Homofobia como limitante a la liquidez de las masculinidades: el caso de los estríperes heterosexuales que bailan para varones


Homophobia as a limitation to masculinities’ liquidity: the case of straight male strippers


Oscar Emilio Laguna Maqueda1


Resumen: En este documento se describen algunos hallazgos de una investigación postdoctoral desarrollada en el Instituto de Investigaciones Culturales- Museo de la Universidad Autónoma de Baja California. En ella estudié a varones heterosexuales que bailan y se desnudan frente a hombres homosexuales. A través de observación participante y entrevistas focalizada a estríperes en diversas ciudades de la República Mexicana identifiqué las maneras en que estos varones adecuan sus prácticas y expresiones de masculinidad para amoldarlas a las necesidades del trabajo, lo cual señala la liquidez de las masculinidades, también reconocí a la homofobia como una limitante de esa liquidez.


Abstract: This document describes some findings of a postdoctoral research carried out at the Institute of Cultural Research-Museum of the Autonomous University of Baja California. On it, I studied straight men that dance and get naked in front of homosexual men. Through participant observation and focused interviews with strippers in different cities of Mexico, I identified the ways in which these men adapt their practices and expressions of masculinity to adjust them to the work’s needs, which represent masculinities’ liquidity; I also recognized homophobia as a limitation to that liquidity.


Palabras clave: Masculinidades; género; liquidez; homofobia; masculinidad hegemónica


Introducción

El desarrollo de los estudios del género, derivados de los movimientos feministas y de las luchas sociales de las personas de la diversidad sexual y afectiva han permitido reconocer al género como una construcción social que varía tanto geográfica como temporalmente y que es modificable. El análisis de las masculinidades ha sido un campo de estudios que se ha


1 Doctor en Ciencias Sociales con especialidad en Mujer y Relaciones de Género, Centro Nacional de Información, Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, línea de investigación masculinidades y políticas públicas, oscarlaguna2001@yahoo.fr

incorporado tardíamente a los estudios de la teoría de género, la cual se había enfocado principalmente al análisis y explicaciones de la situación y condición de las mujeres, así como al estudio de fenómenos vinculados a la violencia, discriminación y desigualdad fundadas en el género.

En este documento se describen algunos de los hallazgos de una investigación postdoctoral apoyada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT) que se realizó en el Instituto de Investigaciones Culturales Museo de la Universidad Autónoma de Baja California. Ella se llevó a cabo en seis ciudades del país: Campeche, Campeche; Ciudad de México, Mérida Yucatán; Mexicali y Tijuana en Baja California y Puerto Vallarta, Jalisco. Ella implicó realizar trabajo de campo y observación participante en bares donde laboran estríperes para varones gays o bisexuales o para personas de la diversidad sexual y afectiva, asimismo se revisó el material bibliográfico y hemerográfico vinculado a género, masculinidades, bailarinas exóticas, estríperes, así como a los estudios del género.

A partir del trabajo de campo se tuvo acceso a varios bailarines con los cuales se desarrollaron entrevistas focalizadas; cuando la situación lo permitía se grabaron dichas entrevistas y cuando eso no fue posible, por realizarse en los lugares de trabajo, se tomaron notas. Posteriormente se catalogó y analizó la información. Durante la investigación que realicé, identifiqué que los estríperes heterosexuales que bailan para hombres gay deben afrontar diversos conflictos al realizar su trabajo; la manera como resuelven o dejan de lado esos conflictos les permiten permanecer en su empleo y realizar las labores que conlleva, así como soportar la carga negativa y estigmas que esa actividad considerada desviante implica.

Durante la investigación identifiqué que el concepto de liquidez de Bauman, retomado por Tristan Bridges, era útil para definir y caracterizar la fluidez de las masculinidades; sin embargo, también me percaté que dicha liquidez era acotada por diversos vectores de poder, siendo uno de ellos la homofobia.

De ahí mi interés, en este documento, por describir cómo actúa la homofobia en acotar la liquidez de las masculinidades y cómo los varones readecuan ese vector de poder para poder trabajar en esa actividad que se considera desviante,1 además de seguir percibiéndose como hombres.

La hipótesis que guiará la ponencia es: Aunque una de las características de las

masculinidades es su liquidez, no existen transformaciones profundas en su expresión y performatividad debido a que la homofobia impide la desviación profunda de los patrones definidos por la heteronormatividad y la construcción del género de los hombres.


Estudios y liquidez de las masculinidades

A partir de los estudios e investigaciones de personas estudiosas de la antropología, psicología, sociología, así como teóricas feministas, se identificó al género como una construcción social e histórica que se fundaba a partir de las diferencias corporales de los machos y hembras de la especie humana para transformarlos en hombres y mujeres. Dicha construcción se ha naturalizado y reificado, por lo que se estima que deriva de la naturaleza. Para esta presentación considero al género como


Una construcción social e histórica reificada que se produce y reproduce performativamente y que a partir de una supuesta dicotomía anatómica de los cuerpos de la especie humana, define el acceso diferenciado y jerarquizado a experiencias, recursos, capital, poder y respetabilidad para conformar a los sujetos en mujeres u hombres, con lo que excluye posibilidades alternativas de generización (Laguna, 2013: 35).


Dicha construcción social se incorporó en la cultura, desarrollando una cultura de género2 que es aprendida durante los procesos de generización en los que mujeres y hombres reconocen el espacio social que les “corresponde” con base en las asignaciones culturales que tiene cada género que señala los ámbitos a los que tienen acceso, las actividades que pueden realizar, así como los recursos y el poder que pueden detentar. Esa cultura de género es patriarcal, heteronormativa, heterosexista, misógina y machista, además que se encarga de definir los espacios públicos- masculinos y privados- femeninos, señalando los recursos y capitales a los que tienen acceso mujeres, hombres, niñas y niños.

Diversos autores Georg Simmel, Michael Kauffman, Raewyn Connell, Guillermo Núñez, etcétera se enfocaron al género de los hombres y han analizado a la expresión, ejercicio y manera de hacer las masculinidades y las han vinculado a determinadas expresiones “características” de los hombres.

Una caracterización que resulta útil para reconocer como se ha concebido la construcción de la masculinidad tradicionalmente es la descrita por Deborah S. David y Robert Brannon (citado por Badinter, 1992:197), quienes reconocieron cuatro características:

Esas formas de materialización3 de la masculinidad nos pueden dar una idea de que existe

continuidad y consistencia en las expresiones de las masculinidades. Sin embargo, al analizar más detalladamente las expresiones del género de los hombres podemos reconocer que las diferentes formas de “hacer” la masculinidad varían entre los varones y que incluso un mismo hombre puede expresar su masculinidad de manera diferente dependiendo del espacio donde conviva y se desarrolle, así como los grupos con los que conviva.

Los hombres aprenden a reconocer las diferentes expresiones de masculinidad y a ejercerlas de acuerdo al espacio, al acceso al poder y al prestigio en los ámbitos y relaciones donde viven y se desarrollan. De ahí que Tristan Bridges retomara la concepción de liquidez de Bauman para denominarlas como masculinidades líquidas.


Masculinidades líquidas

Zygmunt Bauman utiliza el concepto de liquidez para caracterizar a la época postmoderna, periodo en el que estima que los conceptos, prácticas, relaciones, identidades, etcétera, fluyen continuamente y que permanecen estables durante periodos muy cortos de tiempo.

La idea de liquidez nos permite identificar que las prácticas sociales son fluidas, moldeables, inestables y que pueden ser incoherentes y modificables. Esa idea la utilizó Tristán Bridges para definir a las masculinidades líquidas como “la habilidad de transformarse a uno mismo de acuerdo a los estándares cambiantes de los múltiples arreglos grupales” (Bridges, 2011: 82). Tal liquidez involucra “la transformación contextual de los performance de género” (ibídem, 114). De hecho, podemos reconocer a la masculinidad como una expresión de género líquida porque los varones aprenden a amoldar su expresión de género a los espacios y las relaciones de poder donde se desenvuelven, Bridges identificó esto entre hombres trabajadores de oficina y la concibió como el


conocimiento, los recursos y aspectos de la identidad disponibles –dentro de determinado contexto- que permite acceder a determinados arreglos de identidades de género […] este permite ilustrar las maneras en las que ciertos aspectos de la identidad ‘cuentan’ como masculinos en determinado arreglo y no puede contar precisamente de la misma forma en otro (Bridges, 2011: 82).


Así al comparar la idea tradicional de las características de la masculinidad y contrastarlas con la idea de liquidez podemos encontrar las siguientes:


Masculinidad tradicional

Masculinidad líquida

Rígida: se estimaba que la expresión de la masculinidad era similar en todas partes y que los hombres no modificaban la manera de hacer su género en ninguna situación o

entorno.

Moldeable: se reconoce que la masculinidad es una expresión de género que se modifica a lo largo del tiempo y que los varones pueden aprender a moldear su ejercicio y performatividad

dependiendo del entorno o grupo donde conviven.

Inmutable: se estimaba que la masculinidad no se modificaba.

Mutable: la masculinidad al tener como característica la liquidez puede modificarse, por lo menos parcialmente, de acuerdo a las necesidades del entorno donde se desarrollan los

varones.


Contundente: se estimaba que la masculinidad era una sola, que no tenía modificaciones y que su expresión era universal.

Contingente: a partir de diversos estudios se reconoce que la masculinidad puede o no tener diversas características que se estima la conforman y que ellas aparecen conforme el individuo se relaciona y desarrolla en

determinados espacios.

Estable: se estima que la masculinidad siempre se hace de la misma forma.

Inestable: la masculinidad al conformarse en diversos medios, en diferentes entornos y reproducirse en distintas situaciones, con diferentes referentes de poder, liderazgo y jerarquía su ejercicio debe amoldarse y modificarse de acuerdo a las necesidades de los

varones y del espacio social que ocupan.

Coherente: se estimaba que el género de los hombres era racional, social y que estaba regido por las leyes de la lógica.

Incoherente: cada expresión de la masculinidad que desarrollan los varones se produce a partir de las relaciones con el entorno, los antecedentes familiares, grupales y sociales, por lo que existen probabilidades de que presente incoherencias y

paradojas dentro de su expresión.


Para la investigación con estríperes, esa noción de liquidez, me permitió entender cómo los bailarines heterosexuales continúan asumiéndose como hombres heterosexuales a pesar de realizar una actividad que contraviene lo estipulado por la heteronormatividad y que es considerada “desviante”, porque se desarrolla para un público discriminado y estigmatizado al que se excluyó del concierto social, al que incluso se lo invisibilizó y se le expropió de la voz con la que pudiera expresar sus necesidades y demandas.

Asimismo, este término me permitió identificar algunas de las maneras como los estríperes heterosexuales modificaban determinadas pautas de masculinidad que aprendieron durante los procesos de generización, así como dejaban de lado algunas de las prácticas homofóbicas4 utilizadas para evitar la desviación y para señalar a los sujetos abyectos.5 A partir

de esa observación pude identificar las formas que utilizan los estríperes para reproducir la masculinidad y las estrategias que usan para mantenerse en el trabajo sin que pierdan su condición de hombres e identidad de género cuando realizan un trabajo para varones que se los sitúa en la parte baja de lo que Connell estima como la jerarquía de las masculinidades (cf. Connell, 1996) y porque algunas de las labores que desempeñan requieren trastocar la heteronormatividad, pues reciben caricias de otros hombres y permiten ser tocados de manera erótica por ellos, además que ocasionalmente incluso tienen intercambios sexuales con los clientes.

Adicional a esta característica de la masculinidad, estimo que los bailarines pueden trastocar la norma heterosexual porque sus actividades las realizan en espacios fuera del control y vigilancia sociales, de ahí que se puedan identificar esos lugares como espacios liminales.


Un espacio liminal: Bares para personas de la diversidad sexual y afectiva6

Las personas de la diversidad sexual y afectiva durante mucho tiempo fueron excluidas del concierto social, de hecho fueron invisibilizadas y con ello se les expropió de la voz, que les permitiera expresar sus necesidades y deseos. Fue a partir de los movimientos de liberación sexual y de la revuelta de Stonewell Inn en 1969 que estos grupos y personas empezaron a ser reconocidos como sujetos de derechos y con ello se les devolvió, en parte, la voz que se les había expropiado.

A partir de ese reconocimiento empezaron a abrirse y conocerse diferentes bares que ya no trabajaban de manera clandestina, sino que eran espacios donde los hombres homosexuales se reunían para divertirse, en ellos podían expresarse libremente. El objetivo de esos establecimientos era complacer sus deseos y satisfacer sus necesidades. En estos lugares la heteronormatividad y la vigilancia homofóbica eran continuamente trastocadas con base en las necesidades de los clientes, eso permitía crear reglas paralelas a las definidas por la sociedad, dejar de lado las políticas homofóbicas7 para poder atender los deseos de la clientela.

Ese tipo de manifestaciones y trastrocamientos de la heteronormatividad fueron posibles debido a que se crearon estos espacios donde se podían realizar y cumplir los deseos de las personas de la diversidad sexual y afectiva, de tal forma que transgredieran algunos principios de las normas sociales sin que tuvieran repercusiones por ello. De ahí que con base en lo

desarrollado por Victor Turner, podemos identificar a estos lugares como espacios liminales.

Pues


los atributos de la liminalidad o persona liminal (“gente umbral”) son necesariamente ambiguos, ya que esta condición y estas personas eluden o se deslizan a través de la red de las clasificaciones que normalmente ubican los estados y las posiciones en los espacios culturales. Las entidades liminales no están ni aquí ni allá, se ubican en medio, entre las posiciones asignadas y dispuestas por la ley, la costumbre, la convención y el ceremonial (2009: 95).


Esa liminalidad de los espacios le permitió a las personas de la diversidad sexual satisfacer sus deseos en lugares relativamente seguros, los cuales no estaban bajo el continuo escrutinio de las fuerzas de la seguridad pública. Eso consintió que las personas asistentes y los trabajadores de esos lugares pudieran desarrollar una especie de códigos paralelos a las normas sociales (cf. Becker, 2014) y adecuarlos a las necesidades de la clientela y de esos entornos.

En esos espacios los varones de la diversidad sexual podrían expresar y satisfacer sus deseos, pues el entorno lo permitía. Ello lo hacían con libertad, de tal forma que podían cambiar algunas prácticas y normas sociales adecuándolas a sus necesidades, sin que hubiera una consecuencia por ello.

Conforme las personas de la diversidad sexual salían de la clandestinidad, se incorporaban en los lugares de encuentro prácticas provenientes de Europa y los Estados Unidos, una de ellas era la presentación de estríperes para animar esos espacios, cuya función era amenizar a la concurrencia a través de despojarse de su indumentaria paulatinamente al ritmo de la música.

Gradualmente, las labores de los bailarines se ampliaron y posibilitaron un trastrocamiento continuo de la heteronormatividad. Adicionalmente, estos mismos espacios favorecieron el cambio de las políticas y prácticas homofóbicas y posibilitaron el desarrollo de mecanismos por parte de los estríperes heterosexuales para evitar ser considerados seres abyectos. Eso favoreció el desarrollo de desplazamientos en la expresión y vigilancia heteronormativa de las masculinidades.

Desplazamientos en la expresión de la masculinidad: Masculinidades líquidas de los estríperes heterosexuales

Las labores de los estríperes han variado en el transcurso del tiempo. En la década de los años ochenta llegaron a la República Mexicana las presentaciones de estríperes como un espectáculo sólo para mujeres, el cual fue paulatinamente incluyéndose en los bares para hombres homosexuales. De ser una actividad marginal dentro de los bares, gradualmente fue ampliando su presencia en los lugares de reunión, hasta que a fines del siglo XX en la Ciudad de México y en otras partes del país se abrieron lugares cuyo principal espectáculo era la presentación de estríperes.

También se ha modificado la manera como los estríperes realizan su trabajos, inicialmente sólo se presentaban sobre un escenario o tarima con indumentaria de diversos estereotipos de hombres que se asumía expresaban cierto “ideal” de masculinidad e incluso que se consideraban detentaban un espíritu indómito como por ejemplo policías, leñadores, soldados, marinos, etcétera. En sus labores los desnudistas se visten llamativamente, con ropas o disfraces que muestren sus atributos personales, músculos e incluso una prominente erección; paulatinamente realizan una coreografía al ritmo de la música que ha escogido y se van despojando de su indumentaria hasta quedar solamente en una tanga, aunque hay lugares en los que se cierra la actuación del bailarín con su desnudo total.

Conforme llegaron turistas de los Estados Unidos y Canadá con cierta experiencia sobre este tipo de negocios, se fueron ampliando las demandas de los clientes con respecto a lo que querían que hiciera un estríper. Así, además de bailar y desnudarse los estríperes empezaron a permitir ser tocados eróticamente por la clientela a cambio de una propina, la cual los clientes ponían en la tanga o en la bota de los bailarines. El desnudo total se volvió más usual e incluso se incorporaron implementos para que los desnudistas desarrollaran su trabajo, como por ejemplo los tubos para apoyarse durante el baile o las regaderas donde se duchan.

Esos cambios en las prácticas laborales implicaron modificaciones en la actitud de los bailarines, pues ellos comprendieron que para obtener mejores propinas tenían que saber embelesar a los asistentes y apoyarles a cumplir sus fantasías. Por ello, en esos espacios los bailarines desnudistas tienen que aprender a “enamorar” a los clientes y a apoyarles a hacer realidad sus fantasías, pues ello puede significar que tengan acceso a mejores propinas o a la

contratación de servicios adicionales (cómo un baile privado, que es cuando el bailarín baila exclusivamente para un cliente en un espacio destinado para ello).

También hay bares donde los bailarines deambulan en ropa interior o en tanga y acompañen a los clientes en su mesa, en estos casos los bailarines pueden recibir una compensación económica por parte del establecimiento por las bebidas que les invitan los clientes o por el número de baile privados que son contratados por los asistentes al lugar.

Esas insinuaciones a los clientes homosexuales, el aprender a flirtearles para obtener mejores propinas, el uso de ropa entallada e incluso el bañarse en pareja son algunas de las actividades que abiertamente trastocan la norma heterosexual, por ello los bailarines deben amoldar su expresión de la masculinidad, pero sobre todo la expresión de la homofobia. Algunos de los desplazamientos identificables entre los bailarines desnudistas en estos entornos son los siguientes:

Estos desplazamientos muestran la posibilidad de los varones de adecuar su masculinidad, reorganizarla conforme a las relaciones de poder y de prestigio que reconocen en los lugares en los que se desenvuelven, además que identifican su lugar dentro de esas nuevas relaciones de

poder y de prestigio que se establecen en esos espacios laborales.

Esa capacidad de modificar las relaciones intergenéricas y la expresión de la masculinidad podría favorecer su cambio continuo si consideramos que las masculinidades son un género líquido, por lo tanto que sería fácilmente modificables; no obstante, uno de los imperativos de la homofobia es acotar la liquidez a las masculinidades y evitar la desviación de la heteronormatividad, como refiero a continuación.


Homofobia y limitaciones a los cambios en las masculinidades

La homofobia es un vector de poder,8 debido a que ella moldea a la persona y sólo existe cuando el varón la materializa a través de sus acciones. Su presencia y poder son reconocibles tan pronto es ejercido por alguna persona para lograr el cometido que tiene, es decir, evitar la desviación de la heteronormatividad y la erradicación de quienes transgreden dicha norma. Es una expresión de la materialización del poder, ya que alguna persona debe ejercer la homofobia para que ésta se materialice. Por homofobia entiendo a


la elaboración social que supone el miedo, disgusto y/o rechazo por la homosexualidad, las prácticas, comportamientos, actitudes, relaciones y apariencia que se vinculan a ella; así como las relaciones que se configuran entorno a ella y las personas que la practican [asumo que la homofobia tiene las] funciones de designar y definir formas de nombrar a los individuos con preferencia sexual distinta a la heterosexual hegemónica, así como asignarles determinados espacios, prescribir y proscribir actitudes, moldear comportamientos, reprobar conductas y definir aquellas acciones válidas y [señalar] aquellas que no lo son. La homofobia como una parte del patriarcado invisibiliza prácticas contrarias a su hegemonía (Laguna, 2013: 213).


Considero que la homofobia es conocida e interiorizada por los individuos durante los procesos de generización y socialización. Durante los procesos de generización, la persona aprende a través de la homofobización9 que es un proceso mediante el cual los niños y niñas identifican las maneras y estilos de vida que “transgreden” la heteronormatividad, así como las repercusiones de esa transgresión y los castigos que se reciben o imponen a quienes no modifican

la conducta que trastoca la norma. Esos aprendizajes se vinculan a la enseñanza e instrucción de la misoginia, la cual evita que los niños deseen ocupar espacios o realizar actividades que hacen mujeres y niñas, de tal forma que procuren alejarse de cualquier rasgo que pueda ser considerado como femenino.

Durante los procesos de homofobización los hombres aprenden las maneras violentas que se usan para evitar la desviación. En muchas ocasiones, se golpea o amedrenta al varón que rompe la regla heterosexual. Sin embargo, esto no ocurre en estos bares gay porque el varón homosexual tiene el poder económico para pagar los servicios del bailarín y los del establecimiento, de ahí que tenga preeminencia sobre el bailarín en las jerarquías de la masculinidad que se derivan de la construcción social de las masculinidades en los bares donde trabajan los estríperes y que buscan reproducir el modelo ideal referido por la masculinidad hegemónica.10

En estos espacios se observa un trastrocamiento de las jerarquías fundadas en la construcción del género de los hombres, pues los individuos que usualmente están en la base de la pirámide de prestigio (los varones homosexuales) se colocan en un lugar preeminente de esa escala, mientras que los bailarines heterosexuales que bailan para ellos se sitúan en un espacio inferior al de los clientes.

Esto podría favorecer el trastrocamiento de las nociones de masculinidad entre los estríperes, sin embargo ellos refuerzan su masculinidad al colocar en la base de la escala de prestigio a los estríperes homosexuales con el argumento de que el trabajo lo hacen “por gusto”. Ese “gusto” es el que los diferencia y que otorga la preeminencia de unos sobre otros, porque los bailarines heterosexuales estiman que quien hace esas labores por gusto y no por necesidad es quien transgrede la heteronormatividad, por lo que es quien recibe las prácticas homofóbicas que tienen por objeto evitar la desviación y señalar al sujeto abyecto.

Por otra parte, dado que la homofobia está institucionalizada, en los procesos de socialización se aprende la homofobicidad,11 la cual es un proceso por el cual el sujeto aprende a vigilar y juzgar la proximidad o alejamiento de los dictados del pensamiento heterosexual,12 de la matriz heterosexual (cf.. Butler, 1999) que de él se deriva y de la norma heterosexual. Este proceso de observación continua actúa a través de la vigilancia permanente, una vigilancia líquida (cf. Bauman y Lyon, 2013), donde todas las personas vigilan el cumplimiento de la norma

heterosexual y aplican los “castigos” de acuerdo a su posición y condición social fundada en el género, la cercanía de quien juzga a los parámetros de la heteronormatividad13 y, en caso de ser hombre, de su aproximación al modelo de masculinidad hegemónico.

A partir de esa vigilancia y “enjuiciamiento” la persona es validada y aceptada socialmente, pero en caso de transgredir las prácticas y políticas heteronormativas, se le advierte de los peligros de infringir la norma y en caso de continuar haciéndolo se coloca a la persona en los espacios de abyección14 y se aplica algún tipo de violencia (ya sea física, sexual, económica, comunitaria), dependiendo de la condición y posición de quien quebranta la norma.

Los estríperes heterosexuales conocen tanto la homofobia como los mecanismos con que cuenta este vector de poder para imponer el orden sexual, por lo que una de las primeras cosas que aprenden en sus labores, si desean permanecer en el empleo, es a lidiar con su homofobia personal a través de modificarla o acallarla, ya sea no ejerciendo prácticas homofóbicas o no evaluando a los clientes desde una valoración homofóbica.

A partir de la modificación en su expresión homofóbica, el estríper puede reconocer los deseos de los varones homosexuales y bisexuales que asisten a los lugares donde ellos trabajan y les apoyan a cumplir sus fantasías, las cuales tienen que ver con el cuerpo y la sexualidad de los bailarines, esa modificación en su manera de ejercer la homofobia sino concilia, por lo menos acopla esas dos posturas presuntamente antagónicas.

Así, los bailarines limitan sus expresiones homofóbicas y las reformulan de tal forma que les permita su permanencia en el empleo, pero que aún puedan considerarse y, sobre todo, ser considerados hombres aun cuando realicen esas labores.

Los varones modifican la homofobias de tal forma que deja sin efecto la evaluación continua hacia su persona e incluso hacia sus compañeros, ello debido a la liquidez de las masculinidades. Sin embargo, la labor de la homofobia es evitar la desviación y encauzar la liquidez de las masculinidades.

La homofobia limita la liquidez de la masculinidad a través de:

La homofobia nunca desaparece de estos espacios liminales, aunque algunas de sus expresiones son acotadas de acuerdo a las necesidades de los bailarines. Ella es modificada de tal forma que reaparece de otras maneras y en diferentes expresiones. Los sujetos que sufren de la

evaluación homofóbica, es decir, el utilizar a las políticas homofóbicas como elementos para medir la proximidad- alejamiento de una persona a los cánones heteronormativos vigentes son diferentes y no se funda necesariamente en cuestiones sexuales, por ejemplo identifiqué que se evaluaba la fuerza física y la capacidad económica como métodos de evaluación de la heterosexualidad y no tanto las prácticas homosexuales de los sujetos. Así la presencia de la homofobia es continua, aunque de manera modificada.

Al presentarse continuamente, aunque sea de forma alterada, la homofobia puede seguir moldeando la masculinidad de los bailarines y acotando la liquidez de las masculinidades, con lo cual las trasgresiones y posibilidades de transformación de la masculinidad quedan acotadas y se limitan los cambios en la expresión del género de los hombres.


A manera de conclusión

La homofobia es un vector de poder que se produce cuando el sujeto expresa y desarrolla las prácticas homofóbicas que aprende durante los procesos de homofobización y está alerta de su observancia por medio de la homofobicidad que implica una vigilancia continua. Este temor define los espacios valorados en los que pueden desempeñarse los hombres. La homofobia actúa como un regulador de la masculinidad, los varones la reconocen a partir del temor infundido en ellos y el conocimiento de lo que les podría ocurrir si transgreden la norma heterosexual.

Para mantenerse en el empleo muchos estríperes readecuan las prácticas valoradas por la heteronormatividad y no señalan los posibles trastrocamiento o desplazamientos de ella en el empleo, para tal efecto es necesario que la homofobia tenga ciertas modificaciones ya sea temporales o espaciales, de forma localizada, es decir que esa expresión de la homofobia solamente se realice en el tiempo que permanecen en estos espacios liminales en los que laboran, como son los bares para varones de la diversidad sexual y afectiva.

En estos casos la homofobia se resignifica y adecua a las necesidades de los varones de tal forma que les permita continuar considerándose hombres, pero que les permita su permanencia en el empleo y el desarrollo de las actividades “desviantes” que se realizan en él.

Siempre existe el temor de que puedan ser considerados sujetos abyectos, de ahí que requieran conformar “redes de apoyo” que les permitan modificar los patrones heteronormativos y continuar con las labores que deben desarrollar en su trabajo, ello favorece su modificación

pero aun así continua limitando la liquidez de la performatividad del género de los hombres.

Así a través de modificarse y reimplementarse de otras formas la homofobia limita y acota la liquidez de las masculinidades y evita que la expresión de ellas se modifique o se aleje de los preceptos heteronormativos y del régimen heterosexual.


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1 Estimo que la labor de los estríperes puede ser considerada como una ocupación desviante debido a que se pueden encuadrar en lo descrito por Ritzer y Walczac, “una ocupación será tratada como desviante si concuerda con uno o más de los siguientes criterios: 1) es ilegal; 2) una o más de las actividades de la ocupación es una violación de normas y de valores no legalizados; y 3) la cultura, estilo de vida o entorno

asociado con la ocupación que presuntamente involucra comportamientos que rompen reglas” (Lewis citando a Ritzer y Walczac, 1998: 51).

2 Estimo que la cultura de género es “un concepto […] histórico que cada sociedad parte de una división sexual del trabajo originada en las diferencias biológicas de los individuos; que supone un tipo de relaciones interpersonales donde los sujetos de género comparten una lógica de poder que vuelve tal relación de supremacía masculina, en asimétrica, jerárquica y dominante en todos los ámbitos de su vida

cotidiana; que genera y reproduce códigos de conducta basados en elaboraciones simbólicas promotoras de las representaciones de lo femenino y masculino; dichos códigos y representaciones rigen, desde la vida sexual de los sujetos femeninos y masculinos, hasta su participación política y su intervención en los proceso productivos” (Muñiz, 2002: 320-321).

3 Siguiendo a Butler estimo que el proceso de materialización que se estabiliza a través del tiempo para

producir el efecto de frontera, de permanencia y de superficie que llamamos materia […] El proceso de esa sedimentación o lo que podríamos llamar la materialización será una especie de apelación a las citas, la adquisición del ser mediante la cita del poder, una cita que establece una complicidad originaria con el poder en la formulación del ‘yo’ (2005: 38) [donde la cita de la ley] es el mecanismo mismo de su producción y articulación (ibídem, 37).

4 Estas “son el conjunto de arreglos, usos, acciones y convenciones que se repiten continuamente en las relaciones sociales y entre las personas que favorecen el desprestigio, discriminación y estigmatización de

los sujetos de la diversidad sexual” (Laguna, 2013: 216).



5 Judith Butler afirma que “lo abyecto designa aquí, precisamente aquellas “zonas invisibles”, “inhabitables” de la vida social que, sin embargo, están densamente pobladas por quienes no gozan de la jerarquía de los sujetos, pero cuya condición de vivir bajo el signo de lo “invisible” es necesaria para circunscribir la esfera de los sujetos” (2005: 19-20).

6 En este documento uso el término diversidad sexual y afectiva porque éste se asocia a “la crítica tanto del binarismo sexual como de las ideologías y prácticas androcentristas y heterosexistas. Es una concepción que socava directamente los principios estructurales del sistema patriarcal” (Núñez, 2011: 75).

7 Raúl Balbuena Bello, estima que des “el sistema de reglas que inhiben las expresiones homosexuales con

el objetivo de perpetuar un solo sistema sexual y un solo modelo familiar: el reproductivo y heterosexual” (2010: 74-75).

8 La determinación conceptual del poder como un vector es introducida como una posibilidad para pensar la investidura del poder como materialización. Es, al parecer, precisamente como un vector que el poder

también es una investidura y una investidura como una materialización. El cuerpo es ambos, tanto el cuerpo del prisionero como el cuerpo de la prisión, no sólo es la materialización del poder investido, sino también el vector de poder, como materializado en una doble sujeción, como un sitio del vector de poder” (Van Wyk, 2012: 91).

9 Acuñé esta palabra para nombrar “el proceso de formar, moldear y construir la experiencia de vida de la persona a partir de los dictados homofóbicos” (Laguna, 2013: 40).

10 La masculinidad hegemónica fue distinguida de otras masculinidades, especialmente las masculinidades

subordinadas. La masculinidad hegemónica no se supone que sea normal en el sentido estadístico; sólo una minoría de los hombres podría representarla. Pero fue sin duda normativa. Expresa la forma más honrada de ser un hombre, que exigía que todos los demás hombres se posicionaran en relación con ella e ideológicamente legitimó la subordinación mundial de las mujeres a los hombres.

Los hombres que recibieron los beneficios del patriarcado sin representar una versión fuerte de la dominación masculina podrían ser considerados como que muestran una masculinidad cómplice. Fue en relación con este grupo y para el cumplimiento entre las mujeres heterosexuales, que el concepto de hegemonía era más poderoso. La hegemonía no significa violencia, a pesar de que podría ser apoyado por la fuerza, sino que significaba el ascenso logrado a través de la cultura, las instituciones y la persuasión” (Connell y Messerschmidt, 2005: 832).

11 Es “una especie de panóptico que instituye una vigilancia social e institucional constante en el sujeto, la cual incluye, para evitar desviaciones, prácticas homofóbicas y políticas homofóbicas” (Laguna, 2013: 40).

12 De acuerdo a Monique Wittig “la sociedad heterosexual está fundada sobre la necesidad del otro/

diferente en todos los niveles. No puede funcionar sin este concepto ni económica, ni simbólica, ni lingüística, ni políticamente. Esta necesidad del otro/diferente es una necesidad ontológica para todo el conglomerado de ciencias y disciplinas que [conforman] el pensamiento heterosexual” (2006: 53).

13 Retomo la definición de Cathy J. Cohen quien la considera la práctica y las instituciones “que legitiman y privilegian la heterosexualidad y las relaciones heterosexuales como fundamentales y 'naturales' dentro de la sociedad” (2005: 24).

14 “Entendida en el sentido del ser humano que pierde su humanidad y se ve relegado al status de paria con

relación a los dominantes” (Eribon, 2004: 69).