Carlos Ernesto Ichuta Nina1
Palabras clave: izquierda política; inconsistencia política; PRD; PT; Morena; México.
A pesar de ser parte de la misma región, la historia política de los países de Centro y Norte América ha sido siempre muy particular. Por ejemplo, si bien como en los países del Cono Sur, durante los años 80 los países centroamericanos fueron regidos por dictaduras militares, exceptuando Costa Rica, esta parte de la región padeció el extremismo de la Doctrina de Seguridad Nacional del Gobierno de Estados Unidos debido a la amenaza comunista representada por el régimen cubano en el periodo de la Guerra Fría, en torno al cual el imperialismo norteamericano mostró su verdadera dimensión, inventando una guerra que le llevó a ocupar Honduras como base de sus operaciones militares y provocar la muerte de cerca de medio millón de personas por los conflictos armados suscitados, incluyendo la guerra civil (Díaz et al., 2010; Lehoucq, 2012) que no ocurrió en los países sudamericanos, aunque no por ello la violencia
política en el Cono Sur fue menos tortuosa. Otro ejemplo lo constituye sin duda México, cuya historia política fue excepcional en todo el continente, debido a que en éste se gestó el modelo de régimen autoritario más longevo.
Pero hoy, con excepción de Cuba, todos los países latinoamericanos son regidos por la forma democrática de gobierno; sin embargo, mientras que gran parte de los países del sur dieron un giro a la izquierda desde inicios del nuevo siglo, dando origen así al llamado ciclo progresista en la región, los países de Centro y Norteamérica prosiguieron por la ruta del neoliberalismo, incluso mediante la imposición tardía de medidas privatizadoras, a diferencia de lo que ocurrió en los países del sur en los que dicho modelo se impuso a través de la política del shock, en los años
80. La única excepción en Centroamérica fue Nicaragua, en el cual al producirse el ascenso de un gobierno de izquierda, los temerosos del giro a la izquierda en la región identificaron su gobierno como parte del “eje del mal”.
Por tanto, más allá del caso nicaragüense, los países centro y norteamericanos no fueron parte del giro a la izquierda en la región, por lo que el fin del ciclo progresista o la crisis de la izquierda, como algunos estudiosos prefieren referir, tampoco afectó a la izquierda centro y norteamericana. Siendo así, ¿cuál es el estado de la izquierda en esta parte de la región, tal que ello permita entender la falta de alineamiento con el giro a la izquierda de la región?
Este trabajo busca dar respuesta a esa pregunta, reflexionando específicamente el caso de la izquierda electoral mexicana. Plantea que ésta izquierda se caracteriza por su inconsistencia política que consiste en la contradicción de su orientación ideológica con su acción política, lo cual no refiere su crisis sino su característica natural que incluso se institucionaliza.
Para dar cuenta de ese hecho, procedemos al análisis de contenido de los programas doctrinarios de los partidos de la izquierda electoral mexicana y referimos su acción política a través de la conformación de coaliciones electorales, por lo que metodológicamente nuestro análisis es esencialmente cualitativo.
Así, este trabajo se divide en dos secciones. Tras esta introducción procedemos a la revisión de lo que podríamos llamar la teoría de la izquierda política, sobre la base de la distinción vieja y nueva izquierda para dar cuenta de las posibilidades de inconsistencia política. Posteriormente abordamos a la izquierda electoral mexicana, dando cuenta de su doctrina y de su acción política, para mediante ello justificar su inconsistencia política. Concluimos el trabajo con
una discusión acerca de la particularidad de esa izquierda a nivel regional.
La reflexión acerca de la izquierda ha dependido siempre de la distinción vieja izquierda y nueva izquierda que actualmente opera a partir de la caída del socialismo real, la hegemonía del mercado capitalista, la expansión neoliberal y la globalización de la democracia liberal a partir de cuyos hechos surgió precisamente una izquierda que se dijo nueva y que en muchos casos derivó de la negación de su historia (Bajoit, 2008; Boersner, 2005; Castañeda, 2006; Lindblom, 1977; Ramírez, 2006).
De acuerdo con esa distinción, la vieja izquierda se habría conformado en torno al fundamento teórico del marxismo el cual le habría otorgado robustez ideológica al identificar al capitalismo como un sistema de explotación de los trabajadores, más que como un sistema de producción, por lo que para acabar con las condiciones de explotación de los obrero suponía terminar con ese sistema de opresión que en términos del comercio mundial de mercancías propiciaba un nuevo tipo de imperialismo según la cual la vieja izquierda habría asumido también un carácter antiimperialista. Pero esta izquierda de orientación marxista no estaba definida en todos los casos por la organización del proletariado para llevar adelante una lucha contra el capitalismo, lo que no quiere decir que una izquierda definida por esa tarea no haya sido posible, sólo que en condiciones de la competencia democrática, la izquierda de orientación marxista iba siendo definida por la necesidad de representación de los trabajadores mediante la constitución de la instancia organizativa más importante para hacer posible la conquista del Estado: el partido político.
Por medio del partido, la vieja izquierda adquiría así el carácter de movimiento político con identidad autónoma y fuera, aunque no siempre, de la política burguesa, cuya tarea expresa consistía en comprometerse con el internacionalismo obrero según el cual los partidos de izquierda debían llevar adelante la organización mundial de los trabajadores frente a la mundialización del capitalismo y la proletarización de las masas sociales. Pero por efecto de la discusión en torno a la vía adecuada para producir la emancipación de los trabajadores, la vieja izquierda se dividió en partidos de diferente orientación ideológica: marxista, obrerista, socialista, comunista, trotskista, maoísta, social demócrata, por mencionar algunas, las cuales representaron
una alternativa ante la ortodoxia marxista consistente en la tesis de la tarea revolucionaria eminentemente proletaria que debía derivar en la constitución de la dictadura del proletariado (Ghiretti, 2002: 193; Kriegel, 1980; Lenin, 1977a: 404-405; Marx y Engels, 2003). Y ello no supuso más que el triunfo del izquierdismo, cuyo rasgo consistió en la suplantación del principio de la dictadura del proletariado por la dictadura de los jefes políticos, los cuales antes de actuar como vanguardia proletaria, actuarían como autoridades pedagógicas de las masas (Lenin, 1977b: 555; Luxemburgo, 1976: 139-140).
La lucha del bloque capitalista por la promoción de la democracia liberal, en el periodo de la Guerra Fría, facilitó ese proceso, pues la caída definitiva del comunismo obedeció en parte al exitoso uso de esa arma político ideológica adecuada al capitalismo, a partir de cuya extensión supuestamente se producía también la caída de las barreras ideológicas y el fin de la historia (de la lucha de clases) (Fukuyama, 1992). Incluso ese proceso hizo posible que la palabra revolución pasara por un estado de resignificación, considerando las sendas movilizaciones de colores mediante las cuales la ciudadanía reclamaba el respeto al voto en los países en los cuales la vieja clase política comunista se resistía a dejar el poder (Fairbanks, 2007; Petkoff, 2005: 118).
Así, la vieja izquierda parecía quedar sepultada definitivamente cuando una nueva izquierda funcional al juego electoral propiciado por la globalización capitalista, perdió su carácter antagonista que consistía en hacer del comunismo la doctrina que se movía en contra del orden existente (Gallego, 2002). Sin embargo, ese proceso no fue solamente político, pues desde el ámbito intelectual pensadores críticos del socialismo real solicitaron a la izquierda el alejamiento ideológico-doctrinario del marxismo clásico, al cual acusaron de su limitación teórica, su incapacidad de comprender agudos conflictos sociales, su incapacidad para superar una concepción funcionalista del Estado y su justificación de los excesos cometidos por el régimen comunista (Habermas, 1991; Rorty, 1996: 230:261).
El abandono del marxismo suponía así descencializar la identidad de la izquierda, aunque el surgimiento de las distintas corrientes suponía ya para la izquierda atravesar por una creciente crisis de identidad (Ghiretti, 2002). Esta crisis podría entenderse también como el alejamiento de la izquierda respecto a su historia, que se consuma cuando los intelectuales postmarxistas solicitan a la izquierda la acentuación de su lógica actitudinal y no ideológica. De acuerdo con ello, incluso algunos críticos consideran que la vieja izquierda es sencillamente inútil, ante las
exigencias de los nuevos tiempos (Wallerstein, 2005).
Los abogados del olvido de la historia de la izquierda aspiraban así a la constitución de una expresión política más asociada con la socialdemocracia que se definiera en lo económico por su privilegio al rol intervencionista del Estado; en lo social, por la orientación a la igualdad y su vocación redistributiva; y en lo político, por su intención participacionista o su vocación democrática (Moreira, 2004). Sin embargo, esa izquierda se asemejaba a la izquierda estadounidense que aboga por la igualdad económica y está a favor de la acción del gobierno para balancear la disparidad entre pobres y ricos (Kelly, 2005: 866-867). Una izquierda definida por un simple sentido de solidaridad humana por los oprimidos y los sufrientes (Ghiretti, 2002: 28), supuso así la ruptura de la historia de la izquierda.
La izquierda en América Latina fue una réplica de la izquierda occidental, tanto en su historia, su identidad como su transformación. Además, la izquierda latinoamericana fue dependiente de la izquierda occidental, lo que hizo posible la constitución de sus corrientes y su acalorada discusión y confrontación. Sin embargo, tanto socialistas como comunistas no pudieron generar un movimiento organizado en la región, aunque fueron determinantes en la lucha por la democracia y contra el poder absoluto de caudillos y militares; incluso dieron dirección al movimiento estudiantil y obtuvieron algunos derechos para las minorías; mas por su heterodoxia, los socialistas mantuvieron también relaciones cordiales con los movimientos populistas, la centro derecha, los nacionalistas, los fascistas y los militares progresistas, por lo que en mucho casos fueron calificados de traidores de la opresión de clase (Aguilar, 1968; Alba, 1968; Lowy, 1980). Por su parte, los comunistas expresaron un carácter extremadamente burocrático, vinculado orgánica, política e ideológicamente a la dirección soviética. La izquierda latinoamericana se enfrascó así en una lucha de traiciones, denuncias, oposiciones y discusiones, a la cual se sumaron los trotskistas, replicando su odio a los comunistas (Aguilar, 1968; Alba, 1968; Lowy, 1980). El maoísmo también penetró en la región, aunque a través de la actividad guerrillera, por medio de la cual pretendieron capturar el potencial numérico del movimiento campesino.
Por ello, más que unificar la lucha de los trabajadores, los izquierdistas se dieron a la tarea de generar confrontaciones ideológico-elitistas. Además, la determinación internacional fue tan imponente, que ante la amenaza fascista, los partidos comunistas debían seguir las directrices
marcadas por la Unión Soviética que solicitó a los partidos comunistas la conformación de alianzas o bloques de resistencia con el proletariado, el campesinado, la pequeña burguesía y la burguesía nacional (Lowy, 1980: 26-32). Estos bloques recibieron el nombre de Frentes Populares, que sin embargo provocaron en Chile la caída del gobierno de Salvador Allende, y en Bolivia el colgamiento de Gualberto Villarroel. En tiempos de la guerra fría, la izquierda alineada al comunismo soviético también adoptó la lucha antiimperialista. Y todo ello impidió la inexistencia de una izquierda latinoamericana, frente a una izquierda que siguiendo los preceptos de la izquierda occidental, se disputó el poder o la ignorancia de los trabajadores.
Con la globalización capitalista y el proceso de desestructuración en las clases bajas y la estructuración de las clases altas ligadas al capital transnacional (Vilas, 1998), mientras los otrora comunistas aparecieron asesorando a gobiernos neoliberales y los partidos socialistas y socialdemócratas encontraron un terreno ventajoso para humanizar el modelo neoliberal, una nueva izquierda se planteó que “otro mundo es posible”. Esta surgió en los Foros Sociales Mundiales, a partir del año 2001, en donde un conjunto de fuerzas políticas mostraron su oposición a la internacionalización del neoliberalismo, expresando su lucha por una sociedad alternativa, humanista y solidaria, que debía ser construida a partir de los intereses de los trabajadores (Harnecker, 2002: 139, 2004; Monereo et al., 2002).
Pero esa izquierda surgía más allá de los partidos, por lo que a diferencia de la vieja izquierda su internacionalismo de la lucha social partía de su lucha en los ámbitos locales fraguándose así su posición antiglobalización. Mas esa izquierda se definía por tareas prácticas como la defensa de la democracia, la búsqueda de un nuevo orden financiero, justo e igualitario; el antibelicismo; la defensa de la autonomía y el derecho a la autodeterminación de los pueblos indígenas (Monereo, 2001). Dicho en otro sentido, la nueva izquierda se erigía como efecto del vacío ético del capitalismo (Held y McGrew, 2005: 77-87; Singer, 2003). Por eso el altermundismo fue un movimiento progresista no radical, tendiente a reparar el orden mundial, antes que apropiarse de él (Williams, 2003).
Sin embargo, al no concentrar su lucha contra el Estado, por efecto de la minimización de éste en la economía neoliberal, la nueva izquierda nacida de los foros sociales carecía de un adversario, pero también de un sujeto revolucionario porque quienes postulaban el altermundismo eran los movimientos sociales; es decir, el conjunto heterogéneo y plural de
actores insertos en un conflicto por las alternativas y las tareas prácticas. Además, en el movimiento altermundista no le estaba permitido a nadie detentar puestos de dirección, puesto que la constitución de una instancia hegemónica era rechazada (Monereo, 2001: 186-189). La nueva izquierda establecía así una barrera con la vieja izquierda, la cual en su pretensión de querer cambiar de piel intentaba corromper a los movimientos de la nueva izquierda (Wallerstein, 2005).
Pero el giro a la izquierda en la región se produjo mediante la elección democrática de varios gobiernos progresistas a través de la forma partido (Rodríguez et al., 2004; Sader, 2001; Schamis, 2006; Stolowicz, 1999). Es decir, los gobiernos de nueva izquierda surgieron en función de los parámetros institucionales establecidos, pero de acuerdo a las exigencias de una época: la desconfianza en los partidos y la necesidad de establecimiento de mecanismos de representación, participación y responsabilidad social (Arnson y Perales, 2007). Contradictoriamente, eso fue posible gracias a una crítica del Estado y el orden económico, según el cual el espíritu alternativo de la nueva izquierda electoral quedaba limitado a su posición antiglobalización, antineoliberal y antinorteamericana.
No obstante, el reto para la nueva izquierda electoral consistía en articular la “izquierda social” (movimientos sociales, sindicatos, organizaciones civiles) con la “izquierda política” (partidos y grupos intelectuales) en un gran bloque contra el neoliberalismo y la globalización (Harnecker, 2002; Rodríguez y Barret, 2005; Schuster, 2005). Es decir, se trataba de relacionar políticamente un actor heterogéneo como los movimientos sociales y un actor político burocratizado o personalizado, suponiendo su conciencia anticapitalista. El problema es que la suposición de esta conciencia en un ámbito de abandono de las ortodoxias suponía una contradicción o altas posibilidades de desideologización. Más si se toma en cuenta que en la nueva izquierda parecerían estar presentes las demandas de los abogados de la transformación de la izquierda que reclamaban precisamente el fin de las ortodoxias (Monedero, 2006: 387), redimían la necesidad del eclecticismo (Rorty, 1998: 77), o aplaudían con bravura la aparición de una izquierda social que no pretendía la toma del poder, como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), clamando que ¡Por fin, otra izquierda es posible! (Harnecker, 1999: 78; Holloway, 2001).
De hecho, el aparente intento de ideologización de la nueva izquierda que impulsó Hugo
Chávez, a través de su convocatoria a inventar el Socialismo del Siglo Veintiuno, partía justamente de considerar los errores del socialismo real, a través de una revisión del pensamiento de Marx y Engels (Mires, 2008). Sin embargo, ese socialismo recogía también el pensamiento de Mariátegui, el espíritu libertador de Simón Bolívar y de los distintos próceres independentistas latinoamericanos (Dieterich, 2007). Es más, a pesar de su estridencia Chávez no se declaraba ni marxista ni antimarxista, y afirmaba que las categorizaciones de izquierda y derecha ya no eran adecuadas para definir la naturaleza de un cambio social, político y económico, que debía surgir ante el fracaso de la democracia liberal y el paradigma de la sociedad comunista (Lander, 2005: 109-110).
La izquierda fue cambiando así por las exigencias de la época; sin embargo, en el proceso de constitución del ciclo progresista, una de sus principales tareas consistía en relacionarse con la izquierda social, para potencializar su capacidad de acción, aún a costa de su vaciamiento ideológico. Desde este punto de vista, la nueva izquierda se antojaba exitosa; sin embargo, ese logro fue escaso y la forma partido predominó generando corporativismo, corrupción y abuso de poder que finalmente derivó en la crisis de la nueva izquierda. Pero eso para el caso de los países que formaron parte del ciclo progresista, lo que hace necesario ver de manera particular qué sucede con la izquierda en contextos ajenos a éste.
A diferencia de la mayor parte de los países sudamericanos y centroamericanos, México no fue regido por un régimen militar de carácter dictatorial; además, tras la revolución de 1910 y desde la promulgación de la Constitución de 1917, el país se rige por la forma democrática de gobierno, según la cual se establece la vigencia del voto popular y directo. Por ese motivo, la celebración de elecciones en este país ha sido ininterrumpida. Sin embargo, bajo esas condiciones las elites políticas derivadas del proceso revolucionario constituyeron desde el Estado un aparato partidario con capacidad de cooptación de todo el campo político. Inicialmente éste recibió el nombre de Partido Nacional de la Revolución, después el nombre de Partido de la Revolución Mexicana y finalmente el nombre de Partido Revolucionario Institucional (PRI). A través de éste las elites llegaron a constituir una estructura corporativa que posibilitó el control de los sectores sociales dependientes del Estado los cuales llegaron a establecerse como una fiel clientela electoral que
colaboró en la configuración de un sistema de partido hegemónico vigente por más de setenta años.
El sistema de partido hegemónico suponía la limitación de la competencia electoral por diferentes medios y la definición de la sucesión presidencial mediante el mecanismo electoral, según el cual la orientación ideológica de los gobiernos no era necesariamente conservadora pues dicha orientación dependía del “estilo personal de gobernar”. Así, el PRI viró ideológicamente desde la orientación socialista con un Lázaro Cárdenas, hasta la orientación neoliberal con un Carlos Salinas, pasando por el pragmatismo desarrollista.
No obstante, la estructura corporativa fue generando desplazamientos, llegando a afectar especialmente a los sectores no dependientes del Estado. Estos fueron constituyendo así una oposición política que cuajo en la conformación del Partido Acción Nacional, cuyo sustrato social lo constituían las elites de las regiones más ricas del país. Por ello, este partido fungió como una oposición leal, aunque comprometiéndose con la democratización del país. Por tanto, el PRI y el PAN detentaron el campo político limitando la posibilidad de emergencia de fuerzas políticas de izquierda, aunque con el fin de mantener su hegemonía el régimen priista también incurría a menudo en el fraude electoral, utilizando diversos y variados mecanismos. Uno de esos mecanismos consistía en la creación de “partidos satélite”, algunos de los cuales asumían incluso el ribete de izquierda, como el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), el Partido Popular Socialista (PPS) y el Partido Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN), los cuales fueron creados en el periodo tardío de la Guerra Fría, tanto para legitimar el sistema como para “validar” la democracia aparente, mediante la conformación de alianzas electorales.
La izquierda independiente también surgió en ese periodo, aunque por condescendencia del régimen necesitado de legitimar su dominio decadente; antes de ello los partidos radicales fueron declarados ilegales, pero a partir de la reforma electoral de 1977, que constituyó el primer gesto democratizador del régimen, los partidos de izquierda pudieron pugnar por su reconocimiento legal. No obstante, la matriz de esa izquierda fue el Partido Comunista Mexicano (PCM), que nació a la luz de la revolución rusa, sólo que ante la posibilidad de su reconocimiento legal en 1979, la línea socialista se escindió para formar el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y dos años más tarde ocurrió lo mismo con la línea socialdemócrata que dio origen al Partido Socialista Unificado de México (PSUM). Cerca de cinco años antes aparecieron además
el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) de línea trotskista, y el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), de línea socialista. Así, como lo haría el PCM en las elecciones legislativas de 1977, en las elecciones presidenciales de 1982 participaron por separado el PRT, el PST y el PSUM logrando exiguos resultados pero que dependiendo del umbral mínimo alcanzado los habilitó para seguir participando en las elecciones legislativas de 1985, cuando cuatro años antes el PCM desapareció de la escena política. Sin embargo, en general el desempeño electoral de esta vieja izquierda no fue del todo halagüeña, por lo que para las elecciones de 1988 el PSUM, el PST, el PMT y otras organizaciones menores impulsaron la constitución de un solo frente político que recibió el marbete de Partido Mexicano Socialista (PMS), el cual declinó su participación por sucesos que ocurrieron al interior del régimen, como lo veremos en un instante. En ese entonces, el PRT no participó de la unidad de las izquierdas por lo que contendió en solitario, aunque los sucesos acecidos lo acercaron a esa unidad.
Debido a esa variedad de opciones, la izquierda social se manifestó muy ocasionalmente a través de los movimientos sociales, como en 1968, y a través de la insurgencia guerrillera, que emergió brevemente después de dicho suceso. Sin embargo, la “consagración” de esa izquierda fue muy tardía y la protagonizó el EZLN, en 1994, de una forma completamente atípica y en un escenario de pleno declive del régimen priista. Ese declive fue agravado en parte por una escisión al interior del PRI, protagonizada por Cuauhtémoc Cárdenas quien había sido postulado candidato a presidente por el PARM, el PPS y el FCRN; pero la rigidez del régimen impidió que esta iniciativa progresara por lo que separándose del PRI, en 1988 Cárdenas dio nacimiento al Frente Democrático Nacional (FDN), el cual recibió el apoyo del PCM, el recientemente formado PMS, diversas organizaciones políticas y agrupaciones populares que habían surgido por efecto del vacío de poder provocado por el terremoto de 1985, en la Ciudad de México. Pero tal esfuerzo terminó en nada, pues el FDN perdió las elecciones; y lo que es peor, de manera dudosa ya que el régimen interrumpió el sistema de conteo de votos, en vista de que estos iban favoreciendo a Cárdenas. Este emprendió así la lucha contra el fraude electoral pero con un aura de excesivo personalismo, a pesar de contar con el poder de las multitudes, personalismo que se replicó cuando Cárdenas decidió institucionalizar su movimiento a través de la formación del Partido de la Revolución Democrática (PRD), en 1989, el cual a pesar de haber provocado la disidencia de varias agrupaciones, fue conocido desde entonces como un “partido de tribus” por
su carácter plural. El PRD presentó como candidato presidencial a Cárdenas en dos ocasiones, sin ningún éxito, hasta que en 2006 Andrés Manuel López Obrador lo relevó, obteniendo el mismo resultado y con las mismas controversias acerca de un posible fraude por lo que López Obrador emprendió una lucha sistemática en contra de tal agravio, agravado por el papel que jugaron los poderes fácticos. En 2012 el hecho se repitió y con el mismo candidato, aunque la lucha contra el fraude no adquirió las dimensiones del 2006, sólo que el PRD entró en un proceso crítico.
Pero la izquierda electoral no se agota en el PRD, pues en 1990 desde el propio sistema y como partido satélite surgió el Partido del Trabajo (PT), el cual fue mostrando sin embargo una mayor cercanía con el PRD. A él se suma la aparición ocasional del Partido Socialdemócrata (PSD). Más allá de ese caso, por efecto de desavenencias al interior del PRD, López Obrador oficializó en 2014 el surgimiento de su propio instrumento político, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Así, el panorama actual de la izquierda política mexicana está dada por el PRD, el PT y Morena, cuyo rasgo distintivo no parecer ser necesariamente las diferencias ideológicas pues en muchos casos esos partidos formaron alianzas electorales. Sin embargo, algunas alianzas que suceden sobre todo a nivel subnacional, han sido muy controversiales por lo que parecen dar cuenta de un problema de falta de consistencia política tendiente a la desideologización, el cual podría ser finalmente el principal problema de la izquierda electoral mexicana.
En efecto, tanto en su contenido programático como en su declaración de principios la izquierda mexicana expresa un carácter muy crítico cercano incluso al marxismo, aunque ninguna formación reconozca su deuda con éste. El PT, y con menor intensidad el PRD, expresan así un marxismo disfrazado de una política de masas, en el primer caso, y de un progresismo democrático, en el segundo. Morena, en cambio, asume un perfil más humanista que parte incluso por reivindicar el género humano como base de la felicidad, ya que para él, en el género humano se formaría comunidad, se construiría ciudadanía y sería posible hacer de este mundo un lugar un poco mejor (Morena, 2017a).
No obstante, todos esos partidos se reconocen como una opción de izquierda, aunque con determinado matiz; el PRD se reclama como una organización de izquierda, democrática,
progresista, libertaria y pro derechos humanos (PRD, 2017a: 1; 2017b: 18); el PT establece como principio central la línea de masas que le obligaría a desarrollar la capacidad del pueblo a decidir a partir de lo cual procuraría la unidad de las izquierdas para romper con la correlación de fuerzas que favorecerían a las fracciones del gran capital (PT, 2017a; 2017b). Y, como lo dijimos, Morena se reconoce como una izquierda humanista pues rechaza toda forma de opresión: el hambre, la pobreza, la desigualdad, la exclusión social, la explotación, las violaciones a los derechos humanos y la corrupción (Morena, 2017a). Tales matices son muy importantes, porque permiten definir el grado de radicalidad de esas izquierdas, el cual sería posible visibilizar a través de su crítica al orden establecido.
Uno de los factores fundamentales de ese orden, es el sistema capitalista. Pero si bien el PRD identifica al capitalismo como un sistema de explotación, dominación y opresión, no asume una lucha contra éste sino contra el neoliberalismo y con la perspectiva de lograr una sociedad igualitaria, libertaria e incluyente (PRD, 2017a: 6-7). Este partido afirma además que el capitalismo vive su más devastadora crisis, debido a su dimensión global, pero reitera su lucha contra el neoliberalismo porque éste agravaría los efectos de esa crisis pues la privatización habría encadenado el destino de México a los Estados Unidos, según lo cual el partido busca modificar ese modelo de desarrollo (PRD, 2017b: 48-49). El PT también declara su lucha contra el neoliberalismo, al cual acusa de haber llevado a la pobreza a la inmensa mayoría del pueblo mexicano, siendo los sectores más afectados las mujeres, los niños, los adultos mayores, los indígenas, los campesinos y las personas con capacidades diferentes, no eximiendo a las clases medias, empresariales ni “profesionistas” (PT, 2017b). Sin embargo, en otro postulado, sobre la base de la línea de masas, el PT dice que busca construir un amplio sistema de alianzas sociales orientado al desarrollo de un bloque popular que permita derrotar al capitalismo (PT, 2017b); mas ambiguamente, este partido declara también que lucha para que el trabajo deje de ser una actividad explotada y enajenante y se transforme en una actividad realizadora del ser humano (PT, 2017a). Morena, en cambio, considera que el modelo neoliberal ha fracasado, al no ser capaz de brindar bienestar a los pueblos y al hacer posible sólo la decadencia y la ausencia de bienestar y felicidad, por lo que convoca al pueblo a movilizarse para resistir las reformas neoliberales y las políticas antipopulares, abogando por la instauración de un nuevo modelo económico (Morena, 2017b: 1-5). Así, todas las izquierdas, con más o menos coherencia, son
antineoliberales, no anticapitalistas, lo que define su leve matiz de nueva izquierda.
Además, y quizá debido a la ubicación geográfica del país, el antiimperialismo no es un atributo ni del PRD, ni del PT, a pesar del enmarañado radicalismo de éste. De hecho, si bien el PT asume que las clases dominantes del país son simplemente un apéndice de la burguesía internacional y las contradicciones al interior del Estado se encuentran inmersos en una lucha de clases (PT, 2017b), ello no constituye base alguna de antiimperialismo. No es el caso de Morena, cuyo carácter antiimperialista es bidimensional ya que en primer lugar este partido dice luchar por la defensa de la soberanía nacional y la independencia nacional, frente al entreguismo y la privatización del patrimonio del país que devasta el territorio, genera pobreza, no paga impuestos y daña el medio ambiente; y en segundo lugar porque también dice luchar por una nación libre y soberana, verdaderamente independiente, en donde la relación con Estados Unidos no esté sustentada en la subordinación, el intervencionismo y la militarización, sino en el respeto a la soberanía y la cooperación para el desarrollo, todo lo cual promovería la descolonización y la igualdad soberana entre los Estados, la no intervención y la solución pacífica de controversias lo que le permitiría al país recuperar su pertenencia a América Latina y el Caribe (Morena, 2017b: 4-5).
Mas a pesar la ausencia de una clara posición anticapitalista y antimperialista en el PRD y en el PT, toda esta izquierda asume claramente su posición como actor institucional a partir del cual se dan a la tarea de interpelar al sistema mas no subvertirlo. Así, a pesar de buscar la destrucción del capitalismo, el PT declara que para lograr plena justicia social en favor de las clases más necesitadas, presentará iniciativas de Ley que tiendan a equilibrar las desigualdades sociales (PT, 2017a), aunque en términos más propositivos éste se compromete también a elaborar un nuevo proyecto alternativo de nación para terminar con la injusta distribución nacional, regional y social de la riqueza y garantizar el bienestar a la población; ello, para lograr una sociedad moderna, productiva, eficiente, sustentable y participativa (PT, 2017a; 2017b). Similar es el caso del PRD, pues declarándose promotor del cambio y del progreso social para transformar democráticamente a la sociedad, éste aboga por construir un Proyecto de Nación con la prioridad de terminar con las desigualdades, la injusticia, la discriminación y el deterioro de los valores sociales y éticos, que habrían contribuido a generar violencia, delincuencia, corrupción, abuso de poder y barbarie en la vida cotidiana (PRD, 2017a: 17). En ambos partidos, por tanto, el
logro del cambio que proponen depende de su ubicación institucional, lo que en el caso de Morena es mucho más evidente pues éste considera que gobernar debe ser un servicio, pues la democracia es el servicio al pueblo y a la nación; es más, bajo la idea de que las elecciones en el país no son libres ni auténticas, Morena dice luchar para recuperar el principio de la soberanía popular a través de elecciones libres y auténticas (Morena, 2017b: 3).
Para ir un poco más lejos, el PRD asume que ser de izquierda significa construir alternativas al capitalismo y su modelo neoliberal, pero en términos de congruencia se compromete a formar un partido eficaz y profesional en su política electoral; institucionalizado y democrático, organizado en los territorios y abierto a todos los sectores sociales progresistas, transparente y respetuoso del estado de derecho (PRD, 2017a: 9). Tal conciencia del partido como una institución funcional es más clara todavía en Morena, pues éste dice buscar la transformación democrática del país por la vía electoral, en lo político, lo económico, lo social y lo cultural para lo cual establece que producirá una ética interna para la defensa de los derechos humanos, la libertad, la justicia y la dignidad (Morena, 2017a). De hecho, Morena declara luchar por la revolución de las conciencias, una moral basada en la solidaridad, el apoyo y el respeto mutuo para hacer posible el sentido de comunidad, el amor al prójimo y el cuidado del medio ambiente (Morena, 2017b: 2).
Por tanto, el antineoliberalismo de la izquierda electoral mexicana debe encontrar cauce en el ámbito institucional. Pero ello nos remite justamente a su visión del Estado en tanto aparato institucional que concentra el poder y el carácter del orden dominante. De hecho, esa visión del Estado podría atenuar o aumentar la radicalidad institucional de esa izquierda. Precisamente, el PRD no asume una crítica frontal al Estado sino indirectamente, pues de acuerdo con su crítica a los efectos provocados por el modelo neoliberal, plantea que el Estado debe actuar en contra de las desigualdades económicas propias del sistema capitalista y la globalización neoliberal, para lo cual considera necesario la construcción de un verdadero Estado nacional a partir de la definición de un proyecto de nación (PRD, 2017a: 17). No es el caso del PT, para el cual las instituciones del Estado habrían actuado como instrumentos de poder de la clase dominante que vinculada al capital extranjero habría convertido al Estado en un aparato de opresión de las masas populares, llegando al punto de desmantelar los pilares del “Estado del Bienestar”; es decir, ese grupo dominante habría sido incapaz de articular un nuevo proyecto de país que incorpore las
aspiraciones de la mayoría de las masas populares que no confía en el Estado, masas que deberían ser dirigidas para luchar por su “autonomía de clase” y así romper con las viejas prácticas políticas y los privilegios de la oligarquía empresarial (PT, 2017a); pero para el PT esa dirección de masa dependería de un proyecto de nación que impulse el sector social de la economía, los programas y acciones articuladas que orienten la inversión pública al desarrollo de la infraestructura básica, que no supone promover medidas tendientes a fortalecer el capitalismo de Estado, pues éste habría sido ineficaz (PT, 2017b).
En cambio, la crítica de Morena al Estado es mucho más precisa pues se dirige hacia una minoría que concentraría el poder económico y político en México, la cual habría llegado a constituir un Estado mafioso caracterizado por un régimen de opresión, corrupción y privilegios que habría secuestrado para sí a sus instituciones; ese grupo dispondría por tanto del presupuesto público y de las instituciones y utilizaría la televisión y los medios de comunicación como su principal herramienta de control y manipulación de los ciudadanos (Morena, 2017a). Por eso Morena se traza como objetivo cambiar el régimen de corrupción, de antidemocracia, de injusticia y de ilegalidad que habría llevado a México a la decadencia que hoy se expresa en crisis, descomposición social y violencia; tal cambio dependería del establecimiento de un capitalismo de Estado que consistiría en fortalecer la rectoría de éste en la promoción y regulación de los mercados para promover el desarrollo, aunque en alianza con la empresa privada y las diferentes unidades productivas (Morena, 2017b: 2-6).
Hasta ahí, por tanto, la izquierda electoral mexicana muestra rasgos tan de la vieja izquierda como de la nueva izquierda, en términos de la forma partido y la furibunda crítica al estado del orden dominante. En ese sentido, su visión del Estado resulta importante porque define sus posibilidades de relacionamiento con la izquierda social para constituir potencia de transformación. En ese sentido, el PRD parece tener las cosas claras, pues al plantear la instauración de un Estado democrático y social de derecho, que suprima la explotación de las personas y fomente la participación pública, social, comunal, ejidal y privada sobre los medios de producción, asume que el pueblo transformará las instituciones y creará los derechos que aseguren mínimos de calidad de vida y bienestar tendientes al buen vivir de los mexicanos, el cual consistiría en el reconocimiento de la diversidad en todas sus manifestaciones y la realización de todos los derechos dentro de una entidad pluricultural, multiétnica y plurilingüe
(PRD, 2017b: 29-30). En esa misma línea, el PT asegura que en la medida en que las instituciones del Estado habrían actuado como aparatos de dominación de las masas populares, romper con las viejas prácticas políticas que ello supone, dependería de lograr la unidad de todos los sectores sociales para construir poder popular (PT, 2017a). En cambio Morena es mucho más institucional; aunque establece que el cambio verdadero del país comienza por cambiar la forma tradicional de intervenir en los asuntos públicos lo que supone destruir la idea de que la política es sólo asunto de políticos, para una sociedad democrática, determinar lo público y hacer contrapeso a los abusos del poder (Morena, 2017a), el medio es el partido, pues éste se declara como un espacio abierto, plural e incluyente, en el que participan todas las clases sociales, diversas corrientes de pensamiento, mujeres, hombres, empresarios, productores, consumidores, estudiantes, maestros, obreros, campesinos, indígenas religiones y culturas (Morena, 2017b: 6).
En ese sentido, la relación de la izquierda política con la izquierda social parece fácil de suponer, excepto por los postulados políticos. En efecto, en su declaración de principios el PRD ubica en un lugar secundario su historia con las organizaciones populares, pues se dice producto de la unificación de las izquierdas y de la integración de cuatro grandes procesos del movimiento político social mexicano: el PCM, el PSUM, el PMS y otras organizaciones políticas revolucionarias de izquierda, entre los que se cuenta el movimiento guerrillero clandestino que fue integrado también por organizaciones y movimientos sociales que lucharon contra el autoritarismo, la antidemocracia y la represión (PRD, 2017a: 4). De hecho, este partido postula la necesidad de la reconstrucción de los vínculos con los movimientos sindicales en la lucha por la eliminación de los efectos nocivos de la globalización económica, pero reconociéndose como un instrumento del pueblo que aspira a representar a las grandes mayorías, a la sociedad plural y diversa, respetando la autonomía de los movimientos sociales y sindicales (PRD, 2917a: 19).
Por su parte, el PT establece que su tarea es servir al pueblo para generar poder popular sobre la base de un sector minoritario que habría elevado su conciencia de clase y reorganizado para luchar por su autonomía y resistir las políticas neoliberales (PT, 2017a). A estas les correspondería precisamente organizar a las masas, concientizarlas y movilizarlas para la conquista y defensa de la libertad política, lo que supone convertir a las organizaciones de masas en escuelas de lucha y de gobierno donde aprendan a ejercer su poder, a autogobernarse y desde donde se combata la ideología burguesa (PT, 2017b). No obstante, a diferencia del PRD el PT
aboga por la construcción de una democracia directa y centralizada en las organizaciones de masas y estructuradas en el poder popular, por lo que desde el bloque de las masas populares surgirían representantes populares y servidores públicos para instrumentar políticas que beneficien a la sociedad (PT, 2017b).
Finalmente, si bien Morena reconoce su esencia en la pluralidad y la inexistencia de pensamiento único en su seno, en torno a la idea de la política como una vocación de servicio declara su trabajo en favor de la colectividad (Morena, 2017a). Es decir, para hacer posible el cambio político en torno al proyecto alternativo de nación, Morena se declara el filtro imprescindible pues establece que los integrantes del partido deben ser portadores de una nueva forma de actuar, basada en valores democráticos y humanistas, para lo cual considera indispensable la formación de jóvenes como dirigentes sociales y políticos mediante la formación ideológica y política, infundiendo en ellos el respeto al adversario y a sus derechos en la lucha política, así como su preparación para la participación política que en momentos electorales debe ser más activa; además, Morena establece como obligación que todas las organizaciones y sindicatos se ciñan al respeto del estado de derecho por lo que de todas esas instancias deben transparentar su acción ante el Estado, aunque respetándose su autonomía (Morena, 2017b: 5-6). Esta rigidez partidaria se sopesa sin embargo con la propuesta participativa de Morena, según la cual promovería una auténtica democracia participativa con figuras como la consulta ciudadana, la iniciativa popular, el referéndum, el plebiscito y la revocación de mandato (Morena, 2017b: 2). Así, la izquierda política mexicana expresa una posición muy crítica contra el orden neoliberal y contra el funcionamiento el Estado, planteando a partir de ello un programa de acción tendiente a aminorar sus efectos; sin embargo, en su relacionamiento social con los sectores que padecen los efectos del modelo neoliberal o que se organizan en la izquierda social para luchar contra el neoliberalismo, esa izquierda electoral parece inconsistente pues impone, con más o menor intensidad, su forma partido ante esa posible relación. De hecho, Morena que es el partido que más ha sido asociado con los gobiernos progresistas de la región, establece como principio que no aceptará pacto o acuerdo que lo sujete o subordine a cualquier organización internacional (Morena, 2017b: 6), lo cual supondría un rasgo del internacionalismo de los
movimientos sociales antineoliberales.
En ámbito en el cual la inconsistencia política se manifiesta en forma plena, es el ámbito electoral. De hecho, en éste la ideología del partido se pone a prueba y la experiencia de la izquierda electoral mexicana no es precisamente la más destacable. Sin embargo, Morena escapa a esta generalización debido a su reciente creación y debido sobre todo a que su desempeño electoral acaba de comenzar.
Pero más allá de esa particularidad, ningún partido de izquierda ha ganado una elección nacional en México; de hecho, el proceso de alternancia que ocurrió en el país en el año 2000, en el que la llegada del PAN al poder y la resistencia del PRI, terminó por configurar un escenario de transición democrática que sólo consistió en el cambio de partido en el gobierno que supuso en fin de más de 70 años de continuidad del régimen priista. Para entonces, además, el único partido de izquierda que logró consolidarse fue el PRD, el cual llegó a constituirse como la tercera fuerza política del país. En cambio, desde su fundación el PT ha sido siempre un micro partido, lo que sumado a su debilidad electoral le llevó a convertirse en “partido bisagra” o dependiente de las alianzas electorales para mantener su registro electoral, el cual estuvo incluso a punto de perder en las elecciones federales de 2015, de no ser por la solicitud de recuento de votos que le llevó a superar ligeramente el umbral de su votación. Otros partidos menores que participaron en independientemente, como se puede ver en el cuadro 1, fueron el PFCRN, el PARM y el PPS, de los cuales sólo el PARM llegó a la elección fundacional del “proceso de cambio” del país.
Pero la correlación de fuerzas estuvo determinada por el PRI, el PAN y el PRD, lo que suponía para el resto de la izquierda la necesidad de establecer alianzas electorales y la posibilidad de que sus principios ideológicos se pusieran en juego. Pero ello no ocurrió de manera tajante, pues al existir dos tipos de elección: las elecciones federales y las elecciones locales, la inconsistencia política no se reflejó con claridad ni en su gravedad. Precisamente, en el nivel de las elecciones nacionales o federales, la inconsistencia política ha venido ocurriendo de manera muy poco visible, pues si bien para hacerle frente al régimen priista se levantó una alianza de las izquierdas altamente consistente, como podemos ver en el cuadro 1, cuando se trató de enfrentar al panismo, en las elecciones de 2000, 2006 y 2012, la izquierda fue formando alianzas con cierto dejo de inconsistencia.
Elección | Alianza electoral | Partidos participantes |
1988 | Frente Democrático Nacional | PARM, PPS, PFCRN (Alianza) PRM (Independiente) |
1994 | Sin alianza | PRD PT PFCRN PARM PPS |
2000 | Alianza por México | PRD, PT, Convergencia, Partido Alianza Social y Partido de la Sociedad Nacionalista PSD (Independiente) PARM (Independiente) |
2006 | Coalición por el Bien de Todos | PRD, PT, Convergencia PSD (independiente) |
2012 | Movimiento Progresista | PRD, PT, Movimiento Ciudadano |
Ello porque en 2000, la Alianza por México, conformada por el PT y su potente ideología, y el PRD, con su no menor radicalidad, incluyó un partido considerado familiar, como el Partido de la Sociedad Nacionalista y dos representantes del supuesto apartidismo ciudadano, aunque ocasionalmente se reconocieron como socialdemócratas: Convergencia y Partido Alianza Social, lo que supuso sobre todo la desideologización del PT, más que del PRD. En 2006 Convergencia volvió a aparecer al lado del PRD y el PT y en 2012 la fórmula se repitió una vez, pues para esa ocasión Convergencia cambió de nombre por Movimiento Ciudadano. Aunque esas alianzas no dan cuenta definitiva de la pérdida de la mística de la izquierda, a partir de la elección de 2012 el PRD empezó a experimentar un remezón político que derivó en la separación de López Obrador por lo que esas alianzas, aunque no en el sentí pleno, podría considerarse sintomático de ese remezón.
Sintomático, porque en el nivel de las elecciones subnacionales la formación de alianzas electorales fue dependiendo cada vez más de las posibilidades de ganar elecciones que de generar
un bloque político basado en la coherencia ideológica. La necesidad de ganar elecciones supone llevar adelante negociaciones políticas que beneficien a los jugadores, por lo que las ventajas deben ser compartidas. En términos partidistas, esto supone formar una alianza electoral en función de la posibilidad de ganar una elección, a cambio de formar otra alianza para buscar la manera de ganar una elección en otro ámbito local. Y precisamente en ese nivel se vienen produciendo las más aberrantes combinaciones, donde naturalmente el radicalismo político pierde su sentido y la formación de alianzas supone la desideologización de la izquierda. Los casos son innumerables, aunque esa práctica se remite específicamente al año 1999, a partir del cual en varios municipios y estados del país se fue produciendo el acercamiento entre partidos ideológicamente antagónicos. En Nayarit, Chiapas, Oaxaca o Tlaxcala, por ejemplo, el PRD y el PT fueron figurando en alianzas electorales con el PAN; en la propia Oaxaca o Chihuahua, por ejemplo, el PRD y el PT fueron también figurando en alianzas electorales con el PRI. Pero esos son solamente algunos casos de inconsistencia política que tiende a repetirse a nivel local, siendo el logro fundamental la experiencia administrativa y sus posibilidades de mantenerse vigentes, siempre que la izquierda logre imponer a su candidato, en la puja de fuerzas aliancistas.
Por tanto, la inconsistencia política no supone una actitud repentina sino de las condiciones propiamente electorales. De hecho, que el PRI y el PAN constituyan dos fuerzas políticas importantes, no los ha eximido de esa práctica, que incluso se viene fraguando actualmente, ante la posibilidad de que López Obrador pueda llegar a la presidencia en 2018. Por ello asumimos que en el caso de la izquierda mexicana no se vive un proceso de crisis, sino de desideologización determinada por la falta de consistencia política. La reversión de este hecho podría darse por la crítica a esa inconsistencia, pues la misma refuerza la corrupción política, la partidocracia, la crisis de moral y todos los males atribuidos al neoliberalismo.
México constituye un caso ajeno a la dinámica política regional que vio emerger hace más de una década a los gobiernos progresistas, por efecto del giro a la izquierda en la mayoría de los países latinoamericanos. Irónico, considerando que la región no está exenta del modelo de desarrollo que rige en el mundo y de sus efectos sociales que agravan la desigualdad y profundizan la pobreza. Sin embargo, mientras que los gobiernos progresistas emergieron en contextos de fuerte
presencia de la izquierda social, en México ese no fue un hecho evidente. Además, es posible que la lenta o pausada imposición del modelo neoliberal, a diferencia de su abrupta imposición en los países de América del Sur, haya hecho posible que la izquierda política mexicana se configurara de modo diferente.
El caso es que esa izquierda manifiesta rasgos de la aquella vieja izquierda en la cual la forma partido constituye la instancia fundamental de la organización política, a diferencia de la nueva izquierda que se limita a cuestionar los efectos del modelo económico vigente. Ello de hecho supone una inconsistencia, en la medida en que, en las condiciones de la democracia representativa, la izquierda política trata de subordinar a la izquierda social que constituye el conjunto de sectores sociales que padecen los efectos del modelo neoliberal y que por tanto constituyen una fuerza del cambio. El problema es que ello ha permitido que la característica de la izquierda electoral mexicana sea la inconsistencia política, dado su interés por ganar elecciones. Pero ello no puede ser entendido como una crisis, al menos no, como el que afecta a la izquierda del ciclo progresista, ya que la inconsistencia política parece ser la forma natural de ser de la izquierda en esta parte de la región.
Aguilar, Luis (ed.) 1968 Marxism in Latin America. New York: Alfred Knopf.
Alba, Victor 1968 Labor Movement in Latin America. California: Stanford University Press. Arnson, Cynthia y José Perales (eds.) 2007 The “New Left” and Democratic Governance in Latin
America. Washington: Woodrow Wilson International Center for Scholars.
Bajoit, Guy 2008 “¿Gobiernos de izquierda en América Latina?”. En Nombres Propios 2007.
Fundación Carolina. Madrid: Fundación Carolina.
Boersner, Demetrio 2005 “Gobiernos de izquierda en América latina: tendencias y experiencias”.
En Nueva Sociedad, N° 197, junio.
Castañeda, Jorge 2006 “Latin America’s Left Turn”. En Foreign Affairs, Vol. 85, N° 3, mayo- junio.
Dieterich, Heinz 2007 Hugo Chávez y el socialismo del siglo XXI. Venezuela: Horizonte.
Díaz, Cástor, José Romero y Sagrario Serrano 2010 Los conflictos armados de Centroamérica.
Madrid: Instituto de estudios internacionales y Europeos.
Fairbanks, Charles 2007 “Revolution Reconsidered”. En Journal of Democracy, Vol. 18, N°1, enero.
Fukuyama, Francis 1992 El fin de la historia y el último hombre. Barcelona: Planeta.
Gallego, Ferran (ed.) 2002 Compromiso de las izquierdas y espacio alternativo. España: Viejo Topo.
Ghiretti, Hector 2002 La izquierda. Usos, abusos, confusiones y precisiones. España: Ariel. Habermas, Jürgen 1991 La necesidad de revisión de la izquierda. Madrid: Tecnos.
Harnecker, Martha 1999 Haciendo posible lo imposible. La izquierda en el umbral del siglo XXI. México: UNAM/Siglo XXI.
Harnecker, Martha 2002 La izquierda después de Seattle. España: Siglo XXI. Harnecker, Martha 2004 Venezuela. Una revolución sui géneris. España: El viejo topo.
Held, David y Anthony McGrew 2005 Globalization/Anti-globalization. Cambridge: Cambridge University Press.
Holloway, John 2001 Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy.
Puebla: Universidad Autónoma de Puebla.
Kelly, Nathan 2005 “Political Choice, Public Policy, and Distributional Outcomes”. En American Journal of Political Science, Vol. 49, N° 4.
Kriegel, Annie 1980 Las internacionales obreras. Barcelona: Martínez Roca.
Lander, Edgardo 2005 “Izquierda y populismo: alternativas al neoliberalismo en Venezuela”. En La nueva izquierda en América Latina. Sus orígenes y trayectoria futura, editado por Cesar Rodríguez, Patrick Barret y Daniel Chávez. Bogotá: Norma.
Lehoucq, Fabrice 2012 The Politics of Modern Central America. Civil War, Democratization, and Underdevelopment. Greensboro: University of North Carolina.
Lenin, Vladimir 1977a “La Tercera Internacional y su lugar en la historia”. En Obras escogidas,
Tomo IX. Moscú: Progreso, octubre de 1916 – mayo de 1919.
Lenin, Vladimir 1977b “La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo”. En Obras escogidas, Tomo XI. Moscú: Progreso, mayo de 1920 - marzo de 1921
Lindblom, Charles 1977 Politics and Markets: The World’s Political Economic Systems. New York: Basic Books.
Lowy, Michael 1980 El marxismo en América Latina (De 1909 a nuestros días). México: Era.
Luxemburgo, Rosa 1976 La crisis de la socialdemocracia. Barcelona: Anagrama.
Marx, Karl y Friedrich Engels 2003 El Manifiesto del Partido Comunista. Buenos Aires: Agebe.
Mires, Fernando 2008 “Socialismo nacional, versus democracia social. Una breve revisión histórica”. En Nueva Sociedad, N° 217, septiembre-octubre.
Monereo, Manuel 2001 “De Porto Alegre a Porto Alegre: la emergencia del nuevo sujeto político”. En Resistencias mundiales (De Seattle a Porto Alegre), coordinado por José Seoane y Julio Taddei. Buenos Aires: CLACSO.
Monereo, Manuel, Miguel Riera y Pep Valenzuela (eds.) 2002 Foro Social Mundial/Porto Alegre 2002. Hacia el partido de oposición. Malaga: El viejo topo.
Monedero, Juan Carlos 2006 “Verde izqu
ierda desbordante: apuntes por un socialismo posmoderno”. En La izquierda verde, editado por Angel Valencia. Barcelona: Nous Horitzons/Icaria.
Moreira, Constanza 2004 “Sociedad civil. Comparando Argentina, Chile Brasil y Uruguay. En
Futuros Vol. 2, N° 7.
Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) 2017a Declaración de Principios. Disponible en: http://morena.si/wp-content/uploads/2014/12/declaracion-de-principios-de- morena1.pdf. Consulta: 24 de junio de 2017.
Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) 2017b Programa Morena. Disponible en: http://morena.si/wp-content/uploads/2014/12/Programa-Morena.pdf. Consulta: 24 de junio de 2017.
Partido de la Revolución Democrática (PRD) 2017a Declaración de Principios. Disponible en http://www.prd.org.mx/portal/documentos/basicos/DECLARACION_PRINCIPIOS.pdf. Consulta: 24 de junio de 2017.
Partido de la Revolución Democrática (PRD) 2017b Programa inmediato. Disponible en: http://www.prd.org.mx/portal/documentos/basicos/PROGRAMA_INMEDIATO.pdf.
Consulta: 24 de junio de 2017.
Partido del Trabajo (PT) 2017a Declaración de Principios. Disponible en: https://www.partidodeltrabajo.org.mx/2011/principios.html. Consulta: 24 de junio de 2017.
Partido del Trabajo (PT) 2017b Programa de Acción. Disponible en:
https://www.partidodeltrabajo.org.mx/2011/proaccion.html. Consulta: 24 de junio de 2017.
Petkoff, Teodoro 2005 “Las dos izquierdas”. En Nueva Sociedad, Nº 197, junio.
Ramírez, Franklin 2006 “Mucho más que dos izquierdas”. En Nueva Sociedad, N° 205, septiembre-octubre.
Rodríguez, César, Patrick Barret y Daniel Chávez (eds.) 2005 La nueva izquierda en América Latina. Sus orígenes y trayectoria futura. Colombia: Norma.
Rodríguez, César y Barret, Patrick 2005 “¿La utopía revivida? Introducción al estudio de la nueva izquierda latinoamericana”. En La nueva izquierda en América Latina. Sus orígenes y trayectoria futura, editado por Cesar Rodríguez, Patrick Barret y Daniel Chávez, Colombia: Norma.
Rorty, Richard 1996 “¿Cantaremos nuevas canciones?”. En Izquierda punto cero, compilado por Giancarlo Bosetti. México: Paidos.
Sader, Emir 2001 “La izquierda latinoamericana en el siglo XXI”. En Chiapas, N° 12.
Schamis, Hector 2006 “A ‘Left Turn’ in Latin America? Populism, Socialism and Democratic Institutions”. En Journal of Democracy, Vol. 17, N° 4, octubre.
Schuster, Federico 2005 “Izquierda política y movimientos sociales en la Argentina contemporánea”. En La nueva izquierda en América Latina. Sus orígenes y trayectoria futura, editado por Cesar Rodríguez, Patrick Barret y Daniel Chávez. Colombia: Norma.
Singer, Peter 2003 Un solo mundo. La ética de la globalización. España: Paidos.
Stolowicz, Beatriz (ed.) 1999 Gobiernos de izquierda en América Latina. El desafío del cambio.
México: Plaza y Valdés.
Vilas, Carlos 1998 “La izquierda latinoamericana. Búsquedas y desafíos”. En Nueva Sociedad, N° 157, septiembre-octubre.
Wallerstein, Immanuel 2005 La crisis estructural del capitalismo. México: Contrahistorias. Williams, Marc 2003 “Social Movements and Global Politics”. En Globalization: Theory and
Practice, editado por Eleonore Kofman y Gillian Youngs. London: Continuum.