A la memoria de María Luisa Tarrés Barraza
Johan Gordillo García1
No quiero usar este espacio para exponer la amplia trayectoria académica de María Luisa Tarrés, sus publicaciones, sus contribuciones ni su influencia en los estudios de género ni en los de los movimientos sociales. Más de una institución se encargará de eso. En cambio, quiero escribir sobre mi experiencia personal con ella.
Conocí a María Luisa a inicios de 2014. Yo estudiaba la maestría en Ciencia Política en El Colegio de México. Mi trabajo semestral para la materia de política comparada era una —obviamente— comparación entre dos movimientos sociales mexicanos durante el gobierno de Felipe Calderón. Los detalles son irrelevantes. El punto es que, en mi centro de estudios, nadie era especialista en teorías sobre los movimientos sociales y yo únicamente había tenido dos clases de tres horas cada una al respecto. Entonces, envié un correo a María Luisa para preguntarle si podía platicar con ella sobre mi proyecto y me citó al día siguiente. Cuando nos vimos, me pidió, con ese característico acento chileno suyo, que le platicara sobre mí y sobre mi interés en los movimientos sociales. Conversamos un rato largo. Ella planteó criticas amables a mi enfoque, hizo sugerencias y me recomendó algunos trabajos clásicos. Yo salí agradecido y fascinado.
Aprendí un poco sobre las principales teorías de los movimientos sociales de manera autodidacta durante un semestre y, en enero de 2015, María Luisa abrió su seminario titulado “Sociología de la acción colectiva y los movimientos sociales: universos simbólicos y procesos sociopolíticos”. Yo me enteré del seminario el mismo día que comenzó. Estaba en el descanso de otro curso cuando fui a buscarla al salón en el que ella estaba impartiendo clase. Cuando el grupo salió a tomar un descanso, le pregunté si me recordaba, a lo que respondió que sí, y le pedí aceptarme en el seminario como oyente porque ya no podía registrar materias optativas. “Como oyente, chiquillo, pero con los compromisos de participación y evaluación de cualquier estudiante”, me dijo. Sonreí y acepté. “Quédate ya a la segunda mitad de la clase”, me dijo; por supuesto, usó la conjugación chilena. No lo dudé. Fui al otro salón para recoger mis cosas y entré al seminario. Ese curso fue mi introducción formal a los estudios sobre los movimientos sociales. Recuerdo que no me perdí una sola sesión. María Luisa tenía una habilidad increíble como docente; no podías aburrirte en su clase. El curso fue introductorio y, por lo mismo, muchos temas importantes y contemporáneos quedaron fuera, pero fue una base sólida para quienes lo cursamos. Al final del semestre, además, María Luisa nos invitó a comer un asado a su casa. Ahí, como cualquiera puede suponer, nos compartió pisco y comida chilena. Fue una tarde muy agradable.
Durante ese semestre, yo estaba haciendo el trabajo de campo para mi tesis y, también, avanzando en la redacción final. María Luisa fue un constante punto de apoyo para discutir ideas, preparar mejor mis entrevistas y vincularme con la literatura. Ella no tenía obligación alguna conmigo; no era sinodal de mi tesis ni obtendría beneficio alguno al aconsejarme tanto. Ella me otorgó todo ese tiempo simplemente porque yo era uno de sus estudiantes.
Cuando asignaron la fecha para mi defensa de tesis, fui rápidamente a invitarla. Me contestó que no se la perdería y que ahí nos veríamos. María Luisa llegó junto con su compañero de vida, también profesor del Colegio, y escuchó atenta hasta el final. “Chiquillo, qué orgullo que estuviste en mi curso”, me dijo con un abrazo; “aprendiste a responder las críticas de la ciencia política”. Durante el brindis posterior a la defensa, María Luisa convivió conmigo, con mi familia, con mis amistades, con mis otras profesoras y profesores.
Volvimos a vernos un par de veces más ese mismo año por un proyecto en el que trabajé con otro profesor del Colegio, pero luego me alejé de la academia y tuvimos poco contacto. Sin embargo, en 2018 decidí realizar un doctorado en Sociología en la Universidad de Edimburgo. Escribí un correo a María Luisa para platicar sobre mi proyecto. Nos vimos una semana después y platicamos un buen rato. A pesar de que no nos habíamos visto en un par de años, ella recordaba mi tesis y a mi familia. Ese día, además, le pedí una carta de recomendación para poder solicitar una beca. Ella aceptó sin dudarlo y me pidió unos días para prepararla. De las profesoras y los profesores que aceptaron escribir una carta de recomendación, ella fue la primera en enviármela. “Mucha suerte, chiquillo”, escribió en su correo.
Meses después, cuando tuve la confirmación de la asignación de la beca, le envié un correo para contarle. “¡Qué felicidad, chiquillo! Me alegras el día”, respondió. Cuando terminé el doctorado y regresé a México, contacté a María Luisa para pasar a visitarla. Me dijo que nos viéramos dos días después. Ese día llegué y su oficina seguía idéntica: con ella en una silla y su asistente en otra, además de los incontables libros y documentos que tenía en su escritorio. Me pidió platicarle todo, desde mi vida personal hasta mi experiencia académica en Escocia. Platicamos cerca de una hora. Me dio consejos y advirtió sobre las dificultades que vendrían ante la falta de oportunidades laborales. María Luisa fue, como siempre, muy amable y sonriente. Me comentó que preguntaría a la directora del centro sobre los requisitos para contratar investigadores visitantes y sobre las estancias posdoctorales. Para mi sorpresa, al día siguiente me envió todos los detalles sobre ambos procesos y concluyó con una línea que me hizo sonreír a pesar de la decepción que conllevaba: “Lo malo es que no hay presupuesto para contrataciones de este tipo, pero te mandaré todas las oportunidades lo que encuentre”. Efectivamente, durante las siguientes semanas me envió todas las convocatorias que recibió en su correo. Cuando le conté que me habían aceptado en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM como investigador posdoctoral, volvió a felicitarme. “¡Qué gusto, chiquillo! Ese curso dio buenos frutos”.
No hay duda, ese curso con María Luisa Tarrés cambió mi vida positivamente. Ella fue una influencia enorme en mi carrera académica. Su partida es triste, tristísima, y deja un vacío inmenso para El Colegio de México y para las ciencias sociales en el país y en América Latina.
Gracias por todo, querida María Luisa. Gracias por haberme enseñado a observar los movimientos sociales. Tus lecciones seguirán teniendo eco durante mucho tiempo.
1 Investigador posdoctoral en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
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