La ansiedad en tiempos de COVID-19
La ansiedad en tiempos de COVID-19. Cuando el encierro se convierte en el peor enemigo
Por Eros Ortega Ramos
Son las 6:00 de la mañana, abro los ojos e inmediatamente comienza el bombardeo de pensamientos negativos en mi cabeza. Me levanto intranquilo y de mal humor debido a que no pude dormir bien, eso a pesar de que hasta altas horas de la madrugada conseguí, por fin, conciliar el sueño. Me desperté varias veces durante la noche, mi descanso era ligero y cualquier ruido me alteraba. Intento realizar mis actividades cotidianas desde que el sol comienza a colarse por la ventana; hacer un poco de ejercicio, bañarme, tender mi cama, desayunar, concentrarme en mi trabajo, pero me es muy complicado. Para la tarde poco a poco me percato de que las horas pasan muy lentamente y de que la concentración cada vez es más difícil de alcanzar. El corazón comienza a acelerarse, finjo no prestarle atención.
Después visualizo en mi mente escenarios pesimistas y en ocasiones fatídicos en donde el estrés siempre está presente; de esos que uno teme que lleguen a convertirse en realidad. Sudo, comienzan a hormiguearme las manos y los pies, siento un ligero dolor en el pecho, bostezo. Casi al llegar la noche ya habré hecho a medias mis pendientes del día, además de los acumulados de días anteriores, pero hay otros que ni siquiera llevé a cabo. Los pensamientos negativos ya lograron apoderarse de mi mente, a estas alturas me es casi imposible controlarlos. Comienza lo que durante todo el día luché por evitar y que considero mi mayor temor: un ataque de ansiedad acompañado de pánico.
Cierro los ojos, tengo muchas ganas de llorar, de huir, de escaparme, de gritar, de golpear. Inútilmente me digo a mí mismo “no pasa nada”, “todo estará bien”, “no caeré en otra crisis”, pero parece que los síntomas únicamente aumentan. Comienza a faltarme la respiración, mis manos comienzan a entumirse, siento muchas ganas de vomitar, la cabeza me da vueltas y mi pulso está muy acelerado. Por más de que lucho contra la angustia, los síntomas se incrementan más y más. Estoy cansado y sin energías para otra de estas desgastantes batallas mentales, así que cedo; dejo que el pánico se apodere de mí. Inmóvil, un mar de preocupaciones pasa por mi cabeza: ¿Duraré mucho tiempo así? ¿Cuándo me volverá a suceder esto? ¿Y si a la otra voy a parar al hospital? ¿Y si me pasa en un lugar concurrido? ¿Qué pensarán las personas cuando se den cuenta de mi situación? ¿Y si nunca me siento mejor?, y así sucesivamente, decenas de preguntas pesimistas se repiten una y otra vez en mi cabeza.
Cuando siento que lo peor ya ha pasado intento despejar mi mente con música, libros, comida y un poco de cine, respiro profundamente, los malestares del pánico comienzan a desaparecer. Ahora la zozobra plantea de nuevo la interrogante en mi pensamiento; ¿Qué hago para terminar con esto? Desearía tener la respuesta, pero de nueva cuenta no la tengo. Ahora regreso a la realidad después de haber pasado por este espantoso evento; fatigado, temeroso, dudoso, incrédulo. La vida tiene que continuar a pesar de la ansiedad.
El anterior relato, estimado(a) lector(a), es una descripción personal de lo que durante varios meses viví cuando sufría de ataques de ansiedad. Si es que a usted en algún momento le ha pasado, creo que tiene una idea, aunque sea mínima, de lo que hablo. Si no, espero que estas palabras le ayuden a imaginarse, siquiera de manera efímera, lo que muchas personas con trastornos de ansiedad experimentan al momento de sufrir alguna crisis de pánico. Suena horrible ¿Cierto? Ahora imagínese vivir una experiencia de este tipo encerrado en determinado lugar sin poder salir por temor a contraer una enfermedad en el peor de los casos letal. Doblemente horrible, se lo aseguro. Pues eso es lo que debe estar pasando con varias de esas personas que, en su lucha por vencer a la ansiedad, una pandemia de fácil contagio les vino a complicar todas sus batallas internas que nada fácil son de librar.
Durante todos estos meses posteriores a la declaración de pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), hemos escuchado una y otra vez en los principales medios de comunicación la clara petición emitida por el Gobierno Federal: quédate en casa. La recomendación tiene como objetivo concientizar a la población respecto a la importancia que en estos momentos tiene detener la propagación del COVID-19, y es que hablamos de un virus que además de que es muy fácil de contagiar, en ocasiones resulta mortífero para la persona que lo ha contraído. Recordemos que ya ha cobrado la vida de miles de personas alrededor del mundo, principalmente aquellas con alguna enfermedad crónico-degenerativa como la diabetes o la hipertensión.
Por otra parte, es muy importante tener en cuenta las dificultades que se presentan con la aplicación de dicha medida para sectores sociales vulnerables que, en ausencia de toda seguridad social, se ven en la necesidad de no acatarla debido a que no cuentan con las posibilidades de subsistencia a comparación de otros sectores menos vulnerables. Tal es el caso de las personas dedicadas al comercio informal, las que “viven al día”. Pero lo que en este breve texto considero muy importante de mencionar es la situación de aquel sector poblacional, tristemente relegado, que sufre de algún trastorno mental como la depresión o la ansiedad.
Debemos de tener presente que no todas las personas interpretan y viven de igual manera un encierro por cuarentena, mucho menos aquellas que lidian, tal y como lo dije anteriormente, con alguna clase de trastorno de esta naturaleza. El sólo hecho de considerar la posibilidad de no poder salir a desempeñar actividades fuera de casa puede ser sumamente agobiante para esas personas que luchan por salir adelante con estos padecimientos. De ahí la importancia que tiene el informarnos acerca de este tipo de enfermedades, así como la práctica de la empatía que como seres humanos debemos realizar ante todo aquel que padezca de depresión, ansiedad o pánico, no únicamente por el hecho de que su percepción de la realidad sea diferente a la nuestra, sino porque inconscientemente podemos contribuir a que dicho padecimiento se agrave a tal punto de convertirse en una patología con graves consecuencias para quien la padece. Seamos responsables y veamos más allá de nuestra realidad subjetiva, para de esta forma reconocer que, así como hay personas que batallan en una cuarentena que les complica aún más su “vivir al día”, hay otras que también luchan por salir adelante al enfrentar en estas condiciones un trastorno tan difícil como la ansiedad.
Bibliografía consultada:
Organización Mundial de la Salud (2020).“Alocución de apertura del Director General de la OMS en la rueda de prensa sobre la COVID-19 celebrada el 11 de marzo de 2020,” en: https://www.who.int/es/dg/speeches/detail/who-director-general-s-opening-remarks-at-the-media-briefing-on-covid-19—11-march-2020#:~:text=Desde%20la%20OMS%20hemos%20llevado,19%20puede%20considerarse%20una%20pandemia. Consultado el 26 de octubre de 2020.
Gobierno de México (2020), “Quédate en casa,” en: https://coronavirus.gob.mx/quedate-en-casa/ Consultado el 26 de octubre de 2020.
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