Christian Amaury Ascensio Martínez1
Palabras clave: metodología; violencia; inseguridad; ética
La cuestión de los efectos de la investigación sobre la salud física y mental de quien investiga debe discutirse con mayor frecuencia, pues es sabido (Punch, 1979) que la presión generada por el trabajo de campo puede traer consigo problemas fisiológicos (diarreas, vómitos…), psicológicos (cuadros de ansiedad y depresivos…) y técnicos (afectación en el registro de los datos)1.
Además, el temor y el estrés pueden conducir al investigador (a) a una posición aislada y
1 Doctor en Sociología. Profesor de Tiempo Completo (Centro de Estudios Sociológicos, FCPyS, UNAM). Líneas de investigación: juventud, seguridad, violencia. christian_ascensio@hotmail.com.
una importante restricción en su interacción con personas que no le son del todo gratas o favorables, conduciéndole al establecimiento de relaciones altamente restringidas –con personas que considera “no amenazantes” o que le demuestran abierta simpatía (Corsino, 1987).
Sluka (1990) señala que los investigadores suelen aventurarse a la emoción del peligro, pero suelen contar con salidas de emergencia, el contacto con familiares y colegas, así como estrategias para abandonar el campo en caso de ser necesario; sin embargo, cuando quien investiga espera encontrarse “lo antes posible” con situaciones emocionantes, puede permanecer un tiempo prolongado en el campo (recibiendo una gran cantidad de información pero sin procesarla cuidadosamente) y asumir riesgos que pudieron ser evitados con cierta facilidad (Taylor y Bogdan, 1987).
Además de los riesgos asumidos por quien investiga, los contextos de violencia afectan la metodología y la ética de la investigación en lo referente a la comunidad de estudio, pues la presencia misma del investigador (a) altera el cuidadoso equilibrio que los residentes han alcanzado en tales entornos inseguros y violentos e incluso puede someterles a peligros que buscan eludir en su vida cotidiana, especialmente cuando el investigador “anda” por ahí sin motivo aparente mientras otros realizan sus actividades diarias, pretende hablar –y habla de hecho- con quienes preferirían no hacerlo, aparece en momentos inoportunos, solicita entrevistas, etc.1
Frente a esto, se vuelve de gran relevancia el cuidado en torno a la seguridad de las personas estudiadas, particularmente cuando su identificación represente un importante riesgo para su integridad física y psicológica. También debe haber transparencia al comunicar los objetivos de la investigación y las posibles consecuencias de la misma, con la finalidad de conseguir un consentimiento informado2.
El ingreso en campo debe tener como base un conocimiento previo del escenario de investigación (Gilmore, 1991; Sluka, 1990), lo que implica la realización de visitas exploratorias al lugar de estudio y una continua discusión con colegas sobre las dificultades, riesgos y posibles zonas
relativamente seguras de entrada y salida, así como cuestiones de iluminación y estacionamiento. Estas visitas previas, deben permitir también una acelerada familiarización con el horizonte cultural del contexto en cuestión, con el fin de delimitar cómo y dónde podrían ser mayores los riesgos, logrando así evaluar sus cursos potenciales y la forma como el propio investigador (a) pudiera controlarlos o exacerbarlos (Brewer, 1993).
De esta manera, se pueden evaluar explícitamente los riesgos, sus cursos potenciales y la forma cómo estos podrían ser controlados o exacerbados por las acciones de quien investiga. Al respecto, Brewer (1993) ha destacado dos peligros que se presentan en contextos de violencia: los ambientales y los situacionales:
Los peligros ambientales remiten a aquellos que son resultado de ajustes en los planes de investigación que exponen al investigador a riesgos que pudieron ser evitables.
Los peligros situacionales ocurren cuando el investigador presencia, sin proponérselo, o es víctima de actos violentos o abusos asociados o no al consumo de ciertas sustancias.
Dado lo anterior, es conveniente que el investigador (a) se anticipe al peligro, mediante la preparación de un protocolo escrito de seguridad, antes de arribar al campo y basado en las visitas exploratorias. Este documento debe ser el resultado de una evaluación rigurosa sobre los peligros potenciales de la investigación y puede contener estrategias para posibles salidas en caso de riesgo, palabras clave que permitan alertar a otros sobre un caso de peligro, contactos de personas “de apoyo” fuera del campo, entre otras previsiones por el estilo.
No es fútil señalar que las investigaciones “desinteresadas” suelen ser poco comprendidas en contextos de violencia, donde técnicas similares a las del investigador (a) pudieron haber sido utilizadas previamente por el gobierno o la policía, favoreciendo un escenario de desconfianza y la vigilancia permanente sobre quien investiga. No debe olvidarse que en los entornos peligrosos o amenazantes es altamente probable que las personas sean muy escépticas sobre los motivos y fines expresados por quien investiga y soliciten que se les explique con claridad cómo los métodos y técnicas empleados por el investigador permitirán el cumplimiento de su propósito sin afectarles (incluso podrían preguntar cómo podría beneficiarles). En ese sentido, Goldstein
(2014) recomienda la elaboración de un guion para brindar respuestas en un lenguaje no técnico, y útil, para las diferentes personas con que se interactuará durante el trabajo de campo.
Incluso cuando el ingreso en campo ha sido facilitado por actores de la comunidad, es probable que un gran número de personas tiendan a desconfiar del “extraño” y responsabilizarles por situaciones que eran frecuentes antes de su arribo –redadas policiales, peleas, robos, etc.- Aunque la gran mayoría de los investigadores ingresan en el trabajo de campo gracias a actores que han contactado previamente, lo cierto es que un gran número de personas estarán seguramente inconformes, incómodas o inclinadas a responsabilizar al investigador (a) de todas las situaciones que se presenten a partir de su llegada y afecten a personas o grupos de la comunidad, aun cuando se trate de sucesos frecuentes antes de su arribo (redadas policiales, conflictos integrupales, peleas, robos, etc.). Esto se vuelve particularmente problemático en países como México, donde la desaparición de infantes y mujeres es una tragedia recurrente en entornos desfavorecidos, lo que en casos extremos pudiera propiciar acusaciones sobre el “extraño” capaces de conducir al intento o consumación de linchamiento.
Como ejemplo de lo anterior, en la investigación que realicé con pandillas en la Ciudad de México (Ascensio, 2016) tuve que abandonar el lugar de estudio en una ocasión debido a operativos policiales que exacerbaban la desconfianza hacia mi persona y me colocaban en riesgo explícito. En ese caso y en otros, debo a Mitla (mi persona de confianza) buscarme lo antes posible y hacerme saber la situación y el peligro que corría. No era extraño que se me atribuyera alguna relación con los operativos policiales, ya que incluso cuando la mayoría de los integrantes me había brindado su confianza, siempre hubo varios convencidos de que yo tenía “otras intenciones”. ¿No será que eres policía?, me preguntaban con frecuencia.
Frente a esta situación, en la que el investigador (a) no se ajusta a ninguna categoría reconocida localmente, es conveniente evitar la investigación encubierta y realizar un importante y continuo esfuerzo de autocontextualización, teniendo en cuenta las experiencias locales, pues en los contextos violentos no sólo los investigadores sino también los residentes deben contextualizarse en los diferentes escenarios por los que transitan (al visitar a sus parejas en barrios aledaños, tomar un autobús equivocado, ser nuevos en el vecindario, trabajar ahí…) para evitar agresiones vinculadas a la desconfianza sobre su presencia en dichos lugares.
En ese sentido, la recuperación del conocimiento de los “locales” es esencial, pues son
quienes se enfrentan constantemente a la violencia en su vida diaria y, aunque la teman, suelen contar con estrategias –basadas en el conocimiento práctico- de cómo evitar y controlar las agresiones y amenazas cotidianas. Como el investigador (a) permanece en campo por largos periodos de tiempo, se expone a peligros similares a los de los habitantes de la comunidad de estudio y, como ellos, debe mantener una constante actitud de alerta para emplear recursos de asistencia o, de ser el caso, abandonar rápidamente el campo.
El arribo al campo debe ser facilitado mediante el establecimiento de acuerdos con actores de la comunidad que posean un alto estatus y una reputación local favorable para la legitimación de la investigación (Yancey y Rainwater, 1970), pues serán estos informantes quienes transferirán su autoridad y prestigio a quien investiga, además de indicarle cómo actuar, cómo es visto por las demás personas y cómo construir una zona de seguridad3. Con base en lo anterior, será posible evaluar cuándo las relaciones “aparte” pudieran ser innecesarias y riesgosas, especialmente cuando se trata de encuentros con informantes “en solitario” o lejos de la zona de estudio conocida.
Por último, aunque las personas de confianza que facilitan el ingreso en campo son quienes presentan al investigador (a) con las personas de la comunidad y le transfieren su autoridad y prestigio, es conveniente que dicha relación no se convierta en un obstáculo para interactuar con las diferentes personas y grupos que conforman al escenario de estudio y que podrían ampliar la comprensión sobre el mismo.
Cuando se trabaja en contextos controlados por grupos violentos, es altamente probable que se trate de imponer un rol al investigador (a) –como vigilar la llegada de la policía, participar en peleas, cuidar droga o cosas robadas, entre otros-, colocándole al margen de la ley o limitando su investigación a las personas, lugares y horarios restringidos por la función asignada.
En el mismo sentido, puede exigirse a quien investiga una documentación sesgada, enfocada en las experiencias que los informantes consideran deseables –individual y grupalmente- y que omita o altere el registro de las características o situaciones consideradas
poco favorables.
Frente a esto, es conveniente contar con una estrategia para negociar continuamente “el rol” y convencer a los integrantes de la importancia de que quien investiga controle el estudio y la documentación, así como la claridad en los acuerdos sobre los límites éticos y legales de la participación del investigador (a). No debe obviarse que el temor a poner límites puede llevar al investigador a ser utilizado y presionado por las personas o grupos de estudio para realizar actividades ilegales que van desde participar en robos menores hasta resguardar armas o drogas (Polsky, 1971).
El registro de información en contextos violentos suele ser verdaderamente complicado. Aun así, como un método de investigación de carácter analítico, la observación depende de un adecuado y detallado registro de notas4. Al respecto, se sugiere una actitud sumamente receptiva, de tal manera que la estructura mental pueda registrar lo más posible (incluso detalles aparentemente nimios) y, por lo tanto, evitar el recurrente “no ocurrió mucho”. El registro detallado permite compilar información que en apariencia es irrelevante, pero que más adelante puede ser de gran importancia al enmarcarse en un contexto mejor conocido5.
No es trivial señalar que, independientemente de los formatos de registro, lo importante es que las notas incluyan personas6, acontecimientos y conversaciones (algunos investigadores recomiendan también indicar y señalar los sentimientos, intuiciones o supuestos). Además, la investigación requiere que las notas7 den cuenta de los escenarios y actividades con una rigurosa precisión, de tal manera que se tengan detalles suficientes para “dar forma a una imagen mental del lugar”. Adicionalmente, se debe distinguir claramente la dimensión descriptiva y evaluativa durante el registro, pues las consideraciones del investigador deben quedar explícitamente diferenciadas del lugar y las prácticas descritas.
El entrenamiento, la experiencia y la concentración, favorecen un incremento gradual en la exactitud de los registros, para ello, Taylor y Bogdan (1987) destacan la importancia de “prestar atención” y recomiendan: a) enfocar una persona o actividad específica con la finalidad de evitar ser abrumados por la complejidad del escenario; b) retener de memoria o lo más certeramente posible las palabras o frases8 que los actores expresan durante las conversaciones,
concentrarse y recordar el inicio y fin de las conversaciones; c) reproducir mentalmente las observaciones y escenas, abandonar el escenario cuando se haya observado todo lo que es posible recordar y registrar; d) tomar nota de las observaciones lo más pronto posible9; e) dibujar diagramas y trazar movimientos de tal manera que se “camine a través de su experiencia”; f) bosquejar en ese mismo diagrama los acontecimientos y conversaciones específicas que tuvieron lugar en cada momento; g) grabar resúmenes detallados al regresar a casa, entre otros recursos por el estilo.
En lo que se refiere a los dispositivos mecánicos10, estos pueden ser útiles en diversos contextos e incluso favorecer registros audiovisuales sin alterar seriamente la investigación ni el libre desenvolvimiento de los actores; sin embargo, en escenarios donde la población suele ser criminalizada o estigmatizada, es probable que se tenga aversión hacia los registros grabados o fotografiados, debido a la desconfianza –siempre presente- y la sensación de vigilancia que generan.
Por último, es conveniente tener en cuenta que el estado de alerta sobre las posibles amenazas a la seguridad personal puede favorecer también la calidad de las investigaciones, pues gracias a ello se presta una especial atención a los detalles y se cultiva una conciencia explícita frente a sucesos y acciones que podrían fácilmente darse por sentadas.
La aproximación cualitativa para realizar entrevistas informales o formales, requiere una revisión cuidadosa de las guías de entrevista (Goldstein, 2014), con el fin de evitar preguntas demasiado provocadoras, y también implica honestidad en la autopresentación del investigador. Como se ha señalado recurrentemente, el ambiente de sospecha que predomina en zonas violentas puede afectar la metodología y particularmente la utilización de técnicas como la entrevista en profundidad –en mayor medida cuando la violencia es el tema central de investigación- pues las personas pueden percibirse en riesgo o considerarse objeto de acusaciones implícitas. Frente a ello, ciertas preguntas pueden romper con relaciones amistosas e incluso producir respuestas temerosas, hostiles o evasivas.
En efecto, el diseño de la estrategia metodológica no se encuentra al margen de los peligros inherentes al contexto de estudio, por lo que deben tomarse decisiones sobre los tiempos
y lo “directo” de las preguntas, considerando que la flexibilidad es un recurso sumamente necesario. Es conveniente tener en cuenta que la entrevista pudiera verse interrumpida –y de preferencia reprogramada- como consecuencia de la incomodidad o reticencia de quien es entrevistado. Aunque pudiera temerse el hecho de no contar con otra oportunidad para entrevistar a un determinado actor, la impaciencia pudiera dar lugar a un cuestionamiento directo capaz de alarmar e incomodar al entrevistado, cortando toda relación.
Las interacciones locales y la observación participante, pudieran facilitar el aprendizaje de las normas locales y su retroalimentación a través de un contexto de entrevista y un guion adaptado gracias a la información obtenida durante las interacciones informales11. En ese sentido, la entrevista puede ser una extensión de la relación continua que se lleva a cabo entre entrevistador y entrevistado.
Por otro lado, los lugares de entrevista requieren aplicar el principio de que “el informante lidere”, pues su comodidad y tranquilidad facilitarán un mejor desarrollo de la entrevista (sin embargo, realizar entrevistas fuera de los contextos familiares pudiera dar lugar a peligros que deben ser evaluados)12.
Sin duda, los contextos violentos y peligrosos, vuelven más desafiante determinar la validez de la información obtenida durante el trabajo de campo y mediante las entrevistas. Sin embargo, y a pesar de las dificultades para medir los datos cualitativos, es plausible pensar que estos serán de mayor calidad cuando el informante se sienta cómodo con el investigador, el lugar de entrevista y las preguntas elaboradas. En ese sentido, favorecer la decisión de los entrevistados sobre dónde y cómo se realiza la entrevista no sólo mejora la calidad de la información obtenida, sino que también protege a los involucrados de ciertos peligros presentes en dichos contextos.
El trabajo de campo implica estar en medio de complicadas situaciones que remiten a todos los elementos del drama humano: conflictos, hostilidad, desconfianza, seducción, rivalidad, tensiones raciales y étnicas, celos.
Adicionalmente, la edad, el sexo, la raza y otros factores de la identidad personal pueden ejercer una influencia poderosa sobre el modo como los informantes reaccionen ante el observador y pueden incrementar notablemente su vulnerabilidad. En el caso de las mujeres, éstas
pueden enfrentar bromas, insinuaciones, contacto físico no consentido, acoso sexual e incluso violaciones (Warren, 1988; Coffey, 1999).
Es frecuente que las mujeres se enfrenten a problemas en el trabajo de campo que, por lo general, no afectan a los hombres, recibiendo continuamente avances sexuales de los hombres y actitudes desconfiadas o celosas por parte de las mujeres. El cortejo suele ser un problema recurrente cuando las investigadoras se orientan al estudio de escenarios dominados por varones y sus dificultades para conseguir información se ven exacerbadas por una atención perturbadora en su vida personal (Easterdey et al, 1977). En tales contextos, conseguir el equilibrio entre cordialidad y distancia suele ser sumamente complicado frente a una asimetría de género fuertemente naturalizada.
Por otro lado, Liebow (1967) y Bourgois (2010) han realizado estudios como investigadores blancos en barrios de afrodescendientes, afrontando series dificultades, pero estableciendo fuertes vínculos con sus informantes, sin por ello haber logrado superar las barreras y el estatus de “extraños” asociadas a su condición racial.
La investigación en contextos de violencia se enfrenta con dilemas metodológicos y éticos que plantean cuestionamientos sobre el carácter encubierto o la constante autocontextualización del investigador (a), pero también sobre los efectos que la realización del estudio produce sobre la comunidad y los cuidados –en cuestión de confidencialidad y privacidad- de quienes participan en la investigación.
Pero cuando se ha logrado cierta confianza “suficiente”, esto no implica que se diluyan definitivamente las dudas sobre el “verdadero” papel del investigador, por lo que se requiere un continuo trabajo de convencimiento para demostrar que no se es un espía o un policía y para evitar una reprobación explícita de ciertas acciones. Esto suele ser sumamente complicado, cuando el observador debe decidir entre su lealtad a los acuerdos establecidos al ingresar en campo o su compromiso con los marcos morales y jurídicos vigentes.
Al respecto, la literatura especializada suele destacar la importancia de una “posición no intervencionista” en el trabajo de campo, con la finalidad de llevar la investigación en curso a buen puerto y favorecer investigaciones futuras (en el entendido de que toda expresión de
desaprobación o actitud enjuiciadora –e incluso de denuncia formal- pudiera suprimir las oportunidades de obtener información de calidad en el campo en un momento dado del tiempo o en un futuro).
Sin embargo, esto no debe conducir hacia una actitud cínica o al menosprecio del sufrimiento de los demás, pues aunque es cierto que el abuso y la deshumanización, expresados individualmente, suelen estar arraigados en algunas instituciones sociales y en ciertas comunidades, lo cierto es que esto no obliga al investigador (a) de su cumplimiento a guardar silencio frente a graves violaciones a los derechos humanos o incluso la realización de homicidios, pues su posición académica no le exenta de responsabilidad ética ni le absuelve ante la ley.
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Notas
1 A estos y otros daños que el investigador produce en las personas o poblaciones estudiadas se refieren Rojido, E. y Cano, I. (2016), cuando aluden a los “efectos iatrogénicos de la investigación”.
2 Una de las afectaciones metodológica más notorias de la violencia suele manifestarse en la renuncia por parte de los investigadores a obtener consentimientos informados impresos (dada la condición
potencialmente comprometedora del documento escrito) y la predilección por acuerdos basados en el consentimiento oral. Además, como también señala Goldstein (2014), el diseño poco cuidadoso de los consentimientos escritos, puede ofender las sensibilidades locales al tratar temas muy sensibles en un momento demasiado temprano de la investigación o de una entrevista en particular.
3 Williams et al (1992) señalan que la zona de seguridad contiene tres componentes: 1) una sensación de “seguridad psicológica”, en el sentido de que los investigadores se sienten seguros, perciben un cierto
grado de aceptación y están dispuestos a permanecer en el lugar. 2) Debe haber un nivel suficiente de aceptación de quienes realizan etnografía y cierta confianza en que no son policías. 3) Por último, el entorno físico no debe ser peligroso.
4 Estas notas deben tomarse durante o inmediatamente después de la observación, incluyendo encuentros ocasionales o llamadas telefónicas. Redactar notas de campo completas y detalladas debe ser un interés sustancial del investigador, al respecto (Taylor y Bogdan, 1987), han señalado que los observadores suelen tardar de cuatro a seis horas para redactar las notas por cada hora de observación.
5 Sólo cuando se ha obtenido abundante información y se conoce con claridad el escenario de estudio, es
posible transitar hacia una trabajo más selectivo.
6 En el caso específico de las personas estudiadas, es importante tener en cuenta que éstas desean presentarse de una cierta manera (Goffman, 2001), y, por lo tanto, evidencian en sus formas de vestir y actuar la manera como quieren ser vistas, por lo que las interpretaciones que se realicen sobre las mismas deben quedar claramente separadas de su descripción. Al respecto, En el caso de acciones y frases que no resultan comprensibles para quien investiga, es mejor indicarlas tal y como ocurren, antes de tratar de reconstruir lo visto y escuchado con miras a hacerlo comprensible al margen del contexto de referencia.
7 Es conveniente señalar que las notas registradas en contextos peligrosos, deben ser muy generales, especialmente cuando se escriben en un diario de campo, pero también cuando se escriben en etiquetas de
refresco o cerveza, servilletas, o cualquier otro medio material-, para evitar que en algún momento sean leídas por alguien más e interpretadas como un ataque hacia alguna persona o al grupo en general
8 El aprendizaje del lenguaje específico que se utiliza en el escenario es esencial para avanzar en la investigación (Becker y Geer, 1957) pues las palabras o símbolos adquieren significados particulares en los escenarios de estudio, algunos de ellos mediante la utilización que en otros contextos suelen remitir
inmediatamente a insultos o expresiones autodespreciativas (Wallace, 1968). Ese argot local es un indicio importante sobre la forma como los actores definen y organizan al mundo social, lo que favorece el diseño de interrogantes y líneas de investigación específicas. Muchas veces quien investiga tiene problemas para deslizarse entre la jerga local y los vocabularios aprendidos en otros escenarios, dando un sentido literal a expresiones que pueden remitir a ideologías particulares, tendencias de clase o raciales (Cicourel y Kitsuse, 1963), o simplemente a denominaciones que tradicionalmente se asignan a ciertas cosas. Como ha indicado (Polsky, 1971) los adictos a la heroína pueden referirse a ésta como “basura” sin que ello exprese un sentimiento de culpa sobre su consumo. En ese sentido, antes de asignar significados a símbolos verbales y no verbales, es conveniente examinar los vocabularios a la luz del escenario específico y los supuestos y propósitos de los actores.
9 En ocasiones conviene alejarse del lugar de estudio, hacia espacios que cuenten con la adecuada
privacidad para anotar palabras o frases clave que puedan ayudar después a detallar los sucesos ocurridos durante la observación.
10 Con excepción de la etnometodología y algunas vertientes del interaccionismo simbólico (Garfinkel, 1967; Collins, 2009), la mayoría de las metodologías de investigación de corte cualitativo recomiendan prescindir de la toma compulsiva de notas en el campo y los dispositivos electrónicos (grabadoras, cámaras fotográficas o de video, teléfonos celulares para la recolección de datos., entre otros). En la
mayoría de los casos suele apelarse a la intrusión de dichos artefactos en el comportamiento natural de quienes son observados, poniéndoles en guardia y volviéndoles más suspicaces al actuar en su presencia. Otros investigadores, especialmente los identificados con la etnometodología lingüística y la sociología formal, ponen en cuestión que el observador pueda recordar con precisión y registrar subsecuentemente los detalles importantes de lo que ha ocurrido en el escenario (Schwartz y Jacobs, 1979).
11 Al respecto, los interlocutores locales pueden brindar información sobre qué temas son más fáciles de
plantear y cuáles no, y esa información puede ser utilizada para evitar ofender a alguien. También debe tenerse en cuenta que la raza, el género y la clase social pueden afectar la actitud receptiva hacia cierto tipo de cuestionamientos.
12 En ese sentido, Goldstein (2014) recomienda intentar visitar los sitios propuestos por los informantes, previo a la entrevista, con la finalidad de identificar peligros inusuales. Esto es particularmente necesario en la interacción con personas que –se sabe- están implicadas en actividades violentas o delictivas, pues ello requiere privilegiar encuentros en lugares públicos, incluso con la resistencia del entrevistado.