes trabajan temáticas de la disidencia sexual en México; especial atención se le ha prestado al desarrollo del movimiento lésbico organizado, mismo que surgió de las filas del feminismo setentero. Parrini y Hernández (2012) reconocen en La formación de un campo de estudios: Estado del Arte sobre Sexualidad en México 1996-2008 que los estudios sobre lesbianismo no son abundantes, lo cual es una atenuación: “algunas referencias más o menos secundarias pueden ser encontradas en algunas investigaciones cuyo eje principal está puesto en otra dimensión de la sexualidad femenina” (2012, p. 109). Ubican sólo tres proyectos entre los años señalados en su título, mismos que rescato junto las publicaciones de Careaga Pérez y Fuentes.
Primero, el de Ponce en 2001, realizada en Boca del Cielo, Veracruz, y titulado Sexualidades costeñas. Este estudio antropológico tuvo como propósito estudiar las “normas, valores y prácticas culturales que subyacían a la formación de subjetividades” (Ponce, 2001:116). Junto a la observación participante y la aplicación de encuestas, la técnica empleada fue la historia oral. Se recabaron 13 testimonios, 50 entrevistas, y 50 horas de grabación de testimonios libres, 9 de estos testimonios fueron de mujeres. Los resultados relacionados al proyecto doctoral son básicamente dos: los gays y las lesbianas de la comunidad eran tratados con “serenidad e incluso tenían una cierta participación social”, los gays, sin embargo “tenían mayor prestigio social que las lesbianas” (Ponce, 2011:130).
Segundo, la tesis doctoral de Mogrovejo2, titulada Un amor que se atrevió a decir su
nombre: La lucha de las lesbianas y su relación con los movimientos homosexual y feminista en América Latina, el primer texto que encontré sobre la cronología del lesbianismo feminista fuera del clóset en México, partiendo de un acercamiento histórico y basando su posicionamiento en Victoria Sau, Charlotte Bunch, Wittig, y Rich, entre otras autoras. De alguna manera su situación como extranjera que reside en México se deja entrever en su narración, ya que habla del movimiento desde fuera, buscando acercarse a las principales organizadoras de los esfuerzos feministas y lésbicos de finales de los 70. Varios de los datos que maneja llaman la atención, entre ellos que las activistas iniciales trajeron su visión del feminismo después de pasar tiempo en Europa, la constante creación y disolución de los grupos de trabajo, y cómo estas evoluciones dieron paso al establecimiento de Patlatonalli, el primer colectivo lésbico tapatío, en 1986. Para el momento en el que fue publicado este material Patlatonalli, encabezado por Guadalupe López, seguía activo.
Tercero, el de Alfarache en 2003, desde la antropología con perspectiva de género, titulado Identidades lésbicas y cultura feminista: Una investigación antropológica. Este estudio se centró en mujeres lesbianas feministas de la CDMX durante 1996. Según la autora, “el feminismo permite deconstruir identidades genéricas patriarcales y construir identidades feministas” (Alfarache, 2003:112); las 10 participantes de entre 25 y 45 años reportaron diferentes interacciones con el feminismo, desde simpatía hasta militancia. La mayoría reportó haber experimentado violencia, ninguna era madre o planeaba serlo. Las similitudes en sus historias de vida giraron en torno a ciertos hitos – la autoidentificación, la salida del clóset, la primera relación lésbica, el contacto con un grupo feminista – y encrucijadas, “marcados por resistencias, subversiones y transgresiones” (Alfarache, 2003:113).
El trabajo de Careaga Pérez (2011) es el que me resulta más cercano y accesible. Reconoce desde un inicio la dificultad de escribir sobre el desarrollo del movimiento lésbico feminista, debido a la invisibilización de la existencia lésbica en general, mencionando que se debe leer entre líneas e incluso llegar a adivinar lo que falta de la historia evidente. Su texto, que tiene como línea central de articulación una visión política, es un análisis histórico del surgimiento, desarrollo y dificultades del movimiento nacional - admitiendo abiertamente que algunas de estas rupturas tuvieron orígenes de tinte relacional entre las líderes-, donde se esfuerza en incluir los trabajos fuera de la Ciudad de México. Al igual que el proyecto que planteo,
Careaga Pérez dimensiona a los diferentes grupos dentro de la realidad social de la época correspondiente, atravesados por acontecimientos nacionales e internacionales. El artículo también incluye una breve mención de Patlatonalli y su contexto, las diferentes publicaciones lésbico feministas, un interés en la representación de mujeres de diferentes edades en los colectivos, así como los nombres de las creadoras de contenido cultural lésbico que considera más relevantes. La autora señala lo trascendental que ha resultado la aparición del internet en la tarea de establecer redes de trabajo, y cómo esta herramienta ha permitido tanto la visibilización como una disminución del previamente común sentimiento de aislamiento.
Por su parte, Fuentes – también resultado de su tesis doctoral – abarca la visibilidad lésbica de 1977 a 1997, poniendo el marcador inicial en una ponencia de Yan María Yaoyótl Castro en el Primer Simposio Mexicano-Centroamericano de Investigación sobre la mujer, y el final en la elección de la activista fuera del clóset Patria Jiménez al Congreso de la Unión. Su trabajo consistió en una revisión hemerográfica de distintos periódicos y revistas de circulación nacional, así como materiales de corte académico, feminista y LGBTTTI de origen mexicano y argentino. Entrevistó a 10 mujeres que estuvieron involucradas en el movimiento lésbico feminista en sus inicios, rescatando “la importancia y el contexto histórico cultural del momento en el que se acercaron por primera vez al feminismo” (Fuentes, 2015:41) y cómo fueron desarrollando sus identidades lésbicas a partir de ese contacto. La similitud que encuentro con el proyecto que planteo, es en el situar la vivencia personal dentro de eventos y circunstancias sociohistóricas, es decir, el ver la vida de las mujeres lesbianas participantes como punto de partida para adentrarse en cómo se construye el sujeto configurado por los elementos que rigen a la sociedad. Algunas de sus entrevistadas le permitieron acceder a sus papeles personales, donde también revisó manuscritos y fotografías que no se encuentran en archivos.
Los materiales que encontré en la búsqueda de cotidianidad lésbica me llevaron a tres libros de origen estadounidense publicados durante la década de 1990. El primero, editado por Becky Butler, es Ceremonies of the heart: Celebrating lesbian unions (1997), es una selección de 27 narraciones en primera persona de parejas lésbicas que detallan sus ceremonias de compromiso (1977-1990), antes de que el matrimonio igualitario fuera legalizado en Estados Unidos. Me
pareció esperanzador y desesperanzador al mismo tiempo, además de íntimo y transgresor. Me di a la tarea de buscar por redes sociales y búsquedas en Google a las mujeres incluidas – no todas hicieron públicos sus nombres o fotografías – y encontré a un tercio de las parejas, algunas ya han fallecido. Sólo tres siguen juntas, una de ellas celebró su aniversario número 42 hace poco. La duda que me surge es por qué las relaciones se disolvieron, me inclino a creer que los obstáculos principales pudieran ser lidiar con las presiones sociales de la época, o con una unión no reconocida como legítima. El segundo, Early embraces II: More true-life stories of women describing their first lesbian experience (1999), incluye 46 entradas donde mujeres narran su primera experiencia lésbica, desde adolescentes explorando su sexualidad con amigas cercanas, hasta mujeres madres de familia que notifican a sus esposos que saldrán de la ciudad con la novia que conocieron en una sala de chat. De inicio, creí las experiencias serían sobre todo en términos de identificar su atracción, pero en su mayoría refirieron sus primeros encuentros sexuales lésbicos, apegándose al patrón genitalizante de definición lésbica. El tercero es The girls next door: Into the heart of lesbian America (1996), escrito por Lindsy Van Gelder y Pamela Robin Brandt, quienes eran pareja en ese momento. Se dieron a la tarea de recorrer una parte del país recopilando experiencias, para situarlas en tres temas específicos: identidad, arreglos sociales, y política. El tono accesible, jocoso, y despreocupado con el cual narran la realidad de la década hace dudar hacia quién va dirigido el texto, si para la misma población lésbica, o al resto de la sociedad que insiste en preguntar sobre prácticas sexuales ajenas. El que ambos materiales hayan sido publicados durante la efervescencia de finales de los noventa también puede indicar una apertura a la vivencia lésbica que no se había presentado antes, a un deseo de hacerse visibles, de encontrar los espacios para legitimar su existencia.
Durante el periodo mayo-agosto de 2017, se realizaron observaciones en eventos feministas, LGBTTTI - incluyendo la marcha del orgullo y Pride -, y deportivos, seguimiento de 6 grupos lésbicos en Facebook, 3 aplicaciones de corte LGBTTTI, revisión de materiales televisivos, cinematográficos y literarios, así como 12 entrevistas de corte biográfico. Estas técnicas han permitido que el trabajo intente ser uno dialógico y horizontal.
Inicialmente, se plantearon 3 categorías de 20 años, que iban desde 1960 al 2000. En la
práctica, se encontraron problemas para acceder a la generación más joven, dada su minoría de edad3. Lo que sugiero es desplazar las cohortes 5 años hacia atrás, para que los años de nacimiento abarquen de 1955 al 2000, para que las primeras dos sean de 19 años, dejando 5 años para que las mujeres más jóvenes alcancen a tener 17 años cumplidos, como mínimo. Hasta el momento, estas son las entrevistas que se han logrado, según la edad de la participante.
Cuadro 1: Participantes según cohorte generacional | ||
1955-1974 | 1975-1994 | 1995-2000 |
Lola (1956) | Rocío (1983) | Verónica (1996) |
Colores (1963) | Mariana P (1988) | Mariana C (1996) |
Victoria (1988) | Elizabeth (1998) | |
Lorena (1990) | ||
Gina (1991) | ||
Adriana (1992) | ||
Andy (1993) |
Fuente: Elaboración propia.
Los criterios de inclusión habilitados fueron cuatro: reconocerse como mujer cisgénero que siente atracción principalmente por mujeres, estar dentro de una de las tres generaciones preseleccionadas, habitar en la Zona Metropolitana de Guadalajara y haber salido del clóset/hecho pública su preferencia a alguno de sus círculos sociales. Algunas de las participantes mostraron aprehensión con el identificatorio lesbiana, siendo que prefieren no etiquetarse o su atracción romántico-sexual no sólo va encaminada hacia mujeres, por eso es que incluí la discusión sobre la categorización lésbica según diversas autoras. Otra participante aclaró no sabía si su experiencia con mujeres ha sido suficiente para considerarse lesbiana, siendo que no ha
tenido contacto sexual con alguna. El pasar de la categoría “mujeres lesbianas” a “experiencia lésbica” funciona desde la teoría, la práctica, y mi propia vivencia. Lo que se busca es rechazar la genitalización automática con la que se discuten las relaciones de mujeres que aman a mujeres; permitiendo que la identificación sea personal y no impuesta, mientras se busca incluir en el trabajo a mujeres cuya inclinación sociosexual sea encaminada hacia otras mujeres.
Encontrar mujeres lesbianas dispuestas a contarme su vida fue mucho más sencillo que lo antes previsto. Se socializó el llamado a participar a través de redes sociales, y en eventos feministas y LGBTTTI. Tomando en cuenta las interacciones con las informantes, se actualizó la lista de detalles de la experiencia que se analiza:
Cuadro 2: Elementos a analizar en la experiencia de las participantes | ||
Reconocimiento de atracción hacia mujeres | Identificación de orientación sexual | Creencia e información sobre la homosexualidad en los años formativos |
Acceso a la educación (reubicación geográfica debido a oferta educativa) | Creencia y práctica religiosa | Dinámica butch/femme4 |
Relaciones de pareja (heterosexual/lésbica/bisexual) | Opiniones sobre el matrimonio igualitario | Opiniones sobre la maternidad lésbica (por medio de inseminación o adopción) |
Participación en movimiento LGBTTTI | Salida del clóset y reacciones de su entorno | Aceptación/rechazo familiar |
Aceptación/rechazo laboral | Vivencia y opiniones de la visibilidad | Consumo mediático y uso de tecnología |
Formación de redes/grupos de pares | Socialización con la comunidad LGBTTTI | Estrategias para la búsqueda de pareja |
Fuente: Elaboración propia.
En el planteamiento metodológico inicial, hablé sobre la dificultad percibida previa a la interacción con las informantes al momento de escucharlas empática y neutralmente. En algunos
momentos me resultó complicado no interrumpir, o plantear las preguntas sin un sesgo; lo que me funcionó fue preparar una lista de preguntas detonantes, que con el tiempo derivó en temas que me interesaba explorar, siendo que la mayoría de las entrevistadas necesitó muy poco incentivo para contar su historia. Al principio me limitaba a escuchar, hacer comentarios, y pedir aclaraciones, conforme se fue avanzando en el proceso, me sentí más cómoda para compartir de mi propia experiencia, en algunos casos se me pidió hacerlo. Esto resultó en una empatía más evidente, donde las participantes incluso me hacían preguntas directamente. Las entrevistas duraron desde 1 hora y 17 minutos, hasta 2 horas y 29 minutos.
Las entrevistas se grabaron en audio y video5, con dos excepciones. Las participantes de
54 y 61 años declinaron la videograbación, mientras que la de 20 afirmó en varias ocasiones no sentirse incómoda por estar frente al lente de una cámara. La inferencia que me surge de estos detalles es doble: las mujeres lesbianas de mayor edad no están fuera del clóset en todos sus círculos y aprecian el anonimato, así como una diferencia generacional donde las más jóvenes crecieron junto con los desarrollos tecnológicos que nos permiten llevar contener un estudio de grabación dentro de un smartphone. De inicio, pensé desarrollar las conversaciones en lugares públicos, pero el audio dista de ser el más nítido y fácil de escuchar. En los contactos iniciales con las interesadas, planteé verlas en CIESAS Alemania, donde hay espacio, luz, y silencio suficiente; 10 de las 12 entrevistas se realizaron en este inmueble, ya que en una me trasladé al lugar de trabajo de la participante. Al no conocerla previamente, y sólo tener la dirección que me indicó, en retrospectiva consideré arriesgado ese comportamiento para ambas. El trabajar en CIESAS le dio una validez institucional al ejercicio, así como un sentido de seguridad tanto a la participante como a mí.
De momento, mantengo contacto con 11 de las participantes a través de Facebook y WhatsApp, y con 5 he convivido en eventos feministas, deportivos, y lugares de esparcimiento. La inserción en el círculo de amigos y dinámica social se ha logrado con sólo una de las entrevistadas, lo cual suscitó preguntas de parte de sus seres queridos. Su amigo más allegado me cuestionó cómo la conocía, que si era parte de sus colectivos lésbicos. Esto se prestó a compartir qué trabajo en el proyecto de tesis, aclarando la impresión inicial que tenían sobre una posible relación sentimental entre las dos.
Poco antes de salir a trabajo de campo, se identificó que la salida del clóset posiblemente sería un momento significativo en la experiencia lésbica de las participantes. Las 12 mujeres incluidas en la muestra han expresado su identificación a al menos su círculo inmediato de amigos, sólo una no lo ha externado a su familia. En un análisis bastante limitado y superficial, se puede observar las reacciones más problemáticas - y hasta violentas - se han presentado en las mujeres de mayor edad, respondiendo a visiones entonces contemporáneas sobre qué entendía la familia y la sociedad por lesbianismo. Generalizando, la familia no es el primer grupo en escuchar la identificación de la mujer lesbiana, sino los amigos. Así mismo, de momento se ha encontrado que la salida del clóset se realiza entre los 16 y 25 años para las mujeres de las cohortes jóvenes, mientras que las de la cohorte 1955-1974 comunicaron su orientación hasta después de los 30.
Otros tres puntos que han surgido de las entrevistas y consiguientes interacciones con las informantes, han sido las variantes experiencias referidas en cuanto al acceso a la información, la formación de redes, y el consumo cultural. Las integrantes de la cohorte nacida a partir de 1995 tuvieron acceso al internet desde la infancia, haciendo más sencilla su búsqueda de respuestas al empezar a cuestionar su sexualidad. Una participante comentó entendió su atracción hacia mujeres y la posibilidad de relacionarse con ellas en un futuro a través de la pornografía disponible en televisión por cable; otra buscó en línea si existían otras niñas con gustos como ella. Relacionado a este punto, están las amplias oportunidades modernas de vincularse con otras mujeres que sexúan con mujeres a través de las redes sociales y las aplicaciones exclusivas para encontrar pareja. He dedicado tiempo a interactuar y observar en diversos espacios virtuales, especialmente los grupos Imperio Les, Lesbianas GDL, y El Colectivo Púrpura. Cuando se cuestionó a las mujeres mayores de 50, respondieron conocían a otras lesbianas a partir de Patlatonalli, bares con clientela mayormente LGBTTTI, y equipos deportivos femeninos. En cuanto al consumo cultural, fue también algo significativo, ya que las experiencias referidas van desde mencionar sólo 3 películas con temática de la disidencia sexual disponibles para la época, hasta ver series lésbicas con personajes de vampiros de forma gratuita en YouTube. Esto me ha llevado tiempo, rastrear los productos culturales que la sociedad en general podía acceder según el momento histórico, así como el mensaje que dicho producto transmitía y transmite.
Fiel a mi estilo, tengo más dudas que certidumbres rumbo a los 8 meses en campo que me esperan. ¿Puedo aseverar las mujeres que viven y persiguen experiencias lésbicas se enfrentan al modelo heteronormativo, aún en casos donde ni siquiera lo hacen consciente? Varias hablan sobre buscar reconocer sus uniones de forma legal, de establecer familias, de una posible futura maternidad. ¿Es que estas versiones alternativas son suficientes para hablar de un combate abierto y directo? ¿Basta con rechazar el matrimonio tradicional y la “reproducción forzada”? Dentro de la variedad de las experiencias recopiladas, sí noto una cambiante expectativa social de qué puede elegir una mujer hacer con su vida, lo que tal vez habla de un cambio en el modelo heteronormativo mismo. En cuanto al closet, en varias de las experiencias recopiladas, el momento detonante ha sido una relación que no quieren mantener en secreto, una felicidad que desean compartir con los demás. El otro momento fue el qué tipos de puertas/closets existen- no es lo mismo asumirse bisexual, a lesbiana, a pansexual, a poliamor. ¿Qué significan estas diferentes identificaciones? ¿En qué varían las estrategias de salida y las reacciones? ¿Es que hay alguna que resulte un mayor riesgo a la sociedad heterosexual, y por consiguiente tenga un mayor problema al querer vivirlo?
En cuanto a las discontinuidades, ¿por qué las mujeres mayores tomaron más tiempo en “salir del clóset”, comparadas con las jóvenes? ¿Cómo influyen las familias de origen? ¿Podemos aseverar se cuestiona y atenta contra el modelo hegemónico de heteronormatividad? ¿Qué rol juega la posición que se toma frente al matrimonio y la maternidad? ¿Qué espacios se utilizan para socializar con otras mujeres, tanto físicos como virtuales? ¿Por qué resulta tan importante el espacio deportivo? ¿Verdaderamente el rol del internet resulta tan paradigmático para las mujeres que aman a mujeres? ¿Es que los referentes culturales lésbicos latinoamericanos de los últimos años han logrado posicionarse a la par de los anglosajones? ¿Qué espacios utilizan las mujeres dentro de la ciudad, con fines de esparcimiento y entretenimiento? ¿Cómo es que no hay bares exclusivamente lésbicos, sino que los lugares gay les reservan ciertas noches a la semana? ¿Cómo se genera la visibilidad y cómo reconocerla? ¿Qué códigos existen dentro de la comunidad lésbica que les permite a las integrantes reconocerse? ¿Es que este reconocimiento sigue siendo necesario? Me queda claro tengo suficientes indicios para trabajar diversas suposiciones, pero no he logrado afianzar y armar una única hipótesis que abarque el trabajo en general.
En cuanto a la distancia reflexiva, admito había pensado en este punto, sobre todo al leer sobre reflexividad. Normalmente me genera aprehensión el transferir mis opiniones y visiones sobre el material referido por las informantes, y parece no he logrado una suficiente separación entre ambas fuentes. Honestamente, desde que se cambió a usar la experiencia y no la vivencia como punto de análisis, he logrado distinguir una serie de aristas que no había considerado tan relevantes, lo que me hace creer puedo separarme aún más del material para verlo desde la teoría, y no desde mi apreciación. En cuanto a la región a estudiarse, me he acercado a la definición sociohistórica regional desde la guerra Cristera, es decir, trabajar los cambios y permanencias que configuran la Guadalajara contemporánea desde 1926 a la fecha, espacio que ha enmarcado las experiencias lésbicas de las participantes, independientemente del año en que hayan nacido. Originalmente había planteado trabajar el occidente de México, y al acotarlo a Guadalajara, se pretende exista la posibilidad que el caso Guadalajara abone a explicar la situación del occidente. Sobra decir tengo cuestionamientos particulares en cuanto al espacio que se estudia: ¿Qué particularidades de la Zona Metropolitana de Guadalajara han dado forma a experiencia lésbica, aún cuando esta no sea única ni uniforme? ¿Cómo encontrarlos, seleccionarlos, y analizarlos?
¿Va a ser más fácil delimitar estos sucesos históricos al no ser originaria de la región, o más complicado al obtener la información por fuentes secundarias? Además, ¿cuáles son las variantes dependiendo de la generación?
En trabajo tutorial he logrado distinguir entre las categorías con las que me acerqué a campo, y las que han surgido de manera natural, mismas que seguro serán ampliadas a través de la recolección de datos que me espera. La ruta que espero seguir los próximos meses es el armar un contexto histórico - ayudada tanto por materiales académicos como notas periodísticas -, ampliar la muestra de mujeres entrevistadas - esperando una diversidad de participantes -, y una presencia continua en la vida diaria LGBTTTI tapatía.
Alfarache Lorenzo, A. G. (2003). Identidades lésbicas y cultura feminista: Una investigación antropológica. México: UNAM/Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades/Plaza y Valdés.
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Castañeda, M. (2014). La nueva homosexualidad. México, DF: Paidós.
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Elder, L. (Ed.). (1999). Early embraces II: More true-life stories of women describing their first lesbian experience. Los Angeles, CA: Alyson Books.
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Rothblum, E. D. (2010). The complexity of butch and femme among sexual minority women in the 21st century. Psychology of Sexualities Review, 1(1), 29-42.
Savage, D. y Miller, T. (2012). It gets better: Coming out, overcoming bullying, and creating a life worth living. New York: Penguin Books.
Notas
1 Card alega el debate es menos sobre quién es una lesbiana y más sobre qué significa decir que alguien lo es.
2 Careaga Pérez escribe que esta publicación generó molestias en varias de las entrevistadas, ya que Mogrovejo narra la “polarización y criterios excluyentes (que) marcaron el proceso” (2011, p. 269).
3 Sobre la dificultad de acceder a menores de edad para tratar temas de la disidencia sexual, Dan Savage y Terry Miller escriben que, en la era de YouTube, Twitter, y Facebook se puede hablar directamente con
los jóvenes (2011). Aunque he hecho observaciones en este grupo de edad en redes sociales, preferiría entrevistar a las mujeres de esa generación en vivo, actividad que puede resultar complicada para aquellas que viven con familias tradicionales.
4 En términos generales, la lesbiana butch es masculina en apariencia, roles comportamentales, y preferencia de compañeras románticas femme. La lesbiana femme, a su vez, es femenina en apariencia y roles comportamentales, subvirtiendo el concepto de género al elegir parejas del mismo sexo (Rothblum, 2010).
5 El video funciona como material complementario, ya que algunas informantes utilizan movimientos
corporales específicos para referenciar situaciones y vivencias.