La vida cotidiana entre pantallas y sus implicaciones
Raul Anthony Olmedo Neri
El contexto actual generado por la COVID-19 ha obligado a repensar y modificar varias de nuestras prácticas cotidianas. De hecho, más que las prácticas, la propia vivencia de la cotidianidad ha cambiado; nunca antes habíamos virado tan rápido y profundo hacia lo digital. La idea de vivir en un mundo de pantallas (Lipovetsky y Serroy, 2009) tuvo un eco disruptivo por la forma y el tiempo en que se invadió una buena parte de actividades sociales.
Esto ha implicado cambios sustanciales no sólo en nuestras prácticas diarias, sino también en los rituales que veníamos desarrollado de manera individual, con la familia, con los amigos y el trabajo, por ejemplo. Esto no significa que las prácticas dentro de los rituales como soplar velitas en un pastel o saludar de beso en la mejilla no vuelvan a realizarse: lo harán, pero su significado se verá profundamente trastocado por el antecedente que hoy es presente.
Dentro de estos cambios, quiero destacar las formas en que las pantallas se han vuelto no solo una ventana al exterior por la cual vemos y vivimos la realidad, sino una puerta de entrada que muestra los cambios que hoy materializamos con o sin una percepción consciente de los efectos derivados de este contexto pandémico.
Entre las implicaciones más visibles es que existe un solapamiento entre actividades que antes estaban más o menos diferenciadas en los espacios de interacción social: la hora de comida en el trabajo, el recreo u horas muertas en la escuela, navegar en las plataformas sociodigitales con fines de entretenimiento y ocio, entre otras más, se exponen y a veces se fusionan en las pantallas: se come mientras se teletrabaja, se enseña-aprende mientras se ve televisión, se revisan las notificaciones de los grupos escolares creados en Facebook, Webex, WhatsApp… el tiempo parece que en el confinamiento es menor; no hay tiempo para hacer las cosas de manera particular, sino una especie de multitrabajo, avanzando un poco en todas ellas a la vez.
Así, el confinamiento ha permitido fusionar las actividades que se realizaban de manera específica… ‘ponerse la camisa’ en el trabajo implicaba llegar tarde al hogar, hoy implica desconectarse totalmente para no ser presa de la vigilancia expuesta por las pantallas a través de los indicadores como ‘visto’ o ‘última conexión’. De esta manera, la vida entre pantallas puede hostigar al grado de exigir un mundo antes no sólo de la propia pandemia, sino antes de la exposición individual por consenso derivado de la fascinación digital (Han, 2016; García Calderón y Olmedo Neri, 2019).
El anonimato analógico y la desconexión daban sentido a frases como “El compañero x no tiene celular” o “Disculpe, profesor/jefe, pero no tengo Internet en casa y no vi el correo con las indicaciones/tareas.” Hoy, en este contexto pandémico estas frases son muestra de falta de compromiso, lo que deja de lado las condiciones de clase que se han incrementado y profundizado en la sociedad.
La vida entre pantallas reviste la desigualdad porque para el mundo digital no somos humanos con biografías y condiciones de clase específicas que nos sustentan, nos unen y también nos diferencian: todos nos volvemos usuarios con las mismas herramientas y posibilidades, con las mismas capacidades y condiciones para ‘continuar’ nuestra nueva y ¿temporal? vida cotidiana.
En fin, este nuevo contexto social y mediático nos obliga a repensar estas y otras implicaciones, donde exigir el regreso a la normalidad una vez vivida debe considerar las condiciones apenas esbozadas en esta reflexión y que las pantallas vuelvan a su posición como extensiones del cuerpo (a la idea de McLuhan) y no como extensiones de la explotación.
Bibliografía
García Calderón, C., y Olmedo Neri, R. A. (2019). “El nuevo opio del pueblo: apuntes desde la Economía Política de la Comunicación para (des)entender la esfera digital,” en Iberoamérica Social, 7(XII), 84-96. Obtenido de https://n9.cl/h83nt
Han, B. (2016). En el enjambre. Barcelona: Herder.
Lipovetsky, G., y Serroy, J. (2009). La pantalla global. Barcelona: Anagrama.
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