Karina Elizabeth Sanchez Moreno1 y María Luisa Martínez Sánchez2
Palabras clave: Estrategias de afrontamiento; doble jornada; mujeres indígenas migrantes
La sociedad mexicana se caracteriza por poseer heterogeneidad y una diversidad cultural. En el caso especifico de las mujeres mexicanas, por ejemplo, distintas instancias gubernamentales1 han realizado esfuerzos en conjunto, buscando contar con referentes sobre su situación actual, y con ello contribuir al mejoramiento de su situación a través del desarrollo de acciones.
Dichos estudios, han confirmado que en el caso de las mujeres indígenas, ellas se encuentran dentro del grupo marginado dentro de los marginados, y de entre los pobres el más pobre; y en consecuencia, tienden a sufrir de discriminación y exclusión no solo por el hecho de ser indígenas, sino también por ser mujeres (Fernández, 2006; Castillo, Careaga y Jiménez, 2011; Rivas, Aguilar y González, 2012).
Es así, como los niveles de pobreza y exclusión son factores que están presentes en la vida
1 Doctorante. Instituto de Investigaciones Sociales. U.A.N.L
2 Docente investigador . Instituto de Investigaciones Sociales. U.A.N.L
cotidiana y social de dicha población, de ahí que autores como Bonfil, Mejía y Castañeda (2013) las identifiquen como víctimas de la de violencia estructural.
A este contexto se agrega un incremento en el número de hogares encabezados por mujeres (Castillo, Careaga y Jiménez; 2011), hogares que en su mayoría, no cuentan con acceso a un ingreso por parte de algún hombre, lo que conlleva a la nula o escasa satisfacción de necesidades básicas, como la salud, nutrición, educación entre otras. Esta situación se torna más grave cuando hablamos de mujeres indígenas puesto que generalmente se convierte en un recurrente círculo de pobreza. El rol económico de las mujeres al frente de sus hogares adquiere entonces una importancia significativa para liberar a millones de personas atrapadas en ese círculo de la pobreza y el hambre (Careaga, 2011).
Por otro lado, algunos estudios revelan revelan que la migración representa uno de los mecanismos de supervivencia que aplican las mujeres jefas de familia, ante dicha situación, pues se considera que esto les permitirá buscar una mejoraría en su calidad de vida, más aún, cuando ellas solas asumen la responsabilidad en la satisfacción la necesidades básicas de la familia. (Solís, 2005 ;Durán, 2011)- Sin embargo, este imaginario se ve nublado, por qué en su mayoría, carecen de una instrucción académica que les permitiera acceder a empleos bien remunerados, y en consecuencia, se insertan en empleos que requieren una baja especialización (Durán, 2011).
Prueba de lo anterior, es la discusión que sostiene Pavón (2014), al explicar el concepto de mujer migrante trabajadora, bajo la lógica del sistema capitalista, en donde se producen las migraciones en un contexto de mano de obra barata y mediada por la desigualdad de género, por lo que estas mujeres migrantes, tienden a ocupar puestos con un bajo nivel en la toma de decisiones, y se insertan en el ámbito de la informalidad y la temporalidad, lo que las expone a un ambiente de precariedad y de vulnerabilidad.
Bajo el contexto anterior en el cual se presenta una mujer indígena que decide migrar y enfrentar la responsabilidad económica de la familia debido a la ruptura de su relación de pareja o la falta de compromiso del mismo, el primer resultado es un rompimiento con su rol de madre- esposa y el segundo sin duda representará una doble jornada que significa la conciliación entre dos mundos contrarios, por un lado el público – laboral y por el otro el privado –doméstico, lo anterior resulta en una serie de dificultades que permitan compatibilizar ambos mundos y ante ello, el compartir horarios que permitan responder a un sistema laboral demandante y por otro el
tiempo que se requiere o bien que demandan los hijos.
Es así como Fernández (2007), discute que a pesar de que hombres y mujeres buscan contribuir al sustento, en el caso de las mujeres se añade una segunda jornada laboral ya que como ya discutió ellas siguen siendo las responsables del bienestar de sus hijos, de ahí que ellas sean, en comparación con el padre, las principales responsables de los hijos.
En el caso de las mujeres indígenas, diversos autores (Pavón, 2014; Araiza, 2006; Durán, 2011), concuerdan que debido a la poca o nula cualificación, ellas tienden a desempeñarse en el comercio informal en la vía pública, ya que esto les permite criar a sus hijos, continuando así en su rol reproductor en donde también se va incorporando a estos hijos en el ambiente laboral en donde predomina un clima de inseguridad, sin embargo también impide que ellas conozcan el funcionamiento de la sociedad receptora al estar desempeñarse en empleos marcados por la marginalidad.
Escamilla y otros (2013), encontraron, que las jefas de hogar, reconocen enfrentarse a múltiples dificultades al momento de insertarse y mantenerse en el ámbito laboral. Destacando principalmente las dificultades económicas, debido a que ellas son las únicas que deben de satisfacer las necesidades de su familia, agregan que es difícil poder compatibilizar el horario de la jornada laboral con el cuidado de sus hijos, y esto las orilla a tomar empleos de medio tiempo, en donde carecen de poca protección laboral, aunado a la baja remuneración económica, por lo que es casi impensable un ahorro familiar.
Diversos autores (Escamilla y otros, 2013; Fernández, 2007 ;Araiza, 2006; Horbart, 2008), concuerdan en afirmar que las mujeres, indígenas, migrantes y pobres , tiende a enfrentarse a situaciones como: la discriminación por la edad, ya que las mujeres de más de 40 años, presentan problemas para insertarse en el ámbito laboral, el racismo, por desconocer el idioma español y tener una baja o nula escolaridad, no cuentan con prestaciones sociales y sufren de desigualdades salariales.
Ante la migración, la jefa de familia no solo se enfrenta a la precariedad de la situación económica y laboral, antes expuesta, sino también se tienden a enfrentar a estereotipos y prejuicios, más aún, cuando ellas no cuentan con una pareja, lo anterior, trae como consecuencia que tenga en un sentimiento de devaluación social, aunado a su situación como perteneciente de una etnia (Klein] y Vázquez-Flores, 2013).
Estudios como los realizados por Solís (2005) mostraron que la vivencia de la maternidad, dentro de un contexto migratorio, resulta ser un tanto complejo, ya que tiene una carga importante de stress, tristeza y ambivalencia, además de que las mujeres jefas de familia suelen expresar su angustia y miedo a que “algo” les pueda suceder a sus hijos.
Estas jefas de familia migrantes, tienden a sobre-exigirse, esforzándose el doble en comparación con aquellas mujeres que cuentan con una pareja que las apoye en el cuidado y crianza de ellos, otra situación, es el hecho de que de ellas depende el bienestar de su familia, tiende a generarles una mezcla entre rabia e impotencia, frente a la falta de recursos económicos para poder satisfacer las necesidades básicas de la familia, de la mano de lo anterior, ellas deben de cumplir obligaciones de un empleo en donde en la mayoría de las ocasiones tienen jornadas largas con horas extras y esforzarse el doble, para después ir a casa a cumplir con las labores domésticas (Escamilla y otros, 2013).
Tal hallazgo, concuerda con lo presentado por Solís (2005), al sostener que algunas de las mujeres expresan sentirse culpables cuando sus hijos se enferman o si tienen algún accidente, aun cuando por otra parte saben que laboralmente están haciendo todo lo posible por sostenerlos, en ese sentido coincidieron en que las madres de ellas, eran las que indicaban que era una malas madres por no estar al pendiente de los hijos.
Sin dejar de un lado ese rol como madre, estas mujeres indígenas jefas familia suelen tener sentimiento como la tristeza, la angustia y la preocupación sobre el cómo sostener económicamente y sobre el bienestar de sus hijos son una constante de estas mujeres, ya que expresan sentir la gran responsabilidad de que su familia depende únicamente de ellas (Escamilla y otros, 2013), otras suelen presentar episodios de autoestima baja, una desvalorización como mujeres y culpa por sentir una contradicción entre lo que hace y lo que supuestamente debe de hace (Landa, 2008; Fernández, 2006; Solís, 2005).
Dentro de los rubros que Correa (2006) abordó en su estudio, destina un momento de la discusión para mostrar que las jefas de familia tendían a presentar problemas psicológicos, además de expresar sentirse presionadas por parientes que le cuestionaban sobre si ellas cumplían o no como madres.
Pero no solo hay una presencia de problemas emocionales, sino también, presentan episodios de enfermedades físicas -dolores de cabeza, dolor de espalda, gastritis, colitis entre
otros padecimiento- y mentales, aunado al señalamiento social debido a la ruptura en su rol tradicional, además, en muchos de los casos, se observa una presión familiar y por parte de la comunidad de origen (Fernández, 2006; Solís, 2005).
Otro aspecto que los estudios han abordado por lo menos de manera periférica, es el rol que dejaron como esposas, en ese sentido, dentro de los análisis realizados por Monzon (2006) se plantea el termino de “Viudez blanca”, el cual es adjudicado a la mujer que tiene una separación de su pareja, que queda prisionera en el rol de esposa frente a sus hijos, a la familia de ella y de su ex pareja, así como de su comunidad, aunado a esa prisión invisible, la mujer tiene que ejercer el rol de padre de familia, por lo anterior, esta mujer tiene el sentimiento de no poder vivir plenamente el duelo ante la perdida de su pareja.
No solo la ausencia de la pareja, impacta en su concepción como mujer y a la libertad que decide o no tomar, sino también, Correa (2006) encontró que en el caso especifico de las mujeres jefas de familia a pesar de que en algún momento mencionaron que una de sus dificultades era la ausencia de autoridad, reconocieron que los lazos afectivos con sus hijos se habían fortalecido.
Otras dificultades que se presentan son en el ámbito comunitario, ya que estas mujeres tienden a enfrentarse a la exclusión y marginación ya que carecen de un acceso de los servicios básicos y en donde los hijos de estos, tienden al abandono de la educación básica para participar en el ingreso familiar incursionando en la mendicidad o en el empleo informal.
Por su parte, Acharya y otros (2010) realizaron un estudio en el área metropolitana de Monterrey en donde evidencian una tendencia al crecimiento en el número de migrantes indígenas en busca de empleo, y cuyas problemáticas van desde problemas en la adaptación al medio urbano, hasta una discriminación, lo que desemboca en problemas de índole no solo social sino también personal y psicológico, lo que conlleva a un posible retorno o bien a cambiar su lugar de residencia.
Así como se presentan problemas de adaptación a la comunidad en la que radican, tienden hacia un aislamiento lingüístico, lo que se traduce en una carencia de redes sociales de apoyo y protección tienen como resultado la vulnerabilidad de esta población (Monzón, 2006), el argumento que algunas de ellas dan ante dicha situación es que suelen sentirse humilladas y maltratadas ya que en varias ocasiones son criticadas y son rechazadas por la sociedad (Solís, 2005).
La autora agrega que las mujeres migrantes tienden a sentirse aisladas, marginadas y que en ocasiones se niegan a establecer relaciones de amistad o compañerismo con otras personas, dicen sentirse desesperanzadas, como si no hubiera salida a los problemas que enfrentan y en ciertos momentos, expresan resignación por los problemas cotidianos.
Otra situación a la que se enfrentan, es que las redes comunitarias que existen y que son formadas por las personas de la comunidad de origen, representan cierto control social para las mujeres (Klein] y Vázquez-Flores, 2013).
Ante estos obstáculos, las mujeres indígenas y jefas de familia desarrollan de acuerdo a la literatura revisada, una serie de estrategias para enfrentarlos, prueba de ellos es buscan empleos que les permitan generar un ingreso pero también estar atentas a la educación de los hijos, sin embargo la característica de estos empleos es que son precarios y tienden a ser explotadas, a ser objeto de abusos, explotación, discriminación y engaños , además de que carecen de estabilidad y de seguridad social (Escamilla y otros, 2013).
Es así, como ellas tienden a utilizar redes de apoyo familiar para no perder su empleo (Pavón, 2014), sin embargo alguna de ellas tienden a carecer de dicha red familiar, utilizando otras como las amistades o vecinales (Echeverría, 2016).
Las redes sociales, brindan un apoyo económico y psicológico ante un contexto adverso, o bien ante el aislamiento que puedan sufrir, afirma que las mujeres si tienden a generar redes de solidaridad que contribuyen al mejoramiento de la calidad de vida (Arrieta, 2008).
Es decir, las redes de apoyo (familiar, religiosa, civil, de salud o de derechos humanos) en varias ocasiones han llegado a convertirse en redes interesadas por apoyar cuando éste se ha vuelto más vulnerable, dado el alejamiento de origen o el mayor tiempo fuera, integrándose a los abusos y explotación (INMUJERES ,2008).
Por ello Solís (2005) dice que el apoyo que las redes le proporcionan a las persona, les permite reconstruir su vida y sus identidades, además de brindar una contención ante el estrés y otros trastornos afectivos.
No solo las redes de apoyo social y familiar, están presentes dentro de esta revisión, sino también existen estudios (Maier, 2006) que revelan aspectos positivos ante la migración prueba de ello son las transformaciones paulativas que tiene sobre sí mismas, y sobre el papel que juegan dentro de la familia, de su relación de pareja, de su trabajo, y de su comunidad.
Así mismo, ante la decisión de migrar, la mujer tiende a cuestionar y modificar los roles que tradicionalmente se han venido compartido en su comunidad de origen ya que este hecho trascendental en su vida, ha otorgado un nuevo sentido a su identidad y a su desarrollo personal, lo que se traduce en su forma de verse y de vivir como mujer, aunado de lo anterior, el hecho de migrar ha representado la adquisición de nuevas habilidades, modelos acción y de pensamiento, que se ha traducido en mayores libertades de comportamiento de acción (Arrieta, 2008). En consecuencia, los estudios orientan a que la mujer migrante tienden a reconfigurar su capacidad de toma de decisiones y de empoderamiento.
Por lo antes expuesto, esta investigación tiene por objetivo general el Identificar las principales estrategias de afrontamiento que utilizan las jefas de familia indígena y migrante en el Estado de Nuevo León, ante la doble jornada laboral.
Mientras que el objetivo especifico, es conocer los obstáculos a los que se enfrenta esta mujer ante la doble jornada laboral.
En ese sentido, se formularon las siguientes preguntas:
¿Qué estrategias de afrontamiento utiliza para solucionar las dificultades que se le presentan ante la doble jornada?
Ante la doble jornada laboral, ¿cuáles son los obstáculos a las que se enfrenta la jefa de familia indígena y migrante en el estado de Nuevo León?
El INEGI contabilizó en 2015 cerca de 12 millones de indígenas en México, lo que representa el 10.1% de la población a nivel nacional, del cual más del 51% son mujeres. La misma encuesta mostró, que el 43% de la población hablante de la lengua indígena se declaró como económicamente activa, y de ese porcentaje el 21.1% eran mujeres. En ese sentido, el 23.4% de los hogares que se entrevistaron eran dirigidos por una jefatura femenina, comparándose casi con el promedio nacional que es del 29%.
Por su parte, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas publicó en el mismo año, los indicadores socioeconómicos de los pueblos indígenas, en donde se observaba, que tres de cada diez mujeres de 15 años o más son solteras y cinco de cada diez están casadas. Teniendo un promedio de hijos nacidos vivos de 2.0 entre las mujeres indígenas de 15 a 49 años
de edad, mientras que a nivel nacional este indicador es de 1.7 hijos nacidos vivos.
Como se puede observar, las estadísticas muestran una existencia de la población con la que se pretende trabajar, solo que no se cuentan con datos específicos sobre la complejidad de su vida cotidiana y la forma como enfrentan los problemas que se les presentan.
Es preciso señalar que, a pesar de que en los datos del INEGI (2015) no se muestra al Estado de Nuevo León entre los principales estados con migración indígena, el 6.88% que esta población radicada en este estado del noreste de México, se considera indígena.
Dicha población, está distribuida de la siguiente manera: Vallecillo con el 23.10%, Ciénega de Flores el 21.19%, Escobedo con el 18.3%, García con el 13.26%, Pesquería 12.67%, Zuazua con el 12.3%, Doctor González con el 10.73%, El Carmen con el 9.35%, Salinas Victoria 8.3%, Apodaca el 7.13%, Juárez con el 6.44%, el Monterrey 4.38%.
Debido a la escasa información estadística y considerando esta población como pobre y desfavorecida, cuyos niveles de vida están por debajo de las medias nacionales, el INMUJERES (2006) sostiene la importancia de conocer aspectos específicos de esta población ya que a pesar de pertenecer a un mismo grupo social, se enfrentan a situaciones distintas, y las enfrentan de manera distinta.
En el caso de las mujeres indígenas, estudiosos de lo social (Bonfil, Mejía y Castañeda, 2013; Fernández, 2006) afirman, que la exclusión que sufren, no se han documentado suficiente, y que aún falta mucho por hacer en términos de indicadores e instrumentos para captar su especificidad.
Es importante considerar, que en el ámbito de las políticas sociales orientadas al desarrollo de los indígenas con enfoque de género son todavía incipientes, ya que carecen de información actualizada y no se encuentra separada por sexo, lo que representa una dificultad al momento de diseñar los programas orientados a la acción pública, de ahí que las mujeres indígenas sufran de otro tipo de discriminación al ser invisible ante las estadísticas y registros de índole administrativo (Fernández, 2006).
Como se ha analizado en los apartados anteriores, existen lagunas en cuanto a estudios y estadísticas orientados a comprender las complejidades y obstáculos a los que se enfrenta la
mujer indígena migrante que radica en el Estado de Nuevo León, así como a las estrategias que utiliza para hacerle frente a su situación. Por ello, este estudio pretende contribuir a la generación de conocimiento de dicha situación, a través de una metodología de corte cualitativo, utilizando técnicas como la observación participante y la entrevista a profundidad. Estas técnicas serán aplicadas a mujeres que se consideren indígenas y jefas de familia, para ello, se contará con apoyo de asociaciones civiles que trabajan en nichos identificados en distintos municipios
Se consideró la investigación de corte cualitativo debido a que sus resultados descriptivos parten de las palabras de las personas y de la observación de su conducta, esta metodología permite tener un diseño flexible y se pueden comenzar los estudios con preguntas que vagamente elaboradas como lo mencionan Taylor y Bogdan (2000). Así mismo, los autores explican que este tipo de investigación permite realizar un análisis holístico, ya que permite analizar a las personas en su propio entorno y bajo las condiciones actuales.
De ahí, que se optará por la aplicación de entrevistas a profundidad, ya esta técnica permite llevar una conversación de forma “normal”, sin seguir una dinámica de pregunta y respuestas. Es así como este tipo de técnicas y de metodologías permiten considerar a todas las perspectivas de los individuos como valiosas, ya que no se busca la verdad, sino la comprensión de esas perspectivas, lo que permite crear una especie de foro en donde aquellas personas que son ignoradas por la sociedad pueden exponer sus puntos de vida (Taylor y Bogdan, 2000).
Para entrar al campo, se consideró la observación participante ya que esta involucra una interacción entre el investigador y los informantes, en donde se pueden recoger datos de manera sistemática, sin que se perciba como un intruso (Taylor y Bogdan, 2000).
Para contactar a las mujeres que cubrieran el perfil, se tuvo la oportunidad de conversar con la presidenta de una asociación civil orientada a brindar servicios a poblaciones indígenas en el Estado de Nuevo León. Ella por su parte sugirió una comunidad ubicada en el cerro del Topo chico, ya que aseguró que ahí habían identificado casos de jefas de familia.
Durante el primer abordaje, se visitaron algunos hogares y el centro comunitario en donde realizan sus capacitaciones, esta actividad permitió tener una interacción con algunas de estas mujeres. A continuación se presentan algunos hallazgos preliminares.
En el recorrido, se tuvo la oportunidad de hablar con Rosy, quien es una mujer otomí de 40 años, madre de dos jóvenes de 12 y 16 años respectivamente, el día de la visita comentó que había recibido apoyo por parte de municipio y de esta asociación civil, ya que su casa había sido incendiada por una de las pandillas del lugar.
Rosy, que comentó tener más de 10 años de vivir en Monterrey y que nunca había sido casada, ya que ella había elegido vivir sola con sus dos hijos y venir a la ciudad a “probar suerte”, dijo que al llegar, tuvo dificultades para encontrar un lugar en donde vivir y que se desempeñó vendiendo en la vía pública semillas, ya que este empleo le permitía “traer a sus hijos” con ella. Agregó que sentía “dolor” y “miedo” de dejarlos solos, pero que también se sentía desesperada pensando que les daría de comer si no salía a vender.
La informante explicó que con el paso de los años, una hermana se vino a la ciudad, y que esto le permitió trabajar “más tiempo” fuera de la casa ya que uno de sus sobrinos le ayudaba a cuidar a los dos niños.
Durante la entrevista, se le preguntó si contaba o cuenta con el apoyo de sus padres, a lo que contestó que sí, pero que a pesar de tener dificultades económicas, no era opción el regresar a su pueblo.
Agregó que antes le preocupaba la alimentación de los niños cuando eran “pequeños” o que se le enfermarán, pero que ahora le preocupan otras cosas, como el que estudien o bien que encuentren un trabajo que les permitan vivir mejor.
Al preguntarle sobre como resolvería los problemas económicos que debía enfrentar ante la pérdida de su tejaban, dijo que vería la posibilidad de emprender algún negocio propio como la venta de pan, con los apoyos que recibiría de la asociación, ya que para ella era importante estar en casa cuidando a sus hijos.
Otra mujer con la que se tuvo la oportunidad de conservar es Norma, de 30 años quién es náhuatl, madre de 2 niños de 10 y 2 años respectivamente y que se desempeña como panadera en su propio hogar. Ella contó con el apoyo de la asociación civil, para emprender su negocio de pan. Ese día de la visita, se encontraba realizando pedidos de pan de muerto, así que la entrevista fue realizada en algunos minutos. Norma sostenía que se sentía feliz por poder tener dinero a través de su trabajo, ya que como vive en las orillas del cerro, su principal preocupación eran los
animales que bajaban y que por eso le “echaba” mucha ganas al pan para algún día poder comprar una casa de concreto. Por lo anterior, opto por “asociarse” con una vecina para que ella saliera a vender, mientras ella podría hacer el pan y estar “al pendiente” de sus hijos.
En el caso de Norma, cuenta con una pareja que vive con ella, pero dijo que él no aportaba dinero, “solo era el papá de sus hijos”, agregó desconocer el sueldo o lugar en donde trabajaba. Ella explicaba que quería “sacar” adelante a sus hijos por ella misma, y dijo que sus padres a pesar de no vivir en el Estado, la “ apoyaban” moralmente por teléfono o que en ocasiones acudían a visitarla.
Partiendo de la revisión de literatura que se realizó, se observó que ambas mujeres mostraban preocupación por la manutención y cuidado de sus hijos y las dos optaron por insertarse en el empleo informal, ya que este les permitiría estar presentes en el cuidado de los hijos, en el caso de Rosy, ella los llevaba al lugar del trabajo y en el caso de Norma, ella se desempeñaba dentro de casa.
Ambas refirieron contar con el apoyo moral de sus familiares, solo en el caso de Norma, se mencionó a la vecina considerándola como una red de apoyo que le permitía estar más tiempo en casa, en el caso de Rosy no se mencionaron amistades o vecinos que la apoyaban.
Tanto Rosy como Norma, expresaron su deseo de mejorar su condición actual, a través del trabajo y se observó como la edad de los hijos tiende a ser un detonante en las dificultades a las que se pueden enfrentar ya que Rosy expresaba su deseo de poder pagar educación para sus hijos, mientras Norma expresaba su deseo de mejorar su vivienda para evitar riesgos de picadura de animales, de sus hijos.
Es importante señalar que se ha continuado acudiendo como voluntaria de la asociación civil y se han identificado otras cinco mujeres con el perfil para esta investigación. Por ello, se pretende dar continuidad a las visitas para poder avanzar en el conocimiento de las dificultades y de las estrategias que estas mujeres utilizan antes su doble jornada laboral.
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Notas
1 Instituto Nacional de las Mujeres, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, Consejo Nacional de Población y Secretaría de Salud.