Ma. Stella Oranday Dávila1
Palabras clave: mujer; feminismo; vida cotidiana; envejecer.
En esta investigación abordaremos la mistificación que se ha hecho del envejecimiento de la mujer de acuerdo a los roles impuestos para mujeres y hombres y el esquema estereotipado de la belleza/vejez. Dicha investigación se ubica en el contexto neoliberal de globalización y la inserción de México al TLCAN, lo que ha propiciado reformas estructurales y la reducción acelerada de los fondos de retiro, afectando drásticamente a las jubilaciones y pensiones del ISSSTE y del IMSS.
1 Doctora en Ciencia Política y Profesora-Investigadora de tiempo completo por concurso en la FCPyS-UNAM. Adscrita al Centro de Estudios Sociológicos. Líneas de investigación: feminismo, género, poder, patriarcado, masculinidad, vida cotidiana; medios de difusión, ideología y cultura, opinión pública y propaganda, partidos políticos, la derecha y la izquierda en México.
Existen dos aspectos dialécticamente interrelacionados para abordar la vejez: lo estructural, es decir, cómo es considerada socialmente; el lugar que ocupan en la producción los hombres y las mujeres de la llamada tercera edad, la clase social a la que pertenecen; desempleo, prestaciones sociales, asistencia médica, jubilación, vivienda, etc. Y lo ideológico, esto es, las expresiones y representaciones de las formas de pensamiento, la conciencia.
Los conceptos de vida cotidiana y longevidad son polémicos en la teoría social, pero aquí de lo que se trata es ubicar estas categorías, cuya construcción y aplicación interpretativa revelen la mistificación en torno a la mujer de edad avanzada.
En esta oportunidad abordaremos la mistificación que se ha hecho del envejecimiento de la mujer. Analizaremos el proceso sociocultural de la vida cotidiana mediante el cual las personas nos convertimos en hombres y mujeres; la función de los roles que debemos asumir unos y otras y, el esquema estereotipado de la belleza/vejez.
Por cuestiones teórico-metodológicas en este análisis haremos hincapié en las normas, en el sistema ideal de exigencias y aspiraciones de la sociedad con las que se moldea al ser humano y que se transmiten de generación en generación, las que conllevan a una conciencia cotidiana dicotómica y fetichizada. En el entendido de que en dicha investigación siempre estarán presentes las interrelaciones e interacciones entre el mundo socioeconómico y la vida cotidiana.
Las mujeres y los hombres —en su particularidad— se adaptan a las formas sociales que las fuerzas productivas hacen nacer cada vez concretamente, éstas y éstos en la mayoría de sus modos particulares de reaccionar a las pretensiones de la propia sociedad, actúan en cuanto mujeres y hombres particulares de manera particular. El ser de cada sociedad surge de la totalidad del mundo y éste surge a la vez de las acciones y reacciones de cada individuo. (Heller, 1977:
p.p. 9-10).
La práctica idealista y frustrada de la vida cotidiana y de la vejez, nos remite necesariamente a abordar los planteamientos feministas y los de género, para entonces, poder descorrer el velo mistificador de estos usos y abusos. Implica, realizar un análisis actual de las diferencias culturalmente establecidas sobre los hombres y las mujeres como sujetos reales y simbólicos en nuestra sociedad, así como la injerencia de los valores patriarcales en el concepto y la traducción práctica cotidiana de la vejez.
Significa acercarse a la vejez a través de la vida cotidiana y de todos los significados
introyectados a ella socialmente: las actividades y valores diferenciados para hombres y mujeres prevalecientes.
Para Agnes Heller, la vida cotidiana también tiene una historia; es un proceso en el que los cambios —en el modo de producción— se expresan en la vida cotidiana antes de que sea la revolución social. (Heller, 1977: p. 20).
Para esta autora, la vida cotidiana es la actividad necesaria para la autorreproducción del particular que nace en las relaciones establecidas del mundo establecido. (Heller, 1977: p. 21).
En el sistema capitalista, la división del trabajo social y por sexos, nos adiestra para adquirir y desarrollar ciertas capacidades a expensas de todas las demás. Después, estas habilidades adquiridas se toman como naturales y fijan nuestras funciones de por vida, haciendo creer que las diferencias biológicas que existen entre los seres humanos son diferencias sociales. De esta manera, al hombre le toca trabajar para mantener el hogar y a la mujer preservar y administrar la vida familiar, resultando ser cada una de estas divisiones elementos importantes en la división del trabajo. (Oranday, 1991: p. 31). “Las capacidades adquiridas son posteriormente ejercitadas siempre y con continuidad. […] La cultura forma parte de su figura de mujeres adultas, de su autorreproducción y en este sentido tiene un carácter de continuidad”. (Heller, 1977: p. 23).
En la mayoría de los países, las necesidades básicas de las mujeres en edad avanzada, están sin cobertura real, positiva o satisfactoria y esta situación se agudiza en los países neocolonizados como el nuestro, en donde el sector femenino está social y familiarmente marginado. Un gran número de estas mujeres carecen de los recursos que les permitan satisfacer las necesidades primarias de existencia, pues envejecer también varía de acuerdo a la clase social, raza y sexo.
A pesar de las controversias e inexistencia de un criterio universal para definir la vejez, la Organización de las Naciones Unidas, ubica su inicio a partir de los 60 años de edad (ONU, 2015).
Esta definición estrictamente cronológica ha enfrentado algunas críticas por parte de diferentes sectores que plantean la vejez como un hecho sociocultural en que aparecen criterios diferenciados: cuándo, quién y qué es ser vieja o viejo.
La perspectiva de género enfoca la vida como un continuum, como un proceso con
diversas fases. Inclinándonos por este punto de vista podemos decir que la vejez es una de las etapas del desarrollo humano en la cual el hombre y la mujer experimentan una serie de cambios normales de carácter biosicosocial —no debemos confundir los cambios normales propios de esta etapa con las enfermedades asociadas a la vejez—. Estas transformaciones predisponen al ser humano y lo hacen más vulnerable ante la indiferencia de un escenario sociopolítico incompatible con dichos cambios.
Un hecho social cotidiano alarmante ocurrido durante el presente siglo en el mundo, es el que además de experimentar un aumento en la proporción de la población de 65 años o más, se ha registrado un incremento en el tamaño de la población de personas viejas. Dicho fenómeno comenzó en algunos lugares de Europa en el siglo XIX extendiéndose por todos los países desarrollados tecnológicamente. Sin embargo, durante las últimas décadas, el cambio demográfico ha comenzado ha observarse en países neocolonizados y concretamente en México. “Entre las naciones con más gente anciana, figura México, la que ocupará el lugar número 9 en el año 2025” (Vemea, 1984).
También la ONU publicó, el 21 de junio del 2017 un estudio en el que afirma “que México es el decimo país más habitado del mundo con 19 millones 263 mil habitantes. De los cuales 27% son menores de 14 años, 18% tienen entre 15 y 24 años, 45% entre 25 y 59 años y 10% son sexagenarios o mayores.” (ONU, 2017).
Así la vejez no sólo es un asunto personal, de cada uno de nosotros, sino también de la sociedad y en gran parte de las mujeres, ya que forman una mayoría de la población de ancianos en casi cualquier parte del mundo.
Antes la vejez duraba poco. Ahora se vuelve una parte importante de la vida. De ahí que resulte un tema apremiante de investigación para las ciencias sociales y de ahí también nuestro interés particular.
Debido al proceso de globalización capitalista, México se anexó al tratado de libre comercio de America del Norte dando como resultado políticas neoliberales que atentan directamente en contra de la economía de todos los mexicanos. En especial a la de los adultos mayores.
Una de estas políticas estructurales es la Unidad de Medida y Actualización (UMA). La
UMA sustituyó al concepto “Veces Salario Mínimo”, base con la que se establecían las prestaciones, las cuales, con la nueva reforma, se quebrantaron aún más, así como la seguridad social de las y los pensionados. Además, aunque las cotizaciones de los empleados se han acrecentado, las pensiones no han subido conforme al aumento de los precios de las mercancías y por ende los de la canasta básica; de igual manera se ha reducido el dinero de su jubilación, así como los beneficios y el financiamiento a los programas de salud, pero se invierten las reservas en los mercados, lo que afecta la economía y estabilidad emocional de los y las jubiladas.
Después de que se entregó casi todo a Estados Unidos y Canadá, ahora se traspasará lo poco que resta a otros ocho países en Asia y América Latina con el Acuerdo Trans-Pacífico de Cooperación Económica (ATCE), por lo que resulta ser una nueva amenaza para la población mexicana en general y específicamente a las y los de la tercera edad.
Analizaremos lo que es y lo que significa vida cotidiana, para esto retomaremos la teoría de Karel Kosik y Agnes Heller, sin embargo, es necesario precisar antes cuestiones de método.
Tanto Karel Kosik en su obra Dialéctica de lo Concreto —en la que profundiza sobre los problemas del hombre y el mundo— como Agnes Heller en Sociología de la Vida Cotidiana, analizan la vida cotidiana como tema filosófico; pero en la perspectiva de que lo cotidiano forma parte dialécticamente de los diversos aspectos del mismo desarrollo histórico y social.
Adolfo Sánchez Vázquez, quien realizó el prólogo de la obra de Kosik, señala que este autor se inscribe en el movimiento antidogmático y renovador del marxismo, descubre nuevas ideas y realidades producidas en nuestro tiempo, que Marx, por lo tanto, no pudo conocer, y que no pueden ser ignoradas por un marxismo vivo y creador. (Kosik, 1967: p. 9).
En efecto, Kosik plantea un problema filosófico fundamental, y fundamental también para el marxismo como es el conocimiento, pero conocimiento no contemplativo, sino en estrecha relación con la totalidad concreta; una concepción dialéctica entre las relaciones del hombre y el sistema. Y aclara: el hombre concreto e incluyo también a la mujer, no pueden ser reducidos al sistema, antes bien, hombre y mujer concretos se hallan por encima del sistema y no pueden ser reducidos a él. (Kosik, 1967: p.p. 11-12).
Parafraseando a Kosik, propone el examen del problema de la humanidad en la totalidad
del mundo; sin embargo, el mundo sin ésta no es toda la realidad. En la totalidad de lo real está el ser humano habitando la naturaleza y la historia en las que él se realiza, con su praxis, como ser ontocreador.
De tal manera que para Kosik, el trabajo es una forma de praxis, y la praxis es propiamente la esfera del ser humano. Sin praxis no hay realidad humana, y sin ella no hay tampoco conocimiento del mundo. (Kosik, 1967: p. 15).
Por su parte, Agnes Heller, aborda el inicio de la alienación de la esencia humana con el nacimiento de las sociedades de clase, de la división social del trabajo, de la propiedad privada. (Heller, 1977: p. 28).
Después de la aparición de la división social del trabajo, los particulares se apropian tan solo de algunos aspectos de las capacidades genéricas que se han desarrollado en una época dada. Otros aspectos de la genericidad le son extraños, están frente a ellos como un mundo extraño, como un mundo de costumbres, normas, aspiraciones, formas y modos de vida diversos, que se contraponen a su mundo. (Heller, 1977: p. 28-29).
Apropiarse de las habilidades del ambiente dado, —prosigue la autora— madurar para el mundo dado, significa no solamente interiorizar y desarrollar las capacidades humanas, sino también y al mismo tiempo —teniendo en cuenta la sociedad en su conjunto— apropiarse de la alienación. En consecuencia, luchar contra la dureza del mundo, significa que el hombre debe aprender a manipular las cosas, debe apropiarse las costumbres y las instituciones para poder usarlas, para moverse en su propio ambiente y poder mover este ambiente. Significa también, que él va aprendiendo a conservarse a sí mismo y a su ambiente inmediato frente a otros ambientes, frente a otros hombres y estratos. (Heller, 1977: p. 29-30).
Pero, el particular —refiere Heller— durante el proceso de reproducción de sí mismo y de su propio ambiente, no sólo se contrapone a la otra clase social, también a otros que pertenecen a un mundo o mundos similares al suyo.
Por consiguiente, en la historia de las sociedades de clase, la vida cotidiana es también una lucha. Y la vida, en cuanto apropiación de la alienación, forma —y deforma— al hombre y a la mujer particular. (Heller, 1977: p. 30).
Decir entonces, que el hombre y la mujer son entes genéricos, significa afirmar que son seres sociales. Efectivamente, él y ella sólo pueden existir en la sociedad; e incluso sólo pueden
apropiarse de la naturaleza con la mediación de la socialización. (Heller, 1977: p.28).
Realizadas dichas precisiones metodológicas, podremos ahora arribar al tema que nos ocupa. Entre las cuestiones que Kosik rescata para una temática marxista y que se aplican a la vida cotidiana, está la del “mundo de la pseudoconcreción”, es decir, el mundo de la praxis fetichizada, unilateral, en el que los hombres, las mujeres y las cosas somos objeto de manipulación. Se trata del mundo de la vida cotidiana de los individuos en las condiciones propias de la división capitalista del trabajo, de la división de la sociedad en clases, y yo diría, en sexos también. A él y a ella se haya ligada una visión particular de las cosas: la falsa conciencia, el realismo ingenuo, la ideología. (Kosik, 1967: p. 10).
La filosofía idealista no ha hecho sino mistificar problemas vivos de la realidad humana y social. A las concepciones actuales de la totalidad —falsa o vacía— o a las ideas escolásticas acerca de la “totalidad concreta”, Kosik opone una concepción dialéctica que le rinde grandes frutos cuando la aplica a la realidad social, particularmente a las relaciones entre el individuo y el sistema. (Kosik, 1967: p.10).
Sobre este mismo aspecto Agnes Heller señala que “la reproducción del hombre particular es siempre reproducción de un hombre histórico, de un particular en un mundo concreto” (Heller, 1977: p. 22).
En el ámbito de una determinada fase de la vida, el conjunto —el sistema, la estructura— de las actividades cotidianas está caracterizado por la continuidad, es decir, tiene lugar precisamente cada día. Sobre este tópico Heller realiza una precisión: sólo la tendencia fundamental, general, es continua de un modo absoluto. Puede suceder que se caiga enfermo durante unas semanas o meses, o bien, estar de vacaciones. Durante estos períodos, la vida cotidiana se configura de un modo relativamente diverso; después de la curación o del retorno de vacaciones todo queda igual que antes: la tendencia general no ha cambiado. (Heller, 1977: p. 24).
La delimitación en el ámbito de una determinada fase de la vida es aquí extremadamente importante, incluso cuando se examinan las comunidades naturales. En efecto, el sistema en conjunto se modifica necesariamente con las diferentes edades de las personas. La edad también
contribuye a determinar el tipo de función del particular en la división del trabajo de la comunidad, de la tribu o incluso de la familia.
En las sociedades, especialmente al nivel actual de la producción, el puesto asumido en la división del trabajo —ya casual respecto al nacimiento— puede ser cambiado incluso en el ámbito de una de las fases naturales de la vida —juventud, madurez, etcétera— y en consecuencia puede también verificarse una reestructuración más o menos relevante del conjunto cotidiano. (Heller, 1977: p. 23-24).
Asimismo, las catástrofes han creado siempre la posibilidad de un cambio radical en la vida cotidiana. Por ejemplo, una mujer que se convierte en viuda. A partir del Renacimiento, los cambios radicales han crecido numéricamente, preparan las revoluciones sociales, que a su vez sacuden y cambian los fundamentos del modo de vida en un sentido que va más allá de la esfera de la vida cotidiana; la modificación de ésta, representa en aquéllas, sólo un momento, aunque no irrelevante. (Heller, 1977: p. 24).
En vista de que nuestros planteamientos parten de la afirmación: las conductas femeninas y masculinas no son producto de diferencias biológicas, como nos han hecho creer, sino de construcciones sociales, arribamos a las fuentes marxistas y a los distintos descubrimientos en torno a la categoría género, para incorporar los aspectos relevantes que me permitan ubicar y situar en su justa dimensión lo que significa género.
Las obras de Marx y Engels “poseen una concepción totalizadora, y una serie nada despreciable —para el tema que nos ocupa— de hallazgos y justas apreciaciones, que las hacen totalmente vigentes a pesar del tiempo transcurrido desde que fueron concebidas. (Engels, 1983: p. 16).
Entonces no es ocioso preguntarnos: ¿Qué es y a qué nos referimos cuando hablamos del género? ¿Cuándo y por qué surge?
Cuando hablamos de género, nos estamos refiriendo precisamente al género humano, y desde nuestro particular punto de vista, su análisis social fue una aportación básica del materialismo histórico y dialéctico desarrollada por Federico Engels, entre otros, en la Introducción a la Dialéctica de la Naturaleza y en El Papel del Trabajo en la Transformación
del Mono en Hombre, quien señala que el surgimiento de la humanidad como tal fue un proceso de autoproducción y autorreproducción por medio del trabajo. “Las características del trabajo socialmente ejecutadas consisten en que éste —el trabajo— eleva al hombre, del animal que meramente utiliza la naturaleza, al animal que la domina” (Engels, 1983: p. 16). De tal manera, que con el surgimiento de la humanidad entramos en la historia.
Cabe preguntarnos ¿Por qué?
Los animales son objetos pasivos de la historia, y en cuanto toman parte de ella, esto ocurre sin su consentimiento o deseo. El ser humano, por el contrario, a medida de que se aleja más de los animales en el sentido estrecho de la palabra, en mayor grado hace su historia él mismo, conscientemente, y tanto menor es la influencia que ejercen sobre esta historia las circunstancias imprevistas y las fuerzas incontroladas, y tanto más exactamente se corresponde el resultado histórico con los fines establecidos de antemano. (Engels, 1983: p. 47)
Por otro lado, no se puede negar que como seres humanos pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, pero a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente: “surge la diferenciación, y no sólo como individuo — desarrollándose a partir de un óvulo hasta formar el organismo más complejo que produce la naturaleza— sino también en el sentido histórico”. (Engels, 1983, p. 45).
Prosigue Engels:
“cuando después de una lucha de milenios la mano se diferenció por fin de los pies y se llegó a la actitud erecta, [el ser humano] se hizo distinto al mono y quedó sentada la base para el desarrollo del lenguaje articulado y para el poderoso desarrollo del cerebro, que desde entonces ha abierto un abismo infranqueable entre el [ser humano] y el mono. La especialización de la mano implica la aparición de la herramienta, y ésta implica actividad específicamente humana, la acción recíproca transformadora del hombre sobre la naturaleza, la producción”. (Engels, 1983: p. 45).
Paralelamente a la mano, el cerebro se fue desarrollando; fue apareciendo la conciencia. Únicamente una organización consciente de la producción social, en la que la producción y la distribución obedezcan a un plan, puede elevar socialmente a los hombres [y a las mujeres] sobre
el resto del mundo animal, del mismo modo que la producción en general los elevó como especie. (Engels, 1983: p. 48).
Ahora bien, Engels remarca el carácter mecánico, limitado, de creación artificial en la mente de compartimentos estancos que supone la separación entre procesos naturales y procesos sociales, aspectos que se desarrollan al máximo cuando se pretende cortar el desarrollo del género humano. (Engels, 1983: p. 11).
Por eso empleamos en este análisis y para poder entender la significación de género, el método dialéctico, pues cubre precisamente el campo de las totalidades concretas, permitiendo, a la vez, la individualización de las mismas.
Entonces, cuando nos referimos al género, nos estamos avocando al género humano, distinto del reino vegetal y de los animales; el hombre y la mujer se diferencian por la facultad de actuar en forma planificada, premeditada y adquieren un nivel bastante elevado que los otros seres de la naturaleza no tienen. Sin embargo.
“el rápido progreso de la civilización fue atribuido exclusivamente a la cabeza, al desarrollo y a la actividad del cerebro. [Los seres humanos] se acostumbraron a explicar sus actos por sus pensamientos, en lugar de buscar esta explicación en sus necesidades — reflejadas, naturalmente, en la cabeza del hombre, que así cobra conciencia de ellas—.” (Engels, 1983: p. 72).
Así fue como, en el transcurso del tiempo, surgió esa concepción idealista del mundo que ha dominado el cerebro de los hombres y de las mujeres, y esa misma influencia idealista ha impedido ver que no puede ser sólo y únicamente el aspecto sexual el que determine al género humano, hasta el punto de plantear su dicotomía —en masculino y femenino— sólo porque existen aspectos biológicamente distintos.
En realidad, los biologistas han sido incapaces de formarse una idea clara acerca del género humano, pues esa influencia idealista les ha impedido ver el papel que desempeña el trabajo, el cual se ha concebido distinto y por lo tanto, también valorado de manera diferente para el hombre y la mujer.
Podemos afirmar, entonces, que es un mito el que las mujeres sean consideradas distintas
a los hombres con tan sólo explicaciones de origen natural, y por esto también, el interés en dilucidar la confusión prevaleciente entre sexo y género.
Si bien es cierto que los estudios sobre el género humano datan de muchos años atrás, la categoría género se vio enriquecida por el nuevo feminismo de los años setenta, donde varias intelectuales, entre éstas, también académicas, se dieron a la tarea de profundizar, sistematizar y desarrollar dicha categoría. Un ejemplo fue Simone de Beauvoir, quien desde 1949 ya planteaba en su obra: El Segundo Sexo, que las características humanas consideradas como “femeninas” eran adquiridas por las mujeres mediante un complejo proceso individual y social, en vez de derivarse “naturalmente” de su sexo. Así, al afirmar: “Una no nace, sino que se hace mujer”, de Beavouir hizo la primera declaración célebre sobre el género. (Dietz, 1992: p. 9).
Dentro de esta misma tónica, podemos decir, conjuntamente con Marcela Lagarde que la categoría género, no es más que el conjunto de atributos, de atribuciones, de características sociales, asignadas históricamente con base en lo biológico, lo que significa que somos seres determinados por concepciones ideologizantes. Dicho planteamiento desquebraja el mito prevaleciente de que “todo lo que somos las mujeres y los hombres es natural y tiene un origen sexual.” (Lagarde, 1996: p. 51).
Sin embargo, la visión integral de género, “reconoce que existe un conjunto de características sexuales del sujeto que son naturales. Hay una determinación genética del sexo a la cual se denomina sexo cromosómica por tener cromosomas XX o XY”.
Existe una correlación hormonal entre los fetos sexuados en cuanto a una relación en el porcentaje de hormonas que tienen y que todos tenemos. “Todavía cargan el nombre de ‘femeninas’ o 'masculinas' no tienen nada que ver con el género, pero así se llaman.” Asimismo “hay una determinación de genotipo,” éste se refiere a la apariencia exterior del cuerpo. En este sentido, tenemos diferenciación genotípica de los cuerpos y una diferenciación gonádica de lo que engendramos. Producimos óvulos o espermatozoides; tenemos ovarios o testículos. (Lagarde, 1996: p. 52).
A los cuerpos del ser humano se les asignan ciertas funciones a realizar en la sociedad, es decir, a las características del sexo —lo biológico— se le asignan las del género —atribuciones sociales—. Dichos aspectos biológicos no determinan ni son la causa de lo que somos las mujeres y los hombres. Más bien, son construcciones sociales que responden a un determinado orden
político.
Entonces, género es una categoría integral, totalizadora. Esto quiere decir, que para esclarecer los mitos alrededor del ser genérico, se tiene que analizar la síntesis histórica y la relación dialéctica entre lo biológico, lo económico, lo social, lo jurídico, lo político, lo psicológico, lo cultural; “implica al sexo pero no agota ahí sus explicaciones”, pues la categoría género no sólo se aplica a las personas individualmente, se aplica también a la sociedad misma. (Lagarde, 1996: p. 53, 55).
De ahí el desacuerdo con las concepciones de origen natural y determinista, que ven en el aspecto sexual la única explicación en la conformación del género, excluyendo todo lo demás.
Después de cuestionar el enfoque determinista y estático que define a los seres humanos a partir de su cuerpo, a continuación, referiremos a la vejez.
Mientras más vive el hombre y la mujer, mayores son los problemas que deben enfrentar quienes atraviesan ese momento de la vida que se llama tercera edad, debido a que existen condiciones sociopolíticas que aniquilan y mutilan a los seres humanos considerados como no productivos, a los que no son jóvenes y a los que no entran en el estereotipo de la belleza.
La sociedad es la que asigna a la anciana(o) su lugar y su papel, sin tomar en cuenta su idiosincrasia individual, sin entender su importancia frente a la vida que se extingue; donde la experiencia sólo le sirve para aceptar o no su enfrentamiento a la muerte y a la marginalidad que se le ha impuesto.
Para el hombre y la mujer viejos, que después de haber sido explotados(as), se les margina por considerarlos improductivos para la sociedad, se vuelven pasivos, y su proceso de envejecer está fuera de control en cuanto no pueden modificar su situación; son incomprendidos, relegados y considerados como un objeto más que debe desecharse.
Se percatan que su tiempo existencial ha transcurrido y se acercan a la muerte, no sólo a la física, a la finitud, sino a la muerte en vida por la pérdida con su entorno familiar y social. En muchos de los casos se experimentan crisis existenciales frecuentes que los empuja al alcoholismo y al suicidio.
La longevidad del ser humano es superior a la de otros mamíferos. El hombre y la mujer
envejecen. Este es un fenómeno presente a lo largo de sus vidas, aunque no es igual en todas las personas, ni simultáneo en todo el organismo. En general pasamos el 25% de nuestra vida creciendo y el 75% envejeciendo. (Carrillo, 1988: p. 9).
Debido a la escasez de estudios serios sobre las etapas de la vida, se ha difundido el mito de que “el desarrollo termina en la adolescencia o juventud, es decir, que éstas constituyen la culminación del curso evolutivo de los seres.” (Luciano, 1994: p. 11). No se ha tomado en cuenta las diferencias fundamentales entre cambios evolutivos generacionales. Estos últimos dependen de procesos históricos cambiantes que afectan determinada generación. Por ejemplo, las capacidades no verifican cambios en la misma dirección y al mismo ritmo, unas declinan a cierta edad y otras crecen hasta edades muy avanzadas. Además, no se han tomado en cuenta las diferencias individuales y los cambios sociales y profesionales que la persona vive.
La explicación de los cambios se sostiene en normas de origen biologicista, es decir, se basa en un único modelo —generalmente biomédico— no se entiende la vejez como un fenómeno humano complejo en el que intervienen la clase social, la educación, el sexo, la raza, etc.
Este modelo se explica por igual en la concepción que se tiene sobre la mujer vieja y el hombre viejo, pues se homologa la vejez con la muerte física y psicológica. Sin embargo, en ocasiones la declinación puede ser física pero no intelectual y viceversa, pueden disminuir o perderse las facultades del raciocinio.
No se niega que la vejez sea un fenómeno biológico, pero también se sostiene que es sociocultural e histórico, y para entenderla debe estudiarse como un resultado de la dialéctica del ser humano con el medio y el momento histórico-social en que se desenvuelve. La vejez ha variado en cada época:
“Pocos de los restos fósiles encontrados hasta ahora sobrepasan la edad de 20 años; la edad promedio en el Medievo —de acuerdo a los registros parroquiales— era de 30 años; en Mesoamérica la esperanza de vida era de 35 años y en la actualidad hay países donde ésta supera a los 75 años” (Carrillo, 1988: p. 10).
Por otro lado, la ancianidad es valorada de diferente manera por cada pueblo. Unos grupos
maltratan o sacrifican a los viejos; otros, los respetan y los colman. Esto depende de las condiciones sociopolíticas y culturales de cada región. En algunos lugares existe una relación entre los cuidados infantiles y cuidados al anciano; maltrato a los niños y niñas y descuido de los viejos y viejas. Estudios psicológicos concluyen que, si el niño es frustrado en la alimentación, en la protección y en la ternura, crece con rencor, miedo y odio y, descuida más tarde a sus padres. En estas sociedades, las viejas a veces tienen ventajas frente a otras mujeres, pues han terminado sus ciclos menstruales y ya no se le considera impuras. Quizá pueda curar, bailar, beber o fumar, pero su condición sigue siendo inferior a la de los hombres. (Carrillo, 1988: p. 10).
La experiencia señala que las Leyes sobre los derechos de las personas adultas mayores, así como los reglamentos específicos de nuestro país, no se cumplen, y en la práctica lo que predomina es la frecuencia y diversidad de formas de abuso: exigencia de servicio por parte de hijos/as, conyuges y familiares; desplazamiento de sus espacios vitales de decisión, apropiación de su casa y recursos; insultos, aislamiento, menosprecio, abandono. Cuando las presionan a asumir como obligación el cuidado de nietos, sufrir situaciones como si fueran hijas de sus hijos(as), sin posiblidad de hacer valer su opinión; heredan responsabilidades de atender a la familia por enfermedad o deceso de la madre y, maltrato del jefe de familia. A estos se suman los de las instituciones tanto públicas como privadas. Todo lo que impide su autodeterminación. (Luna, 2012).
Actualmente, en casi todo el mundo, la vejez también ha sido un producto de la sociedad industrial donde paradójicamente se trata de hacer vivir a las personas el mayor tiempo posible, pero se desprecia a los ancianos, al grado de que la palabra viejo y especialmente vieja, tiene una connotación peyorativa.
A partir de este aumento en la esperanza de vida y de la disminución en las tasas de natalidad, se ha experimentado un incremento en la población de 65 años o más. Por otro lado, lo central de la atención médica a la senectud es que se enfoca a los efectos y no a las causas ni a la prevención de sus problemas. La ciencia ha logrado alargar la vida, pero no siempre ha podido mejorar la calidad de la misma. Es innegable que la vejez conlleva una decadencia física hasta en los más bien conservados. “En general, los sexagenarios tienen entre 3 y 6 limitaciones funcionales y las principales causas de muerte en México son: enfermedades del corazón, tumores malignos, influenza y pulmonía” (Carrillo, 1988: p. 11).
Los viejos tienden a sufrir enfermedades que causan aislamiento, tales como sordera, pérdida de la vista, menor agudeza del tacto, el gusto y el olfato, lo que les provoca incapacidad, incomodidad, dolor e inmovilidad.
Asimismo, las condiciones de vida de los viejos provocan que sean grandes consumidores de tabaco y de bebidas alcohólicas; son víctimas de homicidio y accidentes causados por vehículos de motor, y se suicidan con frecuencia.” (Carrillo, 1988: p. 11).
Selye observa que es de crucial importancia “No tanto lo que le sucede a uno [y a una], sino la manera cómo se reacciona ante ello.” (Selye, 1986: p. 8). Por eso consideramos relevante el desarrollo de la inteligencia y la sensibilidad para crear las posibilidades de avance en una amplia conciencia del problema de la vejez y del envejecimiento de las sociedades.
Podemos decir que así como en la niñez se presentan afecciones propias de esta etapa, de igual manera se padecen malestares en la tercera edad, sin embargo, esto no quiere decir que la vejez sea una enfermedad. La senectud es resultado de un proceso natural y por lo tanto, no es una enfermedad, pero envejecer también puede ser un asunto de actitud. Cuando es negativa, se pierde de vista el futuro, se padece de falta de sueños; gobierna la desesperanza y se le abren de par en par las puertas a la decadencia. Puede conducirlas por una ruta plagada de tristeza, depresión, hasta pérdida de sentido para la vida y, quien pierde el sentido de la vida, corre el riesgo de contaminarse de amargura, hasta de morir antes de tiempo. (El taller del maestro, 2014).
En las sociedades actuales y México como parte de éstas, existen estereotipos que sobrevaloran la juventud, y la vejez es sinónimo de decadencia. Bajo esta concepción, ya no se toma en cuenta la experiencia de los adultos(as) mayores, por lo tanto, no son apreciados(as) ni reconocidos(as). Se pasó al período de soledad y marginación. Una gran mayoría ya no tiene espacio en la familia; la disminución de su capacidad física, mental o económica los convierte en una carga y, muchas veces, el asilo es la única salida, lo que los ubica en situación de abandono.
La sociedad es más permisiva a la senilidad de los hombres, más tolerante frente a sus infidelidades sexuales y sin penalidades, lo que no sucede con las mujeres. También se les ofrece menos gratificación cuando envejecen. El atractivo físico cuenta mucho más en la vida de ellas que en la de los hombres y su edad llega a ser un elemento vergonzoso.
No se habla de una “hermosa anciana”; en el mejor de los casos se la califica de “tierna”. En cambio, los viejos cautivan y se ven como “atractivos”; al varón no se le pide ni frescura, ni dulzura, ni gracia, sino la fuerza y la inteligencia del sujeto conquistador; el pelo blanco y las arrugas no contradicen este ideal viril. (De Beauvoir, 1997: p. 335). Al contrario de la imagen que se difunde sobre las mujeres de edad avanzada, que es introyectada como asexuales, descalificadas para tener relaciones emotivas y eróticas y, menos aún, con personas más jóvenes.
Si en general los ancianos son tratados como seres inútiles, como si fueran un estorbo en la sociedad, las mujeres maduras están representadas “como feas, hostiles y tontas” (Carceles, 2013). No se piensa que son productivas, creativas e imaginativas; se les considera obsoletas. Esto a pesar de que la historia y la vida de muchas de ellas muestran lo contrario.
Las películas, las series televisivas, escasamente muestran a mujeres mayores de 65 años como protagonistas, o bien, las incorporan para justificar alguna reacción de los actores principales, pero no para plantear su problemática específica.
Se difunden imágenes contradictorias. Por un lado, presentan a las abuelas amorosas y regordetas, alrededor de las cuales giran y toman sentido una parte importante de las relaciones familiares; que aconsejan y comprenden. Que encuentran su motivo de vida en los demás: el nieto, el hijo y en general, al servicio de terceros. Por el otro, se las exhibe amargadas, chismosas, castrantes; a las suegras que le hacen la vida imposible a las nueras; a las viejas que se asoman por la ranura de la puerta; a las brujas conocedoras de hierbas, pócimas y conjuros; que usan sus conocimientos para hacer el mal, fruto de la envidia, la soledad y la frustración. (Charles, 1988: p. 28).
Por lo general, tienen menos años de estudio, reciben menores ingresos que los hombres durante su vida laboral y llegan a la vejez con desventajas económicas y sociales. Aun así, muchas desempeñan un papel importante en la familia, como jefas de hogar o encargadas de la crianza de los menores dependientes. Incluso, en edades avanzadas, pueden ser la única fuente de provisión de cuidados ante situaciones de enfermedad y discapacidad. (Huenchuan, 2010).
Al paso del tiempo, los hijos e hijas forman otra familia y contradictoriamente si no se requiere de su ayuda se les relega. Entonces el temor a la soledad amenaza; a éste se suman sentimientos como la culpa y el miedo al desprestigio, a la muerte, al maltrato; es así que aumenta su fragilidad.
La violencia de familiares se presenta cuando no se les habla, las dejan solas, se les grita, las privan monetariamente; las amenazan con correrlas; las golpean, les dicen que son un estorbo; las descuidan cuando se enferman o se les exigen quehaceres que les cuesta trabajo realizar.
El maltrato es acallado por amor maternal. Lo consideran natural por el simple hecho de ser mujeres, destino divino, necesidad de agradar a quienes aman, miedo al enojo, mayor soledad y violencia. Otras áreas de debilidad son por la pérdida de seres queridos, angustia por la salud, seguridad o su economía. (Luna, 2012).
No obstante, existen algunas mujeres que prefieren disfrutar de citas o incluso tener relaciones sin estar casadas. Gozan de una vida social activa, tienen amigos y están en contacto con sus familias. El tiempo libre lo dedican a cuidarse y a actualizarse en sus respectivos nichos de realización personal o profesional. En general, el no tener un compañero fijo les garantiza la libertad y la independencia; esto no quiere decir que no quieran compartir su vida con un compañero o hasta casarse.
Podemos decir, entonces, que con la implantación del TLCAN, la UMA, y el ATCE, el comercio crece a expensas de los derechos de las y los trabajadores y se ha generado una nueva forma de esclavitud en muchos países neocolonizados. De no hacer algo al respecto, no sólo seremos un país de viejos sino de viejos y viejas pobres. Y es que, además del tema de las pensiones, la presencia de más adultos mayores exigirá también más servicios de salud, más cuidadores de ancianos, más casas de retiro y el adecuar la infraestructura a las necesidades de quienes no pueden subir escaleras, manejar vehículos.
Como se sugiere en este trabajo, queda aún mucho por avanzar y amplios desafíos para abordar. Por esta razón, el enfoque feminista resulta esencial no solo desde la perspectiva de las personas atendidas, sino también para quienes las asisten. Es un tema central buscar sistemas de cuidado justos, que promuevan igualdad. (McDade, 2010: p. 8).
Luego, es imperante que se difunda una cultura política de respeto y atención a los y las ancianas en todas las instituciones, desde el estado hasta la familia, esto es, si se lleva a cabo en todos los aspectos de la vida cotidiana, entonces las viejas podrán vivir este periodo sin humillación y pasar a una madurez plena.
Se propone esta estrategia para la construcción sustantiva y progresiva del reconocimiento de las diferencias y lograr así la igualdad; el fortalecimiento de las instituciones y los instrumentos que protejan los derechos de las mujeres y, de este modo, erradicar la violencia en contra de las ancianas.
Las áreas que requieren políticas y programas con respecto a la atención a la vejez son: 1) salud, 2) garantizar la seguridad económica, 3) apoyar el ámbito familiar, y 4) establecer nuevas relaciones sociales. Enfocadas desde una visión integral, no aisladas sino interrelacionadas. Asimismo, es indispensable tomar en cuenta el contexto del país por su gran heterogeneidad sociocultural. Aparte de la información para el conjunto nacional, es necesario atender clases sociales, regiones, localidades, así como las diferencias entre lo rural y lo urbano. (CONAPO, 2011: p. 11).
De tal manera que las personas de la tercera edad puedan darle un propósito a su existencia, disfruten estilos saludables y motivadores. Sólo falta la conciencia de que en la vejez también hay mucho que hacer para darle contenido y sentido a la vida. Sabemos que lograrlo no es nada sencillo, demanda disciplina y disposición para disfrutar la vida a plenitud independientemente de la edad que se tenga.
Resulta imperante romper con los mitos y prejuicios del “viejismo”, poseer confianza en sí mismas, valor, capacidad intuitiva, curiosidad intelectual. (Iajnuk, 2015). De tal manera que puedan reivindicar el deseo y derecho a la felicidad, se alleguen herramientas para romper el silencio; poner límites, decir que no, fijar nuevas metas, compartir, decidirse, atreverse, requerir el tiempo propio y la pertenencia al grupo. (Luna, 2012).
A ser ancianas debe educarse y prepararse desde la niñez, para que mucho antes puedan convertirse en verdaderas mujeres y ser durante más tiempo adultas activas que sepan disfrutar de la vida, del erotismo de que son capaces. Entonces podrán permitirse envejecer con naturalidad y sin dolor, aspirar a no sólo ser agradables sino a desarrollar su inteligencia, a no ser serviciales sino competentes, a no ser sólo graciosas sino también ser fuertes. Podrán aspirar a ser ambiciosas para sí mismas y no sólo en relación con el hombre o los hijos. Esta es una forma de transformar las convenciones sociales del doble patrón respecto al envejecimiento que ha impuesto la sociedad de consumo. Y así puedan mostrar sus rostros con orgullo en el reconocimiento de la vida que han vivido.
En síntesis, es necesario hacer conciencia para aprender a mirar y a pensar en la vejez de una nueva manera. La política pública debe abarcar el campo de la medicina, la educación cívica de respeto a la otredad y que se haga hincapié en materia de cuidados y cuidadores de manera diferencial; igualmente, resulta apremiante resaltar que debe ir acompañada obligatoriamente de una práctica cotidiana, si es que aspiramos verdaderamente a que las viejas y viejos lleven una existencia digna.
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