CONSEJO MEXICANO DE CIENCIAS SOCIALES

Dr. Rafael Loyola Díaz. In memoriam

Dr. Rafael Loyola Díaz
In memoriam

Judith Zubieta G.
Investigadora
Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM

Hablar del doctor Rafael Loyola Díaz es referirnos a un académico serio y comprometido no sólo con el avance y promoción de la investigación multi e interdisciplinaria, sino también con la formación de investigadores jóvenes y con la creación de nuevas instituciones, con la investigación innovadora y el desarrollo de proyectos científicos relacionados de manera clara y directa con el entorno en el que deben incidir. También es hablar de una voz crítica imprescindible y de un científico social empeñado en impactar el diseño de políticas públicas de largo aliento en ciencia y tecnología (C+T) y la sustentabilidad.

Nacido en la ciudad de Salamanca, Guanajuato, siendo el sexto de siete hermanos, pasó su niñez y adolescencia en la ciudad de Querétaro, en donde por un muy desafortunado encuentro, murió mucho antes de lo que le hubiese correspondido, de acuerdo con la esperanza de vida de nuestro país en este siglo XXI. Ya de joven, se mudó a la ciudad de México, D.F. para cursar sus estudios en la licenciatura en Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, donde obtuvo la licenciatura en 1978.

Ahí pudo empezar a construir muchas amistades que prácticamente le acompañaron toda su vida. Uno de ellos fue Samuel León, un reconocido profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, quien infortunadamente murió una semana después de él; otro fue Ignacio Marván, quien también estuvo presente en su vida durante más de 40 años y con quien dialogaba y discutía sobre muy diversos temas, siendo ésta una de las formas en las que Rafael Loyola gustaba alternar con sus amigos cercanos, poniendo a prueba sus apreciaciones sobre distintos aspectos de la realidad mexicana, de la esfera internacional o global. Otro de sus compañeros y amigos entrañables de esa época fue Humberto Mayans, quien muchos años después lo entusiasmó a asumir un compromiso que lo llevó a diseñar, echar a andar y dejar bien asentado un centro de investigación en Tabasco –entidad federativa con muy pocas instituciones dedicadas a la investigación y la formación de recursos humanos de alto nivel– y, desde luego, muy necesitada del conocimiento que de ellas emana.

Con el entusiasmo por delante, el doctor Loyola, como mencionaré más adelante, se trasladó a Tabasco sin tener contactos, familia o una trayectoria bien fincada en las disciplinas que abordaría dicho centro, ubicado en el llamado “sureste mexicano”. Aparentemente, bastaba con seguir el plan derivado del proyecto que él había liderado dos años antes y en el que había involucrado a expertos en las temáticas que el Centro debía indagar: cambio climático, petróleo y agua, además de solicitar la asesoría ad honorem de ex directores de centros públicos de investigación (CPI) y de otros expertos, quienes aportaron ideas y diseñaron estrategias para sortear las dificultades y bondades que distintas figuras jurídicas le impondrían al centro, cuando ya estuviera en operación. Más adelante volveremos a la creación y trascendencia de esta nueva institución, aunque ahora convenga señalar que el tema del cambio climático y las políticas públicas asociadas a él se volvió campo fértil en el que el doctor Loyola plasmó sus inquietudes intelectuales y aportó enfoques novedosos, en particular en lo referente a la configuración de las agendas estatales del sureste de México.

Posterior a la obtención de su título de licenciatura, realizó el llamado Diplomado de Estudios a Profundidad (DEA, por sus siglas en francés), seguido por el Doctorado en Historia y Civilizaciones en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, en París, Francia. Su formación académica fue delineando parte de sus intereses intelectuales, que inicialmente estuvieron centrados en El Estado Mexicano y los conflictos laborales en los años veinte, y en la historia política mexicana y los sectores petrolero y ferrocarrilero, especialmente durante los años cuarenta del mismo siglo XX.

En 1976 se unió al Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) como Ayudante de Investigador, plaza que dejara en 1980 para ocupar una de Investigador, convencido de que ingresaba a un instituto que había ayudado a entender el país que surgió después de la Revolución Mexicana. El IIS fue para el doctor Loyola “un espacio de construcción de las Ciencias Sociales, de participación en la reflexión social en América Latina y en la aportación de ideas para ayudar a México a procesar su modernidad y los nuevos entornos sociales que había construido la Revolución Mexicana.” Las obras en las que participó durante esos primeros años, ayudaron a comprender la articulación del sexenio cardenista con el de Ávila Camacho, lo mismo que otras sucesiones presidenciales y su relación con la estabilidad política del país. Cabe agregar que entre 1985 y 1989 asumió la Secretaría Académica, siendo Director del IIS el doctor Carlos Martínez Assad, lo que favoreció que en esos años ambos publicaran numerosos textos como coautores. Un poco más tarde volvió su mirada hacia los mecanismos de designación en cargos de representación política y retomó el tema petrolero, a la luz de las negociaciones que llevaron a la firma del Tratado de Libre Comercio.

Entre 1990 y 1996, el doctor Loyola participó activamente en la sede académica México de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), donde además de liderar un grupo de investigación realizó docencia y fungió como Coordinador Académico de la Maestría en Ciencias Sociales para, posteriormente, asumir la Dirección Académica.

Las relaciones académicas entre FLACSO y el IIS tienen una larga data y durante muchos años fueron muy intensas. Sin lugar a dudas, el doctor Loyola contribuyó a estrechar esos lazos de colaboración, lo que le permitió corroborar que sus habilidades gestoras daban buenos frutos y, a la vez, ratificar su vocación por asumir posiciones de liderazgo desde las que podría contribuir al fortalecimiento de instituciones destinadas al avance del conocimiento en diversas disciplinas científicas.

En 1996 asumió la Dirección General del Centro de Investigaciones y Estudios sobre Antropología Social (CIESAS), y temas como el de la política de Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI) empezaron a despertar su interés. Con una mente extraordinariamente curiosa pero también sumamente rigurosa, como fue la suya –para deleite de muchos–, en poco tiempo ya había localizado y se había adentrado en la bibliografía, incluyendo corrientes de pensamiento diversas. Como todo en su vida, esto lo hizo con mucho entusiasmo.

No debe sorprender que sobre el tema de políticas de CTI haya generado una producción extensa y haya desplegado una intensa actividad de difusión, en la que siempre mostró su cariz crítico y sin concesiones al cuestionar lo reducido de los presupuestos federales, las muy cuestionables formas de evaluación del trabajo académico y del desempeño de los centros públicos de investigación (CPI), lo mismo que la falta de visión de largo aliento de los programas especiales de Ciencia y Tecnología, especialmente durante los gobiernos panistas. Nunca dejó de señalar los múltiples obstáculos que enfrentaban los CPI, no sólo por lo reducido de sus márgenes de acción, sino por el marco normativo que en cualquier momento los podría asfixiar.

Su compromiso con los CPI fue más allá de la institución que dirigió durante ocho años. En efecto, fue electo Presidente del Consejo Consultivo del denominado Sistema de Centros Conacyt y desde ahí luchó por lograr la autonomía de los centros y porque los grados que estos otorgaban fueran reconocidos cabalmente. Las redes de trabajo y amistad que tejió con las y los titulares de los otros 26 centros contribuyeron a impulsar el desarrollo y cohesión de un sistema alternativo al de las universidades públicas, de suma importancia en la generación y transferencia de conocimiento, lo mismo que en la formación especializada de recursos humanos, destacando su vasta y exitosa experiencia en vincularse con los sectores social y productivo, a la par de sus aportaciones en materia de innovación.

Un acierto en la gestión de Rafael Loyola al frente de la Dirección General del CIESAS fue su impulso a la dimensión regional de la institución, al fortalecer varias unidades de ese Centro ubicadas fuera de la ciudad de México. También se le reconoce haber impulsado –hasta lograr su aprobación– el primer Estatuto del Personal Académico del CIESAS, que es un instrumento normativo indispensable para regular la vida académica de estas instituciones públicas que, al asumir un compromiso científico y social, generan conocimiento y dedican grandes esfuerzos a la formación de recursos humanos de alto nivel, bajo condiciones no siempre favorables. Otra acción de gran calado fue haber conseguido los recursos necesarios para realizar una nivelación salarial entre el personal, especialmente benéfica para quienes se encontraban en los estamentos más bajos del escalafón institucional.

Consciente de la importancia de divulgar el conocimiento generado, durante los ocho años de su gestión al frente de este Centro Conacyt también promovió la creación de Desacatos, revista de Ciencias Sociales –cuyo nombre evoca de alguna manera el ánimo provocador que lo caracterizaba. Esta publicación vive actualmente su año 21 y ha logrado colocarse como un referente en temáticas sobre antropología, historia, lingüística y otras ciencias sociales afines, con una clara orientación hacia la difusión de avances y resultados de investigación.

Su espíritu emprendedor, su ánimo constructor y su pasión comprometida fueron factores esenciales para que el 2 de julio de 2012 el doctor Loyola fuera designado director fundador del Centro del Cambio Global y la Sustentabilidad (CCGS), sito en Villahermosa, Tabasco, institución en cuyo proyecto de creación empezó a trabajar desde marzo de 2009, tres años antes de asumir formalmente la responsabilidad de conducir esta institución a la que le dio forma y vida.

Conviene mencionar que, a poco más de ocho años de su creación, y a pesar de enfrentar una realidad adversa, el Centro cuenta ya con reconocimiento académico y social, y se ha convertido en un referente para toda la región sur-sureste. La enorme curiosidad intelectual de su Director, junto con los compromisos que fue adquiriendo, hicieron que el Centro también alcanzara presencia internacional, especialmente en la región centroamericana. Estos logros no se pueden entender sin la visión, la entrega y la pasión del doctor Loyola. El proyecto implicaba cambios fundamentales de actitud y formas de trabajo, en un contexto que demandaba la ejecución de proyectos colaborativos. Con tales fines buscó y obtuvo el apoyo y el sostén de la UNAM, que le permitieron sortear las numerosas dificultades que se le presentaron.

Muchos fueron los logros que pudo cosechar Rafael Loyola en tan poco tiempo, evidenciando que los enfoques multi, inter y transdisciplinarios no eran optativos sino ineludibles en la búsqueda de comprender la complejidad de los fenómenos y procesos involucrados en el cambio climático. Afirmaba con contundencia que una sola ciencia no puede atender adecuadamente el tipo de problemas y retos que encara la humanidad, y la vida misma, como son el cambio climático y la sustentabilidad. Con esa misma claridad reconocía que atender estos temas es inaplazable porque de ello depende la sobrevivencia de la vida, como la conocemos hoy en día.

Tender puentes entre disciplinas, entre enfoques, entre instituciones de los sectores público y privado, y también entre personas fue clave para muchos de sus éxitos. Gracias a esta cualidad fue posible fundar y robustecer una nueva institución académica en una geografía y en tiempos políticos poco proclives a ello; no obstante los múltiples impedimentos, logró además que se creara una red que articula varias instituciones que se ubican en la cuenca del río Usumacinta.

En cuanto a su producción académica durante esos años, destacan la coordinación de libros como el titulado Nuevo modelo energético y cambio climático en México, publicado en 2018 y también Independencia y revolución: entradas en el tiempo. Miradas desde Tabasco. Con estos dos ejemplos, por un lado, resulta fácil advertir que, además de sus enormes habilidades en la gestón, nunca abandonó el trabajo académico, y supo vincular sus líneas de investigación con algunos de los temas socioambientales que se cultivan en el Centro. Ello contribuyó, a su vez, a fortalecer la relación entre el CCGS y el posgrado en Sustentabilidad de la UNAM. Por otro lado, también permite corroborar uno de sus rasgos personales característicos: al buscar nombre para titular sus proyectos, lo mismo que sus obras, el doctor Loyola era pródigo en palabras. En efecto, gustaba de usar títulos largos y descriptivos que, en función de su prosa aguda y crítica, pusieran en evidencia su enorme sentido del humor y su vasta cultura.

Otra cualidad que destaca en la vida personal y profesional de Rafael Loyola fue la formación de equipos de trabajo, lo mismo para plantear proyectos que para buscar recursos, explorar soluciones, o atraer a estudiantes jóvenes, a quienes impulsaba a crecer para que después pudieran desempeñarse profesionalmente teniendo como base una formación sólida. Siempre inculcó entre sus colaboradores el espíritu de grupo y la comunicación directa y sin ambajes.

Fue miembro del Sistema Nacional de Investigadores y de la Academia Mexicana de Ciencias, en donde coordinó el área de Ciencias Sociales durante 2012, a invitación de su entonces Presidente. Naturalmente, participó en múltiples comisiones dictaminadoras, de evaluación académica y editoriales de diversas instituciones y asociaciones, tanto nacionales como internacionales.

En 2004 recibió la Distinción de Caballero de la Orden de las Palmas Académicas, otorgado por la República Francesa, y en 2014 también fue distinguido por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez con la Cátedra Patrimonial de Ciencias Quimico Biológicas “Rene Drucker Colín”, en reconocimiento a su trayectoria y aportaciones.

El doctor Loyola era una especie de vínculo o puente que conectaba personas de muy distintas esferas e instituciones. Dentro de su enorme legado, que se ve interrumpido por su súbito e inexplicable fallecimiento, no sólo formó alumnos y colaboradores sino también construyó vocaciones, al tiempo que creó y contribuyó a consolidar instituciones científicas en nuestro país.

A manera de colofón: una nota personal.

No me queda la menor duda de que la vida de Rafael Loyola fue muy rica, tanto en lo personal como en lo profesional y en lo académico. Estoy convencida de que la comunidad académica, dentro y fuera de la UNAM, está en deuda con él, no sólo por todo lo que construyó y defendió, sino por su siempre abierta disposición para romper con formas y figuras del pasado cuando éstas obstaculizaban el paso hacia un futuro más promisorio, lo mismo que para frenar las inercias que impedían el avance hacia mejores estadios.

Al analizar las características del contexto social, económico, político o histórico por el que hemos transitado en los últimos treinta años, es posible entender el tamaño de sus convicciones y la dimensión de sus aportaciones sobre lo que debería ser una verdadera política de Estado en materia de CTI, construida con las aportaciones de todos los sectores involucrados y bajo el mandato de construir consensos y propiciar sinergias. Rafael sabía reconocer el talento, las aportaciones y el trabajo de las personas, hombres y mujeres por igual. Por eso resultaba tan difícil decirle que no cuando se acercaba para proponerte un nuevo proyecto.

Ése fue el caso del último libro que editamos conjuntamente y al que dedicamos más de dos años de trabajo. No era la primera vez que trabajábamos juntos ni que nos acercábamos al tema con una mirada crítica; tampoco era la primera vez que analizábamos, con datos oficiales, los resultados y el impacto de los programas del Conacyt. Como es evidente, me fue imposible decirle que no, especialmente porque yo sabía que de ese trabajo derivaría múltiples aprendizajes y que la experiencia de estar sujeta a su constante cuestionamiento y a su muy personal estilo de polemizar representaría una nueva aventura académica y crecimiento, de la mano de un amigo tan cercano. Para tal fin, además, logramos reunir a un muy buen grupo de colegas con quienes nos reunimos en varias ocasiones durante la confección del libro, no sólo para revisar avances, sino sobre todo para dialogar.

Imposible olvidar que Rafael jugó un papel destacado en 2002 al coordinar esfuerzos, conjuntar iniciativas y generar nuevas vías de comunicación entre la comunidad académica y los legisladores, especialmente durante la discusión y final aprobación de dos nuevas leyes: la Orgánica del CONACyT y la Ley de Ciencia y Tecnología. No teníamos duda de que lo mismo sucedería en este 2021, en momentos en los que se tienen indicios de que pronto se discutirá una nueva ley para el sector.

Sin lugar a duda, él entendía la política como un instrumento participativo que permitía construir futuros perfilados a partir de ilusiones, de sueños forjados con base en principios y convicciones. En estos momentos en los que estamos por asistir a la aprobación de una nueva ley de Ciencia y Tecnología (o cualquiera que sea el nombre que finalmente le den), resentiremos la ausencia de su voz crítica, analítica y propositiva.

Sus 68 años fueron vividos, estoy segura, de una manera intensa, con y en plenitud. Fue osado en muchas de sus decisiones, fue un crítico impecable e implacable, pero también supo dedicar tiempo y esmeros al cultivo de amistades y lealtades, más allá de filias y fobias en otros terrenos. Siempre me conmovió su apuesta por los jóvenes; su generosidad al compartir experiencias que contribuyeran a formar a los investigadores del futuro, convencido de que la ciencia no sólo hace mejores personas, sino que con las políticas y los recursos necesarios, también puede hacer mejores países.

En lo personal, fue un amigo sumamente generoso y solidario que disfrutaba muchísimo de la literatura, lo mismo que de la música y el cine. Magnífico conversador e inmejorable anfitrión, su enorme capacidad para también gozar de las pequeñas cosas, hacían que su compañía siempre fuera grata, deseada y agradecida.

Hoy sólo me resta reconocer y agradecer a la vida el privilegio de haberlo conocido y de haber sido su colega, su coautora y su amiga.


 

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