Ichan Tecolotl, núm. 356
K-move: procesos migratorios coreanos como configuración de la “Tercer Corea”
Presentación
Hiroko Asakura
CIESAS Ciudad de México
Sergio Gallardo
CIESAS Ciudad de México
¿Por qué hablar sobre migraciones coreanas?
Este número especial responde a la amable recepción del equipo editorial del Ichan Tecolototl, para darle eco a las ponencias y presentaciones que abordaron el tema de la migración coreana en el Foro Corea 2021 del Círculo Mexicano de Estudios Coreanos (CMEC), que tuvo como temática “Las Coreas en el mundo”.
Tras cinco años de actividades y siendo el quinto foro realizado, CMEC ha reconocido que el estudio de la península coreana, y los estudios asiáticos en general, siguen siendo un campo de estudios aún periférico y en desarrollo, que ha sido alimentado en México y América Latina en gran medida por financiamientos provenientes de Corea del Sur a través de distintas organizaciones, dependencias y agendas diplomáticas. Por ello, es posible identificar en los estudios y publicaciones hasta ahora realizados, una concentración en temáticas relativas a inversiones, relaciones comerciales y diplomáticas, historia comparadas de desarrollos económicos regionales con el escenario del “milagro del río Han”; siendo Corea del Sur no sólo una región sino un elemento conceptual y epistémico inicial.
Con esto en mente, en 2021 el foro convocó a otras voces, que de distintas disciplinas –donde destacan la antropología, historia y artes– y otras investigaciones que no tengan como eje de análisis Corea del Sur ni la península coreana en particular, sino las dimensiones, realidades y fenómenos que comprenden parte de la cultura o culturas coreanas que se desprenden territorialmente e incluso forman parte de nuestras propias sociedades. Este número especial busca rescatar las intervenciones que en este foro aludieron a las migraciones y asentamientos de familias y comunidades coreanas en América Latina y España, como una manera de resaltar que los estudios sobre Asia y los estudios coreanos en particular, pueden generarse en nuestras academias no desde el exotismo o extrañeza sino desde el reconocimiento de las vinculaciones, fenómenos e historias compartidas.
Retomamos la iniciativa de nuestra casa de estudios, CIESAS, que en 1974, como parte de sus perspectivas fundantes, se planteaba estudiar lo que se denominó “minorías no étnicas de México” (Glantz, 1978). Es decir, que la antropología mexicana no sólo debía de dar cuenta de los grupos originarios del país sino de aquellos que aportaban a su diversidad cultural e historia social, a partir de su presencia o tránsito migratorio.
Este tipo de miradas ha ayudado a desmitificar la idea del mestizaje y diversidad cultural en México como fruto únicamente del enraizamiento entre españoles con grupos indígenas locales, al cual tardíamente se reconoció como una “tercera raíz” a la presencia de personas provenientes de distintas latitudes de África, producto de los movimientos forzados de esclavos durante el periodo colonial y ocupación española.
Si bien, hoy en día hay mayor reconocimiento de los aportes de las descendencias afromexicanas, aún hay una omisión de una raíz asiática, de la presencia y contribución de los diferentes flujos migratorios provenientes del Este de Asia y que forman parte de nuestra historia tanto nacional como popular.
Tan sólo pensemos en la conformación nacionalista del Estado moderno mexicano: los movimientos políticos de la Revolución Mexicana al norte del país se gestaron con un alto sentimiento xenófobo y particularmente racista-antichino –que incluía por igual a japoneses como coreanos–; que eventualmente reformularon el Estado mexicano revolucionario, que tendría en su constitución este sesgo que excluía a los asiáticos como parte de la nación, siendo muy expresivo en el acontecimiento de la matanza de chinos ocurrida en Torreón en 1911, entre muchos otros sin tanta visibilidad. Es decir, su presencia es parte de nuestra historia, aunque sea de manera omitida.
Consideramos que la relación del Este de Asia con América Latina es muy distinta a la que ocurre en otros escenarios occidentales, por ello el curso de los estudios sobre Asia debería distinguir sus pasos y hacer su propio camino, apelando a la historia popular, cultural y regional para dar cuenta de sus presencias, contribuciones e implicaciones en las relaciones actuales entre ambos lados del Pacífico.
Antes del K-pop, llegó a nuestros territorios el K-move: migraciones y asentamientos de distinta índole y motivaciones que, como en el caso de México, ocurrieron antes de establecer relaciones diplomáticas o firmar acuerdos específicos. Es así que consideramos fundamental dar cuenta y estudiar las migraciones coreanas como un primer atisbo para reflexionar y proponer una visión propia sobre los estudios coreanos.
Breves notas para entender las migraciones coreanas
A principios del siglo XX, la dinastía Joseon (1312-1897) había dado paso al emergente Imperio de Corea (1897-1910) del rey Gojong, bajo un escenario geopolítico bastante tenso entre Rusia y Japón; contexto del cual saldría un primer contingente a Hawái en 1903 y particularmente hacia Latinoamérica, el arribo de más de mil coreanos a México en 1905.
Si bien se reconoce que con anterioridad a estos procesos hay una movilidad humana que atraviesa de manera constante las fronteras de la península coreana, sobre todo movimientos circulatorios de campesinos que buscan en Manchuria escenarios de cultivo frente a las heladas y consecuentes hambrunas, la migración de 1903 hacia Estados Unidos es la primera de carácter internacional y de un flujo que genera otra práctica de movilidad que se desprende de las inmediaciones de la península.
Que una de estas primeras migraciones se haya dirigido hacia México es también crucial para entender la conformación de los diferentes asentamientos y comunidades coreanas en nuestro país, pues habrá una distinción clara entre los descendientes coreanos de esta primera migración y quienes llegarán al país a partir de la década de 1960, específicamente desde Corea del Sur.
Este dato clave nos ayudaría a entender por qué el Ministerio de Asuntos Extranjeros de Corea del Sur contabiliza que en el año 2019 11 897 personas coreanas estaban viviendo en México, mientras que la embajada de Corea del Sur contabiliza aproximadamente catorce mil. Esta diferencia de más de dos mil personas se debe a que la embajada también toma en cuenta a los descendientes coreanos, es decir, personas que han nacido en México o en otro país pero que en su línea genealógica cuenta con ancestros de origen coreano –aun cuando hablemos de terceras o cuartas generaciones.
Para iniciarnos en el tema es muy prudente subrayar esto, ya que para estudiar la migración coreana hay que tener en cuenta la complejidad de hablar de coreanidad o identidad coreana, por la difusa separación que hay entre etnicidad y nacionalidad. Por las condiciones históricas de la península coreana, al hablar de coreanidad no hablamos únicamente de pasaportes, nacionalidades o ciudadanías, sino de una etnicidad pretendidamente homogénea en todo su territorio y que se desprende más allá de sus fronteras (Lie, 2015).
Por ello retomamos la potencia analítica del concepto de “Tercer Corea” propuesta por el académico lingüista Patrick Maurus, quien explica más a detalle el concepto en su entrada en este número, quien en 2018, a la luz del acercamiento de las relaciones intercoreanas, planteaba que la Guerra de Corea (1950-1953) había separado a una población e historia coreana no sólo en dos entidades sino en tres: Corea del Norte, Corea del Sur y dejando al margen y fuera de un territorio nacional coreano a los coreanos en China, con una presencia histórica de más de 2 millones de coreanos entre la provincia de Jilin y Vladivostok. Esta “Tercer Corea”, argumenta, mantiene una serie de condiciones materiales, subjetivas y culturales que configuran la manera de entender su coreanidad, que se irá distinguiendo y apartando tanto de Corea del Norte como de Corea del Sur.
El concepto es muy sugerente ya que al proponer pensar a los coreanos en China, mejor conocidos como joseonyeok, podría pensarse también para los primeros coreanos en llegar a México. Al ser anexada la península al Imperio Japonés en 1910, quienes habían arribado a Yucatán cinco años antes no pudieron regresar y pasaron a un estadio apátrida al no existir más su nación –o peor aún para su sentimiento nacionalista–: ser reconocidos como ciudadanos japoneses por el gobierno mexicano.
Esta condición no concluiría sino hasta 1945 con la liberación de la península coreana. Sin embargo, una guerra civil comenzaba y el resultado ya lo sabemos: la emergencia de Corea del Norte y Corea del Sur como Estados-nación diferenciados; pero ninguno de éstos coincidía para esos migrantes en México o Estados Unidos, con la “comunidad imaginada” –en términos de Benedict Anderson– de la patria que habían dejado. Hay una construcción de entender su coreanidad desde la nostalgia, que distinguirá puntualmente este primer arribo de los posteriores en llegar al país.
El imperio de Corea, dinastía Joseon o nación coreana a la que pertenecían, ahora existe sólo en sus recuerdos, nostalgia y prácticas culturales que surgieron transmitiendo de generación en generación. Coincidimos con Maurus en que hablamos de una Tercera Corea: una corea étnica –sin Estado–, que tiene sus concreciones en términos culturales e identitarios históricamente trazados por su movilidad.
Por ello, Alfredo Romero y el Círculo Mexicano de Estudios Coreanos, hemos reformulado el concepto para pensar como una “Tercer Corea” a las distintas comunidades coreanas dispersas en el mundo donde sus procesos de socialización, cohesión e imaginarios colectivos que no hacen referencia ni a Corea del Norte ni a Corea del Sur, sino que generan sus propios procesos de identidad coreana a partir de su experiencia migratoria.
Hablamos de una realidad-otra que hay que entender como tal, desde una comprensión histórica de la península coreana como origen que «las tres Coreas» tienen en común, pero que hoy en día mantienen caminos paralelos, altamente diferenciados.
Teniendo este concepto en mente, podemos comprender de mejor manera los nuevos flujos migratorios provenientes de la península, ahora desde escenarios geopolíticos y culturales diferenciados, sea de Corea del Norte o Corea del Sur. Es importante notar que Corea del Norte establece relaciones con cuatro países: con Colombia en 1962, Perú en 1970, México en 1980 y más recientemente Brasil a partir del 2001, con los cuales hay no sólo una presencia de cuerpos diplomáticos, también migraciones clandestinas o no reconocidas. Es decir, hay una migración norcoreana en América Latina, la cual aún no ha sido del todo explorada y documentada, en gran medida por el sensible contexto de sus emigraciones prohibidas por su Estado.
Por el contrario, Corea del Sur tendrá relaciones no sólo diplomáticas sino comerciales con todos los países latinoamericanos. Aún más, a la fecha ha firmado tratados de libre comercio con todos los países del continente con salida al Pacífico, menos México. Las migraciones, que inician a partir de la década de 1960 vendrán desde este hemisferio de la península coreana.
A finales del siglo XX e inicios del XXI muchas de las inmigraciones o asentamientos coreanos en Latinoamérica no necesariamente se darán a partir de arribos directos desde la península coreana sino desde otros destinos a los que migraron previamente, como el caso de los coreanos que llegaron a Cuba. Es necesario pensar estos flujos a partir del fenómeno de remigraciones.
Este es el caso es de los coreanos que llegaron a México desde Argentina. Con la crisis económica del 2001, muchas familias asentadas en Argentina buscaron salir del país, pero Corea del Sur no era una opción de retorno por lo costoso del viaje y lo que implicaría iniciar de nuevo. Así que países cercanos fueron la opción y entre ellos México. La población coreana en México pasó de tres mil a doce mil en un año, fenómeno que no se explica pensando únicamente en la inmigración directa de Corea del Sur.
La antropóloga coreana-americana Park Kyeyoung (2014) ha propuesto el concepto de “migración rizomática” para pensar la migración coreana en América Latina que se despliega como las raíces del bambú, es decir, cada tallo (asentamiento) está unido y crece a partir de bulbos o nodos (comunidades) que amanera de raíz los va uniendo.
La antropóloga considera que pasa lo mismo con las distintas comunidades coreanas en el continente, aunque estén en territorios muy distantes entre sí, a través de su capital social y cultural se mantiene una comunicación, pero sobre todo una solidaridad que permite plantearse la remigración, es decir, no retornar a Corea sino volver a migrar a otro destino, como una alternativa viable.
En el caso mexicano veremos realmente un crecimiento notable de inmigración a partir del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994, siendo el factor que impulsa la migración los acuerdos arancelarios como atractiva entrada al mercado estadounidense vía México. Así, como una tendencia que encontramos en otros países latinoamericanos, más que una historia compartida o motivo particular, las migraciones recientes estarán orientadas por los acuerdos comerciales y ventajas económicas favorables a distintas escalas: desde sucursales de chaebols, empresas coreanas, hasta emprendimientos familiares e individuales que encuentran ventajas económicas más favorables al migrar que al quedarse en Corea del Sur.
Actualmente, las migraciones recientes se componen de flujos mixtos: empleados de empresas transnacionales, estudiantes que dominan el español o portugués para trabajar en ellas, familias y personas que siguen estos flujos de bonanza económica que permite esta dinámica de crecimiento multilateral de la economía surcoreana. Dichos flujos se van incorporando, relacionando o distanciando de asentamientos y comunidades coreanas conformadas previamente, generando una evidente complicación de hablar de «una comunidad coreana» sino de múltiples comunidades o agrupaciones, donde las instituciones religiosas jugarán un papel importante de cohesión y autoconfirmación étnica.
Presentación de los artículos
Este número del boletín Ichan Tecolotl dedicado a las historias y los procesos migratorios de la población originaria de la península de Corea es un esfuerzo de las y los investigadores, desde veteranos hasta jóvenes que apenas están dibujando su camino como especialistas sobre esta temática. Cada trabajo tiene diferentes cualidades; algunos plantean la concepción equívoca de percibir la península coreana como una sola nación, y nos invitan a reflexionar y comprender las complejas realidades que ha vivido la población originaria de esta península, debido a los procesos históricos y políticos llenos de vicisitudes como las invasiones e intervenciones extranjeras. Otros intentan historiografiar la migración coreana en distintos países de Hispanoamérica y sus contribuciones económicas, sociales y culturales. Otros más presentan las dificultades y complejidades que han tenido las y los migrantes coreanos en distintos países para configurar y preservar sus identidades, debido a la discriminación y xenofobia por parte de las sociedades receptoras.
El primer artículo que conforma este número es el de Patrik Maurus, que cuestiona la idea de una sola Corea y propone pensar que existen “Tres Coreas”: Corea del Norte, Corea del Sur y la comunidad de coreanos en China que configura una parte de la diáspora coreana. Según el autor, “el lema ‘Tres Coreas’ es una actitud academicista e ideológica mientras que ‘Una Corea’ es una visión voluntarista del futuro”. Esta idea de “Tres Coreas” es retomada por varios autores que participan en este número, al extender la “Tercer Corea” a la diáspora coreana en todo el mundo.
El segundo bloque que constituyen son los trabajos relacionados a la historia de la migración coreana hacia y en diferentes países: México, Venezuela y España. El artículo de Alfredo Romero Castilla, el investigador pionero en el campo de estudios sobre Corea no sólo en México sino en América Latina, presenta la historia mínima de la migración desde la península coreana a México, cuyo comienzo se remonta hacia los principios del siglo XX, cuando un grupo de la población coreana llegó a Yucatán para trabajar en las plantaciones henequeneras. También amablemente nos muestra los estudios relacionados a la migración coreana en México realizados hasta la actualidad. El trabajo de Noemí Rodríguez Cota se centra en la migración coreana en Tijuana, cuya característica se encuentra en la discontinuidad de su proceso y confluencia de la población migrante coreana de distintos procedentes en esta ciudad: migrantes coreanos/as que llegaron de Yucatán, aquellos/as que migraron de la península coreana después de la Guerra de Corea en los años de 1960 y la migración principalmente sudcoreana a partir de 1980 con la inversión e instalación de las empresas transnacionales. La investigación realizada por R. Indira Valentina Réquiz Molina es la historia migratoria de la población de la península coreana hacia Venezuela. Gracias a la política migratoria abierta, ha llegado a este país la población de diferentes países. Sin embargo, para la población originaria de la Corea del Sur, este país figuraba como un lugar de tránsito y no de destino. A pesar de esta tendencia, las pocas personas originarias de la península coreana que se quedaron en este país, se han integrado en la sociedad receptora a través de la constitución de escuelas y deportes como taekwondo. Otro trabajo es el de Arturo Cosano Ramos y Antonio José Doménech del Río, quienes analizan tres comunidades de la población originaria, principalmente de Corea del Sur: la de Las Palmas de Gran Canaria, la de Cataluña y la de Madrid. Concluye que, a pesar de su número reducido en comparación con otras comunidades migratorias, es una comunidad cohesionada que participa activamente en la vida local. Al final de este bloque corresponde al artículo de Ana Raquel Díaz Pereyra, cuyo trabajo voltea la mirada hacia la península coreana, a través del análisis de impacto económico de la diáspora coreana en ambos Estados-nación: Corea del Norte y Corea del Sur. De esa manera, nos presenta la importancia de los movimientos migratorios como una fuente de ingresos para sus respectivas economías.
Los trabajos que constituyen el tercer bloque se centra su interés en los aspectos identitarios con base en el análisis de diferentes formas de discriminación y xenofobia en las sociedades receptoras de la población originaria de la península coreana. El artículo de Rachel Lim, quien es mujer estadounidense con ascendencia coreana, analiza la violencia antiasiática contemporánea en Estados Unidos, especialmente la violencia de género racializada en tiempos de Covid-19. Concluye que, a través de su propia experiencia como mujer estadounidense con etnicidad coreana, su pertenencia estadounidense nunca ha sido incondicional. Otro trabajo interesante y doloroso es el de Ángel Noel López Noriega, quien analiza los procesos identitarios sumamente complejos de Zainichi: “un uso coloquial que hace referencia a la población postcolonial de inmigrantes de la península coreana y sus descendientes en Japón”. Según el autor, estas personas se encuentran en un limbo para definir su identidad, debido a la dificultad de saber a qué lugar de la península coreana pertenecían, ni tampoco poder ser reconocidos como japoneses a pesar de pasar varias generaciones en esta tierra. Por eso señala que la forma identitaria fundamental de Zainichi es la resistencia. El trabajo de Mercedes Jiménez Martínez tiene el aspecto contrario que tiene Zainichi en Japón. La autora analiza cómo invisibiliza la presencia de la población coreana en México, al agruparla como “chinos” y lanzarles diferentes expresiones racistas y xenófobas. Karla Patricia Lim Franco presenta, a través de la muestra del patrimonio cultural que ha dejado la población migrante coreana en la provincia de El Bolo, la persistencia de la identidad coreana en esta área, a pesar de los discontinuos procesos migratorios desde la península coreana y de otros lugares de América Latina, por lo tanto, dentro de una fuerte presión a la asimilación local.
El artículo de Sergio Gallardo García, quien tomó la iniciativa de organizar este número temático y entusiasta de los estudios coreanos, se dedica al homenaje a Alfredo Romero Castilla, el sabonim –cuyo significado sabrán las y los lectores en el texto de Gallardo– de los estudios coreanos, tanto en México como en América Latina. Su gran trayectoria académica de más de 50 años no ha sido fácil. Sin embargo, con su pasión y perseverancia ha construido un nuevo campo de estudios, como los estudios de lejano oriente. La admiración y el cariño que le tiene Sergio Gallardo a su sabonim está plenamente expresada en su artículo.
El último bloque que constituye este número temático está conformado por dos textos que intentan comprender la realidad coreana a partir de los medios audiovisuales. El trabajo de Débora Choi narra su camino para acercarse a las experiencias de sus padres que dejaron su patria y llegaron al continente americano, a través de su propia experiencia como kyopo –migrante coreano/a– en el país de origen de sus padres y la película Oda a mi padre. Finalmente, el trabajo de Michael Vince Kim, nos muestra, a través de las fotografías, el entorno y la vida de las y los descendientes de la población migrante de la península coreana tanto en México como en Cuba.
Este trabajo de edición del número temático sobre el tema de la migración coreana es un esfuerzo de un joven estudiante de doctorado del CIESAS-Ciudad de México, Sergio Gallardo García, quien es un atraído y apasionado por el fenómeno migratorio de la población de la península coreana. Esperamos que disfruten la lectura y que abran su mirada hacia la población que frecuentemente es invisibilizada, pero sí existe y se ha integrado en nuestra sociedad a través de distintas actividades y contribuciones tanto económicas como culturales.
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