Julian Beltran Pérez1 y Leonora Arteaga Del Toro2
Palabras clave: literatura norteña; frontera; resignificados.
Desde los años ochenta se ha producido, en la franja fronteriza del norte de México, una literatura que ha quedado regionalizada en un campo temático de situaciones que solamente ocurren en ciertas geografías como la migración o la violencia; esta dicotomía tema/geografía ha dado lugar a un lenguaje particular en el que un puñado de autores fronterizos han descrito el relieve de su comunidad, denominándola desde el centro de México, por las editoriales como Literatura norteña; “la Literatura del Norte tiene apenas un par de décadas de existencia. Su denominación proviene del reacomodo del campo literario mexicano en la era de la globalización, cuando el Estado perdió su hegemonía como patrocinador cultural y, a su vez, emergieron o se reforzaron las industrias culturales de corte transnacional” (Enderle, 2012, pág. 75). Esta literatura en ocasiones se asocia con el desierto, en otras con la violencia, lo cierto es que siempre parece escapar a una denominación que la aleja de la literatura canónica mexicana la cual la relega a una región geográfica conformada por los estados del norte de México, a saber, - Nuevo León,
1 Profesor de Tiempo completo Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Autónoma de Baja California. Miembro del CA: Literatura, Discurso e Identidad. Lic. En Letras Hispánicas por la UAS; Mtro. en Ciencias Sociales por la UABC; estudiante de doctorado en Teoría Crítica, Estudios de Estudios Críticos 17.
2 Doctorado, Universidad Autónoma de Baja California.
Tamaulipas, Coahuila, Chihuahua, Sonora y Baja California, en ocasiones también se incluye en esta clasificación geográfica, Baja California Sur, Sinaloa y Durango- aunque no siempre habla de desierto o violencia.
En este texto pretendemos exponer algunas consideraciones sobre la literatura que se produce en el norte de México para resaltar las diferencias socioculturales que se expresan en ella, centrando nuestra atención en los recursos lingüísticos resignificados como desierto, frontera que en el norte de México significan otra cosa con respecto al centro, ante la necesidad de nombrar ciertas prácticas de interacción y la dinámica de las calles a partir de las cuales se ordena la vida cotidiana en el norte de México. Para ello queremos construir un aparato teórico crítico con los recursos conceptuales de Derrida como desplazamiento, borradura, metáfora y deconstrucción, para argumentar que el lenguaje del norte ocurrió por un desplazamiento de significado de conceptos como lo son las mismas palabras que mencioné, con lo cual pensamos demostrar que las voces de desierto, frontera, violencia y narcotráfico se resignifican, es decir toman otro sentido en la región fronteriza del norte de México y esto es lo que se proyecta en los textos producidos en estas latitudes; este apartado teórico nos permitirá demostrar, mediante un análisis literario en dos obras consideradas como literatura del norte de México por la temática que plantea y que más adelante comentamos, que esta literatura es autónoma e independiente del canon literario mexicano reflejado en el lenguaje en el que está escrito y que nombra ciertas prácticas de interacción sociocultural que solamente se producen en determinadas geografías fronterizas. Cuando tengamos identificados la resignificación de esos conceptos vamos a aislar esta literatura tomada ya como autónoma y nos enfocaremos en la propuesta teórica de literatura menor y literatura mayor de los autores Deleuze y Guattari, con ello pensamos apoyarnos para demostrar que la literatura del norte de México es una literatura menor con respecto a la literatura mexicana, considerada esta última como literatura mayor y esa denominación, al mantenerla supeditada de la literatura mexicana, permitirá demostrar que la literatura norteña se mueve con sus propios recursos estilísticos que la convierte en un género independiente, como ya mencionamos, del canon mexicano.
El primer obstáculo a aclarar es la consideración de fronterizo que la mayor de la veces acompaña a lo norteño, tomándose en ocasiones lo norteño por fronterizo y viceversa, por lo pronto vamos a tomarlos como sinónimos, con la consigna de en separarlos en algún punto del
desarrollo. El término literatura del norte tiene sus representantes que la convierten en un fenómeno literario que aparece acompañado de cinco autores del norte de México: Daniel Sada, Eduardo Antonio Parra, Luis Humberto Crosthwaite, David Toscana y Carlos Velázquez. Como se menciona en el libro: Tierras de nadie, CONACULTA, 2012.
En el texto Aproximaciones Críticas sobre las Literatura de las Fronteras de la investigadora del Colegio de la Frontera norte, María Socorro Tabuenca Córdoba, encontramos que el texto apenas se desdibuja una pequeña incisión entre los conceptos de literatura fronteriza frente a la literatura norteña que deja entrever a la literatura chicana como el detonante del cual nace el concepto de literatura fronteriza y eso ha invisibilizado, dice la investigadora, la literatura del norte de México. Pero al mismo tiempo, lo que la oculta, la ha motivado, la ha reanimado para que la literatura norteña detone posicionándose dentro de la vasta producción de la literatura mexicana. Esto nos lleva a considerar otra región geográfica para establecer un punto de análisis entre dos formas literarias diferentes tanto en formato como en estilo a saber, la novela Balas de plata del escritor sinaloense Élmer Mendoza y la pieza dramática Música de balas del dramaturgo jalisciense radicado en Tijuana, Hugo Salcedo Larios. Obras a partir de las cuales destacaremos mediante un análisis las diferencias regionales que se tienen presentes a la hora de escribir un texto en y sobre determinada región provocando el abordaje del tema a desarrollar de un amanera muy particular en relación con las prácticas culturales del lugar en que se producen dichos textos.
Ambas obras abordan el tema de la violencia en México, sin embargo consideramos que la particularidad de ambas radica en la forma que toma el hecho violento considerando el lugar desde donde se produce. En el caso de Balas de plata, Mendoza destaca la singularidad del narcotráfico debido a que esta práctica se ha asociado al norte de México, mientras que en la obra Música de balas de Salcedo, el tema de la narcoguerra, aunque hace referencia a un asunto nacional que toma como punto central el sexenio del expresidente Felipe Calderón y publicada al final de su periodo en el año 2012, consideramos que la distancia desde donde se enuncia el discurso sobre tal situación dotan de ciertas particularidades el desarrollo de la obra desde el centro precisamente debido a las prácticas centralistas que demarcan el abordaje de la violencia sobre todo cuando el origen de esta se asocia a una práctica muy norteña, el narcotráfico.
Si el discurso centralista de México cataloga la literatura norteña como una forma de
expresión regional, el norte responde con un discurso que hace suyo al recibir en la distancia la paternidad otorgada desde el centro sobre el narcotráfico, el problema de la narcoguerra mexicana adquiere un matiz de revancha responsabilizando al gobierno en turno de tal situación en un binomio de narcotráfico/gobierno en donde se unen las dos regiones –centro y norte en un debate que detona en la producción de un discurso violento subjetivo desde la frontera norte de México que bajo ninguna consideración, resaltará la responsabilidad del aparato del Estado y su falta de pericia y estrategias para resolver el conflicto bélico.
Tal subjetividad se construye en la distancia demarcada de tal manera por la geografía –en otro apartado desarrollaremos la conformación geográfica agreste del lugar- así como la influencia que ejerce la cercanía con un mercado internacional que influye en la vida cotidiana a través de un intercambio comercial y lingüístico del norte de México con el sur de Estados Unidos, lo cual se ve reflejado en el tráfico y en la conformación del espacio urbano, a saber, carreteras, plazas y centros comerciales, por mencionar solo algunos. Esto de alguna manera determina la producción de la literatura en el norte de México, lo cual convierte a esta porción del país en un laboratorio que replantea la tradición literaria mexicana.
En la frontera norte de México se organiza una forma de vida cotidiana relacionada con la geografía del lugar produciendo determinadas dinámicas sociales que se diferencian del centro debido a los recursos naturales que casi siempre resultan desafortunados para la vida en la frontera, de tal suerte que la literatura de estas tierras se va a convertir en el vehículo para demandar el desplazamiento de un tercer país que se vive como otro con respecto al sur de los Estados Unidos y al centro de México, este tercer país, menciona Gloria Anzaldúa aparece cuando “la sangre de dos mundos se funde para formar un tercer país” (Anzaldua, 1987, pág. 3) de esta manera, este tercer país tendrá sus propios movimientos y generará un lenguaje que organizará de una determinada manera la vida en la región.
Cuando se habla de literatura norteña surge la problematización regional del gentilicio geográfico norteño; es decir, ese norte con respecto a qué; decir literatura norteña puede ocurrir en cualquier literatura de cualquier norte; Así como las temáticas planteadas en esa geografía considerada “De entrada, una zona clasificada (desde diversos ángulos: políticos, jurídicos, estéticos, económicos, literarios) con adjetivos determinantes: desértica, desolada, lejana, agreste, fronteriza, extremosa, polvorienta, violenta. Un lugar que se ha definido en oposición a algo
exterior: el centro del país, el sur de Estados Unidos” (Enderle, 2012, pág. 70). La geografía, pues determina las condiciones de vida que se van a producir en esta zona. Gloria Anzaldúa ubica esta región fronteriza entre México y Estados Unidos como una herida abierta. La frontera para ella es ese campo de batalla que no termina por configurar una identidad, pues la apertura como herida va a propiciar una particularidad de identidad latente que se mueve en dos posiciones por un lado, el sur de los Estados Unidos y por otro el norte de México. La primera posición terminará dominando la segunda mediante ciertos movimientos políticos que van a permitir que se consolide la literatura del sur de Estados Unidos como esa literatura del norte que no es mexicana, sino literatura chicana; abriendo el debate para la literatura del norte de México pero ubicándolo en un lugar como una literatura menor:
“la asimetría entre Estados Unidos y México marca también la diferencia en ambos proyectos y expresiones culturales. Los fenómenos globales de transnacionalización se vuelven binacionales y locales al referirse a la zona fronteriza México-Estados Unidos. Por consiguiente, tal disparidad coloca a las referidas manifestaciones culturales de ambos países en distintas posiciones de poder: la literatura de la frontera en Estados Unidos seria la dominadora y la de México, la dominada” (córdoba, 1997, pág. 86).
En términos de Deleuzze y Guattari: Una literatura menor no es la literatura de un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace de una lengua mayor (Deleuze & Guattari, 1990, pág. 28), donde el idioma se ve afectado por un fuerte coeficiente de desterritorialización.
La literatura mexicana desconoce la literatura norteña, pero no es que la niegue, sino que la desconoce y le deja fuera del canon de la literatura mexicana; pero en este acto de desconocimiento la coloca en el escenario; es decir, la hace aparecer como otra literatura que si bien no se escribe en un idioma extraño no logra ser que reconocida en el idioma español de la literatura mexicana. Denominaremos al padre de la literatura mexicana, tomando como referente la literatura de Juan Rulfo como la forma literaria que representa lo mexicano. “El alemán de Praga es una lengua desterritorializada, adecuada para extraños usos menores, desterritorializar”. (Deleuze & Guattari, 1990, pág. 29) (Las cursivas son mías).
El reconocimiento de la literatura chicana relega a una literatura sin padre (por decirlo de alguna manera) a la literatura del norte de México y así aparece desplazada de la literatura mexicana que la regionaliza; y a la vez invisibilizada por la literatura del sur de los Estados unidos. Esta postura ha sido profundamente analizada por la investigadora del Colegio de la Frontera Norte de México, María del Socorro Tabuenca, quien hace un estudio al respecto; así como la investigadora Gloria Anzaldúa referida anteriormente.
Nuestra propuesta es entonces dejar de lado el debate de qué y donde está lo norteño y aprovechar los recursos de esas anteriores investigaciones como borradura, negación y rechazo de una literatura que se produce en esa “herida abierta” donde, en palabras de Gloria Anzaldúa el Tercer Mundo se opone a la primera y sangra (Anzaldua, 1987, pág. 3), para retomarla a partir de ciertos recursos del lenguaje, que la hace aparecer y emerger a pesar de la negación del padre. Dejaremos, pues, que el lenguaje hable por sí mismo. De esta negación surge pues una sociedad que tiene sus propias interacciones y prácticas que la determinan en sentido hegeliano como una cosa que se produce de la tensión entre dos movimientos, por un lado el sur de los Estados unidos y por otro el norte de México, otorgándole así el nombre de literatura norteña. Ya que es la literatura chicana la que la hace aparecer y no el centro de México. “pero el referente de carne y hueso, el mexicano norteño sigue construyéndose un discurso de desconocimiento en una región o franja fronteriza que lo coloca en desventaja frente a sus co-regionales del sur de Estados Unidos” (córdoba, 1997, pág. 88). La literatura norteña no es solamente por el elemento geográfico, con respecto al centro de México. No son los temas de violencia, migración, desierto o narcotráfico, sino el lenguaje que nombra esa sociedad que vive en la herida abierta del norte de México y que trataremos de reconstruir en una estructura con los conceptos de territorialización, reterritorialización y desterritorialización de Delleuze y Guattari tomados a su vez de Jaques Lacan; así como borradura, y desplazamiento en términos de Jaques Derrida, también interpreatados a partir del psicoanálisis lacaniano. Para deconstruir las dos obras anteriormente mencionadas que ubicamos en dicho contexto geográfico llamadas literatura norteña, a saber Música de balas del dramaturgo jalisciense, Hugo Salcedo y Balas de plata del escritor sinaloense, Élmer Mendoza. Ambos escritores mexicanos del norte de México.
Estas obras sólo son un prototipo textual de lo denominado literatura norteña mediante los temas de migración, narcotráfico y frontera, pero además porque ambas presentan
particularidades que indican las prácticas de interacción de sociedades producidas en estos contextos que mencionamos arriba. Música de balas, aborda la problemática de la narcoguerra en México durante el sexenio del expresidente Felipe Calderón Hinojosa, en este caso, la obra fue escrita para la convocatoria nacional de teatro mexicano en la cual resultó ganadora a pesar de hacer una cruenta crítica a la prácticas de poder sobre el narcotráfico. Destaca en esta pieza la estructura en la cual los números de las escenas seleccionados al azar representan las cifras en aumento de los muertos de la guerra contra el narcotráfico que cobrara la vida de más de cien mil mexicanos entre policías, narcos y civiles. Desarrollaremos este elemento más adelante. Elmer Mendoza, por su parte se arriesga doblemente al retratar fielmente a la ciudad que ha sido estereotipada como la cuna del narco en México ya que, por un lado, compromete su discurso violento al desvelar las prácticas entre narcotráfico y gobierno, por un lado y su discurso literario en un formato que lo ha relegado, a ser considerado el precursor de la narcoliteratura en México; este doble riesgo se acentúa en lo verosímil del asunto que al encontrar un referente social inmediato como las prácticas violentas que proyecta, es decir, una literatura realista folletinesca. Élmer Mendoza se convierte de pronto en el narrador de la violencia mexicana, que deconstruye una sociedad demarcada por las prácticas políticas entre el Estado mexicano y los principales cárteles de la droga en México. “narrar el norte debería significar el surgimiento de una conciencia estilística que no se quede en la recreación verista de los diálogos y que más bien corrompa, ensucie, “localice” el decir de ese narrador intocable que es la tercera persona” (Beltrán, 2008, pág. 84).
Considerando que los términos de lugar, origen e identidad son palabras que construyen la literatura del norte. El autor norteño selecciona palabras de una lengua (nativa) para resignificarlas en un (nuevo, otro) lugar. La metáfora del desierto es posible en la metáfora del lenguaje para designar a una literatura del desierto. Ese sentido geográfico, agreste ha sido seleccionado por los escritores del centro para construir una literatura que lo identifique de otras literaturas del sur de Estados Unidos –literatura chicana- y del centro de México –literatura mexicana. De tal suerte que lo agreste funciona para potenciar la dominación de desierto. Así, de un sentido de lo inhóspito brota, un manantial de palabras nuevas que habitan en una literatura nueva y que se vitaliza de una lengua madre a la que niega, pero que se mantiene cerca. La vida en el desierto de la frontera norte de México es posible por la negación/afirmación de una nueva
resignificación del lenguaje. El desierto es lo que hace diferente al norte del centro y es este mismo el que lo identifica. Identidad fronteriza a partir de la diferencia.
El escritor fronterizo quiere distanciarse del centro de México. Ha desplazado su lenguaje y al desplazarlo le ha borrado su historia para ponerlo en circulación en una literatura fronteriza que él quiere construir en un discurso propio en una escritura menor. Ha puesto en circulación un nuevo discurso en una literatura nueva porque ha resignificado los conceptos de una lengua madre, los ha movido de su lugar de origen. De tal suerte que la palabra desierto se convierte en una metáfora porque el escritor norteño la ha puesto en circulación. Somos metafísicos sin saberlo en la proporción de la usura de nuestras palabras. (Derrida, 1994)
De tanto usarlas se gastan, seleccionamos palabras que ya están más gastadas por la usura y las pulimos en (un nuevo discurso) borramos de ellas (su) aquí y ahora, como monedas, la fecha, la imagen de la efigie y su exergo, su sentido original y las recontextualizamos en el tiempo presente. No inventamos ni somos dueños del lenguaje, seleccionamos por imitación y nos apropiamos del lenguaje, borramos el sentido original para desplazarlo a nuestro discurso, (borradura por selección de palabras) doble desplazamiento, selección y resignificación hasta el infinito “la hemos sacado fuera del tiempo y del espacio… y su curso se ha extendido infinitamente” (Derrida, 1994, pág. 251).
Desierto, violencia, migrante, frontera son palabras que aparecen constantemente en la literatura fronteriza y de estas palabras ninguna es un neologismo sino que son significantes de una lengua madre de las que se han seleccionado para identificar el sentido en el norte de México. La identidad de la literatura norteña aparece a partir de la diferencia: mismas palabras pero diferentes significados. La liquidez de una lengua hace posible la solidez de otra. La fuerza de la lengua fronteriza es capaz de producir una literatura fronteriza a partir de una lengua que se ha despedazado en otra cosa. Las palabras seleccionadas permanecen en su lengua materna pero al mismo tiempo ya no queda nada de su sentido original en un nuevo lugar en el que se nombran y al mismo tiempo nombran.
De todo ello hay una palabra que es posible que represente la metáfora del desierto. La palabra garita, perteneciente a una lengua diferente significa puerta de acceso pero solo funciona en un lugar fronterizo como puerta de acceso de un país a otro. La palabra garita no funciona en español, pero es posible que ingrese a este idioma mediante la lengua norteña la cual de esta
manera y con cierta autonomía incorporará nuevos significantes a una lengua de la que ha extraído su posibilidad de ser. Tan posible es la vida en la frontera como posible es el significado de su lengua por selección y borradura de su origen.
Cuando la nueva resignificacion de una palabra sea posible, se habrá olvidado su significado de origen, el cual quedará dormido en la metáfora y podrá ser despertado en el momento en que ese nombre haga posible la evocación de otro lugar. Tal vez el significado de dominación hubiese estado dormido en el significante desierto olvidado a su vez en su significado desolación.
El escritor es reconocido fronterizo porque construye un lugar mítico con un lenguaje de origen, no inventa una nueva lengua sino que la resignifica en su literatura. En su discurso “se eligen en lengua natural las palabras más usadas para reducir el trabajo por frotamiento. Eligen de buen grado para pulir las palabras que les llegan un poco gastadas” (Derrida, 1994, pág. 251).
Quizás la literatura fronteriza no lo es tanto por el lugar geográfico de procedencia del autor o desde donde se escriben los textos, o bien, al lugar que refieren los textos en su temática y problemática, sino por el lugar que construye el lenguaje al ser desplazado de su centro. Este lenguaje se pone en circulación y va describiendo el lugar fronterizo, en su literatura, al mismo tiempo que este va apareciendo. El lugar literario es el lugar imaginario del sueño americano. Y el norte es el lugar donde se afianza ese lenguaje.
El desierto se resignifica con una estética nueva, habitable. Toda expresión de una idea abstracta no podría ser sino una alegoría. (Derrida, 1994, pág. 253) La nueva cultura se parece a la que le precede porque repite la representación de las mismas palabras. De tal suerte que habrá una restitución del desierto en el reconocimiento que se tenga de la lengua de la cual se seleccionó. El desierto se va a construir a espaladas de una lengua materna a la que tendrá que negar para reconocerse en una literatura nueva que no se parece a la literatura escrita en español nativo. Y este descuido condena a la novel cultura fronteriza a pender de un conflicto de reconocimiento/desconocimiento de cuya solución podría desaparecer. Si la literatura mexicana reconoce a la literatura norteña la habrá eliminado, por eso la literatura del norte niega esa posibilidad de reconocimiento. La literatura norteña no es solo desierto dicen quienes escriben desde estas latitudes geográficas sino una nueva interpretación de desierto que posibilita otras
formas de vida en un lugar dado por muerto. Desde un logocentrismo occidental un lugar muerto solo puede ser habitado por muertos o no ser habitado, esta es la magia de la vida en la frontera que se retrata en su literatura nombrada y hecha en una lengua de muertos:
“Media noqueada y sin ropa fui depositada en una horrenda tina de baño por cuarenta horas o más, allí solita me dejaron, con un duro golpe en la nuca como para ya no recobrar la vida nunca, y con frío, como en medio de la nada… Unas horas largas y de mi ya no quedó tampoco nada… me fui convirtiendo en una sustancia gelatinosa solamente, en una sustancia difícil de describir cuando una ya no tiene ni boca ni quijada ni mandíbulas… cuando seguro no habrá nadie que reconozca los pocos restos que han quedado y que fácil se despachan en cualquier lado… Por allí quedó algún buen trozo de hueso difícil de roer como se dice, o el puente de porcelana que me hice poner no hace mucho luego que me extrajeron una muela latosa…” (Salcedo, 2012, pág. 6).
El muerto en este texto se reconstruye en la forma violenta de su muerte.
“Pero ni la memoria queda en el recuerdo de los otros…, quizá sólo el recuerdo de una en la mente de alguien que se cansa de tanto buscar –por un lado y por otro-, al menos un cadáver a quien rezarle un poco, y no encontrar a nadie… Pero nadie da respuesta ante la desaparición de esa jovencita con cierta fama de discreta que al salir de su trabajo y antes de llegar a donde pasa el transporte, fue subida más que a la mala a una suburban en donde fue arañada, mordida, golpeada, embarrada de asco y finalmente puesta a descomponerse en la tina de baño, entre las risas de desenfreno y de un poco de susto de sus violadores que luego intuí por lo que se decían, se dedican a la venta de droga entre la chamacada que sale de las escuelas”. (Salcedo, 2012, pág. 6)
La palabra violencia aparece reconstruida después de la muerte, resignificada en la memoria muerta de los desconocidos despatriados del norte. Así ocurre con la palabra desierto, como ese limbo de los muertos atravesados por la violencia. Y este violento cambio de significado atrapa al mismo significante desplazado para producir otro sentido de una lengua viva en el centro pero
muerta en el norte. Por eso se tiene que resignificar.
Desierto ya no significa ya agreste, abandono, solitario, sino dominación, adaptación, sobrevivencia. Y entre estos significados se entretejen las sociedades desplazadas al mismo tiempo que se reconstruyen en su nuevo lenguaje que nació de un lenguaje primitivo. Si una ciudad proliferó en el desierto, de aquí en adelante es posible que el acontecimiento se repita lejos de cualquier organización geopolítica dentro de cuyas normas se vive y se habita un lugar. El centro es desplazado, es movido en su lenguaje.
El lenguaje ha sido atravesado por el hombre como un forjador y a su vez el lenguaje ha permitido la posibilidad de un nuevo mundo en el desierto. “todas las palabras del lenguaje humano fueron golpeadas en el origen por una figura material… y todas representaron en su mocedad alguna imagen sensible… materialismo fatal del vocabulario” (Derrida, 1994, pág. 251).
Se olvida la metáfora y “se la toma por un sentido propio” (Derrida, 1994). Esta particularidad, o mejor dicho propiedad del lenguaje metafísico hace posible, ¿tendré que decir, “propicia”? la resignificación de las palabras. Es posible que debido a esto, el lenguaje nombre muchas cosas mediante la metáfora. La fatalidad del materialismo ha olvidado esta característica. El lenguaje es desplazable. La palabra, el signo, su significado es desplazable, borrado. Hasta olvidar el origen y el valor de las palabras. Es posible entonces que las cosas que se nombran se hallan nombradas a través de nuevas borraduras y que su significado se haya desplazado tanto que no sea ni una pizca infinitesimal de su origen. Si es así estamos dando vueltas y vueltas en un espacio inmenso –tan vasto como como tantas interpretaciones pueden tener las palabras. La vida así se encuentra siendo posible, como ese tren en movimiento que menciona Althusser y del que más adelante se verá. –en el presente- de una metáfora. La vida es una metáfora de un origen olvidado.
La frontera representa el ejemplo de una ruptura del poder del lenguaje –material- porque es posible que ese lenguaje nativo (lengua materna) no sea más que una interpretación a su vez de otra lengua, que de hecho como ocurre en la lengua norteña de México, es posible que las palabras se resignifiquen porque viene de una lengua que ha sido resignificada, el español, no siempre fue español, incluso después de esto, cuando los primeros conquistadores llegaron a América – que tampoco se llamaba así- el español rompió su grado de abolengo, su embestidura
imperial para abrirse a nuevas variantes: el español de México no es el mismo que el español de Argentina o de Colombia, como tampoco lo es del español de España.
Cuando algo se desplaza una vez, se puede desplazar muchas veces y en cada desplazamiento abrirá la posibilidad de transformarse en otra cosa que se reconocerá en la cosa de la que fue posible. La vida que es posible en el desierto lo es en la medida en que tiene sus antecedentes en una lengua que lo nombra. El desierto no es una palabra nueva sino la posibilidad de un nuevo significado arrancado de una metáfora dormida.
¿Por qué está invisibilizada la literatura norteña? Porque se produce en un lugar de paso. Hay un referente histórico y uno económico que desplaza a las personas hacia el norte, primero porque las personas que emigran no van a los estados norteños mexicanos, sino a los Estado Unidos, y en segundo porque cuando logran cruzar no se asumen a la cultura norteamericana sino que en ese tercer país construyen su identidad en las raíces que salen a la luz una vez que asumen la distancia y la lejanía. El mexicano en Estados Unidos ha emigrado con su identidad y no se integra a la cultura porque esta los rechaza, por la lengua y el color de piel.
El referente histórico es Aztlán, el económico es el desempleo. Tengo la intuición de que Aztlán está en el sur de los Estados Unidos, Nuestros antepasados españoles, indios y mestizos explotaron y asentaron partes del suroeste de los Estados Unidos en el siglo XVI. Por cada hombre con hambre de oro y con hambre de miseria que llegaba al norte de México, diez o veinte indios y mestizos iban como cargadores o en otros capadres. Para los indios esto constituía un retorno al lugar de origen, Aztlán, haciendo así que Chicanos originalmente y secundariamente indígena al Southwest. Indios y mestizos del centro de México se casaron con indios norteamericanos (Anzaldua, 1987, pág. 5). El continuo matrimonio entre indios y españoles mexicanos y americanos formó un mestizaje aún mayor en los territorios perdidos por México. La literatura chicana ha asumido estos dos elementos tanto histórico como económico, difícilmente la gente que se va a los Estados Unidos, regresa, es entonces que los estados norteños se construyen en el paso, en el entre. Y esa lengua, ese código de significantes organiza la nueva vida de los desplazados.
“Desde este sitio intermedio es difícil conciliar la teoría con la práctica, sobre todo cuando cada día son más largas las horas de espera para cruzar “legalmente” hacia Estados
Unidos, cuando hay más soldados estadunidenses en los puentes internacionales, cuando se planea la ampliación de la malla a lo largo de toda la frontera, cuando se mantiene una vigilancia de la Patrulla Fronteriza cada 500 metros en las ciudades de la frontera y cuando los discursos políticos se vuelven más violentos de un lado y del otro” (córdoba, 1997, pág. 91).
Vamos a considerar esos ciertos elementos del lenguaje a las palabras que se originan a partir de ciertas prácticas culturales del norte de México, y que no funcionan en otras partes del país, a saber: garita, línea, papeles, otro lado; otra segunda categoría son las que se consideran spanglish, shoping, parking, y una tercera que adquiere un significado especial en la frontera pero que también funcionan en el centro del país porque se refieren a los mismo como encajuelado, encobijado, etc.
La primera categoría de palabras representan muy bien lo que queremos demostrar, es decir, que existe una literatura norteña pues estas nombran y organizan la vida cotidiana del norte de México de otra manera; veamos:
Todos los días cada quince minutos, todas las estaciones de radio locales ofrecen un espacio en su programación habitual para presentar el reporte de tráfico y garitas esta frase:
En este momento garita de San Ysidro cuenta con 25 puertas abiertas, sesenta autos lado izquierdo; ochenta, readiline; veinte, línea centri; mínima la espera, cruce peatonal. Otay cuenta con once puertas abiertas, cuarenta autos carril normal; cincuenta radiline, quince línea centri, mínima la espera en cruce peatonal. En quince minutos un nuevo reporte, gracias por llamar a Telnor. (fuente: e trafic, julio, 2016)
Esta frase implica un flujo de personas que diariamente cruzan la frontera de los estados unidos ya sea para ir a comprar, o a trabajar. A veces, las menos, son para ir de paseo a Disney o a Los Ángeles. Este sencillo y simple reporte hace que las personas que viven en las ciudades fronterizas mexicanas tomen sus precauciones, dice el reporte, les sugerimos que tomen sus precauciones, la vida en la frontera, a diferencia del centro de México, se rige diariamente por precauciones provocando con esto, algunas prácticas culturales que moldean el lugar al carácter
de las personas al cambiar su ruta todos los días, lo cual significa que la vida de las estas ciudades fronterizas está determinada por el flujo de personas de manera legal a los Estado Unidos.
Cuando las personas llegan, después de una o dos horas, en ocasiones, sobretodo en diciembre, suelen hacer fila hasta por tres horas, a la llamada garita, el agente de migración gringo siempre te va a preguntar Were are you going?, ¿A dónde va?; how long do you go to the Country?, ¿Por cuánto tiempo va?; so what's up?, ¿A qué va?; what do you take with you?, ¿Qué lleva con usted?); something to declare?; ¿Algo para declarar? y estas preguntas memorizadas, si no internalizadas por los cruzantes, aquellos que tienen pasaporte o papeles y trabajan, estudian, o consumen en las ciudades fronterizas del lado norteamericano pero que viven en el lado mexicano, ya sea Tijuana o Ciudad Juárez, sólo por mencionar dos de las ciudades más transitadas de la frontera norte mexicana, van a influir en la vida cotidiana del ciudadano fronterizo mexicano.
Creemos que todas estas particularidades van a estar reflejadas en la literatura del norte de México y que bien la hacen merecedora a la nominación de literatura norteña. Apareciendo así autónoma de la literatura mexicana, (Rulfo, Yañez o Arreola) y de la literatura chicana de Gloria Anzaldúa entre otros.
Primero vamos a ver cómo es que el texto literario es portador de un lenguaje que se desplaza sobre la superficie territorial e histórica de un lugar determinado por las prácticas culturales que desdibujan las interacciones sociales de quienes los habitan.
29,871, una cifra, un número, una cantidad, ¿qué es? ¿qué tenemos aquí? El texto de Hugo Salcedo comienza así, con ese número, para después inmediatamente situarnos ante una imagen poética de palabras:
En un abismo oscuro más negro que la noche más negra imaginada deambulando a ninguna parte caminando sin rumbo por aquí y para allá tropezando en el silencio de un tiempo perdido en el soplo del viento lastimoso abortado de las oportunidades idas desgastadas sin saber cómo ni por qué sin poder volver a decir bebé o papá o queso de cabra o verde olivo quedo – sin más - arrebatado de todo
excluido de las oportunidades excluido de la vida simple y totalmente…excluido (Salcedo, 2012, pág. 2)
El texto en su conjunto es un relato a manera de obra de teatro de diferentes historias sobre la guerra contra el narcotráfico en México durante el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa, las cifras representan el número de muertos, uno más, al azar de las posibilidades, un nombre que se pierde en un conteo, un número anónimo de los más de 100mil muertos entre militares y civiles que cobró la narcoguerra mexicana. En la literatura mexicana de Martin Luis Guzmán, Mariano Azuela, o Juan Rulfo, los muertos tienen nombre, el nombre mexicano de un peón o un terrateniente, identidades referidas a las clases sociales de los tiempos de la Revolución Mexicana, cuando las novelas mexicanas referían estos temas en sus narrativas. Las narrativas sociales fronterizas no ocurren así, sus personajes son anónimos y casi siempre son nombrados como migrantes, o cuando tienen un nombre es para referirse a un narcotraficante o a un personaje importante del gobierno en turno. Pero en este caso es tan solo un número para nombrar algo excluido “excluido de las oportunidades excluido de la vida simple y totalmente…excluido” (ídem)
Este excluido de la vida está borrado, desaparecido, pero al mismo tiempo nombrado por un número; este excluido, lo está hasta del nombre, está desaparecido de la vida, no existe. 29,871, una cifra al inicio del texto no es azar, sino un comienzo, un corte, un conteo, esa vida que se toma como un tren en movimiento: «la filosofía no comienza por un comienzo que sea su origen», al contrario, «toma el tren en marcha» y, a pulso, «sube al tren» que por toda la eternidad fluye, como el agua de Heráclito, delante de ella (Althusser, 2002, pág. 55) y que antes de 29,871 anónimos hubo la misma cantidad, menos uno, el 29,871 es uno menos de la sociedad, el muerto excluido de la vida.
La enumeración en el texto va aumentando en ese mismo orden, y el número nombrará el nombre sustituido por la cifra. Número de muerto que sustituye nombre de vivo. Los muertos cuentan, más que cifras, las historias, cuentan la historia de un país desde la violencia, desde la muerte violenta. Cuando Juan Preciado en la literatura rulfiana busca a su padre, un tal Pedro Páramo, toda la literatura mexicana, queda referida en esta frase, un tal (desconocido) que responde a un nombre Pedro Páramo, en latín el nombre de Pedro se refiere la piedra, mientras que Páramo es un terreno desolado, la piedra dura y la tierra desolada es la antítesis de una cultura arraigada en la miseria, en la pobreza de la tierra. Juan Preciado, el hijo que sustituye a Jesús cuando este muere es otorgado a la humanidad en vida. Juan preciado camina como un
recuerdo vivo buscando a su padre en la muerte. En este caso la ausencia del nombre refiere la ausencia de identidad, desde el anonimato una voz reclama su cuerpo, el muerto número 29873 en el relato de Salcedo ahora es sólo una cabeza que se ha olvidado del resto de su cuerpo que no ocupa piernas para caminar ni brazos para volar: Ahora es una cabeza aerodinámica danzarina que gira deliciosa y acompasadamente sobre los techos de las casas, en el patio de concreto de una escuela primaria. (Salcedo, 2012, pág. 4)
La literatura mexicana simboliza la búsqueda del padre (la identidad) la literatura norteña es la búsqueda de sí mismo: como se ve en la obra de Salcedo el nombre busca a su cuerpo, al objeto que nombra. (sujeto del objeto) el nombre, el nacimiento desde la muerte. Un nuevo lenguaje que no confunda la vida con la muerte, que no hable desde la muerte. Porque la voz del muerto reclama un cuerpo:
una cabeza que antes fue la punta de un cuerpo que se dio a la vida cuando se entre- asomaba por las piernas, por la matriz desgarrada de una joven madre parturienta. Ahora es: una cabeza que gira en los rincones infinitos del espacio, da volteretas suavemente - hacia la derecha con mayor predilección - revoluciona sobre su eje marcando los compases de una danza interminable (Salcedo, 2012, pág. 4)
Y esa danza interminable al fin no es más que “la anticipación del Fin en la Razón u orden primordial, es decir, del Orden, ya sea racional, moral, religioso o estético—, en provecho de una filosofía que, al negar el Todo y todo Orden, niega el Todo y el orden en provecho de la dispersión” (Althusser, 2002, pág. 54). Así se recogen y se resignifican las palabras en un territorio fuera del centro donde la vida en sociedad vuelve a comenzar como una danza interminable en este caso como un hecho violento, que más que terminar con la vida de un apersona decapitada, como se menciona anteriormente en la cita de Salcedo, vuelve a resignificar la palabra violencia en el texto literario dando vueltas infinitas en el espacio, lo que trae a cuentas el inicio de la sociedad a partir de una desviación social, en este caso la migración hacia el norte, la desviación es la salida del sistema político mexicano que al no ofrecer garantías para sus ciudadanos, estos emigran y la violencia se desata: Que el origen de todo mundo, y con ello de toda realidad y todo sentido, sea debido a una desviación, que la Desviación y no la Razón o la
Causa sea el origen del mundo. (Althusser, 2002, pág. 34)
Erving Goffman, el sociólogo canadiense que habla de la escenificación de la sociedad en el comportamiento del individuo compara a la sociedad como un gran escenario en el cual los individuos desempeñan su rol como actores, estos se involucran con su geografía y medio apareciendo en armonía con el lugar en el que aparecen. “En términos geográficos el medio tiende a permanecer fijo, de manera que los que usan un medio determinado como parte de su actuación, no pueden comenzar a actuar hasta haber llegado al lugar conveniente y deben terminar su actuación cuando lo abandonan” (Goffman, 2009, pág. 34) En el escenario de las ciudades fronterizas destacan la arquitectura, las calles y las garitas internacionales que dan acceso a los Estados Unidos. Esos comportamientos, llamados realización dramática por el autor originan interacciones particulares que generan narrativas fronterizas registradas en el texto.
“Mientras se encuentre en presencia de otros, por lo general, el individuo dota a su actividad de signos que destacan y pintan hechos confirmativos que de otro modo podrían pasar inadvertidos y oscuros. Porque si la actividad del individuo, ha de llegar a ser significante para otros debe movilizarla de manera que exprese su interacción lo que él desea transmitir” (Goffman, 2009, pág. 42)
El individuo se parece a los lugares que habita y así se traslada al personaje, logrando construir personajes norteños, que por su forma de habitar el lugar no se parecen a los personajes de la literatura llamada mexicana.
El escritor norteño es fronterizo en la medida que trastoca los límites del lenguaje y colabora en la construcción y demarcación de un personaje fronterizo con ciertas características condicionadas a lo meramente geopolíticas, ocasionando con ello la apertura de un migrante que permea el imaginario popular que lejos de protegerlo de sus garantías individuales y derechos humanos lo abandona a la explotación de su imagen (como una plusvalía) a la que se recurre para reclamar derechos centralistas que en un discurso fronterizo norteño mexicano, no se puede separar de la relación original y auténtica entre México y Los Estados Unidos de Norteamérica) pero el referente de carne y hueso, el mexicano norteño sigue construyéndose un discurso de desconocimiento en una región o franja fronteriza que lo coloca en desventaja frente a sus co-
regionales del sur de Estados Unidos.
En este lado, del lado del autor, el texto no se atreve a cruzar la frontera. Si bien hay una postura de algunos autores que sostienen que el habitante fronterizo ha sido cruzado por la frontera, “yo no crucé la frontera, la frontera me cruzó a mí”, dice una frase de un reconocido autor y que se ha tornado popular. Creemos que esa frase atraviesa efectivamente a los habitantes que se quedaron del otro lado de México, y ese “other side” va a marcar la vida, solo en el lenguaje de quienes desean cruzar para vivir en los Estados Unidos. ”Me voy al otro lado” resuena en la cotidianeidad de un emigrante mexicano. Pero en esos discursos del mexicano legal en Estados Unidos, el mexicano que cruza de manera ilegal o el mexicano que ve al norte como el sueño americano pero que vive en la región fronteriza del norte e México, es el discurso que aquí nos interesa:
“No sólo es la oposición “nos/otros”, ya que ese “nos” se tendría que problematizar y poner más en el plano geográfico. El “nos” podría referirse a los fronterizos mexicanos, que también son “los otros” del blanco norteamericano; pero también son “el otro” de los chicanos o de los fronterizos estadunidenses. De igual forma, en esta zona podríamos pensar en varios “nos” que a la vez son “otros”; por consiguiente, la oposición se ve demasiado simple par un área tan complicada como ésta”. (córdoba, 1997, pág. 89)
El texto literario norteño, no cruza las leyes norteamericanas, porque no promueve garantías para el conciudadano mexicano que se cruza, al gobierno norteamericano; no establece propuestas ni es un manifiesto que promulgue principios ni garantías individuales para los migrantes. A lo mucho, el texto reporta casos de violencia de migrantes mexicanos o latinoamericanos, en manos de la patrulla fronteriza, pero más bien reclama al gobierno mexicano la ausencia de garantías, trabajo y bienestar social para los que se van; y en este reclamo, marca su autonomía en la distancia, en la lejanía del centro del país, este elemento va a ser muy importante para la construcción de las narrativas sociales en la geografía fronteriza y la literatura no podrá sustraerse a ello, pues al reclamar su patente sin el gentilicio mexicana se abrogará el derecho de proyectar las formas de vida que se dan afuera de un sistema cuyos mecanismos políticos y culturales expulsan sin retorno al migrante al que no rescata defendiendo sus derechos.
Esto, la literatura norteña lo va aprovechar muy bien y echará a andar sus propios mecanismos para retratar las narrativas fronterizas, sin México al que dala la espalda en respuesta a su abandono y aliada con el sur de los Estados Unidos, al que voltea a ver. La vida en la frontera se rige por el sueño de cruzar al “otro lado” y ese lado está muy cerca de sus casas, de sus calles y de su vida cotidiana, otro lado latente, todos los días los condiciona en su diario ir y venir.
La literatura norteña no es mexicana salvo en el gentilicio norteño, el norte de México, pero tampoco aspira a serlo, al tomar como modelo aspiraciones hacia mejores oportunidades y buen vivir a los Estados Unidos. La literatura norteña no exalta valores revolucionarios ni patriotas, y cuando se refiere a México es para reprocharle su abandono. Tras esta ideología se yergue su narrativa, sus costumbres y sus tradiciones que empiezan a serlo lejos del padre Rulfiano que los expulsó de su tierra. En este sentido domina el desierto pero respeta los límites territoriales con el norte. Cuando el mexicano que vive en la frontera del lado mexicano, cruza de manera legal a los estados Unidos adquiere una actitud de valores ante el país vecino. Sabe que no está en México y que las reglas cambian, pero cuando regresa de este lado, vive el norte sin el México que los reprime para agachar la cabeza ante el país vecino, ante quien se dejó perder la mitad de su territorio.
La novela de Élmer Mendoza se construye con datos que van apareciendo de manera detectivesca para resolver un crimen que será el hilo conductor de la trama: “Sobre el buró distinguió un libro de su propiedad y una tarjeta: «Recoger al Dr. Ripalda, 7:15. Aeroméxico». Paola Rodríguez vio su reloj: 6:08” (Mendoza, 2007 , pág. 25). Un abogado es asesinado en su propia casa, un policía investiga el crimen y en el desarrollo se van involucrando algunos poderosos personajes tanto del gobierno como del narcotráfico. En esta el espacio se construye de manera violenta: En un amplio estacionamiento para camiones de carga, en un barrio suburbano conocido como Piggyback, junto a una caja de tráiler abandonada yacía el cadáver de un hombre que aún no había sido identificado (Mendoza, 2007 , pág. 28).
La violencia se asocia al norte, porque al menos en su literatura se construye como un cuerpo mutilado con lujo de detalle: leemos en balas de plata “La cobija era café y se hallaba empapada, con un alce entre riscos estampado en el centro, sobre el que yacía el cuerpo del hombre, cuarenta y cinco a cincuenta años, calculó el detective, uno ochenta de estatura, camisa Versace, descalzo, castrado y con un balazo en el corazón (Mendoza, 2007 , pág. 30). lo que en
esta novela revela al cuerpo del muerto, en la dramaturgia de Hugo Salcedo aparece mutilado, separado de su cabeza. Una cabeza rodante imaginémosla todos: deslizante solitaria aglutinante y perfumada. (Salcedo, 2012).
Lo que se narra de manera descriptiva en Balas de plata: No solo lo han castrado, también le cortaron la lengua, aclaró Gris, (Mendoza, 2007 , pág. 31) Se construye de forma poética en música de balas:
una cabeza con un ribete rosáceo como de un delicioso rib eye a término medio, una cabeza de la que se despliegan tres centímetros abajo de su mandíbula que antes sostuvo un cuello que sostuvo un tronco que tenía cuatro extremidades que eran parte de un cuerpo joven, férreo y varonil… (Salcedo, 2012, pág. 5)
Pero en ambas el tema de la violencia es el eje central de la percepción y construcción de un escritor que nombra el acto violento como acto diferencial de la violencia como palabra universal que en el norte de México dibuja una práctica que toma patria en la geografía fronteriza.
La literatura norteña mira hacia Estados Unidos y experimenta un nuevo realismo, diríamos un hiperrealismo al ser una propuesta desde el norte, la narrativa norteña se ha visto como un espacio de experimentación de nuevas voces, esa voz será una de las primeras características estructurales del relato. Muchos de los debates ha girado en torno a la identidad del autor de la literatura fronteriza, a saber tres, si nacieron en el norte y viven en el norte, si nacieron en el norte y ya no viven en el norte, o bien si no nacieron en el norte pero viven en el norte. Estas voces nombrará el lugar con sus referentes geográficos y temáticos como el narcotráfico, la migración y la frontera apropiándose de estos temas en una especie de metamorfosis con el lugar en el que se ubican, así, tema y lugar producirán una nueva forma literaria (una de nuestras hipótesis) expresada con sus propios referentes como el muro fronterizo o línea divisoria, carreteras, arquitectura etc. Las cuales permearán el carácter del norteño haciendo que se reproduzcan de manera peculiar los temas antes mencionados, que si bien no son temas regionales, tampoco
nuestra intención es afirmarlo, sí se resignifican o reterritorializan en las nuevas prácticas culturales norteñas.
Tenemos así dos situaciones, primero que la literatura del norte terminó por afianzarse en los territorios perdidos de México ante los Estados Unidos y la literatura del norte de México aparece motivada por esta señal que legitima a una relegando a la otra. La literatura del sur de los Estados unidos es la llamada literatura chicana, y se ha afianzado debido al apoyo que el vecino país le ha proporcionado; la literatura norteña, de ser relegada a la región geográfica de los estados mexicanos del norte y al ser invisibilizada por la literatura del sur de los estados unidos, aparece como una potencia y esa motivación en términos de movimiento va a propiciar un nuevo lenguaje regional que nombrará las propias prácticas culturales en el norte de México que la van a distanciar del lenguaje literario mexicano. Y segundo que este lenguaje literario quedará registrado en la arquitectura de las ciudades motivado por la conformación de sus espacios públicos y privados por la geografía, (cerros, desiertos, depresiones geográficas), por un lado, y por otro la arquitectura como sus (edificios, las fronteras físicas, las carreteras); lo cual moldeará la vida cotidiana en esta región, elevando el lenguaje literario como el símbolo de identidad de una región norteña cuyos mecanismos internos funcionarán de manera autónoma e independiente del centro de México.
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